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jueves, 2 de febrero de 2012

La Mona Lisa tiene una gemela

Mona Lisa
Por Mirta Balea

Muchos son los sueños que han llamado a tu puerta..., entonaba Nat King Cole en la canción Mona Lisa, una evocación de una de las obras pictóricas más famosas de todos los tiempos a la que Leonardo Da Vinci estuvo retocando hasta el final de sus días desde que empezara el retrato en 1503.



Nada hacía pensar hasta ahora que tendría su alter ego en el museo del Prado, en Madrid, en una copia, realizada por los aprendices del maestro renacentista, restaurada en los últimos dos años y que en marzo próximo será exhibida en el museo del Louvre, en Paris, donde se encuentra el original, propiedad del Estado francés.



Leonardo se comprometió en 1501 a pintar a la señora Lisa (Mona Lisa), esposa de Francesco del Giocondo, por lo que se la conoce también como La Gioconda,  y,  aunque le dedicó cuatro años de su vida, nunca llegó a terminar del todo el lienzo. Hay que decir que la mayoría de los europeos de entonces, sin las grandes sumas de dinero necesarias para encargar una obra de arte, jamás habría contemplado una imagen. Para nosotros hoy, no es más que un cuadro bidimensional.



Hasta mediados del siglo XIX, los artistas no iban tampoco a la tienda de al lado a comprar sus pinturas. Las hacían ellos mismos. La auténtica sutileza y las capas no llegaron hasta la aparición de los óleos. El arte, como forma de expresión humana, tiene un carácter acumulativo, refleja siempre todo lo hecho con anterioridad.



Vasari (1511-1574) dedica un párrafo entero de su obra Vida a alabar la portentosa fidelidad del cuadro al natural. Si viviera ¿estaría en condiciones de encontrar similitudes con la pieza del Prado? No lo creo. El erudito entra en muchas contradicciones en sus comentarios, aunque una de estas, el encendido elogio a las cejas "tupidas en algunas partes y más finas en otras", parece encontrar su parangón tan solo en la copia restaurada, puesto que el original carece de ellas. De cualquier manera, la fiabilidad de sus descripciones ha sido ampliamente cuestionada. Se dice que nunca llegó a ver el cuadro.



El título de Mona Lisa no sería de uso corriente hasta el siglo XIX. En Italia, siempre se ha conocido como La Gioconda; en Francia, como La Jioconde. Dado que el adjetivo gioconda se refiere al término alegría, se han dado un sin fin de interpretaciones como La mujer juguetona, La dama bromista o, simplemente, La cachonda.



El cuadro de la "gemela" estuvo expuesto durante 14 años, sin la protección del metacrilato, a merced de los cámaras, quizás porque, antes de su restauración, presentaba un fondo negro, sin paisaje, y a nadie se le ocurrió pensar que pudiera haber salido del taller florentino de Leonardo.

El cuadro del Prado tras la restauración

La información dada a conocer esta semana apunta a que fue ejecutado por uno de los alumnos del humanista italiano, en paralelo al que salio de las manos del Dominus del Renacimiento, con lo que, de paso, ha quedado documentado el proceso de su creación. Ana González, miembro del gabinete técnico de la pinacoteca madrileña, reveló en Londres, durante un congreso en la National Gallery of Art, que La Gioconda del Prado resulta mucho más relevante de lo que se creía.



Bajo el fondo negro, añadido en el siglo XVIII, se hallaba velado el mismo paisaje que se intuye, más que verse, en el cuadro del  Louvre. La copia se encuentra en España desde las primeras décadas del siglo XVII y formó parte de la antigua colección real, hasta que pasó a manos del museo madrileño.



Cuando se exhiba en el Louvre, junto a la indiscutible dama de la toscana, tanto eruditos como turistas podrán someter  ambos cuadros a un escrutinio apreciativo de sus diferencias y similitudes.  Luego, el del Prado, regresará a casa, a los reconfortantes muros del museo.



La Mona Lisa de Paris no puede ocultar la pátina crepuscular del tiempo, que ha ido velando impenitente los detalles del lienzo. Una de esas peculiaridades, apreciada por los expertos, es precisamente el detalle anotado por Vasari sobre las cejas. En la copia se ven con nitidez, como las montañas del fondo.



En el cuadro del Louvre, no se pueden apreciar tampoco los detalles del escote y los pliegues del vestido, algo que la restauración de la copia ha sacado a la luz. Si alguien supone que ambos retratos resultarían dos gotas de agua solo por ser una representación doble de una misma historia, se equivoca. La sonrisa de La Gioconda, de la que tanto se ha hablado, creada por la técnica del sfumato o difuminado del Maestro, tiene en la del Prado un trazado académico que la despoja de toda su magia.



Vasari dice que Leonardo empleó músicos, cantantes y bufones para que mantuvieran alegre a su modelo, pues quería evitar la melancolía implícita en los retratos de sus contemporáneos renacentistas. Quizás este autor cargó las tintas para darle más sabor a su relato; el gesto resulta enigmático, más no alegre. La apariencia que le ha aportado el proceso de oxidación puede haber contribuido al oscurecimiento de la obra, algo de lo que se quejaba ya un espectador en 1625. Lo cierto es que ningún restaurador se ha atrevido a poner sus manos sobre las miles de pequeñas fracturas o craquelados del lienzo.



La Mona Lisa, según cuenta Vasari ( de todos los autores de la época el único que la identifica y proporciona una fecha), fue un personaje real, llamado Lisa di Antonmaria Gherardini. Su padre era un respetable ciudadano florentino, no excesivamente rico. La muchacha, con 15 años, contrajo matrimonio con el tal Giocondo, un próspero hombre de negocios, dedicado al comercio de sedas y paños, y que a la sazón tenía 35 años.



La sonrisa creada por Leonardo es como una placa identificadora, tal y como resulta en la iconografía, en la que un objeto se asocia con determinado santo y actúa como su sustituto en un plano simbólico. Pongamos por caso a Lorenzo, que murió asado, aunque sin adobar, en una parrilla, de manera que esta última es su representación. El pobre martir dijo al morir: Dadme la vuelta que ya estoy hecho por este lado. O eso dicen.



Leonardo no pintaba mucho en 1501, de acuerdo a las biografías más conocidas de su figura. Parte del 1502, la pasó al servicio de los Borgia y eso ha hecho pensar a los estudiosos que podría haber empezado a trabajar en la Mona Lisa a su regreso a Florencia en 1503, como afirma Vasari. El Louvre, durante las celebraciones del quinto centenario de la obra en 2003, dio por bueno el dato.



Hay un matizado y  un sesgo transversal en la Mona Lisa, que no se aprecia en un retrato anterior de otra dama, pintada también por el maestro florentino.  El solía volver sobre las mismas ideas e imágenes, y las perfeccionaba, brindando a su creación la posibilidad de evolucionar. Cuando abandonó Florencia rumbo a Roma y luego emigró a Francia, se llevó consigo el retrato y lo dejó solo tras exhalar su último suspiro.

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