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VIDA Y MUERTE DE OSAMA BIN LADEN.

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Las primeras 48 horas, como reza el título de un programa televisivo de crímenes, han pasado a ser años en cuanto a la vida y la muerte de Osama Bin Laden: los hechos se han olvidado o aparcado y han acabado adoptando una rutina predecible y artificial.

Una veintena de libros y cientos de artículos bastan para entender una leyenda forjada para idealizarlo y saber que el único objetivo de su vida, su compulsión incontrolable, era destruir a Estados Unidos, al que culpaba de la pobreza en los países árabes. Este propósito actuó como un boomerang cuando Washington asumió la tarea a la inversa: acabar con este hombre, al que catalogó como el Enemigo Público Número Uno.

No sería hasta la retirada soviética de Afganistán, el 15 de mayo de 1988, que los Servicios de Inteligencia de varias naciones occidentales empezarían a centrarse en una nueva organización terrorista: Al Qaeda. La URSS había ocupado el país nueve años como subproducto del estira y afloja con Estados Unidos, conocido como Guerra Fría, al que se fueron sumando con el tiempo otras naciones creyéndose obligadas a escoger bando. A veces, no resulta necesario hacerlo, basta con salir del juego.

Washington inició una política de apoyo a la guerrilla islámica para sacar de allí a la potencia rival y sumó a sus esfuerzos a Arabia Saudita, Pakistán y otras naciones musulmanas.. El conflicto, que parecía interminable, se zanjó con un acuerdo de cese del fuego en Ginebra. La situación en Afganistán no mejoró, siguió siendo altamente inestable y explosiva, y en 1992 las guerrillas asaltaron Kabul y derrocaron al gobierno para enfrentarse luego entre sí hasta conducir al país a la guerra civil.

La llegada al poder de los talibanes, fundamentalistas islámicos suníes puso fin a la guerra civil en 1996 y derivó en la imposición a todo el país de la Sharia o ley islámica. Afganistán, que no había avanzado demasiado, sufrió un retroceso mayor hasta la Edad Media. 

Una coalición internacional, encabezada por Estados Unidos, dio al traste con los radicales en 2001 en un acto de venganza por el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York. No había interés alguno en que la nación del Hindu Kush saliera del subsuelo económico, político y social en que se había encajonado, era un acto de pura revancha.


El régimen fue sustituido por otro favorable a los intereses occidentales, presidido por Hamid Karzai. La Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, interpuesta por la ONU, ISAF en sus siglas inglesas, ayudó a la nueva Administración y le ofreció seguridades mínimas para gestionar el destino de unas 35 millones de personas, que se dice pronto y fácil, pero que supone una labor titánica en un país sin titanes.

Los talibanes se reagruparon en Pakistán para preparar su revancha por la expulsión de Afganistán, donde entraron a formar parte del panorama económico otras fuerzas internacionales con el declarado propósito de "ayudar a la reconstrucción". Washington había mostrado su oposición al doble juego de Islamabad sobre su relación estrecha con los yihadistas. Al margen de este juego internacional, los afghanos siguieron siendo de los más pobres del mundo, gobernados por la corrupción y con la espada de Damocles sobre sus cabezas de un regreso de la fuerza más retrógrada del planeta.


Lo anterior es un esquema de una historia, que va mucho más allá. Para entrar en situación, lo primero es saber que todos los presidentes norteamericanos, incluso el actual, Donald Trump, han apuntado como motivos para la invasión el miedo de Moscú a que los terroristas entraran por la frontera común. Si nos atenemos al contenido de los archivos desclasificados del PCUS en realidad lo que había detrás era el temor a que el régimen de Hafizullah Amin abandonara por las buenas la órbita soviética. Este personaje había llegado al poder por un golpe de estado contra el líder de su Partido Popular Democrático, Mohammed Taraki, el 14 de septiembre de 1979, aprovechando la estela de un período de turbulencias y la consecuente represión, unido todo esto a una insurgencia suní en aumento.

Habrá que hacer algo de historia para ubicarnos mejor en el tema. El PPD fue fundado en 1965 con Taraki al frente, pero las rencillas internas lo dividieron entre los parcham o bandera, de Babrak Karmal, miembro del Comité Central de la organización, y los khalaqs o pueblo de Taraki y Amin. Ese es el momento en que cobra visibilidad el actor determinante en la guerra contra los soviéticos, que logró mantener su importancia mucho después de finalizado el conflicto: el fundamentalismo islámico en la forma de los muyahidines.

La KGB espiaba a los afghanos desde mucho antes de la llegada de Amin, así que siguieron haciéndolo y comprobaron con el tiempo que el nuevo mandatario sostenía frecuentes encuentros con funcionarios de la embajada norteamericana en Kabul, había ofrecido una recepción en honor el encargado de negocios. La cronología de los hechos tras el golpe  y el asesinato de Taraki hicieron sospechar a Moscu de una deriva del régimen. La decisión de intervenir militarmente fue tomada por el propio Leonid Brezhnev con su plana mayor: los ministros de Defensa y Exteriores y el jefe de la KGB. Los soviéticos pudieron permitirse una retorcida fantasía con un cadáver putrefacto sobre el cual marcharían..


La oposición se traducía en Afghanistán en un racimo de organizaciones guerrilleras sin formación política o entrenamiento militar, que no sobrepasaban en número a un batallón y se mostraban en principio incapaces de luchar juntas. Nueve años y 30 mil muertos en combate después (la mayoría del ejército soviético), lograron que este emprendiera la huida por la frontera, mucho antes de que se firmara el armisticio en Ginebra, expoliados por los locales, que ni siquiera se tomaron el trabajo de disparar cuando los invasores corrían.

Un recuento de la guerra a la luz del tiempo apunta a que los soviéticos nunca vencieron a los insurgentes en batallas decisivas, ni siquiera lograron cerrar el paso fronterizo con los paquistaníes, de ahí que entre los militares se considere el fracaso más estrepitoso de todas las guerra de bajo nivel libradas entre 1975-1990. La prensa de la época se dejaba llevar por el optimismo de Moscú y creía que lograría su acariciado sueño de tener una salida al Golfo Pérsico.

Las notas conocidas del embajador soviético en Estados Unidos, Anatoli Dobynin, señalan que los soviéticos temían  la instalación de misiles de corto alcance en la frontera dirigidos a Kazajastán y Siberia e incluso a una posible anexión de zonas afghanas por Pakistán. Este enviado del Kremlin ocupó su cargo desde 1962 y ejerció durante los mandatos de Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter y Reagan, participó en la preparación de todos los encuentros de alto nivel entre los líderes de las dos potencias, incluso el de Gorbachov y Bush en 1990. En sus memorias, con el título de En confianza, relata su experiencia durante la Guerra Fría y hasta me atrevería a recomendar su lectura a las nuevas generaciones de diplomáticos, que no vivieron esa etapa, pero creen que lo saben todo.

OBL llevaba una vida normal a principio de los noventa y negaba tener relación con el terrorismo. Al Qaeda estaba sumida en el manto del misterio, desconocida para todos los gobiernos, aunque era la semilla plantada en la guerra afghano-soviética gracias a la ayuda norteamericana. Miles de árabes habían sido reclutados y convertidos en muyaidines anti-soviéticos. Muyaidines fueron también los combatientes de la guerra de descolonización (1954-1962) de Argelia porque la palabra árabe muyaid hace referencia a un combatiente de la guerra santa o yihad. Para referirse a una lucha armada existe la palabra qitâl en el Corán, sin embargo, resulta fácil hoy en día para los musulmanes interpretar ciertos pasajes - pocos, limitados y no siempre fáciles de comprender en un texto milenario- como de un llamado a la violencia para convertir a todos al islam. 

Puede que en principio los servicios secretos occidentales vieran en todo esto una secuencia aburrida y poco original de acontecimientos, irían a ciegas sin ser conscientes de los escalones hasta tropezar con ellos. A alguien se le encendió la bombilla y comenzó a desarrollar un diagrama, una representación visual de una red terrorista a partir del tráfico de armas u otros delitos y la gran duda en ese momento era si un hombre rico como Bin Laden era el jefe y principal financiador de una red terrorista hasta ese momento desconocida. Su participación de más de siete millones de dólares en la Saudí Binladin Group, junto al porcentaje de beneficios de un millón de dólares, lo mostraban como el candidato perfecto para ocupar el trono de la organización en ciernes.

Lawrence Wright, en su libro La torre elevada (The Looming Tower), dice que cuando regresó en 1989 a su ciudad natal Yidda, con solo 31 años, OBL disponía de un ejército internacional de voluntarios de dimensiones desconocidas. Este hombre, que sin combatir mucho, había pasado de ser un don nadie en política del mundo árabe a un líder guerrillero con curriculum, se creía su propia leyenda -según Wright- propagada por la prensa saudita basándose en que su legión había derrotado a la gran superpotencia soviética. 

La creencia en que estaba destinado a cumplir una misión divina pudo darle a su rostro esa mirada mesiánica, conduciría también su hablar somnoliento y le haría agitar su largo y huesudo dedo para recalcar las palabras con gesto suave y lánguido. Hacía gala de su fobia hacia Estados Unidos al que veía como el líder mundial del movimiento contra los musulmanes y que estaba detrás de todo lo malo que le pasaba a los árabes. Había que destruir a este imperio como se había hecho con el soviético y por ello, quizás, se abstuvo siempre de mencionar la ayuda a los muyaidines venida desde Washington.

Cuesta creer que todo su rencor viniera de un instante fijado en su memoria: el momento en que Israel invadió Líbano en 1982 y la Sexta Flota norteamericana le apoyó. "Los infieles no se detendrán hasta que nos enfrentemos a ellos en una yihad", decía en 1993, dieciocho años antes del asalto de un comando de fuerzas especiales estadounidenses a su morada de Abbottabad, en territorio paquistaní, que duró 40 minutos y acabó con su vida y su leyenda.




Algunos articulistas y escritores creen que Bin Laden no era un pensador especialmente dotado u original, a cada palabra dejaba traslucir su profundo desconocimiento de Occidente, no se salía de la caja de cerrillas impuesta por el discurso islamista radical, pero a su alrededor se había desarrollado y continuaba haciéndolo una cierta mística, su posición de no aceptar la paz le distinguía además de otros líderes árabes.


Wright menciona en su obra que fue un grupo de mujeres dentro de la CIA, integradas a la Estación Alec o Alec Station, la que llevó sobre sus hombros el rastreo de OBL, bajo la guía primero de Michael Scheuer, analista del Centro de Contraterrorismo, y después de Richard Blee, asistente del jefe de la CIA, George Tenet. Este equipo se encargaba de interpretar la información llegada desde puntos fuera de Estados Unidos. A pesar de ser una unidad inter-disciplinar, en la que participaban miembros - no solo de la CIA- sino del FBI, la Agencia de Seguridad Nacional y  la Agencia de Inteligencia de Defensa, la comunicación no resultaba la mejor. De haber sido fluida, podrían quizás haberse evitado los atentados del 11-S, algo que dan por supuesto muchos norteamericanos, incapaces aún de encajar que se les haya atacado en su propio suelo. Este punto de vista de la falta de bi-direccionalidad con la consiguiente compartimentación de la información queda bien desarrollado en varios libros, entre ellos el de Seymour Hersh La muerte de Bin Laden. 

La diferencia entre lo que hoy conocemos como Estado Islámico -fundado por Al Qaeda en Iraq como parte de la insurgencia sunita- y la estrategia de OBL, quien hablaba con frecuencia de restaurar el califato en la era moderna, es que este último se centraba en acabar primero con Estados Unidos como paso esencial para la creación de un Estado regido por la Sharia en todo Medio Oriente. Hacia finales de siglo XX, el mundo era testigo del nacimiento de grupos islamistas violentos, que con el tiempo se conocieron como los salafistas yihadistas de hoy, pero cuya semilla la encontraremos en Al Qaeda. Entre estos figuraban las organizaciones egipcias al-Jihad, de Ayman al- Zawahiri, y el Grupo Islámico del jeque Omar Abdul Rahman, los palestinos de Hamas con su pensamiento recurrente de echar a Israel al mar o Hezbollah, que aspiraba a un estado shi'i en Líbano. En tanto, para Al Qaeda, como para su creador, solo había un enemigo: Estados Unidos e instaba a las dos principales ramas del islam a unirse en ese objetivo de destrucción y muerte.


El shi'ismo y el sunismo son estas dos grandes ramas del islam desde la muerte de Mahoma en el 632. La primera defiende que el heredero y nuevo líder habría sido su primo y yerno Alí y la otra, que el sucesor debe ser elegido por la comunidad, sin que tenga que ver la descendencia directa del Profeta. En cuanto al culto diario, las diferencias son mínimas. Los shi'itas suponen como mucho un 15% de los mil 400 millones de musulmanes en el mundo, en tanto los sunitas constituyen casi el 90%, concentrados en naciones muy influyentes, como Arabia Saudita y Egipto. 

La insurgencia sunita había perdido terreno cuando Al Qaeda creó el Estado Islámico de Iraq en 2006 (erróneamente se cree que el actual salió de la nada entre 2013 y 2014, pero lo que ocurrió entonces fue la ampliación a Siria del proyecto inicial, pasando a ser oficialmente el Estado Islámico de Iraq y Sham o Gran Siria) con el único propósito de concentrar las fuerzas en declive del sunismo. Desde la cadena de atentados en Paris del 2015, se comenzó a llamarlo DAESH.


El ex-presidente francés Francois Hollande fue el primero en utilizar esta transliteración árabe del acrónimo ISIS o Estado Islámico de Iraq y Siria, que para los yihadistas resulta irritante en su traducción de "algo que aplastar o pisotear", "intolerante" o "el que siembra discordia". El gobierno del Elíseo pidió oficialmente a los medios de comunicación el uso del término como "arma lingüística", un desafío a las voces "estado" e "islámico", que, juntas, ofrecen legitimidad al proyecto de intolerancia y exterminio. 

El Coran o Quram -literalmente recitación- habla de lucha religiosa, de propagar el mensaje de Alá, y muchos académicos progresistas se agarran de esto para descalificar la guerra santa emprendida por los salafistas, que no solo busca exterminar a los creyentes de otras religiones o a los no creyentes, sino a aquellos musulmanes incapaces de compartir con ellos la vía del terrorismo.

Cuando Estados Unidos salió de Iraq en 2011, el EI era un activo político menor sobre el terreno. Dos fueron los canales que propiciaron su auge y expansión. Primero, la  Hermandad Musulmana, nacida en Egipto en 1928 de la mano de Hasan al-Banna, movimiento carente en sus inicios de la doctrina radical identificada hoy como yihadismo porque para empezar su meta era alcanzar el poder, derrocar a los gobiernos árabes corruptos e implantar la Sharia en todo Oriente Medio y poco más. Era la respuesta sunita al colonialismo occidental y no discriminaba a otras orientaciones dentro del islam como el shi'ismo o el místico sufismo, expresión esotérica del islam, que extrae del propio Corán la revelación de sus doctrinas y métodos. Suele agruparse en confradías o turuq, tariga en singular, lideradas por un shayi o jefe espiritualLa Sharia, como aplicación de las leyes islámicas al Estado, rige en Irán, Yemen, Arabia Saudita y Nigeria.

El otro canal de crecimiento ha resultado ser el propio incremento de la actividad salafista en Iraq y Siria, una teología de la purificación de la fe, de exterminio de la idolatría o shi'ia y la confirmación del tawhid o supremacía de Alá. Desde el principio se han visto a sí mismos como los únicos y verdaderos musulmanes y han visto como una apostasía  la veneración de tumbas, santos y otros sitios de culto.

Para estos fanáticos, el shiismo, el sufismo, los musulmanes que participan y se integran al sistema en países occidentales o hablan de democracia y progreso son enemigos. La nueva generación salafista solo mira al pasado medieval e ignora cualquier enseñanza moderna dentro del propio islam. Su cuerpo teológico nace en 1328 en la escuela siria Hanbalí de Ibn Tamiyya.

Después han salido otros pensadores importantes, que han reafirmado estas ideas como es el caso del movimiento wahabita de Arabia Saudita, un suproducto en la Península de Muhammad ibn'Abd al-Wahab a finales del siglo XVIII, quien abogaba por destruir todos los lugares de culto, reafirmar aquella parte del Coran adecuada a sus ideas y desechar lo demás y eliminar a los shiitas u otros cultos dentro del islam de la faz de la tierra, como han dicho que harán con Israel. La hanbalí es la más estricta de las cuatro escuelas jurídicas musulmanas. A la lista se suman las hanakí, malaki, y shafi'i. Está en el origen de Al Qaeda, los talibanes, del salafismo y de cualquier otra interpretación radical del libro sagrado.

Este resumen debería ubicar al lector en la génesis del yihadismo como lo conocemos hoy, pero no lo ampliaré porque este trabajo va de OBL, un personaje singular.

Para los Servicios de Inteligencia, cuanto más pequeña es la unidad -el caso de la Alec Station- más cercana y productiva es la colaboración. Marty Martin, ex-director de Operaciones de la CIA, encargado de los infiltrados en Oriente Medio, afirma que no se conoció el paradero de OBL por seguir a sus correos- como afirmaba la versión oficial de la Casa Blanca- sino a través de un oficial de alta graduación de la Inteligencia paquistaní al que pagaron 25 millones de dolares por la información.
Este sujeto fue directamente a ofrecer sus servicios al jefe de la oficina de la CIA en la embajada de Islamabad, Johathan Blank, espoleado por el monto de la recompensa ofrecida. En principio, los norteamericanos no informaron del soplo al gobierno de Pakistán para evitar un intento de trasladar el objetivo. El informante fue sacado pronto del país y re-localizado en Washington, donde trabaja como asesor de Inteligencia.

Las autoridades paquistaníes habían designado a un mayor del ejército para la custodia de Bin Laden y al médico Amir Aziz, quien probó a la CIA de que se trataba del personaje más buscado mediante una prueba de ADN.  La prensa descubrió en junio del 2011 su identidad como informante. La CIA pretendió cubrir las huellas y proteger a su soplón y sacrificó en su lugar a otro médico y confidente, Shakil Afridi, divulgando la falsa historia de que había habido un intento fallido de vacunación local para lograr el ADN. Este último fue condenado en Pakistán a 33 años por colaboración con el enemigo y pagó el pato, como suele decirse.

Abbottabad se hallaba bajo control directo del Inter-Services Intelligence (ISI) paquistaní. El complejo no era, desde luego, una guarnición militar, pero estaba a dos millas de la Academia Militar paquistaní, a una milla de un batallón de combate del ejército y a 15 minutos en helicóptero de la base Tarbela Ghazi del ISI para Operaciones Encubiertas en la que se entrenan los soldados encargados de custodiar las armas nucleares. Desde el puesto de observación colocado por la CIA en un edificio frente al complejo, no se veía armamento alguno, tan solo algunos guardias desplazados para proteger a OBL

El jefe del Estado Mayor Parvez Kayani y el director general del ISI, general Ahmed Shiya Pasha, negaban al principio que el hombre más buscado estuviera en Abbottabad, pero después se prestaron a cooperar para el ataque, asegurando el paso por la frontera de los helicópteros norteamericanos con los comandos SEAL's a bordo.

La aquiescencia paquistaní en cualquier operación conjunta ha estado dictada siempre por el interés de asegurar la ayuda norteamericana contra el terrorismo, que alcanza como mínimo los 255 millones de dólares. Una buena parte de estos fondos se dedica a mantener el tren de vida de los líderes locales militares y de Inteligencia, a los que se les provee de otros incentivos. A pesar de los aparentes desacuerdos, americanos y paquistaníes han colaborado durante décadas en operaciones militares y de Inteligencia en ese área, en algunos casos encubiertas, y ambos países se han esforzado por fortalecer la cooperación en estos campos. Para Washington ha supuesto mantener las riendas, hasta cierto punto, sobre una nación con 100 cabezas nucleares, algo que parece no preocupar a Trump, que amenazó en 2018 con retirar la ayuda por los flojos resultados obtenidos en la lucha contra el terrorismo como si de verdad este fuese el único objetivo de la ayuda.

El New York Times denunció en 2007 que a pesar de los desembolsos económicos se estaba lejos de hallar a OBL y de parar los pies a Al Qaeda y a los talibanes en Afganistán y Pakistán. El periódico aseguraba que Islamabad desviaba el dinero hacia sistemas de armamentos pensados para la lucha contra su enemigo principal: India. Hasta ese momento, los paquistaníes habían recibido cinco mil millones de dólares en seis años. Y es que el ISI ha mantenido una más que destacada colaboración con los talibanes de Afganistán escudándose en la seguridad nacional. Hablamos de que los ven como tropa de choque en una eventual confrontación indo-paquistaní por el control de Cachemira y de contrapeso a la influencia de India en la zona. Martin van Cleverd deja claro en su libro The Transformation of War que la mayoría de los conflictos desde 1945 han sido de baja intensidad, si bien han tenido más peso en términos de víctimas y resultados políticos. Este escritor puso el dedo en la llaga al afirmar en su obra que los países involucrados en esos conflictos eran en su mayor parte occidentales.

Comenta Van Cleverd que - hasta la guerra en Afganistán-, la mayor presencia soviética se había registrado en Egipto entre 1969 y 1975 cuando unos 20 mil asesores ayudaron a formar al ejército y el sistema aéreo de defensa, y que la invasión soviética al país del Hindu Kush estaría por debajo de la participación norteamericana en Vietnam


OBL facilitaba el teléfono 671-0837 para unirse a la lucha en Afganistán y anunciaba que desembolsaría a los potenciales aspirantes el 75% del dinero del billete de avión a Islamabad a través de una organización benéfica. Las informaciones consultadas sobre aquel reclutamiento indican que en su mayoría eran estudiantes universitarios idealistas sauditas y los servicios secretos del reino calculan que llegaron a entrenarse en Afganistán entre 15 y 25 mil jóvenes, la legión de que hablaba la prensa saudita en la formación de la leyenda del icono yihadista. Los medios de comunicación de esta movilización llegaron a propagar el absurdo de que los cuerpos de los caídos en combate no se descomponían y hasta exhalaban perfume y exhortaban a los padres a enviar a sus hijos a la guerra.

Fue en esta etapa que se puso en solfa el perfil manido del yihadista  marginado, pobre y de escasa cultura. El argumento facilón extendido por numerosos analistas y políticos, sin un respaldo de investigación previa del fenómeno, tenía la intención de responsabilizar a Occidente de todas las atrocidades cometidas por esta gente por no haber hecho lo suficiente para integrarlos económica y socialmente. Cuando comenzaron a aparecer estudios sobre el tema, destacaban que los reclutas eran gente educada y de familias de clase media o alta, con una edad media de 26 años, un 86% hombres, de segunda o tercera generación de inmigrantes.

La revista Jihad editó su primer número en 1984 y corrió por todo el mundo árabe, su P. O. Box era 977 en Peshawar y aparecía  OBL con el seudónimo de Abu Abdullah. Los campos erigidos durante la guerra afgano-soviética se transformaron al final de la contienda en la Base o Al Qaeda, que empezó a volar objetivos a principios de los años 90 a cargo de ex-muyahidines de la guerra contra los soviéticos, lo que aumentó las sospechas de Estados Unidos de que existía una organización terrorista detrás de atentados como el perpetrado contra el World Trade Center.

Destaca Hersch, en su antes citado libro, que OBL era una suerte de prisionero en Abbottabad desde 2006. Aquí tenemos un ejemplo de un reportero que narra bien la historia, tras investigarla, y no se ciñe solo a los hechos o le da una dirección u otra, según quien le pague. Entre los más afamados en Estados Unidos, este periodista descubrió en 1969 la masacre de cientos de civiles vietnamitas durante la guerra en la aldea de My Lai por el ejército norteamericano; reveló el programa de espionaje clandestino de la CIA contra pacifistas en 1974 y contó al detalle los abusos en la prisión de Abu Ghraib en 2003 por personal de la compañía 372 de la Policía Militar de Estados Unidos, agentes de la CIA y contratistas militares participantes en la ocupación de Iraq. Un memorandum emitido por Downing Street, por cierto, sugería que Estados Unidos buscaba una excusa para atacar a Iraq ocho meses antes de la invasión.


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Bin Laden había vivido con sus mujeres e hijos en una cueva del Hindu Kush, territorio afgano al noreste de Pakistán, durante los cinco años previos a su captura por el ISI. Arabia Saudita -como se supo después- pagó por su manutención todo el tiempo que residió en Abbottabad. Pasha dió a los norteamericanos una explicación para haber mantenido en secreto el paradero de Bin Laden: necesitaban un rehén para frenar a Al Qaeda y a los talibanes.

El Comando Conjunto de Operaciones Especiales de Estados Unidos, en activo desde 1987, preparó una lista de preguntas para garantizar la viabilidad del ataque, exigidas por el propio presidente Barack Obama como paso previo para dar su autorización. Los norteamericanos acordaron con Kayani que la operación no sería utilizada como espectáculo para las gradas. El general retirado Assad Durrani, jefe de la Inteligencia en los años 90, reveló, sin embargo, el enorme disgusto del Ejército y la Inteligencia paquistaníes por las prisas con que la Casa Blanca desveló el éxito de la operación y sus entrecijos.

Una metidura de pata de Obama fue asegurar al mundo que la " cooperación antiterrorista" tenía un carácter bilateral y que sin la ayuda de Pakistán no habría sido posible, dejando al descubierto la complicidad de Kayani y Pasha y poniendo en grave aprieto al régimen de Islamabad no solo en relación con los talibanes sino en el plano interno.

El plan ajustado con los paquistaníes preveía que el equipo de prensa de la Casa Blanca debía hacer creer al público que la captura era producto de un "cuidadoso y altamente provechoso" trabajo de Inteligencia, "consistente en rastrear a varios correos, incluso a uno muy cercano a Bin Laden" y que el presidente norteamericano esperaría al menos una semana para informar sobre la muerte del líder de Al Qaeda durante "un ataque con drones, en algún lugar de las montañas fronterizas".

Fuentes cercanas al Pentágono justifican la improvisación al desconcierto que invadió al gobierno de Obama cuando uno de los dos Black Hawk tuvo un accidente en medio del operativo y después se le hizo explotar con lo cual la trola habría sido inútil porque los lugareños fueron testigos de todo el episodio. Era imposible mantener en secreto la operación como se pensó en un principio hasta darla a conocer en el momento más conveniente para Pakistán.

El gobierno de Islamabad no tardó en reaccionar de cara al mundo y llevó a cabo su propia investigación mediante una Comisión a la que se le puso el nada ingenioso nombre de Abbottabad. El grupo "no halló pruebas" de que "las autoridades hubieran protegido a Bin Laden". El grupo paquistaní de investigación prefirió hablar de la  incompetencia de los militares y de la Inteligencia  para dar con el personaje antes de aceptar la complicidad manifiesta en la ejecución del líder de Al Qaeda. 

Creo que nadie se creyó entonces la "trola" paquistaní, al margen de todo lo que se ha sabido después, cuando ha quedado claro que, entre los requerimientos de Islamabad para su cooperación con el asalto, estaba que se le diera muerte in situ y se dejara al margen a Pakistán por dos razones: no perder la confianza de los líderes talibanes y evitar la ira de la población local, que tenía a Bin Laden por un héroe.

Hubo una entrevista en 1997 que lanzó a OBL a la fama. Realizada por Peter Bergen de la CNN, le dio la posibilidad de dirigirse por primera vez a los espectadores anglófonos y hacerles llegar sus más que frecuentes amenazas de guerra contra Estados Unidos por si no le habían prestado atención. Recuerdo haber hablado con un amigo israelí sobre esto y me dijo: "Nosotros no hubiéramos puesto en contacto a este sujeto con nuestra población con una entrevista que solo busca la fama del periodista" y yo lo creí porque sé como se las gastan.


El líder de Al Qaeda se sirvió con cucharón gordo y aseguró que los musulmanes odiaban a los norteamericanos y a su presidente y advirtió a los civiles que pagarían, al igual que los militares, por ser culpables de elegir a su gobierno. Bergen  preguntó al terrorista sobre sus planes de futuro, queriendo quizás con una interrogante ilusa atravesar paredes, suelos, puertas e intimidar a su entrevistado poniéndolo en un callejón sin salida. Ante esta ingenuidad, observé a OBL, y por un brevísimo instante me pareció ver el esbozo de una sonrisa. Respondió enigmáticamente que todos lo verían y oirían en la prensa "si Alá quiere" y con esto ofreció el broche de oro que pretendía imponer al encuentro. Me desinflé en el sofá de mi casa porque solo consiguió articular lo obvio.


Podría definirse a 1998 como el año en que empezaron los ataques a objetivos occidentales por parte de Al Qaeda. Recontemos aquí con la brevedad requerida, la agresión a las embajadas de Kenia y Tanzania, el mismo día, con pocos kilómetros de distancia, o la embestida contra el destructor Cole en Yemen. Al mismo tiempo, comenzaron los vídeos de propaganda, primero cautelosos y después atrevidos, buscando siempre el reconocimiento internacional.

A su pesar, los propios preceptos del islam les obligan a advertir al enemigo de cualquier ataque, de ahí la utilidad de la CNN para declarar la guerra de manera oficial, por si alguien no se había enterado todavía, y que el mensaje quedara claro. OBL aparecía en pantalla casi cada semana con amenazas, pero a partir de la entrevista de Bergen los especialistas intentaron descifrar algún rastro que descubriera las posibles fechas y lugares de un atentado, chocando con la falta de información práctica, la que se obtiene de los soplones en el terreno.

El 11 de septiembre del 2001 pasó lo que todos estaban esperaban de un modo u otro. Yo me detuve ante el escaparate de una tienda electrónica de regreso a mi casa y lo vi todo a través de la pantalla de un televisor, junto a otras personas. Pensé mucho en los amigos de Nueva York, ninguno de los cuales, por suerte, sufrió daño alguno. Los atentados estuvieron en manos del reducido grupo de 19 yihadistas y el resultado fue de casi 3 mil muertos.

El entonces presidente George Bush hijo culpó a los analistas de Inteligencia por la falta de información, pero este tipo de reflexión es fácil una vez producida la catástrofe por aquello de que la culpa nunca cae en el suelo. Hay que decir que un informe exclusivo de Truthout sobre documentos obtenidos mediante la Ley de Libertad de Información y una entrevista con Richard Clark, ex jefe de Contraterrorismo, sacaron a la luz pública que George Tenet, ex director de la CIA, Confer Black, jefe del Centro de Contraterrorismo de la CIA y Richard Blee, ayudante principal de Tenet y director por un tiempo de la Alec Station, fueron responsables directos de no haber capturado a los pilotos Nawaf al Hazmi y Khalid al Mindhar, secuestradores del avión 77 de American Airlines estrellado contra el Pentágono, causando la muerte de 189 personas.

Este trío había ordenado dejar de rastrear los movimientos de Bin Laden y de Al Qaeda antes del 11-S sin comunicarlo a los encargados de estudiar posibles ataques, es decir, FBI, la Casa Blanca, los Departamentos de Defensa e Inmigración, que permanecieron todo el tiempo ignorantes de la entrada un año antes a territorio estadounidense de los dos pilotos. 

En la Torre elevada, Wright revela que el equipo de investigación del FBI y los fiscales federales, conocidos como squad I-49, llegaron a creer que la CIA había protegido a Hazmi y Mindhar porque esperaba reclutarlos, algo que no resulta descabellado. Esta ha sido siempre la clase de cosa que ha hecho la Agencia, dar prioridad a sus intereses institucionales frente al objetivo para el que fue creada o, generalizando, para la que son creados los Servicios de Inteligencia.

OBL difundió de inmediato un vídeo de Al Qaeda titulado The Manhattan Raid. " Los héroes que realizaron los ataques participaron en un entrenamiento intensivo y aprendieron a hacerse con el control de la cabina del avión para obligar a los pilotos a llevar el aparato hacia los objetivos [...]Los hermanos pilotos siguieron preparándose con total tranquilidad, integrados entre la población norteamericana, ignorando la propaganda mediática, que presume en todo el mundo de la capacidad de sus servicios de Inteligencia y de sus grandes medidas de seguridad. Los héroes dejaron grabadas sus motivaciones para realizar el acto bendito".

La frase ¡Allahu, Akbar!, que solo significa Dios es grande, se ha convertido desde entonces en sinónimo de terrorismo. Los Servicios de Inteligencia en el mundo dan por cierto que quien la pronuncie se inmolará de forma violenta. Los hombres que perpetraron el ataque contra el diario francés Charlie Hebdo en 2015 la gritaron durante el acto violento y antes, en 2013, fue escuchada cuando un soldado británico fue atropellado por dos yihadistas, que salieron del coche y lo mataron a machetazos. Esto nos demuestra que en una época de tensiones, el lenguaje puede pasar a ser una barrera en vez de un nexo entre individuos. En el caso que nos ocupa, para los musulmanes como identidad religiosa el desmantelamiento de Al Qaeda pasó a ser el objetivo, no solo para Estados Unidos sino para otras naciones de Occidente. La organización terrorista, a través de un comunicado emitido por Al Jazeera, se hizo responsable de los atentados con bombas en 2007 en Argelia. 

OBL advertía a Estados Unidos que "seguía siendo vulnerable" y estaba cometiendo en Irak los mismos errores de los soviéticos en Afghanistán: no entender que estaban perdiendo la guerra. La red seguía con atentados de un gran impacto mediático y elevado número de víctimas, realizados en su mayoría por células locales, sin esperar ordenes expresas.

La retahíla resultó larga entre el 2002 y el 2007. Destacan en la lista la carga en octubre del 2002 contra el petrolero francés Limburg, cerca de Yemen, que derramó miles de litros de crudo en las aguas del Golfo de Adén; las explosiones simultáneas en una discoteca de Bali, Indonesia, con 202 muertos; los atentados en Casablanca, Marruecos, en el que mueren 24 personas y la inmolación a la vez de dos terroristas contra la Alianza Israelita y el consulado Belga y el coche bomba contra el hotel Shafir, todo lo cual deja un rastro de 45 muertos. La explosión de una bomba en el hotel Marriott de Yakarta en agosto del 2003 con 13 muertos, ocurrido dos días después de la muerte de Al Amrazi, condenado por su implicación en el atentado de Bali obra del grupo Jemaa Islamiya, que también atentó después contra la embajada jordana en Bagdad. Cuatro trenes de cercanías estallan en Madrid en 2004 con 191 muertos y más de mil 700 heridos. Tres terroristas se inmolan ese mismo año en el metro de Londres y un cuarto en un autobús público de dos pisos. El 9 de noviembre del 2005 ocurre el atentado más grave en Jordania en tres hoteles de Amán con 57 muertos. En Bombay estallan en distintas estaciones siete bombas, que dejan 200 muertos y 700 heridos, y el 27 de marzo del 2007 mueren 152 personas en Irak.




El cerebro de los atentados del 11-S, Jalid Sheij Mohammed, numero tres dentro de Al Qaeda, resultó capturado en 2003 en una operación conjunta en Rawalpindi de los Servicios de Inteligencia de Estados Unidos y Pakistán. En el juicio militar al que se le sometió en la base naval de Guantánamo (a todos los efectos territorio estadounidense a pesar de carecer de la legitimidad requerida para actuar en Cuba), decidió representarse a sí mismo y se declaró culpable y pidió morir. Los servicios policiales estadounidenses le hacían responsable, desde hacía tiempo, de la mayoría de atentados de los últimos veinte años, como la decapitación en directo en 2002 del periodista del Wall Street Journal Daniel Pearl, del atentado en 1993 al World Trade Center, la operación Bojinka, otro atentado frustrado en Los Angeles en 2002, la bomba fallida en el vuelo de American Airlines 63 y el ataque a la discoteca de Bali.

Jalid Sheij Mohammed fue miembro de la Hermandad Musulmana con 16 años, estudió en Estados Unidos y en los años 80 participó en la guerra contra los soviéticos en Afganistán; en 1999 se había hecho con la jefatura de propaganda de Al Qaeda. Durante el juicio, se definió a sí mismo y a sus camaradas como chacales nocturnos de una guerra contra los norteamericanos en la que los civiles serían un precio necesario a pagar. La frase le aleja de asumir la vergüenza que con toda justicia le corresponde, como cuando los noticieros dieron a conocer la alegría de los palestinos, que salieron a la calle a festejar lo ocurrido el 11-S, entre otros ciudadanos árabes, haciéndolos replegarse de cualquier esfera de contacto humano.

Todos esperaban que Bin Laden estuviera en Tora Bora, junto a sus lugartenientes, tras los atentados de Nueva York, lo que al parecer hizo. Las tropas estadounidenses le tendieron un cerco poco después del que escapó por un error garrafal del mando militar: dejó su captura en manos de líderes  locales para evitar bajas propias. Esto trajo como consecuencia que su búsqueda se alargara otros diez años.

El líder de Al Qaeda se movía por la frontera afgano-paquistaní como pez en el agua y el hecho de que después de pasados diez años no se le hubiese capturado dejaba al descubierto que su estrategia funcionaba. Había hecho que Al Qaeda pasara a una guerra de desgaste, no parecía estar interesado en ganar sino en evitar ser derrotado, no parecía necesitar el acceso al poder o re-construir el Califato, la victoria - o la percepción de la misma- consistía en seguir con los atentados para transmitir un aura de indestructibilidad.

Desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda  pasó a ser una finalidad más precisa para los Servicios de Inteligencia occidentales si la comparamos con la absurda fórmula anterior de la Administración de Bush hijo de enfrentar al terrorismo global sin resultados prácticos. El objetivo dejó de ser la obtención de información estratégica para dar paso a la obtención de información táctica, que permitía vigilar un objetivo en concreto. Para entender por qué los norteamericanos perdieron todo aquel tiempo en encontrar al Enemigo Público Número Uno hay que remontarse a 1950 cuando la CIA creó la Oficina de Estimaciones Nacionales.

El organismo tenía el objetivo de analizar y predecir el comportamiento del mundo y su efecto en la seguridad nacional estadounidense, pero resulta que nunca predijo nada útil, ni siquiera pudieron adelantar la disolución de la Unión Soviética -que se hizo oficial antes de finales de 1991- o el fin de la Guerra Fría. Cuando cayó el Muro de Berlin, yo estaba viendo el acontecimiento desde la sala de mi casa en Varsovia. Resulta que un mes antes había enviado a mi Director General en la Agencia Prensa Latina, para la que trabajaba la información sobre la posibilidad de que desapareciera la comunidad socialista en Europa, en un memorando interno porque una noticia como tal, derivada de mi corresponsalía, se habría bloqueado de inmediato. Debo decir que nunca me he visto como una analista, sino como una recopiladora de información en mi papel de periodista, pero habrá que admitir que algunas cosas que sabes te llevan a una conclusión por narices.

La caída del Telon de Acero amenazaba directamente a los fondos de la CIA en el momento en que Gorbachov hablaba de perestroika y glasnot y cuando el bloque europeo cayó casi como en una implosión, los dolientes entre las filas de los espías norteamericanos estaban seguros de que el dinero engrosaría los presupuestos de otras entidades encargadas también del espionaje y el terrorismo de estado, según me comentó alguien a quien conocí durante mi estancia en India. La Agencia estaba acabada, entre otras razones, porque siempre estuvo por debajo de su propia leyenda. He aquí que aparece un enemigo nuevo en el panorama internacional : el terrorismo global yihadista y vuelve a ser necesaria.

Obama decidió enviar un equipo de 23 Navy Seal en dos helicópteros Black Hawk ante las pruebas de que el residente de Abbottabad era Bin Laden y la jugada le salió bien. No solo se deshizo del personaje, sino que el operativo tuvo un éxito inmortalizado hasta en películas y bestsellers y la campaña para su segundo mandato se vio reforzada con su aparición ante los medios de comunicación con el barniz de líder con iniciativa en un momento crítico de su primera legislatura. Había  una buena razón para prometer a su electorado la retirada de las tropas de Afghanistán y a su aliado paquistaní carta blanca en el vecino territorio tan pronto salieran los soldados norteamericanos.

 La CIA salió también favorecida porque limpió en alguna medida su mala imagen de décadas al obtener su mayor triunfo en la guerra contra Al Qaeda. 

Las informaciones de Inteligencia de diversos países apuntaban a que los remanentes de OBL en Al Qaeda, desde su traslado a Abbottabad, solo habían fraguado un puñado de ataques. Entre quienes enviaron estos datos estaban los propios paquistaníes, pero Washington debía seguir considerándolo un enemigo porque de haberse dicho que no estaba operativo o que apenas tenía peso en la organización no habría habido razón moral para el ataque ni para darle muerte. Se utilizaron correos yendo y viniendo para justificar la historia oficial.


Los paquistaníes acordaron instalar en la base de Tarbela Ghazi a un equipo de los Navy Seal, a un miembro de la CIA y a dos especialistas en comunicaciones para coordinar la actividad entre el ISI, las autoridades militares del Comando de Fuerzas Especiales y los helicópteros de la misión. Como medida de presión para garantizar que no habría arrepentimientos de última hora, los norteamericanos retrasaron la entrega de 18 nuevos aviones G-16 y suspendieron el dinero destinado a los líderes militares y de Inteligencia de Pakistán.

La versión oficial dijo que estaba armado y utilizó como escudo a una mujer y que el soldado que disparó actuó "en defensa propia". Todo para garantizar la impunidad de su muerte. Pero ¿quién podía aceptar que un hombre enfermo y como se supo después desarmado podía matar a un soldado de élite? Desde hacía años se sabía que era objeto de cuidados médicos constantes y en una foto del ataque filtrada al público se vio que colgaba de la pared sobre su cama el AK-47, que portaba como amuleto desde que en Afghanistán resultara ileso de puro milagro durante un bombardeo. ¿Cómo puede entenderse que tales soldados no pudieran reducirlo sin necesidad de meterle un tiro?

Los atacantes no hallaron resistencia en su camino hacia el complejo porque los guardias paquistaníes se marcharon en cuanto escucharan los rotores de los helicópteros. Las habitaciones de Bin Laden estaban en la tercera planta, segunda puerta a la derecha, y los SEAL conocían de antemano que deberían derribar dos puertas blindadas para llegar hasta el objetivo, aunque se publicó que esto había sido algo inesperado.

Hersh afirma que la tan publicitada transmisión en directo del operativo vista por Obama y otros altos funcionarios de su Administración nunca tuvo lugar porque los SEAL no llevaron cámaras en sus cascos. La historia de unos soldados invadiendo el espacio aéreo paquistaní sin cobertura terrestre o aérea, en una misión a todas luces suicida, descendiendo sobre el complejo habitacional, que por ende debía estar protegido, y ejecutando todo esto sin apoyo de los militares y el ISI se iba cayendo a cachos.

Nadie con dos dedos de frente podía creerse tal desarrollo de los acontecimientos si desde el primer momento filtras por ti mismo los datos, aparte del hecho comprobable y real de que no era cualquier nación sino un aliado importante de los norteamericanos en Asia. 

Otras cuestiones conocidas con posterioridad se refieren a los "tan importantes documentos y material electrónico" recuperado por los militares norteamericanos en Abbottabad y que carecían de interés a los efectos de los Servicios de Inteligencia internacionales. ¿Por qué se dopó la importancia del material? Para apalancar la teoría de que OBL era como una araña, que extendía su tela desde el centro conspirativo de su residencia en Pakistán. Un informe de 2012 del Centro para Combatir el Terrorismo de West Point dejó claro que nada apoyaba este contacto peligroso con el exterior desde el complejo habitacional.

Dos miembros de los SEAL involucrados en el ataque escribieron sobre el tema y concedieron entrevistas. Matt Bissonnette publicó en 2012 su libro No Easy Day y dos años después, Rob O'Neill, fue entrevistado por Fox News. Ambos ex-miembros de la Marina se adjudicaron el tiro mortal y dijeron que fueron cinco los muertos, Bin Laden, un hermano y un hijo, una de sus mujeres y uno de sus correos. Los participantes en el operativo y el Comando Conjunto de Operaciones Especiales fueron obligados a firmar un acuerdo de confidencialidad para no hablar del operativo en público o en privado, pero estos soldados sostenían la versión oficial por la cuenta que les trae.

A medida que los bulos se intensificaron, inmediatamente después del ataque a Abbottabad, al Pentágono no le quedó otra que admitir que el objetivo no iba armado y que las mujeres no le sirvieron de escudos humanos. La historia oficial hacía aguas por todas partes y salieron a relucir las contradicciones, la más terrible, quizás, la de que había muerto sin oponer resistencia.

La versión oficial se adentró aun más en sus mentiras. Las autoridades estadounidenses informaron que fue arrojado al mar tras una ceremonia al uso musulmán desde un barco de la Marina cerca de Yalababad, en el norte del mar Arábigo. Para justificar por qué ningún miembro de la tripulación daba constancia de tal ceremonia, el Pentágono añadió que no se les había permitido asistir a las exequias, dejando de lado la aclaración de quien tuvo a su cargo la limpieza del cuerpo y su amortajamiento, así como el encargado de echarlo al mar.


Dos asesores del Comando Especial de Operaciones dijeron a Hersh que los restos se enviaron a Afghanistán, pero otra versión filtrada por los SEAL afirma que se arrojaron al Hindu Kush conforme el helicópteros los transportaba fuera del escenario.

La muerte de Bin Laden tuvo un impacto operativo escaso en el funcionamiento de otras organizaciones yihadistas, pero afectó negativamente a la organización que lideraba. Al margen de las organizaciones filiales o no de Al Qaeda como las de la Peninsula Arabiga, el Magreb e Irak, han cobrado protagonismo las células independientes e incluso los llamados lobos solitarios, auto-radicalizados, que deciden atentar por cuenta propia.

Los analistas creen que de no haber ocurrido el accidente del Black Hawk, que obligó a Obama a dar con premura la noticia con un discurso preparado en el último momento, todo lo ocurrido podría haberse encubierto con la versión prevista en un principio, la que acordaron Washington e Islamabad . Como dijo Aristóteles, nunca se alcanza la verdad total como tampoco se está totalmente alejado de ella.

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