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viernes, 19 de diciembre de 2014

Obama y la nueva política hacia Cuba





Por Mirta Balea

Algunos cubanos se han caído del guindo con el reciente acuerdo entre la Administración demócrata de Barack Obama y el régimen de los Castro en Cuba para una normalización de relaciones. Pero ¿en realidad hay razón para este asombro? Creo que no.

Siendo aún candidato a la presidencia, en un discurso en 2007 en la llamada Little Havana, en Florida, adelantó lo que sería un punto importante en sus metas como presidente: "Hemos estado embarcados durante 50 años en una política errática sobre Cuba y debemos enmendar ésto".

Sus palabras iban dirigidas, eso sí, al sector más moderado de la sociedad cubano-americana de Florida, un segmento en crecimiento, según reza en la mayoría de las encuestas.

El quid de la polvareda reciente por el anuncio de abrir vías de comunicación bilaterales es que ocurre en el segundo mandato de Obama, el último, según las leyes estadounidenses, y el más cómodo, por lo tanto, para dar este paso. Nada tiene que perder y definitivamente cumpliría con su promesa.

Una promesa que por cierto sancionó como presidente en la Cumbre de las Américas en abril del 2009 en Trinidad y Tobago. 

Los líderes latinoamericanos asistentes a la Cumbre no dejaron de presionar para que Cuba volviera a formar parte de la Organización de Estados Americanos, OAS, de la que fue expulsada en 1962.

Dos meses después, la Trigésimo Novena Asamblea General de la OAS acordó recuperar al régimen para el Hemisferio. Estados Unidos se tragó la humillación y exigió que La Habana aceptara "las prácticas (democráticas) y los propósitos(de liberación) y los principios (de independencia) de la OAS".

Cuba no ha hecho tal cosa, al menos en la práctica, porque el régimen se mantiene inmutable, con la misma política que cuando fue expulsado y, según ha declarado el presidente Raúl Castro, seguirá siendo así. Esto último reiterado a pocas horas de sellar la primera parte de las conversaciones con la Administración de Obama, que tanto revuelo ha traído.

Raúl Castro ha dado pasos que suponen elementos nuevos para lograr una recuperación de la depauperada economía cubana como han sido reformas abiertas a un comercio privado, aunque sin soltar las riendas del poder, y esto ha dado pie a muchos en el campo internacional a hablar de "cambios" en el régimen.

El presidente Obama había avanzado en su primer mandato en la dirección prometida de cambiar la política hacia Cuba al quitar las restricciones para que los cubanos de Estados Unidos visitaran a sus familiares en la Isla, pero no se atrevió a levantar el veto impuesto por el anterior mandatario George Bush a los intercambios persona a persona en temas culturales y de educación, lo que se comenzó a hacer cuando ya era segura su posición en un segundo mandato.

Cada presidente de Estados Unidos ha denunciado e impuesto sanciones a la dictadura cubana, pero ninguno, antes que Bush, propuso que para tener buenas relaciones el socialismo debía dejar de existir.

Hay que decir también que todos y cada uno de estos presidentes, desde Eisenhower hasta Obama, han mantenido canales abiertos de conversaciones con el régimen a pesar de ser una dictadura. Esto, para cualquier versado en política, supone hablar con el enemigo y reconocer de facto su legitimidad.

En un principio, el énfasis se colocó en el apoyo brindado por Cuba a los insurrectos de América Latina y en su política expedicionaria en Africa. La caída de la Unión Soviética en 1989 hizo que Washington soñara con que el próximo en caer sería Fidel Castro.

El fallecido presidente de la Fundación Cubano Americana, Mas Canosa, dijo en ocasión de la caída del muro de Berlín que "solo quedaba uno", aludiendo a Fidel Castro. Los cubanos esperan todavía esa caída.

Las exigencias para abrir canales de comunicación con Cuba a la vista de la extinción de la Unión Soviética y la liberación de los países satélites de Europa del Este cambiaron en ese momento en la Casa Blanca. Bush consideró que la nueva correlación de fuerzas valdría para exigir al régimen de La Habana una renuncia del socialismo para una directa apertura a la democracia, al multipartidismo y a las elecciones en un marco nacional inédito en medio siglo de dictadura.

Bush basaba sus exigencias en el fuerte compromiso que lo unía a la comunidad cubana en Florida donde obtuvo el 80 por ciento de votos en ese Estado. Una clara respuesta de los cubanos a la Administración Clinton por devolver al niño balsero Elián Gonzáles a su padre en Cuba.

Ningún otro presidente antes que Bush, había designado a tantos cubano-americanos en posiciones de dirección en su Administración. Sobre todo en puestos que dirigían su política hacia América Latina.

Del otro lado del mar, Castro se movía para aparecer como un abanderado contra el terrorismo y propiciar que las conversaciones a sotto voce continuaran. Firmó doce protocolos internacionales contra esa lacra mundial y no puso objeción a que Estados Unidos utilizara la base naval de Guantánamo, en el oriente cubano, como centro de detención para miembros de Al Qaeda.

Si el fallecido premio Nobel, Gabriel García Márquez, funcionó en el etapa de Clinton como uno de los tantos mediadores de que ha dispuesto Cuba para sus conversaciones secretas y de otro tipo con Estados Unidos, en época de Bush esta fue labor del embajador en Naciones Unidas, Ricardo Alarcón, ahora caído en desgracia.

Siendo como era Fidel Castro la bestia negra para la Administración Bush, el secretario de estado para el Hemisferio Occidental, Otto Reich, dejó claro que cualquier revisión de la política bilateral requería de La Habana "una rápida y  pacífica transición a la democracia". Y todo esto a pesar de los esfuerzos del ex-presidente Jimmy Carter por construir puentes de entendimiento aún a título personal.

Bush creó en el 2003 una Comisión de Ayuda a la Cuba libre "para planear la transición cubana de un régimen estalinista a uno abierto y libre". Esto no impidió a los norteamericanos brindar su ayuda ante los crecientes desastres provocados en la Isla por el paso de varios huracanes en aquellos días.

Fidel Castro vio esto como un intento de la Casa Blanca de beneficiarse políticamente y desatendió la mano tendida. Coincidió también con la etapa en que los problemas de enfermedad del líder del régimen obligaron a que su hermano Raúl se hiciera cargo del sistema de poder inalterable.

Cuando Obama dijo ante la Cumbre de las Américas que buscaba un nuevo comienzo con Cuba, se proponía deshacer todo lo hecho por la Administración republicana de Bush.

Durante el referido encuentro de Obama como candidato con los cubanos en Florida, no solo se pretendía dar un vuelco a una política in extenso, sino mostrar los cambios traídos a Miami, incluida la transformación de la Fundación Cubano-Americana - que lo recibió cálidamente-, que había pasado de ser profundamente anticastrista para mostrarse más moderada.

En el primer mandato de Obama, sus promesas solo se cumplieron en parte, porque en 2009, cuando se conoció el informe anual del Departamento de Estado sobre terrorismo, Cuba seguía incluida como patrocinadora  de grupos de este pelaje.

Los presupuesto de Obama  para ese mismo año incluyeron 20 millones de dólares  para la cobertura de la Agencia Norteamericana para el Desarrollo (UNAID) en la promoción de la democracia en Cuba.

Obama -a los ojos de los Castro- seguía aplicando la política de Bush, a pesar de todo lo dicho, y en especial en lo que La Habana calificaba de ciberguerra. El uso de la tecnología computarizada para minar al régimen y que se remontaba al mandato de Bill Clinton, quien dio a la Freedom House medio millón de dólares en 1995 para la compra de computadoras, copiadoras, faxes y otros equipos destinados a la disidencia cubana.

El caso de Alan Gross, uno de los presos liberados por Castro en estos días, se enmarca en la visión de la Habana sobre la actividad de la USAID en la ciberguerra. El había viajado cinco veces como turista antes de ser enjuiciado y conenado en Cuba y en su último viaje proveyó a determinadas personas de esos equipo de manera gratuita.

El Obama del primer mandato, aunque no variaba su prioridad de "abrir un canal con Cuba de forma permanente" no podía arriesgar su reelección. Pero ya esto no es un problema para él. Ahora todo es posible, siempre que el Congreso, con mayoría republicana, no tenga que dar el visto bueno. Y, aún así, veremos como marcha el asunto.