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domingo, 1 de abril de 2012

Benedicto XVI: Cuba y el mundo necesitan cambios (II)

Benedicto XVI por las calles en su papamóvil.
Por Mirta Balea

La política de acoso a la disidencia por el sistema de poder en Cuba, durante la estancia del papa Benedicto XVI, ha buscado quitarle toda posibilidad de interacción con el visitante. Este ha evitado convertirse a su vez en interlocutor, al negarse a recibir siquiera a una representación de la oposición, dejando un profundo pesar en el ánimo de los luchadores por la libertad y de la feligresía católica.


Si la intención era darle un balón de oxígeno a la Iglesia, la realidad es que ha favorecido mejor a los deseos de la autoridad política en la isla. Ni siquiera la visita al santuario de la Caridad, patrona de Cuba, conocida como la "Cachita", y su frase de "hagan saber a cuantos se encuentren cerca o lejos que he confiado a la Madre de Dios el futuro de su patria, avanzando por caminos de renovación y esperanza, para el mayor bien de todos los cubanos", han logrado abrir espacios al perdón y la comprensión.


En su homilía realizada el pasado día 26, en la plaza Antonio Maceo, de Santiago de Cuba, en el oriente del país, con la asistencia de unas 200.000 personas, habló de "construir una sociedad mejor" y abogó a favor de la misión de la iglesia en Cuba de "abrir al mundo a algo más grande de si mismo, al amor y la luz de Dios".



Si el Vicario de Roma  se siente comprometido con el ser humano, como él mismo ha señalado en diversas ocasiones, nos hallamos ante un problema de fondo para los creyentes, porque nadie había pensado en una inminente caída de la dictadura con su sola presencia. Esta es una tarea política y le corresponde llevarla adelante a las fuerzas contrarias al poder único en Cuba, pero la falta de apoyo a la tarea ha venido en esta ocasión de la carencia de mensaje por parte del Vaticano, al menos uno alto y claro, sin matices o ambigüedades. Hay que escamotear frases de sus discursos para encontrar alguna lanzada a modo de dardo contra el sistema.



Se esperaba más de la visita tras sus ataques al marxismo, previos a la llegada a La Habana, cuando pareció colocarlo en un departamento de oscuras y olvidadas misceláneas por su anacronismo y porque fracasó cuando una parte del mundo intentó sacarlo del simple terreno de las ideas, de donde jamás debió salir.



Los cubanos constituyen ahora mismo una sociedad perpleja, sujeta a la cuadrícula del "fidelismo", primero, y del "castrismo", después, y a las contradicciones que conlleva vivir en el unipartidismo y luchar contra máximas morales, inculcadas durante generaciones por la dictadura. La represión, la cárcel y la mordaza han fallado, a pesar de esto, en sus intentos de sustituir el disenso por un sistema de dogmas obsoletos.



No puede decirse que en Cuba hayan surgido tendencias cínicas en la lucha que Benedicto XVI definió en La Habana como la búsqueda de la verdad, pero sí, una gran confusión sobre las más elementales cuestiones éticas. Los pocos que aún se guían por su buen juicio, prescindiendo, cuando pueden, de las normas impuestas, tienen que enfrentar constantemente hechos sin legalidad.  Y a esto se refirió también cuando dijo que "todo ser humano ha de indagar la verdad y optar por ella cuando se encuentra, aún a riesgo de afrontar sacrificios".


Para el Papa, le llames o no, Dios está presente, pero para el lego, estos son complicados sofismas si se tiene delante  una dictadura cuya finalidad principal, política, es sojuzgar a la mayoría y hacer que la obediencia y el apoyo lleguen a parecer lo mismo. Algo a lo que se refirió también el Pontífice all criticar a quienes "encerrándose en su verdad, intentan imponerla a los demás".



Ante la menguante fe y la falta de vocación por el sacerdocio, el Papa recordó que "vale la pena dedicar toda la vida a Cristo", siguiendo en la línea evangelizadora trazada para su viaje a Cuba, intentando hacer creer a una masa irredenta que Jesucristo ayuda a vencer lo que nos oprime y  en él "todos hallaran la plena libertad, la luz, para entender con hondura la realidad y transformarla con el poder renovador del amor".



El concepto de Dios como justicia es una precisión terminológica que no resulta un mero accidente, porque la justicia -que no la misericordia- resulta la finalidad de todo juicio. La responsabilidad política de los hermanos Castro sobre todo lo que ha ocurrido en Cuba durante más de medio siglo, independiente de los actos concretos de los individuos dentro del grupo de apoyo, cabe esperar que enfrente en el futuro un tribunal internacional.



Amanecer en La Habana

La pregunta es si la iglesia cubana podrá salir limpia de polvo y paja en el proceso. Resultan múltiples los vaivenes que pueden convertirte en cómplice de las injusticias de una dictadura y sobre este tema tenemos grandes ejemplos en las actuaciones curiales durante las dictaduras militares del Cono Sur americano. Esta es una responsabilidad como la de toda generación nacida en un ámbito de continuidad histórica, que te obliga a asumir la carga de los pecados de tus padres, aunque también el beneficio de las glorias de tus antepasados.



Es propio de un gobierno totalitario convertir a los hombres en  simples ruedas de una maquinaria implacable, dirigida contra quienes disienten de las normas, deshumanizándolos e impidiéndoles ver el mal que hacen. Este determinismo, sobre lo que se disfraza como un acto de Estado, de obediencia de órdenes superiores, se asegura de que las leyes que lo rigen no estén sujetas a las mismas normas reguladoras de las acciones ciudadanas.



La iglesia puede evadirse de seguir el camino de aceptación del status quo, tiene sus propios cánones y poder; los cubanos, no. La persecución, la represión, la cárcel, que- como ocurre en Cuba- se practican en el marco de un ordenamiento jurídico "legal", resultan elementos destacados de las dictaduras. Un gobierno que se impone a sus ciudadanos está abocado a cometer actos delictivos, que disfrazará con leyes configuradas según sus necesidades, para oprimirlos en virtud de que sobreviva el sistema. Así que lo que en un estado democrático resultaría una excepción dentro del ordenamiento jurídico, pasa a ser lo cotidiano en un sistema totalitario.



Los Derechos Humanos suponen un elemento regulador del conjunto de las relaciones internacionales y su respeto apunta el límite en el ejercicio de los derechos soberanos de un Estado. La comunidad internacional, en esta aldea global en la que compartimos espacio, está ungida del deber, y dentro de ésta la Iglesia Católica, de obligar a los gobiernos a proteger y garantizar la vida, la integridad y las condiciones básicas de los ciudadanos y no limitarse a pasar de puntillas por el problema como si no lo vieran.



Se desprende que estas son condiciones ineludibles, sin carácter selectivo, para que el mundo proyecte su solidaridad y las sociedades sean menos caóticas. Si el Papa se ha dirigido de manera evangelizadora a la sociedad cubana, en particular al hombre inmerso "en el relativismo moral", que debe leer y mirar a la historia con los ojos de la fe y discernir lo que es Dios, el factor de gratuidad impreso en la brutalidad con la que se ha reprimido en Cuba a la oposición en ocasión de su visita, resultaría un elemento más que válido para juzgar con dureza al régimen y expresarlo de manera clara.



Como era el propósito de su viaje, el Papa realizó una fuerte defensa de la libertad religiosa y del derecho de la iglesia católica a participar plenamente en la vida pública cubana, con colegios y universidades. Lo hizo ante unas 300.000 personas en La Habana, para concluir que "Cuba y el mundo necesitan cambios" y que éstos no tendrán lugar "si cada uno está en condiciones de preguntarse por la verdad".



Y la verdad es que hay que aprender la lección terrible que nos da la banalización del mal, la de olvidar que puede existir en estado puro, y ante lo que las palabras y el pensamiento resultan, a veces, impotentes, cuando se observa que la aplicación de la ley, en un sistema totalitario como el de Cuba, va siempre más allá del mero fin de hacer justicia de todo proceso.



Cualquier sentencia del Pontífice al derecho de los cubanos a tener libertad, había encontrado ya su contrapunto en la acción de preservar con la represión el sistema de poder en Cuba por parte de las autoridades políticas, que han vuelto a colocar por esta razón su competencia en tela de juicio ante el mundo. En la isla, hay demasiada gente para que el olvido sea posible, y no quiero ni referirme a los que se han visto compulsados a marcharse.


Siempre habrá alguien que contará la historia, así que nada será inútil y, sobre todo, habrá que hacer un esfuerzo para contar muchas más, en bien de la disidencia interna, que se enfrenta cada día a unas colosales estructuras de control y represión, obligándola a vivir entre el ser y la nada.

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