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viernes, 19 de abril de 2019

Notre Dame o el lenguaje de la tradici{on





Por Mirta Balea

El devastador incendio en la catedral de Notre-Dame, en París, provocó una oleada de twits sobre ayuda para la reconstrucción, que los amantes de lo políticamente correcto han comenzado a criticar porque hay mucha hambruna en el mundo y a nadie parece importarle.

Y tienen razón. En comparación con campañas a favor de las ayudas para niños, refugiados o naciones del Tercer Mundo, que a veces no recaudan todo lo necesario para paliar desgracias, nos enfrentamos con una respuesta global y donaciones multimillonarias para la reconstrucción del emblemático edificio.

Pienso que no será solo por aparecer en las portadas de los periódicos y revistas o para que la hacienda pública se los tenga en cuenta, sino que han pensado en la impresionante obra de arte que la humanidad perdería definitivamente. Hay otras importantes también en territorio francés como la Chartres. Creo que se piensa mas en la simbología dentro de la tradición, presente en la mayoría de tales santuarios edificados durante la Edad Media como si se respondiera a una llamada.

El propio nombre de catedral como iglesia-residencia del obispo se impuso de forma decisiva entre los siglos XII y XIII, período en que se construyeron las mas bellas y majestuosas. El fenómeno -si nos remitimos a la historia- aparece vinculado a grandes cambios en esa época en Europa occidental, entre los más importantes, la explosión demográfica, el desarrollo de los intercambios comerciales y la creciente difusión de la cultura por la dominación cada vez más fuerte de los centros urbanos.

Si la economía feudal se había caracterizado por cerrarse al exterior, las ciudades se abrían al comercio. De manera que a muchos nos parece que la catedral es el símbolo del mundo ciudadano por encima de las grandes abadías, hasta ese momento provistas de enormes terrenos agrícolas, monasterios aislados viviendo en la autarquía a los que las bibliotecas otorgaban la primicia de la vida espiritual, cultural y artística. En ellas se copiaban y conservaban manuscritos antiguos, leídos por solo unos pocos privilegiados.

Hay mucha diferencia entre el uso actual de una catedral y el histórico. En el pasado eran lugares de reunión, tanto para el pueblo como para las corporaciones de artes y oficios, se vendía allí el trigo, el ganado, los tejidos, algo muy similar al Foro de Roma. Era la casa de todos, el centro de la actividad pública. Los proverbios esculpidos en la piedra, la representación del ciclo estacional de los meses, actuaban como enseñanza oral. Hoy siguen reuniendo a las personas, pero solo para la liturgia oficial.

Debo reconocer que no soy una expositora sin más del tema con motivo del incendio. En realidad mi objetivo es hablar de lo que no es visible, pero para mí esencial, que es la tradición como compendio de principios y leyes, una obra de civilización, cuyo lenguaje es el símbolo. Para que nos entendamos. Cualquier fragmento de conocimiento real que tengamos en la civilización occidental deriva de la tradición. Aferrarse a ella es volver a las raíces más profundas de nuestra humanidad. 

L
as catedrales medievales europeas apuntan al asentamiento de la arquitectura gótica y la importancia en esta de los curas trapenses de la Orden del Cister. Ellos decidieron no deshacer lo heredado del románico, primera forma arquitectónica claramente cristiana y europea con la piedra como material principal. A partir del desarrollo urbano antes mencionado, se crea una arquitectura civil, que independiza a las artes plásticas. La continuidad religiosa la vemos en la misma planta de las iglesias de carácter cruciforme con cabecera en el ábside, orientado al este, y el concepto intemporal de la propia obra.

La mayoría de catedrales medievales funden y suceden a los siglos, sabiendo sus constructores y arquitectos que ellos no verían terminada la obra, ni quizás sus propios hijos o nietos. Aquí vemos la audacia de iniciar un desafío técnico -y económico, también- que no se ha planificado cómo finalizar. Uno de los momentos más trágicos para Notre-Dame fueron los deterioros causados a la mole durante la Revolución Francesa.

Las restauraciones radicales comenzaron después del acontecimiento histórico, fundiendo siglos de tradición, que sirvieron para modificar y añadir otras partes como la aguja del cimborrio, devorada por el incendio reciente, junto con la cúpula y que, según testigos, hizo un ruido ensordecedor al caer. Tengamos presente que la catedral no es solo ciencia arquitectónica de los Antiguos y los Modernos, es también un lugar de protección, de reposo, su perfil es el de una montaña, con sus picos representados en los campanarios y las agujas, símbolos escogidos por los albañiles por su relación con lo sagrado.








El pórtico sería la entrada a  esa caverna o gruta natural utilizada por el hombre primitivo como santuario. Los arqueólogos definen a la catedral como lugar prehistórico de culto. Los antiguos las protegían con figuras temibles, monstruos, como aparecen en el arte románico y en el gótico. Entrar a este tipo de santuario es como hacerlo en una zona de peligro si nos guiamos por la percepción de las civilizaciones tribales, aunque es el símbolo de la ciudad celestial tanto como de la cabaña iniciática, arquetipos de gran influencia sobre los hombres. El paso del tiempo los adaptó al nuevo mensaje cristiano, alejado del simbolismo de la montaña y la caverna.

Hay una voluntad en los humanos de reproducir siempre lo que esta presente en la naturaleza y así los lugares sagrados van asociados a los bosques, las rocas, las cavernas y las montañas. Para Mayassis, un arquitecto que dedicó su vida al estudio de los orígenes, el culto al árbol y a la piedra tienen la misma importancia y sincronía en cuanto a la aparición del simbolismo en el Paleolítico. Con el desarrollo de la construcción, la noción de símbolo se perdió y ha prevalecido el estilo sobre el significado de lo que se edifica. 


Los albañiles constructores de las catedrales eran analfabetos, que usaban un modo diferente de comunicación. Dominaban el sistema de formas, proporciones y cifras necesarios a la proyección de sus obras, eran los herederos de un patrimonio de conocimientos exactos y específicos llegados desde una época lejana, toda una fuente de aprendizaje excepcional. Si pensamos en la ruptura que tuvo lugar con lo sagrado a partir del humanismo del siglo XV, podremos entender el valor simbólico de la arquitectura en la Edad Media como la unión de la naturaleza y la intervención humana.

En miniaturas datadas en la Edad Media, se puede ver a Dios como un geómetra aprovisionado de los instrumentos necesarios para diseñar el mundo. De ahí la afirmación de Simons de que el Maestro Albañil o Adam Magister sentía que imitaba al Maestro divino en su trabajo. La conclusión obvia es que la geometría  resultaba en esta época una vía de edificación espiritual.







La palabra gótico es objeto de interpretaciones diversas desde muy antiguo. Yo escogeré la de Fulcanelli, que vio una derivación del argot de los albañiles, cuyo significado en la lengua francesa son la fusión de los términos art y gotique y la sonoridad derivada de argotique. Este lenguaje secreto de los constructores de las catedrales se utilizó para impedir el acceso al conocimiento de los no iniciados. Tras las catedrales, encontraríamos entonces una historia compleja de conocimientos, transmitidos tan solo a aquellos capaces de entender su significado más profundo.

No podríamos aspirar a saber algo del gótico sin conocer que el estilo comenzó a desarrollarse con el empuje que dio a la Orden Cisterciense ( una de las más importantes de la Edad Media) el abad Bernardo de ClairveauxDescendiente de los celtas, prestaba más atención a la naturaleza que al estudio de los libros sagrados. A su título de Doctor Mellifluus o maestro en el arte de la palabra, se añadió el de Doctor de la Iglesia. Fue una figura predominante de la época, con la fuerza y autoridad necesarias para imponerse a los obispos y al Papa, intervino a menudo en concilios y fue testigo de los cismas que desgarraron a la Iglesia en ese tiempo, predicó las cruzadas y luchó contra los herejes. Creó también la Orden del Temple, a la que dotó de su propia Regla.



El espacio que ocupa la catedral, escogido por sus constructores con extremo cuidado, constituye uno de los elementos más importantes en su simbolismo. El ábside representa el cielo u Oriente y no solo la dirección del sol naciente, es el lugar en el que se manifestó el hijo de Dios para los cristianos. Las catedrales, sin embargo, miran al sudeste porque para un europeo el nacimiento de Jesús va en esta dirección. En las catedrales prevalece la dirección, como elemento cualitativo del espacio, porque también tiene una influencia física y de energías intrínsecas.


Con las ondas de forma, que dotan al edificio de vida propia, la geometría actúa sobre la naturaleza y las personas. Este fenómeno tiene que ver con el magnetismo natural, presente en algunos lugares, de ahí la importancia de elegir apropiadamente la zona  para edificar una catedral. Esta onda se proyecta sobre el individuo y le puede afectar de manera positiva o negativa o en absoluto, según el caso. Tales monumentos eran construidos precisamente para influir en nosotros como obra civilizadora de los iniciados, que lograron conservar los conocimientos mediante el uso de señales codificadas.


Los artesanos se encontraban periódicamente en ciudades y monasterios en tiempos de devastación y ruina absoluta y cada maestro, luego maestro masón, establecía su propio recorrido. Debido a la libertad del viajero, se empezó a hablar de libres masones o francmasones. La masonería moderna se atribuye la herencia medieval, pero con una forma menos operativa; no utiliza las fórmulas iniciáticas ni construye edificios. Tampoco es probable que los secretos de los albañiles medievales estén mejor guardados.


El paso del cuadrado al círculo, conocido como cuadratura del círculo, que obsesiona sin resultados a especialistas y matemáticos, figura como tema de la mayor importancia para resolver un enigma tecno-geométrico y alcanzar una iluminacion personal que permita entrar en el conocimiento real de las leyes del cosmos. Se dice que los egipcios conocieron bien la cuadratura del círculo y escondieron el secreto en las pirámides, y Leonardo da Vinci hizo otro tanto en el hombre de Vitrubio.


El secreto sigue estando ahí y es milenario, nadie ha hecho pública la manera de resolverlo porque en la época de las catedrales el arte por el arte era desconocido, solo era el símbolo lo importante y debía ser utilitario y activo. Fue Charpentier quien afirmó que en la catedral de Chartres se resolvió el gran problema matemático, pero hay quien porfía que se utilizó simplemente  un sistema de medidas de la época de Francia como el Pie de Rey y la toesa para elaborar el Laberinto.


El maestro albañil construye con todas las reglas y las medidas secretas, obra sobre la materia con los principios de la geometría, produciendo ondas de formas, y como masón se transforma a sí mismo. Las catedrales se edificaron todas en la misma época y para ello se hubo de disponer de mucho dinero, recogido en donativos de ciudadanos y señores, pero no fue suficiente y aquí entraron los templarios, que si querían catedrales las harían, como ha dicho un historiador. 


El uso de la cruz latina en las catedrales góticas proporciona al fiel un recorrido que une la entrada con el ábside, donde se halla el altar mayor, contrario a la cruz griega usada por los bizantinos en sus construcciones. La fachada es la visión sintetizada del significado del templo con un eje vertical reconocible como si se tratara de una montaña. La cúpula sobre la que se erige una cruz forma un triángulo, como la unión entre el cielo y la tierra.


La cúpula es el centro del mundo en el encuentro de la nave y el crucero. La presencia simultánea de ábside y cúpula en la visión de los constructores permite la comunicación con lo divino en todos los sentidos posibles: Dios descienda al hombre por el altar en el ábside y el hombre sube hasta dios por el oculus de la cúpula o puerta solar. Durante el incendio reciente de Notre-Dame, la caída de la aguja sobre el cimborrio resonó con fuerza ensordecedora, según los testigos, y este es el hueco enorme, que a vista de pájaro, queda expuesto como recordatorio de la desgracia acaecida sobre el edificio. 




 
En las construcciones góticas, el nártex o pórtico se convierte en el eje mismo, en el pilar del cielo, símbolo de la escalera de Jacob, el centro de la nave, guardado por monstruosas criaturas, tesoreros de las cavernas en las leyendas medievales y coronado por la torre en aguja del campanario. Y como en el arte gótico se concede mas atención a la progresión en grados y las naves se cubren con la bóveda, en general ojival, las nervaduras resultan la reminiscencia del final del recorrido



Charpentier escribió: El cristianismo primitivo y luego el bizantino y el románico construyeron en tierra la caja de resonancia, la caverna original, utilizando la cúpula y la bóveda de medio punto...estática, pesada, sin tensión, sin propiedad vibratoria alguna. Esto llevo a los abades benedictinos a dotar de música la acción terrenal, naciendo el canto gregoriano... La diferencia entre el románico y el gótico radica en la forma de los arcos y las bóvedas y en las ventanas altas y su vidriería, que a ojos de aquellos albañiles, herederos de un saber ancestral, resultaban el espacio interior de lo divino.


La luz pasa entre las vidrieras, que representan con vivo color imágenes de santos y profetas, símbolos o ilustraciones de la historia sagrada. El abate Bernardo quería proporcionar a sus visitantes la belleza y el atractivo de que carecían los monasterios benedictinos con el fin de atraer a los fieles a aquella obra divina. La Santa Capilla de Notre-Dame era un joyero de luz y color a los lados del crucero. La catedral representó también en el medioevo, y no lo olvidemos, el recinto en que un hombre sencillo sentía que sus derechos eran respetados, se le brindaba asilo y cuidados médicos, en tanto en el exterior se le pisoteaba. 


Se ha dicho que el gótico es un fenómeno de levitación, un arte que se expone a sí mismo. Las bóvedas no pesan sobre los muros debido a su proyección en vertical, estos tienen menos espesor y son las claves para que la estructura no se hunda, y gracias a los arbotantes el peso se anula. El impulso hacia arriba está en consonancia con el encanto profundo del misticismo de los siglos XII y XIII y todo esto se perderá si Notre-Dame no se reconstruye.



lunes, 25 de mayo de 2015

Elogio de la incertidumbre







ISIS COVER




Por Carlos Alberto Montaner

Es muy doloroso contemplar las imágenes. Como tantas veces se ha dicho, nuestro pasado comenzó en Ur, la ciudad sumeria, cinco mil años antes de Cristo. Hay una línea cultural contínua entre aquel remoto poblado mesopotámico y New York, París o Montevideo.
La guerra santa o yihad desatada por el Estado Islámico nos afecta también. El califato surgido a sangre y fuego entre Irak y Siria, además de decapitar enemigos, destripar a chiítas, yazidíes y cristianos, violar y esclavizar a mujeres y niños, se dedica a destruir los restos del espléndido pasado pagano aún en pie.

Muchos de  los depredadores islamistas son jóvenes criados en Occidente. ¿Por qué lo hacen? ¿Qué sentido tiene pulverizar a martillazos un milenario y hermoso hombre-toro alado, un majestuoso Lamasu asirio, perteneciente a una religión cuyos rastros se pierden en el tiempo y que ya nadie profesa.

La culpa es de la certeza. El fanatismo violento de los yihadistas surge de la convicción absoluta de que ellos saben cuál es el Dios verdadero y no tienen la menor duda de que cumplen al pie de la letra las órdenas trasmitidas por su libro sagrado, el Corán.

Si vamos a creer a la Biblia, cuando Moisés desciende del Sinaí con los diez mandamientos que le ha entregado Yahvé sabe que el quinto de esos preceptos es "NO matarás", pero la cólera que le provoca ver a los israelitas adorar a un becerro de oro, fundido por su hermano Aaron, lo lleva a ordenar la ejecución de tres mil personas.

Moisés tenía la certeza de que esa, aunque contradictoria, era la voluntad de Dios.

El emperador Constantino, que en el 313 impuso en Milán el Edicto de la Tolerancia, en el 354 rectificó cobardemente y ordenó la destrucción de cientos de bibliotecas y templos paganos. Las rocas calcinadas dieron origen a fábricas de cal.

Cinco años más tarde, los cristianos en Siria, entonces en un rincón ilustre del mundillo helénico, se adelantan 1700 años a los nazis y organizan los primeros campos de exterminio para paganos y judíos en la ciudad de Skythopolis.

Desde entonces y por los siglos de los siglos, los judíos fueron el objeto de todas las persecuciones. Papa tras Papa, comarca tras comarca, los persiguieron, machacaron y expulsaron. Lo hicieron los alemanes, ingleses, italianos, polacos, rusos, españoles, portugueses, cristianos y mahometanos. Lo hizo todo el que podía en nombre de algún Dios verdadero.

Sin dudas, matar enemigos del Dios verdadero ha sido un deporte universal muy practicado. El papa Inocente III, en la Edad Media, desató el genocidio de los herejes albigenses y cátaros. Decenas de millares fueron ejecutados. Cuando le advirtieron que estaba asesinando a justos y pecadores, respondió que no importaba: "Dios se ocupará de mandar a unos al cielo y a otros al infierno". Era solo el preámbulo para las terribles guerras de religión que asolaron la Europa del Renacimiento y la Reforma, liquidando literalmente a millones de personas.

Simultáneamente, en América, mientras creaban ciudades y universidades, los frailes y los conquistadores españoles asesinaban indígenas, quemaban códices y destruían templos, para convertir algunos en iglesias, con el afan de destruir para siempre cualquier vestigio de unas creencias paganas que a ellos se le antojaban como propias del demonio porque incluían los sacrificios humanos.

¿Lo menos peligroso, pues, es ser ateo? Tampoco. Ser ateo puede derivar en otras formas de atropello similares a las practicadas por los creyentes. Al fin y al cabo, afirmar que Dios no existe, entraña una certeza tan temeraria como la de quienes opinan lo contrario.

Los marxistas -leninistas, convencidos de que "la religión es el opio del pueblo" -una frase de Karl Marx-, han perseguido a los cristianos en Rusia y Europa, mientras los chinos y camboyanos han agregado a los budistas en sus listas de víctimas.

En los Estados ateos, miles de templos han sido destruídos o confiscados y dedicados a otros menesteres.  Enver Hoxa, en Albania, convirtió la negación de la existencia de Dios en dogma nacional y hasta creó un Museo del Ateísmo por el que desfilaban los estudiantes para aprender a odiar a los creyentes, ya fueran mahometanos  (la mayor parte) o cristianos. Las mezquitas e iglesias se convirtieron en recintos laicos.

En Cuba, más de 200 escuelas católicas y protestantes fueron expropiadas y decenas de sacerdotes tuvieron que exiliarse. Para agregar sal a la herida, el centro de detención más despiadado y siniestro de la policía política comunista llamada "Villa Marista" fue antes una escuela católica de la orden de los HH Maristas. Como me dijo un exprisionero que había perdido en esa cárcel los dientes, el cabello y la fe religiosa: "Ahí antes te salvaban el alma; ahora te la parten".
Admitámoslo, solo la incertidumbre nos hace flexibles y aceptantes. Quien no duda es un ser muy peligroso. Puede matar sin que le tiemble el pulso. Como los yihadistas.

Este artículo fue publicado se ha tomado de Cubanet.

viernes, 1 de noviembre de 2013

A propósito de Halloween




Por Mirta Balea


Que los humanos pueden vagar entre los muertos es la raíz de la celebración de Halloween, surgida de un festival de la cosecha celta conocido como Samhein o fin del verano.


Durante la festividad desaparecía el velo entre este mundo y el otro, en respuesta al impulso ancestral de los humanos de enfrentarse al miedo a morir construyendo un espacio permeable, flexible, que permita traspasar la puerta sin peligro de quedar atrapado.


Los celtas habitaron en la Bretaña francesa, Irlanda, España, Francia y Alemania por lo que sería justo decir que ayudaron con sus leyes, leyendas, cultura y religión a crear Europa, aún cuando su origen es asiático.


Al margen de que en cada lugar se asentaran como grupo tribal o como estado con rangos y clases - lo que tan solo establece diferencias en la composición social-, es su estrecha relación con la Naturaleza la principal seña de identidad de este pueblo perdido en la niebla del tiempo.


Había entre ellos una casta intelectual y religiosa, por supuesto, porque ya desde entonces los hombres buscaban a los dioses; los druidas, que consideraron imprescindible que los humanos se integraran al medio natural para conocerlo y utilizarlo en su beneficio. Hoy, el país celta por excelencia es Irlanda.




Lo que no pudieron conseguir los romanos, lo hicieron las invasiones cristianas de San Patricio, pero esto no supuso acabar del todo con la cultura celta y sus más preciadas tradiciones.


La Iglesia católica no habría podido obtener soberanía religiosa sobre ese territorio, a pesar de todos las intrigas papales, si en 1172 la fuerza militar del rey Enrique II Plantagenet, soberano de Inglaterra y Señor de parte de Francia, no hubiera sometido a los celtas a su mandato.


El origen de los druidas tiene que ver con los primeros cazadores-recolectores, adoradores del árbol del roble como símbolo de plenitud. Los  bosques de lo que conocemos en la actualidad como territorio europeo estaban poblados de robles cuatro mil años antes de nuestra era.


De esta simbiosis del hombre con su medio, surgió el festival de la cosecha o Samheim ( hoy Halloween) , cuando los días invernales serían cortos y las noches largas, la del 31 de octubre la que más, y los espíritus de los muertos venían a los mortales. Ellos entonces hacían grandes hogueras para calentarse y ahuyentar a las ánimas.


Se dejaba también comida y dulces fuera de las casas y se encendían velas para ayudar a las almas a encontrar el camino de vuelta. Hoy esta tradición ha sido sustituida por niños disfrazados, que piden golosinas casa por casa del vecindario. Los celtas también lo hacían para ofrecer alimento a sus dioses en la larga noche invernal.


Para iluminar el camino, se encendían carbones dentro los especímenes de mayor tamaño de nabos. La tradición en la era moderna es una vela dentro de una calabaza, cuanto más grande, mejor.



Sobre las cenizas de Samheim, la visión cristiana creó el Día de Todos los Santos o en inglés: All Hallow's Day o Hallow'eve, es decir, Halloween. Se pasó al 2 de noviembre para quitar fuerza a la tradición celta.





Con la llegada a Estados Unidos de inmigrantes irlandeses en el siglo XVIII, la cultura, folclore y tradiciones del pueblo celta llegaron a la luterana Nueva Inglaterra, que se opuso fuertemente a absorber todo esto.


La fiesta quedó consolidada a fines del siglo XIX, a pesar de los esfuerzos en contra, como la gran celebración gótica que es.


En esta etapa de consolidación de la tradición, los organizadores no perdieron de vista la necesidad de mezclar diversas creencias, entre estas, algunas de los indios americanos, y surgió la figura taciturna y flacucha de Jack-o-lantern o Jack O'Lantern, quien -según la leyenda- tuvo la mala suerte de tropezarse la noche del 31 de octubre con el mismísimo Diablo.


El candil tenebroso de Jack, convertido en calabaza con vela incorporada, salió a vagar por el mundo; un mundo envuelto en brujas y demonios. La imaginación infantil y adulta cobra por esta razón mucha fuerza a la hora de decorar las calabazas.


Uno de los escritores norteamericanos que hacen referencia en su obra a este personaje legendario es Nathaniel Hawthorne y sus Cuentos dos veces contados.


Si había brujas y demonios, también había un Coco, un fantasma que asusta porque nunca sabes dónde está; si encerrado en una caja de cereales, debajo de una cama, en los goznes de una puerta, en cualquier puerta, hasta la de un banco le serviría y es una advertencia.







La cuestión es que la gran fiesta gótica que se celebra con algunas importantes semejanzas con el Samheim en Estados Unidos, Canadá e Irlanda, varía en algunos países y en otros ni siquiera se celebra.

Los romanos, para remontarnos algo en la historia, rendían culto a sus muertos con ofrendas, flores y oraciones entre febrero y mayo en sucesivas celebraciones conocidas como Parentalia, Lupercalia, Lemuria y Agonurm Veloris, esta última con carácter infernal.


La lemuria hacía alusión a los lémures, que es como se conocen las almas de los muertos.


En México, el Día de los Muertos se conmemora durante tres días, empezando por el 31 de octubre, pero los ingleses, por ejemplo, dejaron de celebrar el Samheim y lo sustituyeron por el Dia de Guy Fawkes.


Fawkes - notorio traidor al rey inglés que intentó volar el parlamento- fue ejecutado el 5 de noviembre, cuando se hacen las fiestas por este muerto en especial. Se queman efigies, después de llevarlas por las calles pidiendo un penique por el "tío" (guy) y esto nos recuerda lo del "truco o trato" tan conocido del Halloween.


Esta fiesta tan norteamericana en la actualidad, en la que se venden disfraces, golosinas, máscaras, adornos y todo tipo de productos, viene de tan antiguo que resulta a veces difícil creer, con todas las transformaciones aportadas por el tiempo, que siga viva su identidad de celebrar la muerte.



Hoy, hay que decirlo también, responde al consumismo de la sociedad moderna. Me pregunto qué dirían los druidas y celtas del primer milenio antes de nuestra era si pudieran-como afirma la tradición- cruzar la puerta y ver los cambios introducidos en una fiesta que no pasaba de ser el deseo de pasar el invierno sin hambre.