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jueves, 29 de mayo de 2014

Las elecciones al Parlamento Europeo han transcurrido en clave nacional y el voto ha sido visceral

Pablo Iglesias, líder de Podemos






Por Mirta Balea


La conclusión a sacar del resultado de las elecciones al Parlamento europeo este año es que ha habido poco espacio para las opciones de centro y uno peligrosamente abierto al extremismo tanto de izquierda como de derecha. 

Ha sido un castigo en toda regla, un voto visceral contra los políticos que han llevado a los ciudadanos de la Unión Europea (UE) a un callejón sin salida, sin esperanzas inmediatas de crecimiento, con un continuado aumento del paro, la pérdida del estado de Bienestar Social en materia de educación y salud pública, en el que sobran impuestos y se protege poco o nada a la gente de menos recursos.

Algo bueno ha salido al menos de lo que venía siendo una creciente abstención en las urnas para el Europarlamento: este año se ha detenido. La participación ha subido unas décimas, lo que se traduce en cientos de miles de papeletas mas en comparación con 2009.

Los ciudadanos, ateniéndose a lo que han declarado los políticos en Bruselas, al parecer han creído que los jefes de Estado y de Gobierno, presentes en el Consejo y que tomaban en su nombre todas las decisiones, podrían dar más poderes a la Eurocámara.

No hay que comparar, sin embargo, las elecciones del 2009 con las realizadas el pasado domingo. La UE no es la misma, como tampoco de forma singular las naciones que la integran. Se ha pasado desde entonces por la traumática situación de una profunda crisis económica y social, que todavía da coletazos.

Porque si bien es cierto que se ha empezado a salir de la crisis, no se ha logrado un cabal crecimiento en la mayoría de los países y el desempleo resulta un elemento demoledor para las ambiciones de las nuevas generaciones. Nadie invertiría en territorios con políticas tan rígidas y donde los impuestos se comen cualquier posibilidad de avance.

De un lado tenemos a los austeros a ultranza, encabezados por la canciller alemana Angela Merkel, el coco del cuento, y los ultraderechistas dispuestos a romper el proyecto comunitario y a no ceder un ápice en la soberanía territorial, como son los casos de los demoledores resultados del Frente Nacional en Francia y de UKIP en Reino Unido; de otro, los defensores de la Unión Europea, entre los que figuran la izquierda moderada y la ultra, pidiendo el cese de los recortes, la causa de las oleadas de protesta de los últimos dos años y cuyas bondades se empeñan en no asomar.

Esta es la razón de que en Europa coincidan en este momento lo importante y lo urgente; no resulta tan evidente una mayoría como una minoría, bien organizada, movilizada y  muy motivada, lo que ha traído como consecuencia el auge del populismo.

El bipartidismo tradicional en España, constituído por las mayores organizaciones políticas del país, Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y  Partido Popular (PP), ha comenzado a temblar. Antes, entre los dos, cogían el 80% de los votos, en la liza del pasado domingo, no llegaron al 50%.

Tal ha sido el batacazo de ambas formaciones, que han visto como un grupo menor, Podemos, con una vida de apenas tres meses, se ha hecho con cinco escaños en el Parlamento europeo.

A su líder Pablo Iglesias,  a pesar de que se le ha querido hacer pasar por un hombre hecho a si mismo, que ha triunfado únicamente por sus ideales, le ha sido muy útil que los medios de la corporación ATRESMEDIA le hicieran hueco en todos y cada uno de los debates, tertulias y encuentros de todo tipo, incluida entrevistas breves a pie de calle, en los programas de la cuatro y la sexta, durante la precampaña.



El lider del PSOE y la estrella naciente Susana Diaz
El llamado también "coleta" no resolvería con sus recetas ni una crisis doméstica, pero ha hecho que se vea con mayor claridad la caída libre del PP y la debacle absoluta del PSOE. Para el expresidente socialista Felipe González el ascenso de Podemos es una catástrofe y lo ha calificado como una opción bolivariana, que no es válida para el contexto europeo.

La UPyD, un partido escindido de las filas socialistas, ha subido de un escaño a 5; Ciudadanos, surgido también del entorno de las quejas sociales, entra por primera vez en el hemiciclo con dos representantes; los comunistas de Izquierda Unida, haciendo piña con otros partidos afines, ha seguido su marcha ascendente hasta seis puestos; VOX, integrado por un grupo de desencantados del PP, ha quedado a las puertas y puede que en las legislativas españolas del próximo año logre colarse en la Cámara; Bildu, una formación vasca con simpatías por los radicales, ha colocado uno, haciéndole la competencia al más moderado PNV; en cuanto a los catalanes, CIU ha perdido fuelle frente a ERC, colocada a la izquierda y profundamente soberanista.


En el conjunto de la UE, seguirán llevando la batuta los conservadores y las pugnas por el puesto a presidente prometen ser reñidas, aunque la facción más votada, el Partido Popular Europeo, daba por sentado que obtendría el puesto para su candidato Jean-Claude Juncker.

Merkel había estado apoyando a Juncker con la boca pequeña, aunque al margen mirara a la actual presidenta del FMI, Christine Lagarde. Pero de pronto, durante una minicumbre en Bruselas este martes, el primer ministro británico David Cameron, dio la batalla contra el candidato estrella por que ser demasiado "europeísta" y le brindó a la canciller el pretexto para empezar a decir que pueden haber otras opciones y que de lo que se trata es de escoger "programas", no personas.


Esto como deja a los votantes del pasado domingo. Pues los sitúa de nuevo en la casilla de salida porque las cosas no marcharan por los raíles que esperaban. El presidente de la Comisión seguirá siendo elegido de dedo por los jefes de Estado y de Gobierno sin tener en cuenta el resultado de las elecciones al Europarlamento, como todos esperaban. De cualquier manera, la decisión final no se conocerá hasta una próxima cumbre en la última semana de junio.

Los partidos tradicionales en liza, los liberales y los conservadores en Reino Unido, han quedado marginados por el auge de UKI, una formación de última hora, que propugna tolerancia cero para la inmigración y que el país regrese a sus dueños, es decir, en su discurso, hablando de los británicos. Y otro tanto ha ocurrido en Francia, donde el Frente Nacional, casi con el mismo discurso, ha quitado cuotas de poder a los socialistas del presidente Francois Hollande. 

Esto muestra cómo las elecciones al Parlamento europeo se han jugado en clave nacional. Por otro lado, la libertad con la que 200 millones de europeos han ido a votar a sus representantes en la Cámara legislativa comunitaria debería ser igualmente digna de mención. Un 43% de abstención -que es lo común a estas elecciones- muestra que muchos ven de poca utilidad participar porque el ámbito en el que se toman las decisiones que afectan a sus vidas "no parte de acuerdos de gobiernos legítimamente elegidos con este fin ni de un parlamento representativo", como ya se ha visto con la pataleta de Cameron.

Así está ahora la correlación de fuerzas en la Eurocámara, donde los grupos, tanto si son de ultraizquierda como de ultraderecha, tienden a acabar con todo lo que no les gusta y viajan en el mismo vagón con los moderados, aunque con más equipaje e ignorándolos.

Sin que esto suponga que puedan ser extrapolables los resultados de las elecciones europeas con las legislativas, por ejemplo, en España en 2015, si resultan la prueba más fehaciente de la decepción y la frustración que invaden a los ciudadanos del club de los 28.

En el caso español, esta sería la clave que explica el auge de Podemos  y que todos se hayan tragado las grandes soluciones que ha propuesto, en un país donde no hay dinero para llevarlas adelante.

La ideología nada ha tenido que ver en la mayoría de los votos y otro tanto ha ocurrido en otros países del entorno español. Los ciudadanos dieron al PP la mayoría absoluta con un programa que luego fue lo contrario. Puede decirse que en estos dos años y medio de gobierno, ha puesto en práctica reformas necesarias, otras que podían esperar y algunas que podrían haberse obviado.

Se ha precipitado en cambiar todo el sistema socio económico y político de España como si nada de lo que había antes sirviera y de ahí las polémicas leyes, entre otras, de la judicatura y el aborto, que la mayoría de la población no apoya. 

El presidente Mariano Rajoy ha dejado de piedra a todos cuando "ha comprendido el voto y el malestar implícito en éste", pero entiende que "debe seguir adelante con el mismo programa porque al final entenderán (los ciudadanos) que se ha hecho lo mejor".

No se le ha pasado por la cabeza que las rebajas salariales, que colocan al país por debajo de la media europea, que el paro, con poco más de la cuarta parte de la población económicamente activa sin trabajo, la falta de poder adquisitivo de las pensiones y compensaciones, han hastiado a la gente.

Los españoles ven todo esto como injusto cuando el gobierno carga el pago del rescate a los bancos a sus espaldas, cuando la crisis ha sido a consecuencia de la burbuja inmobiliaria de la que son absolutas culpables esas instituciones. Ahora dos millones de familia viven de modo precario, casi en el umbral de la pobreza, dentro de una crisis que no ha provocado la gente.

Los observadores del FMI han venido una vez más a Madrid con la pluma en ristre para asegurarse de que se siga cumpliendo con la austeridad y los recortes y han expresado la necesidad de apretar aún más el dogal, bajar mas los salarios, subir más los impuestos directos, que afectan a la mayoría, y bajar el de sociedades, para salvar a algunas empresas de la bancarrota.

Uno no puede dejar de preguntarse si el FMI con tantos problemas como presenta en su propia gobernanza se sometería a las mismas reglas que pretende imponer a los demás. Si la solvencia de sus informes se pusiera en tela de juicio por los gobiernos a los que vigila, terminarían en dos días.

Tanto la UE, como el Banco Central Europeo y el FMI, han reservado para sí un ámbito de actuación que lícitamente puede excluir el escrutinio de los demás.

La gente teme que con todos estos acontecimientos posteriores a la elecciones europeas, cuando creyeron que el resultado serviría de llamado de atención no solo a Bruselas, sino a los gobiernos en cada país, el varapalo no haya servido de nada.

La pérdida de tres millones de votos debería indicar al PP que algo no marcha en su hoja de ruta porque simplemente ha dado la espalda a la calle, que en más de una ocasión ha temblado en estos dos años para que las autoridades dejen de mirarse el ombligo.

Los partidos españoles que han gobernado alternativamente a España son culpables de su propia caída al mantener como líderes a personajes que no gozan de la aprobación ciudadana, sobre algunos de los cuales caen incluso sospechas de corrupción y otros han sido ya procesados.

El PSOE ha seguido una campaña de desprestigio contra el gobierno uniéndose a los ultras, en la esperanza de recuperar el voto perdido de sus seguidores, pero el efecto ha sido el contrario porque, como uno de los dos grandes partidos con posibilidades de gobernar, debió ejercer la moderación. El voto, que podía haberles correspondido, se lo han llevado otros grupos de la izquierda.

La amenaza de una guerra en las mismas fronteras de la UE teniendo como eje a Ucrania, el desafío de terminar de fraguar una verdadera unión y el ascenso de fuerzas contrarias a esta meta, han sido los principales elementos que han sobrevolado las elecciones del pasado día 25.

Nadie ha pasado por alto la última perla del ex presidente francés Nicolás Sarkozy, reclamando una Europa a dos velocidades, como si Francia y su economía marcharan bien, y la suspensión de los acuerdos de Schengen sobre libre circulación ciudadana por las fronteras, que colocó a la UE de forma explícita en los contenidos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

 Sarkozy ha vuelto a decir con la boca llena que "el generoso sistema de prestaciones sociales de Francia", atrae a los "indeseables de otros países", pero las cifras que maneja la Comisión en Bruselas echan por tierra tales aseveraciones.

Los quejicas de siempre, París, Berlín y Londres, carecen de razones para protestar por la inmigración, porque quienes de verdad están afectados son Italia, Grecia y España. Desde el inicio del 2014 hasta la fecha se "han colado" por la frontera con Marruecos del territorio autónomo español de Melilla unos 1,700 sudsaharianos en busca de mejores perspectivas de vida.

En un solo día, el pasado 25 de marzo, lo hicieron 500 personas. Los refugiados sirios han ido a parar a Grecia y Turquía y barcos llenos de inmigrantes arriban casi cada semana a las costas italianas.

Con la entrada al arco parlamentario europeo de nuevas fuerzas sin lastres, los líderes comunitarios deberían hacer una profunda reflexión sobre las perspectivas de la UE y si sus políticas económica y social valdrán el coste que les espera en sus propios países.

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