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jueves, 13 de marzo de 2014

El Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española.





Por Mirta Balea

El Papa Francisco, que cumple un año en el puesto, no parece tener miedo a decir lo que piensa. En este punto no se asemeja a sus predecesores, piadosos guardianes de la doctrina; sobre todo no tiene miedo a la verdad porque es probable que piense que, en un mundo de conocimiento, la verdad no tiene por qué afectar a nuestras creencias.

Tiene por costumbre conducir al rebaño cuando vacila y obligar a la curia a actuar cuando los fieles la necesitan; lo que dice se aparta de lo que han aprendido la mayoría de los fieles católicos: un saber de siglos de ignorancia, errores y contrasentidos; le gusta profundizar en lo que parecen contradicciones y poner de relieve las dificultades con las que se enfrenta la Iglesia.

Quizá por todo esto, resultaba difícil predecir hace un año, al sentarse en el sillón de Pedro, que llegaría a provocar un impacto espiritual y emocional y no solo en los católicos.

Este Pontífice, que se presenta simpático, tiene carisma y practica el acercamiento personal con talante paternal, está llamado a renovar a la Iglesia. Otra cosa es que lo dejen hacer. A otros, antes que él, no se les permitió. Desparecieron de escena, prematuramente.

El año del pontificado de Francisco ha coincidido en España con un importante relevo del presidente de la Conferencia Episcopal (CEE). Angel Rouco, un hombre árido, suspicaz, ha sido sustituido no por un cardenal, como había sido costumbre hasta el momento, sino por un obispo, Ricardo Blazquez. De 79 votos emitidos, obtuvo 60.

Resultaba el candidato preferido de la mayoría de los miembros del cuerpo episcopal porque no despierta recelos, no se le conocen enemigos y es moderado, lo que podría verse como un cambio necesario tras años de padecer a Rouco, quien disfrutó de cuatro mandatos des desde 1999, salvo un breve período, de 2005 al 2008, en que lo sustituyó Blazquez, luego nombrado vicepresidente.

Como era de esperar, Rouco se despidió sin abandonar su manera ríspida de ver la vida y lo que ocurre a su alrededor. Habló de la existencia de una cultura mundana, que arrincona a Dios en la vida privada y lo excluía del ámbito público. Hablamos de un jerarca a quien la democracia le es ajena.

El abad de Montserrat, Josep María Soler, ha sabido poner los puntos sobre las íeas sobre el papel de la Iglesia cuando participó en el debate nacional sobre la ley antiaborto del Partido Popular. 

"Los cristianos - ha dicho Soler- no podemos pretender imponer nuestra visión antropológica en la sociedad plural de hoy; no podemos pretender que la moral cristiana se convierta en ley del Estado".

Eso sería parecerse al Islam, que más que una religión, en una forma de vivir y hacer política sin réplicas. 

Blazquez
El presidente de la CEE estudió en una de las instituciones jesuítas de más prestigio, la Universidad Gregoriana, en Roma, así que sabe muy bien cuales son las líneas esenciales de Francisco. 

Blázquez supo arrancarle al presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero, en 2007, durante su mandato en la CEE que se elevara la aportación del Estado a la Iglesia mediante el Impuesto de Renta Personal en un 37%, lo que ha garantizado la sostenibilidad financiera de la institución católica nacional. Nada menos que 700 millones de euros anuales del erario público.

El Papa, desde su llegada al Vaticano, se ha mostrado displicente con la jerarquía eclesiástica de España, renuente a las reformas, retrasada respecto a sus iguales europeos. La vocación para el sacerdocio y la de los fieles han ido mermando año tras año en la tierra de Santa Teresa de Avila.

Blázquez fue convocado por el papa Benedicto XVI para formar parte del grupo de investigadores sobre la pederastia dentro de los Legionarios de Cristo, una labor peliaguda donde las halla, y parece que, junto a sus colegas, ha logrado limpiar la orden en fecha tan cercana como los primeros meses del 2014.

Desde el principio, el nuevo presidente de la CEE ha dejado claro que sus prioridades serán las de Francisco. Puede permitirse decir esto porque ha confesado que no tiene programa.

El Papa está enfrascado en la misión de reformar la curia, a la que ha exigido mirar más a los feligreses y no tanto a la burocracia. Ha dado pasos para la transparencia en las cuentas vaticanas y ha creado la Secretaría de Economía para gestionar las actividades de la Santa Sede.

Blázquez ha dicho que entiende la Iglesia "como una casa de puertas abiertas cercana a los necesitados de apoyo, comprensión y compasión". 

Cuando Rouco convocó manifestaciones, hace más de dos años, contra la ley para permitir el matrimonio entre homosexuales del Ejecutivo de Zapatero, Blázquez no participó, como sí lo hizo el resto de la cúpula de la CEE.

Su referente, el Sumo Pontífice, muestra una total congruencia entre lo que dice y lo que hace. Sus más cercanos colaboradores apuntan que es raro el día que no llame a Caritas en busca de ayuda para alguna persona o familia.

El Papa Francisco ha dicho que "si una persona es gay y busca al Señor y tiene voluntad ¿quien soy yo para juzgar? El catecismo lo explica muy lindo, dijo tras la concentración de jóvenes católicos en julio del pasado año en Brasil: "no se deben marginar a estas personas por esa razón. Hay que integrarlos en la sociedad".
Benedicto XVI


Y a la revista jesuíta Civittá Cattolica le confesó que los sacerdotes no pueden seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, el matrimonio homosexual y el uso de anti-conceptivos. Tenemos que encontrar- precisó- un nuevo equilibrio porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes.

Este Papa que vino de Argentina ha dejado de lado ese lenguaje rígido y anacrónico de sus predecesores, que pocas veces ha estado a tono con los tiempos, por el contrario, siempre varios pasos por detrás de la realidad cotidiana.

Los fieles españoles esperan que la Iglesia, con Blazquez al frente, lleve adelante cambios estructurales, transformaciones importantes. Con Francisco, el Pontificado se dirige con decisión a la renovación.

Para el Director de L'Osservatore Romano, Giovanni María Vian, "se deberá parecer al iniciado y solicitado por el Concilio Vaticano II, hace ya medio siglo, para involucrar a todos, para que la Iglesia no permanezca cerrada tras sus muros".

Ha sido este Papa quien ha celebrado por primera vez la misa de la última cena en un centro penitenciario en vez de en la Basílica de San Juan de Letrán como ha sido siempre la costumbre.

Hay una instantánea en la que abraza a un enfermo de neurofibromatosis y lo hace con naturalidad, para lanzar un mensaje de solidaridad a quienes se sienten excluidos socialmente y para mostrar que la Iglesia no hace diferencias. 

Ha hecho declaraciones "revolucionarias" como que estar casados solo por lo civil no es óbice para no bautizar al fruto de esa relación si los padres buscan borrar así "el pecado original"; cada miércoles, tras la catequesis semanal, baja las escaleras y se une a los peregrinos (casi 50 mil) entre los que hay enfermos y pobres; ha señalado que el amor fracasa muchas veces y que debemos sentir ese fracaso y acompañar a las personas que lo han sufrido, no condenarlos, sino caminar con ello, al referirse al divorcio, otro de los temas tabús de la Iglesia de Roma.

Siendo un hombre "jesuíticamente" conservador, no tiene intención de cambiar la doctrina eclesiástica secular, pero ha cambiado radicalmente la forma de afrontar los problemas de la gente y sobre todo ha marcado el fin de la Corte Pontificia.

Blázquez deberá estar atento a la reforma de la Curia que tiene entre manos Francisco, encaminada a que el Vaticano ceda poder ante las iglesias locales.

El viaje a Jerusalén, que ha debido suspender, habría resultado sin dudas un puente hacia el resto de las religiones monoteístas, que tienen su asiento en la Ciudad Santa. Pero ya se andará. Puede hasta que más adelante lleve adelante su promesa de hacer una nueva teología de la mujer para darle una mayor presencia en la Iglesia.

Como ha estado haciendo el Papa durante este año, Blázquez deberá poner a la Iglesia española de conformidad con los tiempos, cambiar el tono de los documentos y la forma de actuar ante los desafíos del día a día de sus feligreses si quier recuperar los puntos ideológicos perdidos hasta ahora.

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