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lunes, 24 de octubre de 2011

Libia: muerte de un dictador

 Por Mirta Balea

Con el corazón en un puño, sin poderse creer la suerte que tenían, los revolucionarios libios atravesaron la carretera hasta un terreno yermo y llegaron a un enorme desagüe en el que un hombre con capucha y larga túnica pretendía esconderse: era Muamar el Gadafi.

Tras un encontronazo en plena carretera con los seguidores de Gadafi. los rebeldes dieron con él y lanzaron un grito de victoria. No hubo piedad para quien gobernó con mano de hierro, extravagancias, corruptelas y baladronadas durante 42 años. Lo ahorcaron, le dispararon en el pecho y en la cabeza y al final, el hombre que vivía ajeno al odio que despertaba, sucumbió a su obnubilación.

Un video distribuido en la red da cuenta de sus últimos y desesperados momentos, porque hasta un hombre que roba a sus propios compatriotas y los masacra sin denuedo por aferrarse al poder, puede tener tambien miedo ante una turba enardecida y que lleva un mes buscándolo.

Muchos recordarían la muerte ominosa de Benito Mussolini, el Duce italiano, cuyo cuerpo fue arrastrado por otra turba, que clamaba también justicia al finalizar la II Guerra Mundial, y que luego de matarlo lo colgó por los pies como escarnio público, junto a su amante Clara Petacci.


El curriculo de ambos hombres resulta muy similar porque durante su tiempo en la tierra habían despertado el deseo de venganza de sus compatriotas, que reposa en el lado oscuro del ser humano.

El cuerpo de Gadafi no fue arrastrado, pero sí exhibido en Misrata. Podrían haberlo colocado junto a los cadáveres descubiertos hace apenas un mes en una fosa común en Tripoli de presos asesinados durante su régimem en la cárcel de Abu Salim.

No se les habría podido encontrar, como a otros de los que no se tienen noticias, sin las informaciones brindadas al Consejo Militar de Tripoli por personas próximas al dictador y que incluso habrían participado en la matanza.

El numero de cadáveres hallados es de 1.270 y aunque el nuevo gobierno no dispone de medios para poder identificarlos al haber sido rociados con productos químicos, al menos no han pasado inadvertidos en medio de un conflicto, que hace palidecer tales descubrimientos.

Han muerto 25.000 libios y unos 60.000 han resultado heridos durante los ocho meses de guerra civil, que han llevado al colapso económico y han arruinado las infraestructuras para el comercio, haciendo peligrar la riqueza petrolera de la nación.

Libia es el cuarto mayor productor de petróleo en África, con las mayores reservas del continente, tras Nigeria, Argelia y Angola y tiene en sus manos un 2% de la oferta mundial, por lo que ocupa el noveno lugar a escala internacional.

Con razón la evolución del conflicto está siendo monitoreada por la Unión Europea y Estados Unidos, altos consumidores de petróleo. El continente europeo tiene a Libia como su principal proveedor por su cercanía geográfica.

Quienes tenían la encomienda de proteger al ex-líder libio rindieron armas ante los revolucionarios, aún cuando Sirte se planteaba como un inexpugnable bastión gadafista, pero incluso allí pudieron dar con él.

Sirte, en la costa sur del Golfo de igual nombre, creció como ciudad al calor de la II Guerra Mundial del siglo XX, tras haber sido construida por los italianos colonizadores de Libia sobre una fortaleza de los no menos usurpadores otomanos.

Pero la autenticidad de todo el conflicto y sus posibilidades de insertarse en un mundo moderno y civilizado, con una sociedad civil dinámica, está aún por verse.

Gadafi y su sola causa de mantenerse en el poder a como diera lugar ( tal y como ocurre en estos momentos con Bachar al Assad en Siria), al extremo de proclamar que moríría luchando y lograrlo al final, buscó en su ciudad natal el lugar donde acantonarse con sus huestes, esperando con ilusión que “su pueblo entrara en razón”, porque quienes le hacían la guerra no eran más que “un puñado de terroristas”.

Cuando hace un mes, la rebelión, iniciada en febrero de este año, logró entrar en el “bastión” de los gadafa las cosas empezaron a torcerse para el dictador y aún así insistió en quedarse, aunque una buena parte de su familia y acólitos se marchara. Loable cometido de principios, si no se le hubiera escuchado pedir que no lo mataran, algo que, sin embargo, no hizo Mussolini en el momento más terrible de su vida.

Rebeldes en Sirte
Los rebeldes porfiaban que no habría “una nueva Libia” hasta que el ex-dictador de las lujosas carpas fuera capturado y muerto.

El viento ha ido alimentando todo este tiempo el rugido del fuego destructor de hombres dispuestos a dar la batalla hasta el final como termitas salidas del fondo del abismo. Después de dar muerte al dictador, el humo y las llamas parecen haberse disipado, en cambio puede verse con más claridad el suelo manchado de sangre.

El Consejo Nacional de Transición (CNT), en una ceremonia en Bengasi, la ciudad desde la que partió todo, ha proclamado al mundo entero que “hemos liberado nuestro amado país, con sus ciudades, pueblos, colinas, montañas, desiertos y cielos” ( con ayuda de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) habría que agregar).


La hoja de ruta para un gobierno de transición del CNT se dio a conocer en agosto pasado. El documento prevé que en 8 meses, tras la liberación, será elegida una Conferencia Nacional para elaborar una Constitución y convocar elecciones en un plazo de 24 meses.

Los buenos propósitos no son suficientes para encarar una Libia pos-Gadafi. El último informe de Amnistía Internacional muestra que los rebeldes han secuestrado, arrestado, torturado y matado a seguidores del régimen derrocado y, sobre todo, a los mercenarios sud-saharianos contratados por el dictador para ayudar a masacrar a la población .

Muchas de estas acciones entran en la calificación de crímenes de guerra, de acuerdo a las declaraciones internacionales reconocidas por la Organización de Naciones Unidas (ONU) , incluida la propia muerte de Gadafi. 

No puede decirse que el CNT no haya condenado abiertamente los asesinatos, pero un cierto grado de control por parte de las autoridades no vendría del todo mal, sobre todo porque hay muchos “gadafistas” presos, cuya suerte peligra, a no ser que se imponga un estado de derecho.

En una guerra se hacen atrocidades con las que tienes que vivir después. Pero hay elección, porque la gente quiere sentir que tiene control sobre su vida y necesita una inyección de esperanza y optimismo sobre el futuro.

Hay una gran cantidad de armas en circulación en el país y el número de proyectiles y explosivos excede con mucho lo necesario. El secretario general de OTAN, Anders Fogh Rasmusen, ha señalado que Libia debe pasar página y sus ciudadanos prepararse para decidir su futuro.

Libro verde en ingles y ruso
Rasmussen ha dicho también que la Alianza ha cumplido el objetivo de “escudo protector” contenido en la resolución 1973 de la ONU, cuando se dió el pistoletazo de salida a la decisión de las grandes potencias de proteger a los civiles de las armas de Gadafi a partir del 17 de marzo último. En la primera ofensiva, en Ajdabiya, murieron decenas de simpatizantes del régimen.

Los jóvenes que se alzaron en armas contra el régimen, sin experiencia ni entrenamiento, sorprendieron al mundo cuando conquistaron el este libio y pusieron en Bengazi a su representación, el CNT. Un golpe de efecto que dió sus frutos, pues fueron muchos los miembros y fuerzas armadas del régimen que quisieron pasar a las filas rebeldes. Los más notorios, los ministro de Justicia y de Interior, Mustafá Abdeljalily y Abdel Fatah Yunes.

Francia fue el primer país en reconocer oficialmente al CNT como “único representante del pueblo libio" y tras este paso vinieron otros 25 países.

La Asamblea General de la ONU aprobó el mes pasado una petición del CNT para que se acreditara a sus enviados como únicos representantes de Libia en el organismo mundial.

La guerra conoció de un bucle sin salida de conquistas y reconquistas de ciudades, de altos al fuego por parte de Gadafi, que luego eran violados, hasta que el 20 de agosto los rebeldes entraron en Trípoli y se hicieron con el control de la capital en menos de tres días. Sirte ha sido solo el escenario final de la contienda.

Las bibliotecas memorizan no para alguien sino de alguien. Así que en adelante, cuando se consulten libros sobre quien fue Gadafi y por qué murió de la manera que lo hizo, se valoraran, con la perspectiva que da el tiempo, varios elementos a cual más importante.

Cuando alcanzó el poder, quería comerse el mundo y era respetado por los libios por sus enfrentamientos con las potencias occidentales e Israel. Con el lanzamiento de su libro verde, para la creación de la República Yamahiriya, pareció abandonar toda función oficial, aunque todos sabían, dentro y fuera, que era quien mandaba en el país.

Se revistió de una aureola de “líder fraternal y guía de la revolución” y destruyó sistemáticamente todas las instituciones políticas existentes hasta ese momento en el país.

Invirtió millones de dólares en la Unión Africana y frenó su intervencionismo en el continente mientras fue presidente de la Organización. Este organismo resultó en los últimos días de su vida el único que le tendió la manó, lo apoyó e incluso pretendió que los rebeldes se tragaran que podria ser un interlocutor válido en la solución del conflicto.

La teatralidad de Gadafi llegó a rozar el ridículo cuando en 1988 llevó un guante blanco en la mano derecha para de ese modo evitar estrechar “manos manchadas de sangre”, justo en el momento en que vestía el traje de paria internacional por su vinculación con los atentados contra sendos aviones, uno norteamericano en Lockerbie, Escocia, con resultado de 270 muertos, y otro francés en Niger con 170 muertos.

Para sorpresa del mundo en 2003, pagó multimillonarias indemnizaciones a los familiares de la víctimas y anunció a bombo y platillo que renunciaba a cualquier vínculo con actividades terroristas y a sus programas secretos de armas de destrucción. Occidente pareció perdonarle sus pecados cuando sacó la lista de buenas intenciones de su chistera. Paris en 2007 y Roma en 2010 lo recibieron con todos los honores.

Continuó ignorando lo que ocurría en casa, mientras se paseaba por el mundo buscando el perdón universal, siempre que no se le exigiera la renuncia a su poder omnímodo, algo que no hicieron entonces los líderes mundiales.

 
Desde que proclamara en 1977 la República de Masas o Popular, gobernada por comités locales elegidos, Gadafi parecía armado únicamente de su escudo de Guía, pero muchos analistas insisten en que desde entonces ni siquiera puede considerarse a Libia un estado, sino un conglomerado de tribus unidas por el dinero del petróleo, las influencias y las prebendas.

El nuevo estilo de gobierno descuidó deliberadamente la formación de un ejército y en su lugar se constituyeron fuerzas, que solo respondían y defendían a Gadafi, dirigidas por miembros de su clan, los gadafa, u otros como los magharabia o warfalia o por personas dentro de su estrecho círculo de fieles.
Mustafa Abdel Jalil
Los 6 millones de libios han perdido con Gadafi un elemento aglutinador para hacer frente a las graves divisiones regionales, étnicas y tribales en el país y a las diferencias entre islámicos y laicos. El CNT lanza mensajes de unión y reconciliación en la nueva etapa, pero resultan insuficientes y muestran el camino de la ingente tarea que se avecina.

La ceremonia en Bengazi empezó con una lectura del Corán y luego el presidente del CNT, Mustafá Abdel Jalil, anunció que “como nación musulmana, hemos tomado la sharía (ley islámica) como fuente del derecho y cualquier norma que contradiga los principios del Islam es nula a todos los efectos”.

El primer ministro Mahmud Yibril ha dicho que no seguirá en el gobierno y el motivo no es otro que la presión de la que ha venido siendo objeto, como musulmán moderado, dentro del CNT por parte de los salafistas, la rama más radical del Islam, que tiene intenciones de  aprovechar la coyuntura para hacerse con una autoridad retrógrada, al estilo de Irán.

Las revueltas y revoluciones árabes han demostrado este año que quienes sostienen la bandera del Islam desean contraponer la visión religiosa a la liberal. Cada vez parece más cercana esta posibilidad en los epicentros de la convulsión: Tunez, Egipto y, ahora, Libia.

Eso que han dado en llamar “la primavera árabe”, parece haber generado un político de nuevo cuño entre los islámicos, capaces de aceptar un estado en el que se hable una lengua similar a la del Partido Justicia y Desarrollo, del primer ministro turco Recep Tayip Erdogan.

Hay también esperanzas en que las recientes visitas del propio Erdogan, del presidente francés Nicolas Sarkozy, del primer ministro británico David Cameron, de la secretaria norteamericana de Estado, Hillary Clinton, y de otras autoridades occidentales, traigan consigo acciones políticas de cooperación para fortalecer no solo los vínculos económicos, sino para ayudar en la reconstrucción del país y a que no se pierdan los aires liberales y democráticos de muchos de los participantes en esta etapa histórica de los países árabes.

Túnez celebró este último domingo sus primeras elecciones tras el derrocamiento popular el 14 de febrero del presidente presidente Zin El Abidin Ben Alí en las que ha resultado vencedor el partido islámico Ennhada o Renacimiento.

La participación del 90 por ciento de siete millones y medio de tunecinos llamados a las urnas parece ser un reflejo de la toma de conciencia de la población respecto a su destino, pero para Occidente el ascenso islámico es motivo de preocupación. El partido Ennhada, dirigido por Rachid Ganuchi, ha declarado, sin embargo, su intención de establecer un estado democrático.

El arzobispo de Túnez ha puntualizado que los cristianos nunca han tenido problemas y no los tendrán en el futuro y como la mayoría de sus conciudadanos cree que cualquier situación de peligro quedará diluida por el hecho de que los islámicos tendrán que gobernar en coalición con otros partidos en la nueva Asamblea Legislativa.

Como Erdogan en Turquía, Ganuchi quiere crear un Estado musulmán próspero y democrático liderado por un partido religioso, que actúe dentro de un sistema de libertades. Es una corriente de la que participan Abdel Moneim Abu el Fotu, ex-líder de los Hermanos Musulmanes y candidato a la presidencia de Egipto, y Ali Salabi, tal vez el político islámico más importante en Libia, partidario de “evitar la sola aplicación de la ley islámica”.

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