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domingo, 9 de octubre de 2011

Aporte gratuito sobre el Bien y el Mal

Caravaggio- La Anunciación


Por Mirta Balea


La Anunciación resulta ser el instante del Nuevo Testamento en que el arcángel Gabriel  visita a María para informarla que engendrará al hijo de Dios. Ese momento y la Crucifixión son los dos más representados en el arte religioso, con una inconografía repetida, habitual, ciñéndose a las escrituras.


Pionero del estilo barroco, Caravaggio ejecuta su particular visión de  la Anunciación con una desviación de la norma imperante entre los maestros de su época (1571-1610). María da la espalda al observador, la cabeza vuelta mínimamente para ver de reojo a Gabriel en el instante en que extiende la mano con intención de tocarla. La imagen es tan perfecta que hasta puede verse la sorpresa de la Virgen ante el enviado de Dios.


Hay incluso una carga erótica en la escena, que, salvo para un fervoroso creyente, resulta hasta cierto punto racional si tenemos en cuenta que con sus palabras el ángel fecunda a María. La mirada de la mujer refleja un ligero sobresalto, pero no podemos ver la del Enviado, oculto como un amante, que no desea ser identificado, una escena, solo comparable, con la pintada por Correggio, cuando el dios Zeus toma a la princesa Io con la manera de seducción que le era habitual: cambiar de forma, convertirse en otro.


La escena queda plasmada sobre un fondo negro, por lo que no resulta difícil imaginar que la obra en sí no le supuso un exceso de trabajo al pintor, que extrae las figuras a un primer plano desde una luz surgida de aquella oscuridad impenetrable. Está el detalle de haberlas plasmado de la cintura para arriba y no como elementos completos, dedicándole más tiempo a la expresión facial de la mujer arrodillada.


Los cuadros de los grandes maestros como Caravaggio - que en los primeros tiempos no se firmaban- se realizaban para ser interpretados. Una manera correcta de hacerlo es comenzar por la esquina superior izquierda, pasar a la derecha y de ahí hacia abajo, al menos es como lo hacen los expertos.


Caravaggio sirve a los efectos de este trabajo tan solo como ejemplo de que cada observador interpreta a su manera un mensaje, sea una pintura, un libro o un acontecimiento, porque en el punto de vista subyace todo lo que hemos aprendido, es decir, la experiencia práctica y nuestro bagaje cultural, y esto es lo que nos permite hacer comparaciones.


Sabemos, por ejemplo, que la finalidad de los tatuajes nunca ha sido la belleza sino el cambio. Desde los sacrificados sacerdotes nubios del 2.000 antes de nuestra era a los acólitos del culto de Cibeles en la antigua Roma o las mismas cicatrices de los modernos maoríes, los humanos siempre se han tatuado a sí mismos con la intención de ofrecer sus cuerpos como sacrificio, soportando el dolor físico para propiciar su modificación.
Ilustración Codex Gigas

Una leyenda que perdura siglos lo hace siempre por alguna razón. Hay temas que aún bajo todas las premisas que conocemos habrá que manejarlos entre las míticas aguas ancestrales del tiempo. Esos cuentos propios de las religiones, el ocultismo y folclore para dar a conocer, a veces de forma extrema, el Bien y el Mal, como una mentira  rodeada de verdad, de hechos plausibles, para hacer creible la historia y que ésta funcione en la dirección adecuada.


Veamos lo que tiene que decirnos el Codex Gigas o Gran Libro, creado entre 1204-1230, con esa terrorífica ilustración de Satanás en su página central, que ha dado lugar a una leyenda clara: quien lo escribió hizo un pacto con el Diablo.


Se trata de un libro de 624 páginas y 75 kilos de peso que, según teje la leyenda, fue escrito en una sola noche por un monje benedictino llamado Hemann y apodado el recluso porque al momento de hacerlo se hallaba encarcelado por algún crimen en el monasterio de Podlazice, en Bohemia, primer propietario del volumen.


El clérigo buscaba el perdón y prometió hacer un esfuerzo titánico incluyendo en un solo compendio la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento), la primera historia sobre Bohemia, recetas curativas, encantamientos mágicos, dos trabajos del judío Flavio Josefo, las Etimologías del arzobispo de Sevilla, San Isidoro, tratados del médico Constantino el Africano, un calendario y una lista necrológica, entre otros textos.


Para escribir tal cantidad de páginas en una noche, la leyenda dice que el monje invocó al Diablo y de ahí que exista una ilustración de esa figura apocalíptica. El destino del Codex Gigas fue largo y accidentado, incluso en algún momento sirvió como botín de guerra, hasta que en 1648 lo adquirieron los suecos, de cuyas manos las rescato en 2008 el gobierno de Chequia por 10 millones de dólares.


Bañado por la luz cerúlea de los tiempos, Satanás o el Demonio, Belcebú, Lucifer, el Diablo,  según creamos que debe llamarse, ha sido siempre una figura controvertida, tanto por su génesis como por la utilización que hacen de este concepto las diferentes religiones. Nuestros ancestros creían que, para que la balanza quedara equilibrada, tenía que vivir tanto el Bien como el Mal, lo que no deja de ser una razón sabía porque la bondad que se mira a sí misma en un espejo se convierte en piedra, como si observara directamente a Medusa.


Cuando se quiere hablar de la maldad de alguien se lo sataniza o demoniza y esto me recuerda que en la teoría sufí de esa rama del Islam, el ser humano no tiene naturaleza fija ni unidad, solo máscaras; tiene valores condicionados, que le impiden identificarse con su Yo superior. El shawq es el concepto sufista para el ansia ontológica del ser humano por la divinidad y su aproximación a la misma.


En el verano de 1971,  Philip Zimbardo, profesor de psicología en la Universidad de Stanford, llevó a cabo un experimento sencillo para demostrar cuán frágil y delgada es la línea que separa el Bien del Mal y lo bautizó nada menos que con el nombre de Lucifer.


Los resultados le sirvieron para escribir El efecto Lucifer. Comprensión sobre como la buena gente puede convertirse en diabólica. Se proponía como una exploración en torno a lo ciego que nos volvemos en la obediencia a la autoridad y cómo el entorno social puede tener a veces un impacto negativo en nuestras vidas y nuestras conductas.


El escritor estadounidense Howard Philliph Lovecraft, que se inventó un libro al que llamó Necronomicón, escribió que "los libros terribles y prohibidos, me fuerzan a decir que la mayoría de ellos son puramente imaginarios" para justificar por qué intentó con tal triquiñuela vitaminar el interés de sus lectores en varios de sus cuentos en que lo menciona. Pero mucha gente hoy está convencida de que existe y hasta se han hecho facsímiles.


Escultura del Angel Caido-
Parque del Retiro en Madrid.
Al utilizar el nombre de Lucifer para bautizar su experimento, el profesor de Stanford pretendió arrojar luz sobre la interminable lucha entre el Bien y el Mal. Este nombre proviene del latín y significa portador de la luz. Otra cosa son las interpretaciones dadas por los textos cristianos colocando un signo de igualdad respecto a Satanás.


El judaísmo ve a Lucifer  y a Satanás como entidades diferentes, al igual que lo hacían los gnósticos, en los primeros tres siglos de nuestra era, cuando formaban una intelectualidad sincrética dentro del cristianismo primitivo. Luego la corriente prevaleciente los anatemizó como herejes.


Para la ortodoxia cristiana, Lucifer y Satanás son una sola entidad, el primero es el Angel Caido,  el ángel favorito de Dios antes de que lo traicionara y El  decidiera enviarlo al inframundo. Satanas es el nombre con el que se le menciona tras tener este percance y convertirse en el dueño absoluto del Infierno.


Pero incluso en este aspecto de la historia, el culto sigue siendo sincrético en cuanto al concepto de Lucifer. En algunas religiones se considera que Dios lo perdonó y lo recuperó como su ángel predilecto.


El Códex Gigas no es una ficción, aunque la génesis sobre por qué figura una ilustración del Diablo en su interior. sí lo es. Wolfgang Goethe, mucho despues, expuso en su libro Fausto la manera en que se pacta con el dueño del Infierno para que nos impermeabilice de cualquier daño en tanto hacemos el Mal.


En cuanto al experimento del doctor Zimbardo, debemos aclarar que resultó suspendido cuando se le fue de las manos debido a la naturaleza del mismo, que consistía en reclutar voluntarios que hicieran de policias y delincuentes en una cárcel imaginaria, construida en el sótano de Stanford.


Quienes interpretaron el papel de policias penitenciarios -muchos de ellos militantes del movimiento pacifista y hippie de los 70, portadores de consignas como haz el amor y no la guerra- se tomaron al pie de  la letra que debían desnudar a los reclusos, raparlos, vestirlos con sacos, burlarse de ellos y luego, tal comportamiento, derivó en el ejercicio de una desproporcionada violencia contra éstos. Un antecedente claro de lo que ocurriera en la cárcel iraquí de Abu Ghraib en este siglo.


La cárcel  de Abu Ghraib se construyó en los 80 por Saddam Hussein para torturar prisioneros políticos. Los invasores norteamericanos en 2003, en lugar de demolerla, la utilizaron para lo mismo hasta que un año después estalló el escándalo de los abusos, torturas y humillaciones a que sometían a sus reclusos iraquíes. Muchos de los que nos gobiernan hoy creen que el bienestar público justifica la caída de gente inocente.


Los presos organizaron motínes de protestas durante el experimento Lucifer, pero muchos cedieron ante la posibilidad de una "recompensa" por parte de las autoridades del "penal". En tanto, los observadores, unas 50 personas, que seguían el experimento por cámaras y micrófonos, desarrollaron una total insensibilidad ante lo que veían y Zimbardo optó por suspenderlo.


La distancia entre realidad y ficción a veces se acorta y aunque cosas como lo de Abu Ghraib o el experimento Lucifer nos arranquen expresiones de horror haremos bien en pararnos a meditar un poco antes de decir que algo es imposible. De estos hechos nos separan solo un par de generaciones, porque la verdad es aquello que nos mantiene unidos y, también, dolorosamente distanciados.


Desde que Dios pidió a Adan y Eva en el Paraiso que no comieran las manzanas del árbol sagrado y la serpiente les tentara, atrapándolos para la Eternidad, abriendo la ubicuidad del Bien y el Mal, hay dos reflexiones importantes sobre nosotros mismos. O Dios ha hecho política partidista con los hombres o éstos utilizan su nombre y no en vano para hacer todo tipo de perrerías.


La verdad ha sido siempre el más potente de los catalizadores y, sin embargo, la objetividad no existe. Lo que hacemos constantemente es recibir señales , que interpretamos según nuestra experiencia y conocimientos o la carencia de éstos. El oro, por ejemplo, es un metal que resiste las leyes entrópicas de la descomposición y esta es la razón de que en la Antigüedad lo consideraran mágico.


Los humanos siempre pretenden escamotear la verdad  y ocultar lo malo que hacen. Si no por qué los criptólogos usan cifrados segmentados, como antes hacían los griegos cuando querían almacenar información secreta, escribiéndola en una tablilla de barro, que rompían en varias partes, que ocultaban por separado. Como un abracadabra, que por ciento viene del arameo y no lo inventó Aladino y significa crearé lo que nombre.

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