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jueves, 8 de agosto de 2013

España: puede que haya habido algunos pecadillos, pero ¿qué mas da?






Por Mirta Balea



En tiempos de los faraones egipcios, si un escriba pensaba (o el propio soberano) que el texto al que daba forma podía mejorarse o embellecerse añadiendo, omitiendo o modificando algo, lo hacía a su guisa. No hace mucho, los copistas demostraban su talento transformando también el texto en el que trabajaban. Y no digo que con esto nació el secreto, pero creo que se institucionalizó.


El secreto tiene vida propia y siempre quiere escaparse. Cuanto más grave, más cuesta guardarlo, y así nace el deseo de compartirlo con alguien y luego uno se lamenta de haber hablado, pero es tarde y hay que pagar.


Hay en España turbadoras semejanzas entre todos los casos de corrupción que pasan por los tribunales en estos días: están involucrados por igual políticos, sindicalistas y hasta la familia Real y todos, sin excepción, han tenido poder en un momento dado para hacer lo que hicieron y ahora no quieren -cuando se les ha descubierto- pagar por esto.


Pienso que la mayoría de sistemas de justicia criminal no pretenden condenar a los políticos, aun cuando sean culpables, sino dar a los jueces artillería para salvar su propia cara en caso de que deban dejarlos salir airosos. Espero que no llegue el día en que donde menos peligro corra nuestra libertad sea en prisión, me dijo hace unos días un amigo.


La comparecencia del presidente Mariano Rajoy ante el Parlamento el pasado primero de agosto me ha permitido observar al hombre y sus gestos: el cuerpo echado hacia delante para mostrar interés en el problema, las manos bajo la mesa o sobre el regazo para ocultar información y, en los momentos cumbres de su intervención, movimientos verticales de la cabeza para dar fuerza y consistencia a lo que decía. El control del tono es lo que a veces hace que falle lo anterior y te delates.


El jefe de gobierno se ha visto obligado por la presión de la calle, de los medios de comunicación y de la oposición a comparecer ante la Cámara para abordar la implicación del Partido Popular (PP) en el caso Luis Bárcenas, un proceso de corrupción en el que se haya involucrado el ex-tesorero de la organización y varios miembros de la cúpula, entre ellos el propio Rajoy.


Este ha dicho que su intención al hablar ante los legisladores era "frenar la erosión", como si resultara suficiente poner la mano ante la montaña y evitar que ésta te caiga encima.


El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) tuvo una oportunidad de oro durante esa comparecencia para hacer realidad su amenaza de que presentaría una moción de censura y la dejó pasar. Habría contado con los votos de la mayoría de la oposición parlamentaria, que pedía la dimisión del Gobierno prácticamente a gritos, a excepción de los catalanes de CIU.



Y la dejó pasar por que el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, según las encuestas, no sería el mejor candidato a la presidencia de convocarse elecciones anticipadas y en el resto de la oposición tampoco se vislumbra una figura que proporcione confianza a los votantes.




Como tantos otros políticos, ha luchado a brazo partido por llegar a la cúpula de su organización y se resiste ceder la poltrona a otro, desea ser presidente de España, como Rajoy, que, cuando perdió las elecciones del 2004 y todos pensaban que renunciaría, no lo hizo. Quería mantenerse en las quinielas. Ambos lo han querido siempre.


Rajoy con la barbilla elevada, que denota altanería y soberbía porque cree estar en posesión de la verdad, le espetó al final de su discurso al Rubalcaba que no lo amenazara (refiriéndose a la moción de censura).


La falta de explicaciones y transparencia en el caso Bárcenas ha causado al menos dos bajas en el PP: Jesús Escudero y Pedro Hernández, concejales, que abandonaron la organización el pasado marzo, no si antes desmarcarse de la política de la alta jerarquía sobre Bárcenas, al que se le mantenía -en componenda con Rajoy- un despacho en la sede del PP en la calle Génova, una secretaria y un chófer, lo que no impidió al ex-tesorero burlar la confianza de hasta entonces su amigo y cargar con dos cajas de documentos.


A Bárcenas se le ocurrió tirar de la manta cuando percibió que el PP dejaba de apoyarlo al pedirle, la número dos de la organización, María Dolores de Cospedal, que también tiene sus pecadillos en este proceso, que abandonara el cargo. La prensa se encargó de azuzarlo y luego el ex-senador se enteró de algunos comentarios del presidente, que intentaba quitarse de encima los mechones muertos del rapado a que se había sometido a su amigo en los últimos meses.


Barcenás pasó de gerente a tesorero del PP por orden de Rajoy, así que no le quedaba otra al presidente que reconocer su error. "Me equivoqué", dijo, para agregar que "carecía de razones para desconfiar de él", lo que se asemeja mucho a un cuento para niños.


El ex-senador del PP estaba siendo acusado desde el año 2009 y se intentaba desnudarlo de su aforamiento como miembro del Congreso para juzgarlo por otro caso de corrupción, el llamado Gurtel, y Rajoy seguía sin creérselo. Ni siquiera tomó la decisión preventiva de apartarlo del cargo de gerente sino que lo nombró tesorero para más inri. Más adelante porque todavía no sabía lo de los 42 millones de euros mal habidos en cuentas suizas.


Rubalcaba le recordó que después de conocerse este hecho, Rajoy mantuvo amistosos correos con el ex-tesorero y reiteró lo que la mayoría de voceros de los partidos dijeron en el hemiciclo, que " no es creíble que el señor Bárcenas falsificara durante 20 años la contabilidad de la organización" y nadie lo supiera.


Con esto último, hacía alusión a que la contabilidad B de Bárcenas, llevada al margen de la oficial y en la que destacan sobresueldos y otras prebendas a personajes del partido y empresarios amigos, resultó conocida a través de los diarios El País, primero en informar de estos hechos, y El Mundo, en el transcurso de este años. Ambos publicaron diversos documentos probatorios de lo denunciado en cada ocasión.


Rajoy tuvo más de una oportunidad para aceptar que el PP habría podido beneficiarse de financiación irregular y de prometer una investigación en toda regla para tomar medidas de prevención de hechos similares en el futuro.


Ante los legisladores no le quedó otra que admitir que el PP  pagaba sueldos y remuneraciones complementarias "como en toda partes", pero para elevar un poco la moral de sus filas agregó que todo eso se hizo en blanco y se declaró a la Hacienda Pública, lo que para nada se ha demostrado hasta el momento.


La Tesorería del Estado anda con la lengua afuera buscando tales declaraciones y no las ha encontrado. El presidente, al afirmarse en lo de que Hacienda somos todos, lo hizo con una rigidez en el rostro, mostrando una total falta de empatía sobre lo que hablaba.



"Si todo lo que aparece en los papeles de Bárcenas es tan cierto como en lo que a mí se refiere, estamos ante una asombrosa colección de falsedades que la Justicia aclarará", un tema que le sirvió para reafirmar que no dimitirá por mucho que los legisladores y la calle se lo pidan y que esperará para dar cualquier paso a que la Justicia se pronuncie.



Esto último, teniendo en cuenta lo "rápido" que transcurren los juicios anticorrupción en España, podría muy bien suceder al final de su actual mandato, es decir, dos años más. Rajoy recordó que muchos políticos, incluido Rubalcaba, se han valido de esta fórmula en otras ocasiones cuando el asunto ha afectado a sus propias filas y en esto tiene razón.


Reiteró, lo que había dicho antes para negarse a comparecer, y es que no estaba obligado a dar explicaciones sobre estos hechos, aunque en eso se equivoca. Un presidente no puede tener sobre sí ni la más mínima sospecha de corrupción y demostrar el desinterés más absoluto, como aquel que dice ¿qué más da?, en explicarse ante los ciudadanos y sus iguales.


Aquí no hablamos de un verso suelto en un poema sino de una rima total en el caso Bárcenas y por simpatía en el caso Gurtel, procesos en los que PP está particularmente muy involucrado, le guste o no al presidente español. Es cierto que un acusado no tiene que demostrar su inocencia, sino los jueces su culpabilidad. En el caso de un mandatario va a ser que no funciona igual.

Ver: http://lasnoticiasdemirta.blogspot.com.es/2013_07_01_archive.html

 

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