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domingo, 11 de septiembre de 2011

Israel: ventajas y peligros de un Estado palestino

Tel Aviv
Por Mirta Balea

Tel Aviv es una ciudad densa, plagada de jóvenes y de espectáculos, que no parece respetar el recogimiento del Sabbath y donde las mujeres visten a la europea. Da la impresión de ser muy desinhibida en comparación con Jerusalén, siempre rezando desde hace 3000 años. Claro que la otra ha cumplido 100  hace apenas dos.

Cuando Israel - tras una de las tantas guerras con los árabes - ocupó partes de sus territorios y cambió el estatuto internacional de Jerusalén en 1967, la mayoría de países trasladaron como protesta sus sedes diplomáticas a Tel Aviv.

Distan una de otra solo 45 minutos y todo el que visita Israel, aunque lo haga para ver los lugares santos de las tres religiones monoteístas del mundo, se baja en el aeropuerto Ben Gurion en Tel Aviv, cargada con el poso de la historia del territorio en el que se enmarca y que hace gala de un riguroso ordenamiento urbano. En las negociaciones con los palestinos, sin embargo, no es el objeto de malos entendidos y disputas porque ese rol lo tiene Jerusalén.

La ciudad que reclaman para sí israelíes y palestinos resulta una de las más viejas del mundo, con un permanente desfile de creyentes, crisol y yuxtaposición de credos, hogar de supersticiones nacidas al calor de los misterios de la fé. Los judíos siguen lamentándose por la pérdida del Templo levantado por Salomón, donde ahora se erige la mezquita construída por Omar, cuarto califa en la línea sucesoria de Mahoma; mantienen también la esperanza de erigir sobre las ruinas de la Casa de Dios un nuevo Gran Tabernáculo, que no puede estar en ninguna otra parte en el mundo más que allí.

En el valle de Josafat se puede encontrar, según creen los cristianos, el cuerpo de María y, en el monte Sión, algo más alejado, al bajar a un sótano, se puede ver la imagen yacente de la madre de Jesús en el lugar en que supuestamente durmiera antes de que los ángeles la transportaran hasta el Cielo por mandato divino.

Muro de las lamentaciones en Jerusalén
Toda esta santidad e inmortalidad le confieren a Jerusalén una enorme complejidad en las interminables negociaciones israelo-palestinas colocadas en dique seco, una y otra vez, a pesar de los recursos económicos y capital político invertidos por Estados Unidos y los países europeos.


La Unión Europea (UE)  ha abogado por la necesidad de crear dos Estados, pero al no tener unidad en política exterior, sus países votarían a la hora de decidir en esta materia según el criterio de sus gobiernos en la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

El club de los 27 se ha mostrado incluso conforme con el proceso de reconciliación entre las entidades palestinas de Al Fatah y Hamas  para contar con un solo Gobierno y evitar la división de facto actual entre Cisjordania (bajo control de la Autoridad Nacional Palestina -ANP) y Gaza.


Los europeos han destacado que los dos Estados deberán tomar en cuenta el armisticio vigente desde 1967 y dejar el Este de Jerusalén como capital palestina, negociar el regreso de los refugiados, garantizar la seguridad y el reconocimiento árabe de Israel y la desmilitarización de los palestinos.

Las negociaciones re-editadas hace 18 meses por el presidente norteamericano Barack Obama han vuelto a colocar el signo de la incertidumbre sobre el futuro de Oriente Próximo al fracasar de nuevo, en esta ocasión, por la discrepancia en cuanto al derecho de retorno de los refugiados de 1948 y la propiedad del Monte del Templo o Haram al Sharif, para los árabes, en Jerusalén.

La ONU se había visto abocada a asumir el control de Jerusalén en 1948 tras la negativa británica de continuar administrando Palestina, como lo había venido haciendo desde 1922 por mandato de la desaparecida Liga de las Naciones. La decisión de la incipiente organización, en esa misma fecha y con solo 56 países miembros, de conceder un Estado al pueblo judío provocó la ira de los árabes y desde entonces están en guerra.

Antes de que Obama retomara el hilo de las negociaciones, había quedado claro en una conferencia en Annapolis en 2008, bajo la presidencia entonces de George Bush, que sería imposible que las partes demostraran - como tampoco lo habían hecho en el pasado- alguna capacidad práctica para hacer concesiones ideológicas y políticas de gran calado a favor de la pacificación regional.

Los palestinos se dividen hoy entre los que siguen las premisas del presidente de la ANP, Mahmud Abbas, empeñado en conseguir el tan ansiado Estado como parte del proceso de paz en la zona y aquellos que respaldan el ideario de Hamas de eliminar de la faz de la tierra a Israel.

El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, con una mentalidad militar y un conservadurismo a prueba de balas, ha sabido sortear las exigencias de la Casa Blanca para congelar las construcciones en territorios árabes ocupados desde 1967, un importante factor para re-instalar la mesa de negociaciones. Ha propuesto en cambio un Estado palestino desmilitarizado con un control militar israelí permanente a lo largo del río Jordán y ha rechazado el retorno de los refugiados y la partición de Jerusalén.

En una época en que el avance tecnológico de las armas va mucho más allá de lo conveniente para la supervivencia de la raza humana, parece hasta ridículo empecinarse en lo de alinear un Ejército a lo largo del Jordán porque en caso del estallido de una nueva guerra, aún cuando Israel representa la mayor potencia militar de la región, sería inútil con un Irán dentro de la oposición árabe y con el arma nuclear en sus manos. O habría que decir mejor, en manos de las dos partes.



Presidente de la ANP, Mahmud Abbas


La guerra del Yom Kippur, en 1973, si alguna experiencia dejó fue que cientos de asentamientos, aislados y en territorio árabe hostil, resultan un estorbo, una carga para cualquier desplazamiento de tropas u otras maniobras militares en un estado de guerra.

Las fronteras, para ser defendibles, deben ser legitimadas por el reconocimiento internacional e Israel, con todo el apoyo que recibe de Estados Unidos, no lo tiene respecto a lo conseguido en 1967, aun cuando se ha despojado de algunos territorios.

Antes, las ofertas israelíes eran sistemáticamente rechazadas por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), del fallecido Yasser Arafat, hasta que los acuerdos de Oslo, firmados en 1993 a modo de Declaración de Principios, posibilitaron la creación de la ANP con autoridad en Gaza y Cisjordania, dejando pendientes temas tan escabrosos como la partición de Jerusalén, el destino de los refugiados, los asentamientos y el reconocimiento de Israel por los árabes.

Ahora se da el caso contrario. Israel rechaza cualquier propuesta palestina por razonable que sea. Una y otra vez las conversaciones se han estancado por la incapacidad inherente a las partes de aceptar las bases de la otra para una solución, como si se tratara de preservar a ultranza un código genético de pureza racial, ideológica, política o religiosa.

El presidente de la ANP, Mahmud Abbas, ha decidido optar por un nuevo paradigma de paz y se dispone, con el apoyo árabe, a recomendar a la Asamblea General de la ONU, el 19 o el 22 de septiembre próximos, la creación de un Estado palestino y para esto parece contar con la anuencia de al menos 130 a 140 países del foro de las naciones.

Esta  nueva estrategia de Abbas, que firmó el 4 de mayo la reconciliación con Hamas, supone un golpe a la reputación internacional de Israel, incluso en América Latina, donde antes gozaba de gran apoyo y ahora ve que la balanza se inclina a favor de la creación del Estado palestino. Hay que tener en cuenta que en 1948, cuando los judíos pudieron contar con su propio estado, la mayoría de los miembros de la ONU eran hispanoparlantes.

La reconciliación de Al Fatah con Hamas es otro punto que Israel no digiere y en el que el arbitraje egipcio ha jugado su papel. Hamas está considerada una entidad terrorista por la UE y Estados Unidos y lleva en su programa la aniquiliación del Estado judío, de manera que los temores son justificados.

La negociación a partir de las fronteras de 1967, rechazada por los israelíes, ha sido un tema recurrente en varios documentos, como los parámetros del ex-presidente norteamericano Bill Clinton, la Hoja de Ruta propuesta por el Cuarteto para la Paz en Oriente Próximo (Estados Unidos, UE, Rusia y ONU), la Iniciativa Arabe del 2002 y la Conferencia de Annapolis.

La ONU y el Banco Mundial han declarado que la ANP  está bien situada para crear un Estado en cualquier momento "de un futuro próximo". Obama cree que deberían crearse dos Estados y que hay que tener en cuenta las fronteras de 1967, pero rechaza que la solución pueda dirimirse fuera de las conversaciones israelo-palestinas. Las intenciones de Abbas las considera unilaterales.

Los norteamericanos han comenzado a ejercer presión sobre sus socios para que la recomendación de Abbas sea rechazada, pero esto no desvirtúa el hecho de que cuenta con muchas posibilidades de salir adelante con el visto bueno de un número mayor de países de los 116 necesarios en un total de 193 miembros.

Otra cosa es el Consejo de Seguridad, en el que debería aprobarse después si el Estado surgido en la Asamblea General estará facultado para formar parte de la ONU y en este punto se puede vaticinar con un mínimo de error que Estados Unidos impondrá su veto.

Así las cosas, podremos encontrarnos con un Estado palestino con capacidad para firmar acuerdos con otros países, pero que carecerá de legalidad para votar resoluciones y otros temas dentro del máximo foro de naciones del mundo y organismos derivados. En la misma situación se hallan Taiwan y Kozovo.

El ministro de asuntos exteriores de la ANP, Riad al Malki, ha visitado las capitales europeas en los últimos meses para recabar respaldo previo a la Asamblea General de la ONU. Hay temores de que si el resultado de la votación respira solo simbolismo sin efectos jurídicos estaremos a las puertas de una nueva Intifada.

Quedan tambien las advertencias derivadas del asalto a la embajada israelí en El Cairo hace pocos días por miles de egipcios incontrolados y el regreso al terrorismo en marzo pasado, tras siete años del último atentado en Jerusalén, con la colocación de una bomba en una parada de autobuses y la muerte de una persona y de 39 heridos.

La primera Intifada en 1987 se identificó con piedras y la segunda, en 2000, con el terrorismo suicida. La tercera en cambio podría re-escribir los renglones de egipcios y tunecinos, de mayor eficacia política y persuasión pública.  O al menos es lo que espera todo el mundo como mal menor, con un riesgo mínimo de víctimas, porque nadie cree que la creación del Estado palestino pondrá fin de un plumazo a un conflicto secular en el que con gran peso interviene la religión y los lugares santos de Jerusalén.

1 comentario:

  1. Un trabajo claro e informativo. Alguna prensa se va hasta las Antípodas para referirse a este conflicto, muy complicado por cierto.

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