Datos personales

miércoles, 10 de agosto de 2011

La novela negra y su metabolismo


Por Mirta Balea

Supongamos que escribo sobre alguien llamado Charlie, que sujeta una pistola entre las manos, apuntando al suelo, cuando dos individuos, a los que no conoce, entran en tromba en la habitación donde se encuentra y se ve obligado a disparar. Este hombre es un detective privado, al que su cliente le ha dado la tarea de buscar a alguien que quiere matarlo, y este alguien es uno de los que ha irrumpido en el lugar.

El cliente se ha escondido tras la puerta del despacho, gimoteando, en tanto su protector llama a la Policía para que se haga cargo de los cadáveres y observa a su protegido a distancia con una media sonrisa en la boca, preguntándose cómo explicará a las autoridades lo que ha ocurrido. Había apretado el gatillo tanto como podía sin pensar en la puntería, rociando de plomo la habitación.

Esta podría ser una escena de cualquier novela negra al uso. Acabo de terminar una: La senda oscura, de la noruega Asa Larrson, pero no me ha hecho vibrar como otra de su cosecha: Aurora Boreal. Ella forma parte de ese "boom" de los escritores nórdicos del centenario género, cuyo autor más conocido-aunque no necesariamente el mejor- ha sido Stieg Larsson y su saga Millenium.

Larsson atiborró las librerías con su trilogía, dando a conocer al mundo el complejo y extravagante personaje de Lisbeth Salander. En el siglo XXI, la novela negra se acerca más a una reflexión moral sobre los crímenes. Ha cobrado importancia la violencia de género, el racismo y se dice que, tras el asesinato de Olof Palme, suecos y noruegos han aprendido que su sociedad no es tan perfecta como podía sugerir el avanzado estado de Bienestar Social.

Desde ese momento parecen haber abierto las entendederas para comprender la existencia en su sociedad de magnicidas, de una violencia soterrada, que nadie había sacado a la luz antes. Algo que se ha confirmado hace apenas unos días con el asesinato de 76 personas en Noruega a manos de un  joven narcisista y ególatra, necesitado de publicidad. La literatura venida del Norte ha hecho que la realidad sea más creíble.
http://lasnoticiasdemirta.blogspot.com/2011_07_01_archive.html

Edgar Allan Poe
Leer una novela negra da pie para una reflexión de lo que ha sido y es desde que Edgar Allan Poe publicara Los crímenes de la calle Morgue, en la que establece unas reglas de juego novedosas con su personaje Auguste Dupin: emplear la más estricta lógica para resolver el misterio.

Arthur Conan Doyle heredó y mineralizó esta idea para dar vida al famoso Sherlock Holmes, cuya exageración sobre el empleo de la lógica para resolver crímenes es harto conocida. Vanidoso como un niño y misógino se siente aburrido si no se presenta un caso interesante. Tiene su contrapartida en el doctor Watson, que encuentra en el relato de las peripecias de su compañero de casa su punto de felicidad y encuentra increíble que no sepa cosas elementales como que la tierra gira alrededor del sol, a tenor de que se trata de un puro cerebro.

El mejor ejemplo del estilo de Poe lo hallaremos en La carta robada. Alguien del Gobierno sustrae un comprometedor documento a un miembro de la familia real en el París de finales del siglo XVIII y lo esconde en su casa. La Policía la registra y nada encuentra y el Prefecto decide pedir ayuda a Dupin -el primer detective privado en la historia de la ficción-, quien hace uso de sus habilidades y la encuentra en un tarjetero "insolentemente colocada bajo los ojos de cualquier visitante".

Poe descubríó lo fantástico en su interior, en sus miedos, en sus pesadillas, de ahí su literatura sombría, nocturna, en la que, como un subastador, una vez que deja clara la puja inicial, el resto puede darse con sutileza, aplicando la minuciosidad en la descripción y ejercitando la intriga psicológica. Cuanto más leemos, más conmociona esa imaginación y esa inventiva del escritor, quizás porque lo más enigmático y secreto es lo que tenemos ante las narices.

En el desarrollo de los géneros literarios ocurre como en la pintura. Cuando se hacía al temple, el artista estaba impedido de aplicar muchas capas y los colores lucían planos. El óleo, con su translucidez, posibilitó superponer y fundir capas y, al utilizar pinceles diminutos,  se estuvo en condiciones de desarrollar los más mínimos detalles. La clave son las capas, cuantas más mejor.

Así pasa con La mona lisa y su sonrisa enigmática. Leonardo aplicó una capa sin sonrisa, otra con sonrisa y por última una con la boca más amplia y así alcanzó la sutileza y la sugerencia que pretendía en su obra.

Las ideas de Poe resultaron mal enjuiciadas en su época, no se le valoró hasta mediados del siglo XX, después que hubieran incidido en Francia, Inglaterra y Estados Unidos en oposición a los educados relatos al uso de detectives en los que se dedicaba al cadáver unas pocas líneas porque nada resulta menos séptico, y en la que los asesinatos eran cometidos por mayordomos, el hermano de alguna criada, el hijo de un obrero, todos de la clase social más pobre.

Dashiell Hammett
Desde el principio se sabía quién había matado a quién, se olía a la víctima fácil, las pistas bullían en toda la narración y los lectores no tenían forma de encallarse con la trama.

La roman noir - la manera en que la editorial francesa Gallimard designó a su Colección Negra- fue un hecho vinculado a los escritores André Gide y André Malraux, primeros en publicar las novelas del norteamericano Dashiell Hammett en París, entonces la meca de todo artista y escritor.

El nombre de novela negra proviene también de la revista Black Mask, publicada en Estados Unidos, y resultaría en sus inicios un género que miraría también al gótico inglés del siglo XIX con autores tan memorables como Wilkie Collins y su Dama de blanco.

La lucha por el poder es lo que da al género la violencia extrema; vencer o morir, he ahí el dilema, sentir la ruleta rusa cada vez que asomes la nariz.

El ojo privado o private eye del detective a partir de ese momento se movería por calles malolientes y oscuras, bares de mala muerte, bajo la lluvia, con los zapatos mojados y a veces rotos, bajando a prostíbulos y subiendo a mansiones de millonarios para mantener el honor personal frente a unas autoridades ineptas.

Hay tres escritores que destacan en los Estados Unidos de los años posteriores a la I Guerra Mundial: Hammett, Raymond Chandler y James M. Cain, con la misoginia propia de quien ve siempre a las mujeres como Evas empeñadas en que Adan se coma la manzana. Ellas son las sacerdotisas del poder, las drogadictas, las alcohólicas, las ninfómanas, las traidoras...y el protagonista, parapetado tras la soltería permanente, considerando los sentimientos como un estado de ánimo para bloquear cualquier atracción.

Los hombres del género negro carecían en esa época de madurez afectiva, lo que les posibilitaba considerar el amor como un trabajo de artesanía psicológica. Brigid O'Shaughnessy, el personaje femenino de El halcón maltés, de Hammett, ha tenido ya su "affaire" con el detective Sam Spade cuando ambos se encuentran con "los malos", pero esto no impide al "hombre duro" distanciarse de todo el rollo. Un párrafo breve y conciso, de los tantos que abundan en la novela, lo explica todo.

"Ella volvió a mirar a Spade, pero este no reaccionó de ninguna manera a la petición de su mirada. Observaba a los ocupantes de la habitación desde el umbral con el aire de educado despego de un espectador apático". Encomiable actuación y aquí me pongo a pensar en Arthur Schopenhauer, muerto hace 150 años.

Schopenhauer es el misógino por excelencia y un gran filósofo. Le gustaba hacer comparaciones con los animales y poner ejemplos para manifestar el instinto social del hombre, su desapego por los demás. Hay un caso, el de los puercoespines, que en los días fríos se apiñan para darse mutuamente calor, pero que se clavan unos a otros las púas y deben separarse y pasar frío solos, de nuevo.

Para el pensador, como para los grandes de la novela negra del período entreguerras del siglo XX es sobre todo la maldad lo que distingue al hombre del animal. La crueldad, el engaño, la envidia y la malevolencia. En su filosófica opinión, para hacer el mal se requiere inteligencia. El aristocrático La Rochefoucauld había sentenciado tres siglos antes que "la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud".

La pérdida de la inocencia norteamericana había sido tratada ya por escritores como Nathaniel Hawthorne, pero he aquí que los creadores de la novela negra ni siquieran tratan el tema. Para Hammett, Chandler y Cain, la inocencia no existe en el mundo en el que ellos se mueven; en ese mundo impera la corrupción, la avaricia, el vicio, la ambición y el poder.

La mayoría de estas novelas fueron escritas por un narrador interno, en primera persona, que es además el propio protagonista; no hablamos de un Dr. Watson hablando de sus vivencias con Holmes, el punto de vista es el de un relator de sus propios hechos; de un personaje que juzga únicamente sus circunstancias y a los demás. Puede que esta sea la razón de la ausencia de héroes, los personajes carecen de biografía, marchan con su soledad; abundan los soliloquios y el tipo suele adaptarse a cualquier circunstancia.

A Hammett le van los monstruos, las aberraciones del ser humano, los políticos sin escrúpulos, como en su novela más conocida El halcón maltés; a Chandler, las rubias inmorales y los maridos cornudos y sino, a leerse El sueño eterno; a Cain, los hombres esclavizados sexualmente o los probos seducidos por una mujer infiel para matar al marido, una obsesión magistralmente presentada y desarrollada en El cartero llamó dos veces.

La novela negra nos enfrenta a un hombre incapaz de amar, que solo conoce lo peor de las mujeres, observando un hábitat en que abundan los parásitos, los marginados, los perdedores con una L ( de looser, en inglés) mayúscula en la frente y los aduladores de los ricos y poderosos, por lo general, hombres impotentes en contraposición al viril personaje principal.

Como ocurre con el cuerpo humano, el conjunto de reacciones y procesos, que han incidido en la novela negra desde su aparición hasta nuestros días, han permitido el crecimiento, reproducción y mantenimiento de ciertas estructuras para responder a los estímulos exteriores, tal y como el metabolismo nos permite a nosotros lo mismo en los planos bioquímico y físico-químico.

Los norteamericanos difieren de sus colegas nórdicos, que arrasan en las librerias europeas, en que a estos últimos les falta ese toque de amargura y despiadada ironía, divertida y escandalosa, banal y dramática con la que hombres como Hammett y Chandler han seducido a generaciones de lectores y por lo que sus obras son una y otra vez editadas.

Desde Islandia y Dinamarca a Suecia y Noruega, la novela negra ha bebido, del matrimonio formado por Maj Sjöwall y Per Wahlöó, que salieron en los años 60 del pasado siglo con una vertiente social de riguroso detalle en la investigación policial de un crimen.. Muchos otros nombres pueden citarse además de los ya mencionados Larsson, como el sueco Henning Mankel  y su decepcionado y desestructurado inspector Wallander.

Este ha sido siempre un género maldito para muchos intelectuales, que ni siquiera ven en esas páginas una verdadera literatura, mucho menos un género literario. Pero me gustaría preguntar si una novela como El largo adiós carece de méritos  como obra de ingeniería de una mente con dominio del diálogo, la psicología y el ambiente narrado, el de la cárcel y sus cuidadores, a donde va a dar con sus huesos el detective Philip Marlowe, en ocasiones duro y otras muy humano.

Chandler habla de la amistad incondicional por un hombre al que apenas conoce y ayuda tras el asesinato de su rica mujer. Aquí hallamos implícita esa manida frase de la que abusamos de que todo hombre merece una segunda oportunidad. Cuando le informan que se ha suicidado en un hotel, Marlowe dice: "Salí...y cerré la puerta. Tan silenciosamente como si dentro acabara de morirse alguien".

El novelista Chandler describe con lujo de detalles las golpizas en la cárcel, el imperio de la ley del más fuerte, que muchos intelectuales no han tenido la osadía de describir "a calzón quitado".

La novela negra no envía mensajes, no sermonea, es simple y pura realidad, desencanto y asalto a degüello de la sociedad contemporánea. Con el hedonismo consustancial al sueño americano , basado en una libertad sin historia y una generosidad respaldada por mucho dinero, Patricia Highsmith se atrevió a promocionar su serie sobre el criminal Ripley, quien siempre se sale con la suya y nunca paga sus deudas.

El mercado literario, según las últimas investigaciones en España, ha comenzado a descender de momento hasta un 30% y las novelas que nos interesan y vemos anunciadas en los periódicos son retiradas a los pocos días de los estantes para dejar espacio a la literatura de consumo. No voy a dar títulos como ejemplo de esto último porque no quiero herir sensibilidades.

Si la producción literaria obedece a la conexión con el resto del mundo de un país dado y a su privada forma de existencia, en el género negro norteamericano, como relato temporal de la violencia, la corrupción, la misoginia, la envidia y la avaricia, interviene el hecho de que nació con la prohibición del jazz, de la ley seca, de la proliferación de la mafia y los gangsters de toda laya, de la censura férrea en el cine, que obligaba a los realizadores a utilizar subterfugios para dejar claro su mensaje.

Es fruto también de la imaginación verbal, el estilo nuevo, que llama la atención sobre sí mismo y representa una visión polifónica del mundo sin edulcorarla. Cuando leemos a los viejos y a los nuevos ejemplos del género, estamos asistiendo al espectáculo pictórico de las capas aportadas a este tipo de literatura con derecho propio para ocupar un espacio.

John Katzenback, en su obra El psicoanalista, nos enfrenta a la posibilidad de la indeterminación, del azar, del caos, en el que puede colocarte un psicópata empeñado en que te suicides o eliminará a alguien de tu familia - una de dos - si no logras identificarlo. Un relato en tres partes, de los más actuales en las listas de los más leídos, que nos devuelve al núcleo germinal de las alucinaciones de Poe.

1 comentario:

  1. Buen trabajo. De verdad muy bueno. Había dejado antes el comentario pero no estoy seguro de si salió bien.

    ResponderEliminar