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viernes, 11 de noviembre de 2016

El abrazo de los enemigos


Por Mirta Balea

Lo vivido en los últimos meses en EEUU es probablemente la campaña electoral más brutal y descarnada de toda la historia de esta democracia bi-centenaria y asentada. Pero ni siquiera ésta ha podido librarse de que la política es un reality show, que crea realidad cuando estamos ante el espectáculo de los medios.

El encuentro la víspera entre el electo Donald Trump y el saliente Barack Obama - al que aun quedan 72 días para tomar decisiones-  se pareció mucho al abrazo cordial y frío de enemigos a los que no les queda otra que impedir que se evidencien sus importantes diferencias políticas so pena de poner en riesgo el tradicional período de transición de poderes.

La nación fue testigo -probablemente con la boca abierta- de un Trump admitiendo que Obama es un buen hombre y esperando que estos encuentros se repitan en el futuro, apelando a la experiencia presidencial de su oponente. Había que rebajar la tensión en la que el candidato electo se instaló durante la campaña y hacer caso omiso de sus propias expresiones, que han logrado dividir a la sociedad.

Esto ha sido palpable en estos días con las manifestaciones en unas 25 ciudades en protesta por el resultado electoral, que dio la victoria al magnate de la construcción. Dudo mucho que todos los inconformes beligerantes hayan votado a Hillary Clinton, que por cierto hoy se fue sola a pasear por el bosque, aunque alguien la encontró y se hizo un selfie. Querría solo fondear en la tranquila vergüenza, hinchada de benévola ironía.

El inicio del proceso de transición tuvo ayer un matiz: Obama ni su mujer recibieron a las puertas de la Casa Blanca al elegido por mayoría popular. Lo esperaron dentro, algo que no hicieron hace ocho años sus antecesores, George Bush y esposa. Trump había puesto en duda que el actual presidente hubiera nacido en Estados Unidos y le acusó de ser el fundador del Estado Islámico, lo que resultan ataques muy duros a la integridad del Ejecutivo en ejercicio.

He escuchado a algún periodista español decir que es inusual en la sociedad norteamericana las manifestaciones y no voy a referirme ya a las que viví en diferido en los años 60 en contra de la guerra en Vietnam, solo recordaré las pasadas recientes, contra la situación económica y contra el racismo policial.

Y aunque no creo que las actuales, con un alto contenido político, vayan a derivar en agresiones significativas, debo señalar que las manifestaciones se dan en democracia, donde no se ven es en los países dictatoriales y totalitarios. El desahogo se requiere para evitar que la olla reviente.

Lo que me permitiré subrayar aquí es que el comportamiento no verbal de Trump fue muy distinto ayer del exhibido en la campaña. Si apelamos a la hemeroteca y observamos con detenimiento las imágenes veremos que ha sido agresivo, emotivo, despreciativo, en cambio la que dio en su discurso al país tras la victoria este miércoles y en su encuentro con Obama hace suponer una metamorfosis en el personaje.

En el discurso de la victoria, se mantuvo tranquilo en el atril, en tanto en campaña mostraba claramente su enfado, moviéndose de un lado a otro, dramatizando, con un tono de voz grave, apelando a las ofensas y a los insultos directos y hasta a las amenazas, cuando dijo a Clinton que la procesaría.

Quizás entendió que su puesta en escena le conduciría a la victoria, porque como él mismo ha dicho no le gusta perder y es ambicioso, narcisista y megalómano. Y, mira por donde, le funcionó. Incluso cuando se atrevió a decir que no deseaba ser una buena persona sino un killer.


Si las palabras son un arma de doble filo,  el daño que han provocado las suyas en una buena parte de la sociedad americana no resultará fácil de recomponer.  El odio canalizado a manera de voto es un auténtico peligro, ya que muchos las entenderán como un aval para alterar el orden público y el contrato de convivencia social.

Un hecho cierto es que si algo nos enseñan estas elecciones es que el poder está cambiando de manos, ha pasado en algunos casos a fragmentarse y es más imprevisible, difícil de comprender, entender e interpretar y nos obliga a una profunda reflexión. Lo más inusitado es que el efecto Trump en Wall Street ha marcado records en la Bolsa.

No se si yo hubiera votado a Clinton, colocando una pinza en mi nariz para evitar el hedor de la corrupción, o si me habría abstenido, pero lo que si no haría es votar a alguien como Trump. Al margen de esta actitud personal, que se apoya mucho en mi condición femenina y de inmigrante, hay millones de personas que le apoyan. Mas de 60 millones para ser exactos.

Todo esto a pesar de que ha atacado a las mujeres, a los inmigrantes, a personas con discapacidad, ha prometido quitar la ciudadanía a los hijos de indocumentados, expulsar a once millones de personas, 15 mil por día si hacemos cuentas, y ha dicho que prohibirá la entrada a los musulmanes. Pero ¿qué había enfrente? Una Clinton amenazando con el continuismo político, que, por lo que se ve, ha cansado a muchos votantes.

A Obama en España se le veía como un hombre progresista, que había enfrentado y sabido salir de una crisis planetaria. Nadie con sentido común lo consideraría de izquierdas, en el sentido tradicional de la palabra, pero sí, centrista. A Trump lo ven como una extrema derecha con cantos de sirena y a Clinton como una derecha rancia, dependiente de las élites financieras. Pero estos son parámetros europeos, no estadounidenses.

Trump dijo en un twitter hace apenas unas horas que le encantaba que "pequeños grupos" de manifestantes tuvieran pasión por el país y que todos se reunirían y estarían orgullosos. Esto probablemente coincidió con su desayuno y lo habrá puesto su equipo, porque siete horas antes, por la misma vía y con la sinceridad que le es propia, el mensaje iba de echarle la culpa a los medios por incitar las protestas y calificar de profesionales a los manifestantes. Quizás acababa de despertarse y vio que las protestas seguían.

Sus colaboradores aparecieron en la cadena televisiva Fox para preguntar cómo se habría reflejado en los medios si la ganadora hubiera sido Clinton y los votantes de Trump se lanzaran a protestar a las calles. A mi me resulta una reflexión sensata porque lo que no pueda darse en democracia es cuestionar un resultado electoral hasta esos límites.

El sustrato de la democracia es el consenso social de las clases medias, ahora sumidas en el mundo entero en una profunda crisis de desigualdad, exclusión social, donde el proteccionismo se vislumbra como la única salida. En Estados Unidos, el viejo dicho de "América para los americanos" porque el dogmatismo de Trump es dar respuestas rápidas y fáciles a problemas económicos complejos.

La crisis social es tan profunda que trasciende lo económico para convertirse en estructural. Ya no valen las reglas tradicionales vigentes, la brecha se puede ver con claridad donde antes había una sociedad común y ahora encontramos marginación traducida en el voto.

Clinton recordaba a la gente el pasado tenebroso de su clan y que representaba al sistema que ha perdido el respeto a la mayoría social. Y ¿quién ha sido capaz de enfrentarse al establishment -aunque forme parte de él-, a las televisiones, a los medios financieros, a los propios republicanos, aun diciendo barbaridades y haciendo promesas hueras que no podrá cumplir: Donald Trump.

La globalización en la que estamos moviéndonos ahora mismo ha sido salvaje y nada tiene que ver con la economía de mercado, sino con las burbujas especulativas. No deja de ser paradójico -al menos visto desde Europa- como un Obama, considerado progresista, no ha podido acabar con las desigualdades raciales, ni con las diferencias entre ricos y pobres a pesar de todas sus promesas.

Son estas personas desprotegidas, que han vivido una deslocalización de las industrias en sus ciudades, privadas de derechos, las que han creído que Trump es la solución. Y esto es un fenómeno también europeo. El votante, en su mente, compensa con esta esperanza la falta de experiencia política del personaje.

Trump ha propuesto incrementar el gasto público con un plan en el que se dará más dinero a la esfera militar y a las transferencias a veteranos de guerra, olvidando que es algo que los republicanos criticaban a Obama. Lo cierto es que más gasto incrementa la deuda, que en Estados Unidos es muy abultada y está comprometida.

El Tratado Comercial con Europa, al que se comprometió la Administración Obama, se da por muerto. El eje del discurso del presidente electo ha sido el nacionalismo y el aislacionismo frente al resto del mundo y el proteccionismo a partir de un sector mercantil cerrado al exterior para supuestamente poner a EEUU por delante del resto del mundo.

El proteccionismo es un error económico de base, que convirtió en 1930 una crisis importante en una Gran Depresión y esta es la razón de que en la del 2008 se haya intentado no caer en el mismo error.  Si Trump insiste en sus tesis provocará una crisis mundial de calado.

Las Bolsas han recibido el "trumpazo" mejor de lo esperado. La caída vaticinada de un 4% no se ha cumplido. Los empresarios han gestionado sus recursos en un mundo globalizado mediante intercambios con otras firmas y con los gobiernos y se adaptan. Ahora se aferran al clavo ardiendo del discurso del presidente electo tras la victoria. Pero será el sector neo-con, tan criticado en la era Bush, el que le pare los pies.

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