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miércoles, 9 de noviembre de 2016

Donald Trump a la Casa Blanca



Por Mirta Balea

Donald Trump se ha hecho con la Casa Blanca. Un constructor, con muchos fracasos y deudas con el fisco, de 70 años y con una carencia absoluta de conocimiento político, nacido en cuna de oro, que hizo su dinero gracias al sistema, al que ha machacado sin tregua durante toda la campaña.


En su primer contacto anoche con los norteamericanos tras su victoria, dejó a un lado su discurso bronco y esbozó uno conciliador. Típico de una mentalidad empresarial en la que se entra a matar al adversario y una vez tienes el poder, bajas el tono. Vendió su falta de experiencia política como una virtud ante los golpeados por la globalización, el terrorismo y la incertidumbre ante el futuro.

La América blanca obrera y rural y de clase media baja dio un puñetazo en la mesa, el voto hispano se dividió y el negro brilló por su ausencia con un 30% menos de lo esperado. Lo que podría considerarse como una socialización política de los valores democráticos, impone que los ciudadanos crean en ellos, los conozcan, los asimilen y los practiquen dentro del régimen vigente.

Esto es algo que saben muy bien aquellos instauradores de sistemas autoritarios o totalitarios, tanto de izquierda como de derecha, por eso no es casual que Marine Le Penn, líder del Frente Nacional francés, xenófobo, racista y nacionalista, fuera la primera en felicitar desde Europa a Trump y con gran alegría.


La oponente demócrata Hillary Clinton no supo o no quiso acaparar el discurso de la protección, pensando, quizás, que Trump cavaría su propia tumba. Y no fue así. Los estados bisagras, que fluctúan entre demócratas y republicanos, y algunos hasta ahora votantes demócratas, le dieron la victoria al republicano.


Trump supo conectar con la ira social, a pesar de sus tintes xenófobos, racistas, machistas, su nulo apego a abrirse al mundo y su escaso interés por las soluciones viables a los problemas denunciados. Una última encuesta dice que a un 60% de norteamericanos no le gusta su imagen, pero tenemos en frente la conversión.


A veces se dicen cosas en campaña que habría que haber matizado a tiempo, al menos para que se enteren los votantes, porque gobernar es otra cosa. Y aquí nos encontramos ante la eterna incógnita por los valores que han de sustituir asideros tan largamente utilizados.


Así escuchamos a los que dicen que el discurso del magnate les ha llegado al corazón y que ha dicho verdades como puños. A tenor de lo que Trump impuso como discurso de campaña, se ha reforzado el tradicional recelo hacia el Estado, y el no menos tradicional apego sin límites a lo mío frente a lo tuyo, que suele acabar siempre en el duelo, tú o yo.


Los líderes europeos llaman a preocuparse y ocuparse ante esta nueva articulación del discurso político. Bruselas intenta digerir la noticia, asumiendo que tendrá consecuencias, porque la mayoría de las ideas de Trump suponen un giro de 180 grados sobre las tesis de este lado del Atlántico, y temen el efecto contagio sobre el populismo, tanto de izquierda como de derecha.


Lo cierto es que ha quedado claro que ni Barack Obama es el brillante pasado, ni Trump el tenebroso futuro. El sistema norteamericano es compensatorio y su principal oponente en el Congreso serán los propios republicanos. Todos aspiran a que el presidente se rodee de economistas razonables.


La crisis del 2011 fue devastadora para todos los países. Obama consiguió no entrar en recesión y ha recuperado poco a poco el empleo, pero con mucho coste social. La gente siente que aumenta la desigualdad y que su país ha dejado de ser la potencia que era. Uno no puede dejar de preguntarse como se habría salido del epicentro crítico con un Trump, porque recordando a Ronald Reagan, los republicanos dejaron mucho déficit.


Hemos sido testigos en esta dramática campaña electoral en Estados Unidos de la apertura de discursos fáciles, que abren la puerta a las lamentaciones, a debates sin chicha, y a ver como Hillary perdía todos los activos demócratas por su rigidez en el relato, sin enfrentar los retos a los que la exponía Trump, algo con lo que él ya contaba.


Europa, que ha dado grandes ejemplos de democracias consolidadas, a pesar de los múltiples retos de hoy para cohesionar sus filas, no parece que vaya a replantarse los valores del sistema, ni la propia globalización. Todo indica que reforzará el proyecto para hacerlo más integrador en lo político y social y en lo fiscal.


Ahora toca ser provocativos y adelantarse a las movidas de Trump, en especial la re-edición de las relaciones con Rusia, y tomar nota de las razones que han llevado a los norteamericanos a brindar su confianza al republicano y la incertidumbre mundial que esto supone.


Los países de América Latina son los que deben estar de verdad preocupados, en especial Méjico, con un 80% de exportaciones a Estados Unidos. Trump ha amenazado con aumentar los aranceles a este país en un 35% y en un 45% a China.


Asombra que un mensaje de unilateralismo, proteccionismo y contención, haya calado en tanta gente, sobre todo en los trabajadores, en los negros y los hispanos, a pesar de la patente contradicción entre sus muchas propuestas y el plano económico de hallar el dinero para ponerlas en práctica.  Esto lo sabe la Bolsa, que ha caído moderadamente, consciente que el presidente no hará lo que ha dicho, entre otras razones, por que no puede, y porque la Bolsa es siempre largo-placista.


Trump ha sabido absorber la revuelta contra el sistema al que culpan de la afectación de muchos sectores, excluidos de la riqueza por las burbujas especulativas, que han dejado fuera a la mayoría, las tensiones demográficas, las transferencias culturales, la desindustrialización, y han optado por la ilusión en lugar del realismo.


Este magnate ha encarnado al arquetipo del genuino norteamericano ante la desgastada Clinton. La gente no se fió de los encuestadores y su triunfo se vio venir por muy pocos. Ahora hay que tocar madera y esperar.

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