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miércoles, 16 de noviembre de 2016

LOS ALIADOS EUROPEOS SE PREPARAN PARA LA ERA TRUMP.








Por Mirta Balea

El presidente norteamericano Barack Obama ha llegado a territorio europeo con la misión personal de calmar a los aliados y asegurar que el nuevo mandatario Donald Trump será leal a la OTAN, algo que nadie cree. La Unión Europea ha comenzado desde este lunes a preparar su propia defensa militar ante la nueva era.


El viaje dista mucho de ser la despedida soñada por Obama porque no ha pasado el testigo a su colega demócrata Hillary Clinton y tiene el telón de fondo de un presidente republicano electo, que ha amenazado con liquidar una gran parte de los pilares que conformaron las relaciones exteriores de Estados Unidos en los últimos años. Trump ha advertido que repensará el papel de los norteamericanos en la Alianza Atlántica.


Con esto fijado en términos de seguridad internacional, el fin de la colaboración estadounidense en la paz ha puesto en solfa la propia génesis de la OTAN y Europa esta convencida que a partir del próximo enero, cuando Trump entre en posesión del cargo, deberá ser capaz de defenderse sola.


El populismo crece en Europa, pero de momento, a trancas y barrancas, el estado de bienestar pone freno a sus ansias de poder. Parece significativo que el magnate devenido a político escogiera como primera opción entrevistarse con el líder del UKIPE, el británico Nigel Farage, artesano del voto por la salida de Reino Unido de la Unión Europea o Brexit. La foto publicada es de revista del corazón, sonrisas de oreja a oreja, una puerta dorada al fondo, y solo faltó la presencia de una de las Kardashian.

Farage le estuvo apoyando toda la campaña desde Londres. Ambos tienen las mismas actitudes, buscan los mismos votos, comparten la misma  idea del aislacionismo en favor de los suyos. El gobierno de Theresa May no se siente cómodo con el modo de pensar del presidente electo de Estados Unidos y ahora debe vérselas con que Europa sitúa como su prioridad más inmediata la Seguridad ante el brexit, sobre lo que aún no hay programa.



Lo que ha planteado Trump en síntesis es que Estados Unidos paga demasiado dinero por las bases militares en países como España, Arabia Saudita, Japón, y que estos países viven de los estadounidenses. En la etapa de George Busch, se había planteado la idea de crear alianzas con aportaciones puntuales para una batallas determinadas.


Cuando Trump habla del dinero que Estados Unidos gasta en esas bases, en su mentalidad empresarial lo que ve es una carga de gastos que no es rentable y pierde de vista lo que un político no haría, observar esos emplazamientos como una forma de tener presencia militar global. Pensando como una empresa de seguridad privada, quiere cobrar por los servicios prestados.


La OTAN se creó como muro de contención contra la ex-Unión Soviética y se mantuvo como elemento básico en la política exterior norteamericana. Ahora Europa no puede confiar en su aliado de medio siglo, porque el nuevo presidente está más interesado en un entendimiento con el presidente ruso Vladimir Putin.


Resulta paradójico que las últimas jornadas de Obama como presidente en la esfera internacional sirvan o pretendan apagar los fuegos del entrante. Quien dejará el mandato en enero del 2017 se esfuerza en transmitir que, aunque las personas y los nombres cambien, hay una política que lleva muchos años en marcha y debe continuar. Lo cierto es que ni siquiera él puede sellar esta máxima sin dejar en péndulo una duda razonable.


Trump alcanzó su riqueza por exenciones fiscales, por no tributar, por ocultar ingresos, por financiar bonos basura, por estafar en sus casinos al más puro estilo del sistema y, sin embargo, 60 y más millones de norteamericanos se fiaron de él y compraron con votos su discurso. Si como las encuestas señalaban había un alto nivel de rechazo a su figura, ¿donde se metieron los 100 millones que no acudieron a votar y pudieron impedir su ascenso? La pregunta se responderá con el tiempo.


Los dogmáticos como el presidente electo de Estados Unidos tienen su caladero de votos en un sector poblacional y literalmente pescan en río revuelto, para alcanzar su cuota de poder, a veces, como en este caso, la mayor. No se puede decir que este hombre tenga una ideología definida.


Los hechos contrastados y constatados es que su perfil es de un misógino, racista, xenófobo, y su vicepresidente Pence, un creacionista, que niega la evolución y cree que hemos llegado a la tierra porque Dios nos puso aquí, a poco que te descuides nos dirá también que nos quería blancos y puros. Este hombre niega hasta que el tabaco mate, una consigna de hace años de la OMS y que se ha probado científicamente cierta.

Que Trump tuviera esa cuota de pantalla, esa capacidad para entretener a la audiencia y que lograra el financiamiento por donaciones de gran parte de su campana, es algo que debemos mencionar también. Se traduce en alimentar un determinado sistema mediático, que hace espectáculo y no da información. Sus seguidores pretenden hacer creer que el lenguaje de odio viene de sus detractores y tildan de comunista a todo el que discrepe de estas ideas porque como ocurre a veces con los terroristas el fanatismo viene del ocultamiento de una duda secreta.


Habrá que analizar en el futuro la corte que le acompañara en el gobierno y a muchos les seguirá resultando difícil calificar sus anuncios políticos de fascistas, aunque lo son en el sentido aceptado del término en pedagogía política. Si alguien con tanto poder como Trump se empeña en demonizar a determinados colectivos como los culpables de todos los males de los norteamericanos, los efectos de sus palabras tendrán consecuencias, difíciles de sobrellevar después.


Sus seguidores se apoyan en que durante los ocho años de mandato de Obama se deportaron más de dos millones de inmigrantes indocumentados, la diferencia es que el presidente no hizo de esto una bandera de lucha, no amplificó el concepto de delincuencia a estas personas, lo hizo organizadamente en cumplimiento de la ley y no se sirvió de sus acciones para incitar al odio contra el de afuera o contra el que es distinto.


La BBC ha desmentido al presidente electo sobre la cifra de latinos con antecedentes penales en Estados Unidos, que en principio Trump situó en 11 millones y que tras la campaña redujo a 3 millones. El medio británico afirma, basándose en estadísticas del Congreso norteamericano, que no pasan de 170 mil. Nada ético resulta acusar a todos los inmigrantes de violadores y delincuentes como ha hecho en una campaña plagada de mentiras y medias verdades. 

Europa tiene una enorme preocupación e incertidumbre respecto a los movimientos de Trump. Los líderes europeos son conscientes que, tanto en la economía como en la defensa, las reglas van a cambiar. Obama les ha dicho que el nuevo presidente es pragmático, que en el no pesa la ideología, y que espera que se rodee de gente buena y con intención clara de mantener las alianzas. Pero esto casa mal con la propia campaña presidencial.


Putin y Trump han hablado y durante la campaña se lanzaron guiños; desde Rusia se hackearon todos los correos electrónicos de la demócrata Hillary Clinton y sus colaboradores, según han confirmado varias agencias de inteligencia. Los hackers entraron en esos dominios por encargo del gobierno ruso. Esto nos lleva sin dificultades a conocer que Moscú influyó en el resultado electoral.


Hay un punto en el que se puede cambiar sustancialmente la política mundial con la nueva relación Washington-Moscú: Siria. Ahora los rusos, que apoyan al régimen de Bashir el-Assad, son los únicos que combaten junto a él por igual a disidentes y terroristas. Recordemos que la guerra comenzó con actos de protesta contra el régimen y fue fagocitada por los islamistas radicales. La amenaza está en que Estados Unidos se sume a esta campaña de exterminio de todos por igual, lo que sería el primer cambio estratégico de la era Trump.


El Banco Central Europeo ha alertado sobre las consecuencias negativas del proteccionismo de Trump, que tendrá un amargo coste para la economía de Estados Unidos y del mundo. En medio del Brexit, llega un señor proteccionista que pretende cargarse todos los tratados de libre comercio.


NO existe algo que podamos visualizar como el programa económico de Donald Trump, al menos no como se puede apreciar en Europa cuando llegan las elecciones y los partidos presentan sus plataformas. Todo lo que tenemos son declaraciones, que no se sabe si se van a concretar.


Los pilares de su campaña han sido echar a inmigrantes, construir el muro con México, un proteccionismo comercial y una política fiscal expansiva de aumento del gasto militar y de las infraestructuras y reducir el impuesto de sociedades y los tramos más altos de la renta.


Los tratados norteamericanos con México y Canadá vienen de los años 90 del pasado siglo y son compromisos con una seguridad jurídica difícil de pasar por alto. Europa se prepara para la política fiscal expansiva, que afectará los países más endeudados al traducirse en una subida de tipos de interés. Esto llevará a un mayor endeudamiento y Estados Unidos tiene una deuda que se come un 110% del PIB.


Una anécdota curiosa de última hora es que el presidente electo ha preguntado a la Casa Blanca si sus hijos mayores de edad -muy activos en su campaña y supuestos futuros managers de sus negocios- pueden tener acceso a documentos sensibles de la seguridad nacional, la cia y otros servicios de inteligencia, que manejan unos pocos.


Como mínimo resulta ínsólita la pregunta, para no decir que todo el objetivo es irregular y no se haya justificado. Nadie sabe como será el gabinete del nuevo presidente, ni si alguno de sus hijos formará parte de este. Pero, aún así, se sabe que a este tipo de documentación acceden muy pocos mandos por razones obvias.


El discurso de Trump diciendo poco menos que los musulmanes ni siquiera denunciaban a los terroristas cuando los veían a su alrededor está teniendo consecuencias contabilizadas. El FBI ha dado a conocer datos estadísticos muy sugerentes en cuanto a que las palabras siempre tienen un coste. Las estadísticas de crímenes de odio, que incluyen el racismo, sufrieron un incremento en 2015, período estrechamente relacionado con las primarias del Partido Republicano y con la retórica más dura. Frente a pesos pesados como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que contaban además con el resuelto apoyo del establishment republicano, muy pocos lo veían imponerse y, sin embargo, redujo a sus adversarios a cenizas.


Los ataques a musulmanes subieron el 67%, no importa el tiempo que lleven viviendo en Estados Unidos, ni si se han integrado o no. Los crímenes de odio contra otras razas han crecido un 7%, que es mucho también, y en las escuelas y universidades se conoce de hechos reprobables contra las minorías por parte de los vencedores.


Entre las entidades que han dado apoyo público al presidente electo está el KKK y los jerarcas de la Asociación del Rifle. El líder del autodenominado Partido Nazi de Estados Unidos, Rocky Suhayda, ha dicho que la nueva etapa abre "una oportunidad real".


El fenómeno Trump estuvo precedido en 2010 por el del Tea Party. La irrupción del multimillonario no ha hecho más que prolongarlo y constituye una revolución electoral, que ningún analista supo prever. La vieja bicefalia entre demócratas y republicanos para pervivir, que se ha convertido en seísmo por la victoria de un candidato heterodoxo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad, le ha conferido un carácter de autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la derecha.

Muchos electores irritados por lo «políticamente correcto»,  creen que ya no se puede decir lo que se piensa so pena de ser acusado de racista, así que la «palabra libre» de Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como un auténtico desahogo. Lo peor es que el apoyo viene muchas veces de latinos o musulmanes inmigrantes, que entraron en otras épocas y se han asentado y conseguido la nacionalidad.


Trump no es un antisistema, ni obviamente un revolucionario. Censura a los políticos y por ende al modelo que los acuna, y su discurso es emocional, apela a los instintos, a las tripas, no a lo cerebral, ni a la razón. Habla para esa parte del electorado en la que ha empezado a cundir el desánimo y el descontento.


Lo que está ocurriendo en Estados Unidos y en Europa es que ciertos grupos, a los que muchos llaman populistas, con un alto grado de demagogia porque engañan prometiendo resolver problemas complejos a la mayor brevedad como ha sido el caso de Trump, pretenden derogar la democracia liberal. En eso me apunto a la frase de Churchill de que la democracia es el peor gobierno posible a excepción de los demás.


Todo lo que está ocurriendo se parece mucho al movimiento que precedió a hechos luctuosos del siglo XX. Los líderes de entonces apelaban a derogar la política, porque sin ésta no hay democracia, y sin democracia pueden hacer lo que quieran.

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