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sábado, 16 de julio de 2011

Estados Unidos : el último vuelo del Atlantis

Flota de transbordadores de EEUU


Por Mirta Balea


El psicólogo Carl Jung afirmaba que en nuestro inconsciente existen ideas elementales (los arquetipos) de notable capacidad transformadora, que se expresan en mitos repetidos en la Historia de diversas maneras.


El aventurero es una de esas figuras míticas de todos los pueblos y sus hazañas en tierras lejanas simboliza la lucha interna de cada cual para llegar a ser adulto. En las películas de La guerra de las galaxias (Stars War), el mito del héroe traslada al espacio sideral el ideal del honor presente en el síndrome épico de servir a la sociedad, liberándola de alguna amenaza.


La era de los transbordadores y sus tripulantes, muestra de las hazañas humanas en el espacio exterior, ha llegado a su fin en Estados Unidos con el último vuelo del Atlantis, desde Cabo Cañaveral, en la Florida. Se ha puesto un punto y aparte a un proyecto muy largo de desarrollo científico, que ha contado con héroes y tumbas.


La Historia no olvidará el desastre del Challenger, el 28 de enero de 1986, cuando estalló 73 segundos después del despegue. Los siete tripulantes murieron por la entrada de los gases presurizados de un cohete acelerador en el tanque externo de combustible, lo que contribuyó a inflamar el hidrógeno.


Después vino la tragedia del Columbia, el primero de febrero del 2003, cuando faltando 16 minutos para el aterrizaje, durante el reingreso, gases abrasadores penetraron en el ala e incineraron la nave con sus siete tripulantes.


No han faltado también las heroínas de esta historia, aunque las más conocidas son Valentina Tereshkova, primera mujer en salir al espacio a bordo de la Vostok 6, en 1963, o, 20 años después, Sally Rice, en el Challenger.


Estados Unidos ha decidido coger aire para intentarlo de nuevo en 2016 con financiación privada. Hasta entonces, Rusia toma el relevo y se queda como única potencia en misión espacial. Las razones económicas han tenido un gran peso en la decisión de retirarse momentáneamente de un programa, que ha consumido más de 200 mil millones de dólares desde 1972.


Europa no es la única zona con dificultades económicas. Estados Unidos está a punto de perder su calificación de triple A en solvencia como ha advertido la agencia de calificación Moody's si no aumenta el techo establecido de deuda pública. El Fondo Monetario Internacional le había hecho saber también hace meses de las malas consecuencias de sus déficits públicos para el desenvolvimiento de la economía mundial.


Estamos hablando de  mas de 14 mil millones de dólares de endeudamiento, que según el Departamento del Tesoro será el monto de la deuda el 2 de agosto próximo. El presidente Barack Obama se ha desmarcado al decir que la deuda se reducirá en cuatro mil millones de dólares en la próxima década, lo que iría mucho más allá del recorte de 2,5 mil millones de dólares que barajó el vice-presidente Joe Biden. Una meta que levanta ampollas en demócratas y republicanos porque podría hacerse a base de subir impuestos.


En un episodio de la serie Stargate Universe, la tripulación del Destiny (al más puro estilo del mito de Icaro) parece encaminarse al Sol y debate quiénes ocuparan la única cápsula de rescate de la nave. Esa imagen o una muy similar debió pasar por la mente de Obama cuando cerró el grifo a muchos proyectos, entre ellos al longevo programa espacial para ahorrar dinero y evitar la bancarrota.


Ha llegado la hora de hacer recortes y ninguno mejor  que el proyecto nacido al calor de la Guerra Fría entre Occidente y la otrora Unión Soviética (URSS), una pelea pura y dura entre dos machos Alfa, desarrollada por las diferencias ideológicas y de sistemas enfatizadas tras la II Guerra Mundial (1939-1945) con el reparto de áreas de influencia entre las potencias ganadoras.


La nave Soyuz
Al margen de la paradoja que supone que los astronautas norteamericanos viajen los próximos cinco años a bordo de los cohetes rusos Soyuz, una tecnología nada avanzada, pero más barata, se supone que en ese tiempo, los ingenieros de la NASA tendrán tiempo de desarrollar las futuras naves Orión, cuyo coste estará en manos de empresas privadas, la más puntera, la Space-X, encargada de construir el lanzador Falcon 9.



La directora del Centro de Operaciones y Soporte a Usuarios de la Agencia Espacial Europea (ESA) admite que Europa tendría que invertir más y alcanzar un nuevo protagonismo con la retirada estadounidense, sobre todo teniendo en cuenta que no solo los rusos coparan la orbita extra-terrestre, sino que competirán también chinos e indios.


La decisión de salir de la pléyade de los que conquistarán el espacio exterior tiene también un nombre en psicología: regresión. El Congreso, que no parece confiar en que las cosas mejorarán, se ha negado a ampliar los vuelos de la NASA reservados en el Soyuz y que suman 46 asientos a un costo de 40 millones de dólares el billete. Sin dudas mucho mas económico que los mil 500 millones de dólares promedio de los 135 lanzamientos de los transbordadores Atlantis, Endeavour, Discovery, Columbia y Challenger, que constituyeron la flota nacional.


Rusia, entregada de pleno a su papel capitalista, ha aumentado en 50% los precios este último año y se dispone a subirlos de nuevo el próximo. Dejar en sus manos el monopolio de las misiones espaciales, con el que ha soñado durante tantos años,  no deja de ser un paso arriesgado, a pesar del esfuerzo del presidente Dimitri Medvedev en superar la imagen de peligro que emana de estructuras, que a pesar de los cambios sustancias en el sistema de poder en el país continúan exhalando nostalgia por el estalinismo.


A finales del 2010, en línea con las intenciones de Medvedev de sanear la imagen rusa, diversos representantes del Gobierno, entre ellos el primer ministro Vladimir Putin, emitieron mensajes sobre el interés de formar parte de un mundo globalizado. Vistos en conjunto resultan un indicativo del giro dado en el modo tradicional en que las autoridades de Moscú se han posicionado tradicionalmente frente al mundo.


A esto se suma que, en los últimos diez años, la política exterior rusa ha tenido como tema principal la construcción de un sistema global de defensa anti-misiles, como mecanismo real de cooperación plena a fin de evitar una nueva espiral armamentista. La cumbre Rusia-OTAN, realizada en Lisboa a finales del 2010, aprobó allanar el camino para la creación de un escudo común de seguridad dentro del espacio ruso-europeo.


Durante algún tiempo, los rusos aventajaron a los norteamericanos en la carrera espacial en el siglo XX. El Sputnik I fue el primer satélite artificial en alcanzar la órbita terrestre, lo que hizo sonar las alarmas sobre el grado de recuperación de la URSS tras el fin de la II Guerra Mundial y si tendría la capacidad de colocar a alguien en el espacio o, en un extremo aún más peligroso, lanzar una bomba desde el exterior hacia cualquier punto del planeta.


Algo como lo de lanzar una bomba no parecía tan descabellado en el momento en que mandaba en la URSS Nikita Jurschov, conocido por aquel zapatazo en la mesa en plena sesión de las Naciones Unidas para callar al resto de los participantes. Este personaje demostró después una increíble prudencia durante la crisis de los misiles en Cuba, con una retirada táctica implícita, tras recibir la amenaza de Kennedy de que la cosa terminaría mal para las dos potencias si los cohetes seguían en la Isla caribeña, a pesar que Fidel Castro desde La Habana, en mensajes que se conocieron después y no obtuvieron respuesta de Moscú, le instaba a no dejarse amedrentar y apretar el botón rojo.


La reacción norteamericana ante el Sputnik I fue la de recuperar su supremacía, puesta en solfa con la acción rusa, y mantener una alerta roja ante el peligro. La tecnología, había quedado claro, tenía un servicio dual: podía usarse con fines pacíficos tanto como bélicos.


El primer satélite norteamericano, el Explorer I, esperó aún cuatro meses para lanzarse. Las dos emisiones de cohetes coincidieron con el Año Geofísico Internacional. Con el ruso se determinó la densidad de la atmósfera exterior y con el otro se puso al descubierto el cinturón de radiación bautizado Van Allen. La era de los satélites de comunicaciones quedó inaugurada en 1958.


Los primeros en colocar un ser vivo en el espacio fueron de nuevo los soviéticos en 1957, con el Sputnik II, a bordo del cual viajaba la perra Laika. La pobre murió de estrés y de sobrecalentamiento ante la ausencia de tecnología para hacerla regresar, algo que no ocurrió con sus canes sucesores, Belka y Strelka, que tras orbitar la Tierra volvieron con éxito en 1960.


Al situar en el espacio a Yuri Gagarin, el 12 de abril de 1961, la URSS volvió a tomar la delantera a Estados Unidos, que se apresuró a lanzar en misión suborbital a Alan Shepard, en el Freedom 7, pero veintitres días después. Fue John Glenn, a bordo del Friendship 7, el primero en orbitar la Tierra tres veces el 20 de febrero de 1962. El astronauta, ya retirado, repitió la hazaña con 77 años a bordo del Discovery en 1998.



Sobre la muerte de Gagarin, que oficialmente se dijo fue a consecuencia de la avería en un avión que estaba probando, se ha especulado mucho. Todos se preguntaron en su momento cómo se le había encargado a todo un astronauta tal nimiedad de tarea que podría haber realizado cualquier piloto sin tan alta calificación. Quizá habrá que esperar, como tantos misterios sin resolver de la era soviética, que se abran los archivos del Kremlin.



La primicia de un primer paseo por el espacio la tuvo el soviético Alexei Leonov, en la Vosjof II, el 18 de marzo de 1965. Podría no haber regresado debido a averías diversas en la nave, pero lo hizo, aunque muy lejos del punto fijado para el aterrizaje.


Había mucho en juego en la época en que esta competición tuvo lugar en el ecuador de la Guerra Fría. Para el campo comunista creado a imagen y semejanza de la URSS y liderado por Moscú en varios países europeos, resultaba de vital importancia dejar claro que su sistema, basado en una filosofía y guiado por la ideología de un solo Partido, era superior al capitalismo, que ellos observaban como decadente.


Tras orbitar sobre la Tierra y dar un paseo por el espacio, el paso siguiente era enviar una sonda a la Luna. Los estadounidenses concentraron esfuerzos para esto en su programa Pioneer, como lo hicieron a su vez los soviéticos con el Luna. Esta vez también llegaron primero el 4 de enero de 1959, mientras Estados Unidos seguía trabajando en buscar alunizajes potenciales para el Apolo.


Encuentro Apolo-Soyuz
El presidente John F. Kennedy lo dejó claro ante el director de la NASA, James E. Webb: "Todo lo que hagamos debería vincularse a la tarea de llegar a la Luna antes que los rusos...La única justificación (para tanto coste) es porque esperamos ganar a la URSS para demostrar que, en lugar de estar detrás, en un par de años, iremos por delante".


Una premonición que se cumplió durante la Administración de Lyndon B. Johnson. Neil Armstrong fue el primer ser humano en poner los pies en la superficie lunar el 20 de julio de 1969 a bordo del Apolo II. Un evento que captó el interés de todo el planeta y uno de los más importantes hitos de la Humanidad en el siglo XX.


Consciente del momento histórico que vivía, Armstrong utilizó la frase que ha pasado a la Historia, con la parquedad de que hacen gala muchos héroes para hablar de sus hazañas: Es un pequeño paso para el Hombre; un gran paso para la Humanidad.


Quienes fuimos testigos de esta parte de la Historia y aún vivimos para contarlo teníamos entonces la sensación de que una gran desgana se dejaba percibir desde Moscú. Sin mucho revuelo, sin avisar a nadie, Estados Unidos se había hecho con el control del Programa Espacial del planeta, que después de ésto tuvo pocos momentos de brillantez mediático, aunque las investigaciones siguieron aportando importantes descubrimientos a favor del desarrollo científico, y no solo en la Luna, sino en planetas como Venus o Marte.



Miguel Belló, director del Deimus Space, una de las escasas empresas españolas especializadas en satélites de observación, coincide en que los transboradores resultan difíciles de mantener, pero ha visto con sumo malestar que se queden solos los rusos en el espacio. Culpa a la NASA  de falta de previsión y de visión de futuro.



El vuelo final del Discovery se realizó en marzo del 2010 y el del Endeavour tres meses después. Ahora le ha tocado al Atlantis (que inició sus vuelos en 1995) realizar la última misión. Dentro de seis o siete días, regresarán Chris Ferguson, Doug Hurley, Rex Walheim y Sandra Mag a Cabo Cañaveral y el último de los transbordadores pasará a mejor vida en un museo o sala expositora.


Los cinco que formaron la otrora flota de la NASA, símbolo de la dominación espacial norteamericana a principios de los setenta del pasado siglo, bien por una mala gestión o por la crisis económica mundial, han agotado su destino para un programa relegado hoy al limbo del espacio exterior.

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