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domingo, 22 de enero de 2017

LET'S MAKE AMERICA GREAT AGAIN, HA DICHO DONALD TRUMP


Por Mirta Balea

Los detractores del recién estrenado presidente de Estados Unidos, Donald Trump, suelen referirse a él como un intruso en política, empresario millonario y estrella de la televisión, para de algún modo minimizar su importancia, y advierten que su discurso es retrógrado, proteccionista y nacionalista, hostil a las élites financieras y a los grandes medios de comunicación.

Y todo este análisis concuerda bien con todo lo que ha venido diciendo en campaña y con su discurso de investidura el pasado 20 de enero, día que, por cierto, ha proclamado como del Patriotismo de manera oficial. El número 45 en la lista de mandatarios norteamericanos pareció querer servir de contraste a la previsibilidad y el continuismo de la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton.


Apenas en noviembre del 2015, la mayoría de encuestas y los medios de Estados Unidos y de otras partes del mundo afirmaban que Clinton sería la presidenta. Y se dieron de bruces contra un muro.

A juzgar por las innumerables protestas por haber recibido más votos que Clinton y ganarse el puesto, se puede decir que pasará a ser el presidente más impopular en la historia de Estados Unidos. Millones de personas, no solo en el patio sino fuera, se han congregado para hacerle partícipe de su desagrado por ocupar el Despacho Oval, aun cuando tenga derecho.

La convocatoria anti-Trump en redes sociales tuvo eco en Europa, Japón, Australia, Nueva Zelanda y América Latina. La gente, en cantidad significativa, se manifestó en París, Londres, Roma, Sidney - donde tuvo lugar la marcha más nutrida- llamando a preservar los derechos de la mujer, las medidas medioambientales y la tolerancia, que a juicio de estos manifestantes estará en peligro con la llegada del nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Trump ha sembrado de incertidumbre su camino a la investidura, algunas confirmadas en su discurso de toma de posesión este viernes. Solo el tiempo despejará las incógnitas. Habría que excavar las claves de su triunfo hasta los primeros años de la presidencia de Barack Obama y no en la supuesta injerencia rusa en las elecciones a favor del representante republicano. 

La gran recesión económica con la que inició Obama su mandato y la respuesta política dada a la misma, impulsaron movimientos de protestas como las del conservador Tea Party, contrario a los programas de estímulos económicos y a la reforma sanitaria demócrata.

Se abrió una brecha -que no se ha cerrado- entre las élites políticas y los movimientos de base y dentro del propio Partido Republicano. Esto dio inicio a una transformación interna con nuevas facciones en sus filas, que ganaron terreno, hostiles a las élites política y financiera. La división ideológica aumentó en el país como nunca antes en las últimas dos décadas.

Trump es el producto de este fenómeno emergente en la esfera política norteamericana en el que se enmarca su movimiento nacional y patriótico. "América lo primero", ha dicho durante toda la campaña y reafirmado en su discurso de investidura, dirigiéndose a "los hombres y mujeres del país olvidados" y que "no lo serán más".

La crisis global y la pérdida de cinco millones de puestos de trabajo en la industria y la manufactura de Estados Unidos crearon una herida muy grande en la sociedad y todo indica que el comercio internacional ha resultado ser un óptimo candidato si lo que se busca es un culpable, de ahí los ataques a China o a México.

El presidente en sus diatribas se equivoca, porque los datos indican que son escasos los trabajos perdidos en las fábricas achacables al comercio. La gran mayoría -según el Instituto Brooks- pueden justificarse por un crecimiento de la productividad a través del uso de nueva tecnología, innovadora automatización y la entrada de novedosas maquinarias, lo que explicaría tanto la pérdida de empleos como el incremento en la producción.

Estados Unidos no solo compite con otros países, con escasas normativas medioambientales y laborales, sino que el trabajador nacional tiene que hacerlo también con las máquinas. La Administración Obama anunció la pasada semana que el 80% de los transportistas quedarán sin trabajo por la automatizacion de los vehículos. 

Antes incluso de sentarse en el despacho Oval, los planes anunciados por Trump lograron algunos efectos. Advirtió a las grandes empresas del automóvil como Ford y Toyota, que si persistían en seguir fabricando coches en México para venderlos en territorio norteamericano, comenzarían a pagar un 35% de impuestos.

Ford anunció días después de la amenaza la creación de 700 puestos de trabajo en Estados Unidos, ampliando su producción en Michigan, uno de los estados claves en el triunfo de Trump. El peso mejicano cayó en un 3%, lo que envalentonó al aún candidato a la presidencia, quien pasó a lanzar a Toyota la misma amenaza y la empresa decidió edificar su nueva fábrica de Corolla en Baja California.

Los twitters de Trump afectaron al peso mejicano y obligaron al Banco de México a intervenir con dos mil millones de dolares para evitar la devaluación. Cuando quedó claro que resultaba una medida ineficaz y cara, porque se chupaba 176 mil millones de dólares de la reserva internacional del país, un grupo de "cerebrines" lanzó la idea de que comprara Twitter, una empresa valorada en 12 mil millones de dólares. Esto no paso de una mera propuesta hecha al tuntún, aunque con una lógica implícita, pues cortaba al magnate su principal vía social de comunicación y el país no perdía tanto dinero.

El impuesto de un 35% puede traer también efectos negativos al bolsillo del consumidor norteamericano cuando compre ropa, alimentos y otros bienes básicos, aparte del "sufrimiento" de las empresas automovilísticas, que utilizan muchos bienes intermedios para re-exportar de EEUU al resto del mundo y que son la base de su competitividad.

Lo dicho en el discurso de investidura y las líneas de gobierno trazadas en la web de la Casa Blanca, apuntan a que Estados Unidos se retirará del acuerdo de libre-comercio conocido como TPPI y renegociará el que tiene con México y Canadá, conocido como NAFTA.

Los críticos del TPPI hacen hincapié en que fue creado en un ambiente de secretismo y su opacidad favorece a las multinacionales. Desde su mismo nacimiento, comenzó a generar polémica en doce países del Pacífico, además de México, Chile y Peru, los cuales podrían por sí solos agrupar un 40% del comercio mundial. Para sus detractores, sobrepasa los límites de un acuerdo puramente económico y presenta rasgos políticos de gran repercusión.

Algunas cláusulas son tan contradictorias, que el parlamento japonés lo ha denunciado. Al proceso le ha faltado transparencia y muchas más discusiones públicas. En su rasgo más desconcertante, sostiene un arbitraje inverso, que permitirá a compañías internacionales demandar a los gobiernos. Fue muy mimado por la Administración Obama. 

En su investidura, Trump destacó que "defendimos las fronteras de otras naciones, mientras rechazamos defender las nuestras", en alusión a lo que se propone hacer con la OTAN y la ampliación del muro en la frontera con México. Antes había dicho que "los países que estamos defendiendo deben pagar por el coste de esa defensa, de lo contrario afrontaran el hecho de tener que hacerlo solos. O pagan, incluso por los incumplimientos pasados, o tienen que salir y si la OTAN se rompe, que se rompa".

Trump quiere ampliar el muro, que empezó a construir Bill Clinton, en 2,500 kilómetros para, según dice, "detener la inmigración, poner freno a las bandas criminales y la violencia y detener la expansión de la droga...". Su idea es deportar a entre dos y tres millones de inmigrantes sin papeles, residiendo en territorio estadounidense, algunos durante varias décadas. Esta ha resultado ser una reivindicación cardinal de los millones de personas dentro y fuera de Estados Unidos durante las marchas y concentraciones realizadas contra el nuevo presidente, iniciadas desde el minuto uno en que fue anunciado su triunfo.

Durante su campaña por la presidencia, había desconcertado a propios y extraños, a aliados y enemigos, rompiendo la postura tradicional de EEUU, anunciando cambios drásticos. Ha apoyado el Brexit, muestra indiferencia ante una hipotética desintegración de la Unión Europea, lo que resulta de querer tener un elemento exterior menos con el que competir, y ha criticado a los socios de la OTAN "por ser una organización obsoleta, que debería dirigir sus esfuerzos únicamente a poner fin al terrorismo yihadista".

La entente militar ha perdido su razón de ser para muchos europeos tras el desmantelamiento de la Unión Soviética y en los últimos 30 años a lo que se ha dedicado es a buscar su papel en el mundo, hacerse con un enemigo, como sería Rusia, hacia cuya frontera con Polonia ha desplazado soldados y armamento en el último mes. La idea de cambiar su objetivo inicial, transformándose en el acoso mundial del terrorismo, en especial el yihadista, que tantos estragos ha causado en el último año en capitales europeas como Paris, Bruselas y Berlín, no parece tan descabellada.

La victoria de Trump y el cambio de política radical en Estados Unidos fue un tema presente en la reunión anual del Foro de Davos con asistencia de 90 países, en el que participó el vice-presidente saliente Joe Biden, quien dedicó su tiempo a trazar un escenario sombrío para el mundo.

Aseguró que existen amenazas al orden liberal internacional y resulta significativa la expresión de orden liberal, porque deja fuera la noción de orden democrático y desconoce el neo-liberalismo, que ha primado en las últimas décadas. Esto obedece a que Estados Unidos y Europa están en manos de una oligarquía privada, al eliminar el monopolio público como ocurrió en España y en otros países. 

Una de las sombras que persigue al presidente norteamericano es su deseo de mejorar las relaciones con Rusia y sus buenas palabras hacia el presidente Vladimir Putin, así como su manera de mirar hacia otra parte y ser ambiguo a la hora de juzgar las acciones rusas en Ucrania, que han violado una y otra vez los derechos humanos y la soberanía de ese país europeo. También resulta estrafalaria la carencia de interés en el informe de la comunidad de Inteligencia estadounidense sobre la intromisión de hackers rusos -apoyados según dice por el Kremlin- y la propaganda soterrada contra los demócratas para beneficiarle en las urnas. 

Trump ha planteado que podría hacer borrón y cuenta nueva si Rusia acepta mejorar las relaciones con la contrapartida de reducir su arsenal nuclear. Sobre esto, el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, ha dicho que no existe propuesta oficial alguna de Estados Unidos. 

Esta vigente el acuerdo bilateral Star III, firmado en 2010 en Praga y en vigor desde el 2011, con una duración de 10 años. Su objetivo declarado es que en siete años, a cumplir en 2018, habría que haber disminuido hasta 700 unidades la cantidad de misiles balísticos desplegados y hasta 1.500 el número de las ojivas nucleares. Los lanzamientos tampoco podrán sobrepasar los 800, en esto último se habla de desplegados y en la reserva. Así que la contrapartida parece disuelto en este tratado.

Hay, desde luego, más países con arsenal nuclear, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, el escenario actual es el siguiente: Estados Unidos posee un total de 7.000 ojivas y ha desplegado 1.930; Rusia, 7.290 y ha desplegado 1.790; Francia, 300 y 200, respectivamente; Reino Unido con 215 ha sacado 110. China es la gran incógnita, porque tiene 260, pero no se conoce cuántas ha desplegado, y si nos vamos a Corea del Norte sabemos de la existencia de 10, sin que se disponga de otro dato ni siquiera la confirmación del que se tiene.

Las encuestas apuntan a que en Occidente creen que estamos cerca de una nueva guerra mundial. De haberla, con el arsenal antes enumerado, el resultado sería la destrucción del planeta. Lo cierto es que tal escenario resulta improbable, pero no olvidemos que esto sigue siendo, como en la Guerra Fría, un pulso de los grupos de poder en Estados Unidos y Rusia, en especial, y esta última tiene necesidad de ocupar un espacio en el mundo -el que perdió con la disolución de la URSS- y se está fortaleciendo. 

Rusia se ha mostrado realista y ha estado esperando a la entrada de Trump por la Casa Blanca a fin de no mostrar a destiempo sus cartas. El nuevo inquilino ha situado como una de sus prioridades la lucha contra el terrorismo, según el texto publicado en la web presidencial, y espera que sea más eficaz que la de Obama. 

De palabra y en la mesa de negociaciones, daba la impresión de que Estados Unidos trabajaba con Rusia y otros países, pero Obama engañó a todos cuando prometió separar la oposición moderada del Frente al Nusra y resultó que los protegía de los ataques. Como ha al descubierto una grabación del secretario de estado John Kerry y los opositores sirios, Estados Unidos consideraba al Estado Islámico como una fuerza aceptable para debilitar al régimen sirio Haffez el Assad.

Lo que dicen Trump y su equipo es que no usaran el doble rasero y que tienen un enfoque diferente. Han habido muchas tomas de posesión de los presidentes de Estados Unidos, pero ésta, de haber sufrido las manifestaciones de estos días en un país del Tercer Mundo, habrían sido el preludio de un golpe de Estado para derrocar al mandatario. Puede que esto sea lo que se busca.

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