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sábado, 15 de septiembre de 2012

Estados Unidos en el vórtice del huracán

Ataque de los radicales a la embajada en El Cairo




Por Mirta Balea




Como un seísmo, la amenaza creciente a Estados Unidos del salafismo, la rama más radical del islam, ha tenido sus primeros fermentos esta semana en Bengazi (Libia), con réplicas en Yemen y Egipto y otras naciones islámicas. Esta vez, el motivo ha sido un polémico video en el que se denigra al profeta Mahoma, figura central de una doctrina, que es tanto culto religioso como ideología política y social.





Fue Mahoma quien definió que el islam es una ideología y un culto, un hogar y un Estado, un espíritu y un trabajo, un libro y una espada. En la era moderna, alcanza su propia estructura política y se vincula al Estado para imponer su ley o sharia e incluso ampliar sus horizontes más allá del mundo musulmán, que no entiende de libertad religiosa o de expresión.





Fueron Los Hermanos Musulmanes, creados en Egipto en 1928 por Hassan Al-Banna, quienes relanzaron el Corán bajo el mando estatal unitario, que ha impuesto un rechazo a la cultura occidental para regresar -como propugnan los salafistas con mayor vigor que cualquier otra rama del islam- al dominio cultural y político que esa doctrina ejerció durante muchos siglos en la Antigüedad.





Las manifestaciones que han tenido lugar esta semana en diferentes países de Asia y Africa demuestran que los terroristas tienen como aspecto esencial de su actividad el espectáculo público y cualquier muerte solo les satisface si tiene amplia difusión y un caràcter simbólico, como enviar un mensaje. Tenemos en estos días uno relevante, la caída del embajador Christopher Steven, al que se dio caza dentro del propio consulado en Bengazi hasta matarlo, junto a tres de sus colaboradores cuando intentaban impedir su asesinato.





La burda sátira de Mahoma, que ha obtenido con estas manifestaciones una publicidad inmerecida, es obra de un cristiano copto residente en California, que exhibió su película sin pena ni gloria hace dos meses en un pequeño teatro de Los Angeles y luego colgó en Youtube un extracto de 15 minutos, que tampoco ha disfrutado del éxito esperado.





La secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton ha condenado la película por obscena y se ha encargado de aclarar que Estados Unidos nada tiene que ver con la producción de un individuo, que ha hecho uso de su libertad de expresión. En el mundo musulman, esta disculpa no trasciende, esta explicación no  resulta válida, esta independencia de los individuos no se entiende.





Una prueba son las palabras y la actitud del presidente egipcio Mohamed Morsi ante los ataques a la embajada norteamericana en El Cairo, que, de momento, han dejado más de 200 heridos. Demoró mucho en denunciar los hechos, iniciados el martes, y resultó mucho más tajante al hablar del video.





"Nuestro profeta es la línea roja y quien lo agrede se convierte en nuestro enemigo", dijo. Uno podría preguntarse a qué enemigo se refiere: a Estados Unidos o al autor del video.  Contrastemos la ambigüedad de la frase con la claridad de las acciones salafistas. En Saná, capital de Yemen, sustituyeron la bandera estadounidense por la negra que dice Alá es el único Dios y Mahoma, su profeta, al allanar la embajada.





La primavera árabe pareció en principio el estallido propio de pueblos ansiosos de libertad, pero los resultados electorales pos-revolucionarios han puesto en manos de los sectores más radicales del islam las riendas de los gobiernos y cuando no ha sido así, como es el caso de Libia, la guerra interna ha recomenzado, como un pulso a ver quien se queda al final.





El ataque ocurrido en la madrugada del día 12 en el consulado de Bengazi estuvo a cargo de un grupo de salafistas fuertemente armados al grito de Ala Akbar (Alá, el más grande). Los barbudos rodearon el edificio y le prendieron fuego sin que las fuerzas regulares libias o los custodios norteamericanos pudieran impedirlo. Fue un ataque perfectamente organizado, nada expontáneo al calor de una rabieta provocada por la película de marras como se pretende hacer ver, y que puede atribuirse sin pecar de osados a la única célula terrorista vinculada a Al Qaeda en esa zona: Ansar al Sharia o servidores de la ley islámica.





Las ofensas al islam han tenido sus momentos relevantes en los últimos años casi al unísono que se han realizado ataques terroristas de los radicales en diversas partes del mundo. El semanario francés Charlie Hebdo publicó en portada una reflexión irónica sobre Mahoma y la fé islámica y la sede resultó atacada con un cóctel molotov; el periódico danés Jyllans Postem publicó 12 caricaturas del profeta y recibió muchas amenazas; la película franco-iraní Persépolis fue considerada blasfema por los islamistas, al igual que el corto del director danés Theo Van Gogh en el que denunciaba la situación de desamparo y violencia de la mujer musulmana. Un radical marroquí lo asesinó en 2005.





Como está ocurriendo ahora con las réplicas del seísmo de Bengazi, hace 33 años fue asesinado el embajador estadounidense en Teherán por los radicales, al tiempo que las embajadas de Tripoli e Islamabad eran atacadas por los terroristas islámicos.





Christopher Steven



En Egipto, los salafistas cuentan con una sólida representación en la formación NUR, una cuña en el espacio político islamista reservado hasta ahora a los legendarios Hermanos Musulmanes. Algunos "nuristas" han protagonizado actos de intolerancia religiosa contra la minoría cristiana de coptos. En Tunez, hay también formaciones salafistas, que quieren ocupar el espacio del partido islamista En Nahda y tomar las riendas del gobierno.





Cuna de la primavera àrabe, Tunez tampoco ha estado excento de actos de intolerancia religiosa por grupos radicales, que han atacado canales de televisión o eventos culturales por considerados "impíos" y, en Libia, han destruido santuarios suníes, un movimiento espiritual islámico de carácter conservador, solo porque rinden culto a sus antepasados.





El presidente norteamericano Barack Obama ha desarrollado una política de entendimiento con los gobiernos surgidos al calor de la primavera arabe. Clinton ha argumentado que lo ocurrido en Bengazi clama al cielo después de todo el esfuerzo desplegado por  su país en favor de la salida de Muammar el Gadafi y del reconocimiento del Consejo Nacional Libio, que sigue mandando en esa ciudad, en oposición frontal al gobierno elegido por la población.





Las milicias salafistas se han apertrechado en esa ciudad de la Cirenaica y mantienen la zona en tensión, dejando en evidencia en los últimos días a las autoridades libias y a la seguridad del país con el ataque al consulado y la muerte del embajador. El gobierno libio, integrado por una coalición laica que venció en las urnas tanto a islamistas moderados como  radicales, es rechazado en Bengazi, porque no se aviene a los propósitos de islamización  de las fuerzas que controlan la región y que desean minar las relaciones con Estados Unidos, porque así lo dice Al Qaeda, al margen del esfuerzo que haya hecho Occidente por posibilitar el cambio de régimen.





Obama ha recordado que Estados Unidos, desde su fundación, ha respetado a todos los credos religiosos y ha advertido que el atentado de Bengazi no quedará sin justicia. El mundo arabe debe unirse para impedir actos tan brutales, puntualizó. Lo cierto es que a los norteamericanos se les tiene tanto aprecio en esos lares como a un cocodrilo en una bañera. La amistad no es algo que Washington haya fomentado con ahinco, en todo caso alianzas político-militares con sistemas, que desde el proceso de descolonización del pasado siglo, han aplastado cada vez que han podido a su pueblo sin que nadie moviera un dedo para impedirlo.





Estados Unidos ha enviado buques de guerra, varios drones o aviones no tripulados y un contingente de 50 marines a Libia. No hay orden de bombardear, solo recoger información sobre las brigadas y los grupos armados en la Cirenaica, algo que, según rumores sin confirmar, podría haber estado haciendo el embajador Steven, cuya trayectoria es el tipo de plato suculento que la CIA suele intentar servirse a modo de colaboración.





Eso no debe parecer raro a nadie, puesto que la CIA ha desplegado sus alas sobre los territorios de Oriente Medio en los últimos meses tras el estancamiento de Occidente en brindar una solúción a la guerra en Siria, al igual que han hecho los rusos, los franceses y los británicos. Todo esto por el limbo informativo desde hace poco más de un año cuando se retiraron las embajadas de Damasco como parte de las sanciones contra el régimen de Bashir el-Assad, pero que en este caso obraron en contra de la posibilidad de conocer de la situación in situ.





La política exterior de Obama ha debilitado de cierta manera, en los países árabe, su posición antes incontestable. Todo empezó en 2009, al iniciar su mandato, en que intentó en El Cairo contraponer su punto de vista, llamémosle "pacifista", a los de su antecesor George Bush. Entonces aseguró que Estados Unidos "no ha estado ni estará nunca en guerra con el islam", una frase ingenua, puesto que los radicales islamistas sí lo están con su país y con  Occidente, en general.





El presidente norteamericano dejó caer a uno de sus más importantes aliados en Oriente Medio, después de Israel, el mandatario egipcio Hosni Moubarak, y en la guerra en Libia para derrocar a Gadafi cedió terreno a Francia y Reino Unido, además de que ha estado titubeando ante Rusia y China en lograr una solución para el pueblo sirio.





Las manifestaciones de estos días, la muerte de Steven, no apuntan soloa las sedes diplomáticas estadounidenses en territorios árabes, sino que alarman también a Francia, Reino Unido y España,  objetivos declarados de Al Qaeda en Europa.





Las fuerzas de seguridad españolas han venido centrando sus investigaciones en la seguridad de turistas y cooperantes en Oriente Medio y norte de Africa. Han impedido el regreso de varios cooperantes evacuados el pasado 28 de julio último de los campos de refugiados saharauíes en Tinduf (Argelia), por mucho que ellos desearían volver para continuar su labor humanitaria.




Prestan también particular atención a la radicalización observada en las mezquitas u otros centros de culto musulmán, en las que se están difundiendo abiertamente las tésis salafistas. Son amenazas presenten igualmente en Francia y Reino Unido con una diferencia: los radicales incluyen la recuperación de Al-Andalus (Andalucía), Ceuta y Melilla en sus planes futuros.



Se conoce que Al Qaea entrena a su gente en zonas de conflicto y las hacen regresas sigilosamente a las zonas de residencia habitual a la espera de órdenes para actuar, en el caso de países occidentales. El diario La Razón publicó el 5 de agosto último un manual de atentados suicidas dirigido a islamistas radicales, en el que se explica que las acciones criminales serán coordinadas por una dirección militar en todo "el globo terráqueo" contra quienes "combaten el islam y a los musulmanes" y centros económicos del "enemigo".





Los radicales islamistas no están solo en pie de guerra en Egipto, Túnez, Yemen, Libia; han hecho también de las suyas en Sudán, Bangladesh, Iran e Iraq, en una suerte de vindicación histórica, cine de atracos y road movie.





Si el mundo de los odios primarios o los ataques asesinos tiene un enemigo, este es la paz, la libertad y la democracia, se ponga como se ponga y aún cuando este último sistema NO constituya el NON plus ultra de la perfección. Y si como afirma la Biblia, los mansos herederán la tierra, de momento son los que van perdiendo.





Los salafistas tienen su propio páramo privado en el que no caben más que ellos y sus ideas, que secan el espíritu porque carecen de empatía hacia el resto de la humanidad. Para un occidental, esto representa hallarse mirando desde el borde un profundo abismo con algo oscuro e informe, muy abajo, que puede tragarlo en cualquier momento. Recordemos a Nietzche: tú miras el abismo y este te mira a tí.

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