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jueves, 19 de junio de 2014

Felipe VI, nuevo Rey de España





Mirta Balea

Felipe de Borbón y de Grecia ha sido proclamado hoy Rey de España bajo el nombre de Felipe VI y en su primer discurso ante el Congreso de los Diputados -donde tuvo lugar el acto- se ha promovido como defensor de un país unido en su diversidad, en el que caben todos y todas las formas de sentirse español, porque "los sentimientos no deben nunca enfrentar o dividir sino respetar y convivir".

Al verse a sí mismo como el primer Rey de la Constitución (1978), ha declarado también su fé en "la unidad de España" y  ha advertido que no se trata de uniformidad, sino de la suma de una "diversidad que nace de su historia y que debe fortalecer".

Esta parte del discurso, en el que reconoció la relevancia de las diversas lenguas que se hablan en España, tiene suma importancia en momentos en que las fuerzas separatistas han encontrado resquicios para sus reivindicaciones.

En la proclamación del monarca, se hallaban presentes el presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, quien amenaza al gobierno con un referendo de independencia anticonstitunal para el próximo noviembre, e Iñigo Urkullo, el lendakari (presidente) del País Vasco. 

Mientras los presentes aplaudían el discurso conciliador de Felipe VI, Mas y Urkullo no batieron palmas. Este último tampoco acompañó al nuevo monarca a la puerta del Congreso de los Diputados para ver su salida hacia las calles madrileñas. 

Miles de personas dieron vivas al nuevo monarca, que viajaba en un coche abierto, en el que iba también su esposa Letizia. A unos pocos metros del hemiciclo de los diputados, unos cientos de otros españoles realizaban su concentración paralela en favor de un régimen Republicano que se disolvió a los pocos minutos.

La abdicación de Juan Carlos I hace poco más de dos semanas ha hecho posible que el antes Príncipe de Asturias asumiera la jefatura del Estado español, en un acto caracterizado por la sobriedad.

España difiere de otras monarquías europeas en que no hay coronación, sino proclamación, una costumbre venida de los tiempos de Isabel y Fernando, los reyes católicos, que posibilitaron a Cristóbal Colón el viaje que descubrió el Nuevo Mundo.

Fernando era rey de Aragón e Isabel era reina de Castilla, por lo que la proclamación resultó una forma inteligente de dar solución al hecho de que había dos reyes consagrados.

La monarquía española atraviesa uno de los momentos más bajos en la aceptación popular de la Corona - que antes destacaba por su prestigio- debido a varios elementos, entre los que habría que apuntar los siguientes, aunque no sean los únicos.

Una cacería del Rey en Botswana en medio de la peor crisis económica y política por la que atraviesa el país, y que, al darse a conocer al público por un medio de prensa, le obligó a decir "he cometido un error, pido perdón" a la sociedad.

Fue publicada también una foto de una mujer joven, dicen que de nombre Corina, a la que calificaron de amante del rey Juan Carlos I y que le acompañaba a la mayoría de las celebraciones a las que asistía, aunque de forma discreta.

El otro elemento importante habrían sido los escándalos de corrupción que han salpicado a su hija Cristina y a su yerno Iñaki Urdangarín, quienes viven en Suiza por esta razón. Ambos están pendientes de juicio, porque, aunque la Fiscalía ha exonerado a la Infanta de cometer tales faltas, el juez no lo tiene claro.

Como consecuencia directa de la abdicación de Juan Carlos I, si Cristina se sentara en el futuro en el banquillo de los acusados no lo haría ya como Infanta de España, algo útil para ese lavado de cara que se persigue en cuanto a la monarquía.

A la proclamación asistió la otra descendiente de Juan Carlos, Elena, acompañando a su madre Sofía de Grecia, cuya corona pasa ahora a Letizia. 

Las hermanas del nuevo Rey dejan de ser Infantas, que es como se llama en España a las princesas, una función que pasa ahora a las pequeñas hijas de Felipe VI, Leonor y Sofía, la primera con el agregado de Princesa de Asturias y primera en la línea de sucesión.

La abdicación del rey, que según declararon a la prensa fuentes de la Casa Real, se estuvo madurando durante meses, y la ausencia anunciada de Juan Carlos en el acto de proclamación se debió a que no deseaba restar protagonismo a su hijo.

Algunas fuentes oficiosas dicen que el rey saliente fue objeto de innumerables presiones en todos estos meses para favorecer que con su abdicación abriera el camino a la limpieza de imagen de la Corona y se mantenga la monarquía en España.

La que sí tuvo un momento de aprecio y consideración de los congregados en el hemiciclo, con aplausos y vivas, fue Sofia de Grecia, la reina saliente y al parecer un elemento clave en la abdicación de su esposo.

No resulta fortuito que el nuevo monarca tuviera unas palabras de agradecimiento hacia sus padres, colocando a su madre en el primer punto de su agasajo.

Al parecer Juan Carlos I se sentía bien en su papel de Rey y para nada deseaba abdicar, a pesar incluso de los conocidos problemas de salud que lo aquejan desde hace varios años y le han obligado a someterse al menos a siete operaciones traumatológicas. Si lo ha hecho -dicen algunos entendidos- ha sido a instancias de Sofía y otros.

Esta mujer, que se caracteriza por una discreción tremenda, que parece más un hada madrina bondadosa que la reina mala del cuento, forma parte del muy elitista y poco mencionado Club Blindenberg, considerado por los teóricos de la conspiración como el poder silencioso que maneja los destinos del mundo.

Puede que no sea el caso, pero más vale no poner la mano en el asador.

Al gobierno del presidente Mariano Rajoy, que se ha entendido tan bien con el rey saliente, los comentaristas le auguran pesares con Felipe.

Si queremos saber hasta donde puede esto ser de conocimiento del jefe del Ejecutivo español podemos tomar como ejemplo la sesión de aprobación de la ley de abdicación por el Senado o Cámara Alta.

Rajoy defendió la norma hace una semana en su presentación en el Congreso o Cámara Baja con un mero discurso de Estado, pero no fue este el caso en el Senado. Allí nadie del Ejecutivo presentó la ley.


Todos los grupos senatoriales afearon al Gobierno en sus respectivos discursos por no presentar la ley en la Cámara Alta, porque suponía para estos un desprecio. Presentes en el banquillo del Partido Popular se hallaban solo cuatro ministros.

Felipe VI habló de que la monarquía ha de estar abierta a la sociedad, ser intérprete de las aspiraciones ciudadanas, buscar la cercanía con el pueblo y ganarse su respeto y confianza.

Los ciudadanos- dijo- demandan con toda razón que la ejemplaridad inspire la vida pública. En esta frase muchos creyeron ver no solo un reproche a los hasta ahora miembros de la Casa Real, sino hacia a los dos principales partidos políticos del país, el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, que se alternan en la gobernanza del país.

Ambas organizaciones, que juntas han acaparado en democracia hasta el 80% de los votos, son ejes por igual de escándalos de corrupción, malversación y cohecho.

El rey de España no ha dudado en rendir homenaje a las víctimas del terrorismo e incluso ha lanzado al gobierno un velado mensaje cuyo contenido resultaba obvio: no se puede seguir estrangulando a los que menos tienen.

"Tenemos la obligación -dijo- de transmitir un mensaje de esperanza".

Dado que la monarquía es un hecho simbólico en el país y el verdadero poder reside en el Ejecutivo y el Parlamento, Felipe VI se ofreció para ayudar, colaborar, asesorar y hacer todo cuanto sea posible en lo adelante para que España avance.

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