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domingo, 10 de noviembre de 2013

La Unión Europea y los flujos migratorios.

Embarcación de emigrantes sirios



Por Mirta Balea

Los líderes políticos de la Unión Europea (UE) parecen haber decidido colocarse la máscara verde de largo pico, de moda entre los médicos cuando la plaga mortal de la peste barrió a un tercio de la población  europea en el siglo XIV y con la que se protegían las fosas nasales de la pestilencia.


La brecha entre la Comisión y el Consejo (jefes de gobierno) sobre el tema de la inmigración parece adquirir la forma de un abismo. Los líderes se hallan presa del populismo que demoniza a los extranjeros y los convierte en culpables inmediatos de todo cuanto mal se cierne sobre sus países.


La respuesta dada a los 130 muertos del naufragio de inmigrantes cerca de la isla italiana de Lampedusa, el pasado 3 de octubre, evidencia hasta qué punto el debate resulta en la actualidad inútil por muchos que la UE quiera colgarse medallas. Los muertos en aguas mediterráneas habrían sido menos de haber actuado con presteza.

La comisaria de Interior, Cecilia Malmström, propuso hace unos días crear visados temporales por razones humanitarias en el marco de los debates del grupo de trabajo o task force creado para hacer frente y dar soluciones a los naufragios en el Mar Mediterráneo.


La idea fue inmediatamente rechazada, no dio tiempo siquiera a plasmarla en un borrador, lo que da la medida de cómo asusta a los líderes europeos entrar con la manga al codo a la situación migratoria en el viejo continente.



Cuando se reunan de nuevo en diciembre, para escuchar las propuestas de la task force, nadie podrá esperar grandes avances en el tema.


La Comisión quiere abordar la política migratoria con propuestas a largo plazo, con la mirada puesta en las necesidades laborales futuras de Europa una vez superada la crisis económica y la falta de recursos.

Los jefes de estado y de gobierno han decidido desplazar cualquier acuerdo de rango hasta las elecciones europeas en mayo del 2014.



Unas elecciones en las que ha dominado siempre la abstención y que tienden a disputarse en clave nacional más que europea y a las que, en esta etapa de crisis, se añaden no solo la falta de recursos sino los populismos xenófobos en auge en Europa.

Parece necesaria una alternativa legal a las miles de personas que arriesgan sus vidas en alta mar para alcanzar las costas europeas; una, podría darse en los acuerdos de movilidad con los países de origen, a partir de la flexibilidad en las entradas. Bruselas considera un ejemplo de que esto funcionaría a gran escala basándose en una concertación así con Marruecos.

No se trata de saltarse el corsé cronológico de la crisis, sino abrazar el delirio onírico e ir más allá de lo que ocurre en la actualidad. Las entradas por mar suponen solo un 10% del total; la mayoría de inmigrantes llega en avión. Pero las tragedias marítimas ocupan muchos espacios de prensa.


Hay tres grandes fronteras migratorias en el mundo: el río Grande, entre Estados Unidos y América Latina; Oder-Neisse, el este y el oeste europeo; y el Mediterráneo. La verdadera línea divisoria estaría en la actualidad en el Sahara, entre el norte y el sur del desierto, porque la mayoría proviene de esa zona. 

La terribles imágenes del naufragio de 500 africanos en  Lampedusa y de otra embarcación que zozobró en aguas de Malta solo unos días después estremecen la conciencia de aquellos europeos que no ven en los de afuera a su enemigo ni los culpan de la crisis provocada por las malas administraciones y gobiernos precedentes y por los bancos, en especial.


Personalmente, nunca podré olvidar los cientos de féretros, la honda desesperación reflejada en los ojos de los supervivientes o las imágenes de los náufragos esforzándose penosamente por alcanzar los buques de salvamento y creo que es un hecho que clama por acciones y no solo palabras de la UE.



Cuando hace buen tiempo, miles de personas intentan cruzar el mar Mediterráneo para alcanzar las costas de los países del sur de Europa. Lampedusa es un destino recurrente porque sólo está a 113 kilómetros de Túnez.



Italia recibió fondos de la UE para responsabilizarse con los flujos migratorios y los solicitantes de asilo, unos 478 millones de euros; Grecia, 376 millones; Malta, 85 millones. Aparte han obtenido ayuda también por gestionar las fronteras: en ese mismo orden: 136 millones, 89 millones y 35 millones.

La Agencia Europea de Fronteras o Frontex coordina en este momento en el Mediterráneo cinco operaciones de apoyo a las medidas de vigilancia, interceptación y salvamento de cada país involucrado.

Muertes en Lampedusa
El término inmigrante designa a un grupo como "los otros", lleva intrínseca una valoración, porque las personas que intentan insertarse en un nuevo marco social no se identifican a sí mismas como tal sino que lo hacen terceros.

Lo que olvidan estos terceros es que la actividad migratoria es dual. A veces podemos estar en uno u otro punto del panel. España, país de emigrantes por excelencia, reconoce la importancia de garantizar los derechos humanos, dado el carácter inalienable y fundamental de los mismos, pero sus medios de comunicación y sus políticos difunden a veces contenidos mitificados sobre la inmigración.

La globalización es el signo de nuestro tiempo, estemos o no conformes, por lo que no podemos huir de la realidad y aplicar el universal negativo para demostrar con certeza "lógica" de que algo no existe porque deseamos que así sea.

Bruselas lucha por mantener el compromiso anunciado hace 14 años de acercar las legislaciones de los países miembros a un criterio común sobre inmigración laboral -ya que la mayor parte de los que traspasan las fronteras europeas lo hace para ganarse la vida- y luchar contra las entradas ilegales, firmando acuerdo con las naciones de origen, para combatir de paso a las mafias.

 "El único aspecto que no ha avanzado en estos años es la regulación de la inmigración laboral", asegura Anna Terrón, exsecretaria de estado de Inmigración y asesora de la comisaria Malmström.

Los estados de la UE han preferido poner el foco en la represión hacia los que llegan, endureciendo también las políticas sociales. España es una muestra. En la frontera de Melilla con Marruecos, se han reinstalado hace poco las cuchillas en la cima de la verja de hierro, que pretende hacer respetar el límite con un sangriento sentido de la persuasión.

Los líderes políticos ni siquiera están dispuestos a dotar mejor a Frontex.  “Es necesaria una política común de inmigración y no la tenemos. Sabemos que no es posible sustentar el crecimiento económico de Europa sin los extranjeros" ha insistido la comisaria Malmström.

Un enfoque apoyado en exclusiva en la "seguridad de las fronteras" nunca ha funcionado, ni funcionará, según Nils Muiznieks, comisario de Derechos Humanos del Consejo de la UE, una organización activa en 47 países del continente.

Los países ricos, con sistemas más generosos y eficaces, atraen la mayor parte de las solicitudes —cada vez más numerosas—, mientras los más desfavorecidos las gestionan con lentitud.

Alemania, Francia, Suecia, Reino Unido y Bélgica registraron, por este orden, el 70% de las peticiones de asilo en 2012, que sumaron 332.000 en toda la UE, según datos de Eurostat, la agencia estadística comunitaria. Y no necesariamente porque los inmigrantes llegaran a esos estados para quedarse, sino porque sus sistemas son mejores.

Los países no quieren ni oír hablar de redistribuir a los demandantes de asilo, es decir, de transferir más a los estados donde escasean para equilibrar las cifras. Y ello pese a que el éxodo sirio y la inestabilidad regional hacen de una política tal algo prioritario.

Al flujo migratorio acostumbrado se han sumado este año miles de refugiados de la guerra civil siria, la mayoría llegados al este de Sicilia, procedentes de Egipto.

El ministro italiano de Transporte, Maurizio Lupi, declaró que se debía luchar contra las mafias que trafican con seres humanos y coordinan su transporte en embarcaciones atestadas e inseguras.


Cecilia Malstrom
Desde el Magreb, viaja la mayoría de africanos que van a Europa por motivos económicos. Unos lo hacen legalmente, con su billete de avión en mano, como parte de las políticas de unificación familiar, y otros engrosan la población de ilegales.

De los 223.000 emigrantes ilegales que se registraron para beneficiarse del programa italiano de amnistía de 1990, la mayoría eran del norte de África y de Asia. Pero más problemático que su número en aumento resultan las características de los propios emigrantes.

Debido a la gran diferencia racial y religiosa de los países de la cuenca mediterránea con respecto a Europa, surgen graves problemas sociales, y la violencia contra los emigrantes se ejerce de manera desproporcionada contra los que proceden de naciones menos desarrolladas.

Combatir las causas  de pobreza que obliga a los africanos a emigrar a Europa, requeriría una política de mayor alcance, renovada respecto al vigente Convenio de Lome, que se aplica a los estados de África, Caribe y el Pacífico, mucho más lejanos que el norte de África, y requeriría de la UE un mayor compromiso de cooperación y apoyo.


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