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sábado, 25 de mayo de 2013

Reino Unido: del terrorismo y las víctimas

La escena del crimen terrorista en Londres Este.




Por Mirta Balea


Desde principios de siglo, el terrorismo -antes confinado a ciertos territorios o países- pasó a ser un fenómeno global, nadie estaba seguro en ningún sitio. Ahora podemos ver en su estrategia una nueva vertiente que prefiere el ataque a menor escala, como el ocurrido el pasado miércoles en Londres, a la destrucción masiva como la  perpetrada contra las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre del 2001.


Que nadie se llame a engaño, no son lobos solitarios en busca de una víctima, todos los casos registrados en la última década muestran un contacto inequívoco del terrorista con grupos islámicos extremistas, el más activo Al Qaeda, algunos de ellos con entrenamiento previo, que por alguna razón ( que no alcanzo a comprender) pasó inadvertido a las eminencias grises de las muy sonadas agencias de inteligencia de varios países y solo se ha sabido que estaban en conocimiento de esto después de los ataques.


La última víctima de este nuevo sistema terrorista de asesinato individual ha sido el británico Lee Rigby, y aunque puedo dar los nombres de sus verdugos los pasaré por alto porque lo que habrá que recordar de ellos será su acción esta semana, cuando -mientras paseaban en coche por el Este de Londres- la vieron caminar por la calle, empotraron el auto contra una farola, salieron como leones a la caza de la gacela, identificándolo con el ejército solo por llevar una camiseta de apoyo a los veteranos de guerra o eso dijeron a todo el que quiso escucharlos, por lo que decidieron mutilarlo a cuchilladas, hasta el punto de casi degollarlo.


La policía metropolitana de Londres los conocía y los había estado vigilando por sus contactos con redes terroristas internacionales, incluso uno de ellos se entrenó en Pakistán, pero como en el caso de los hermanos Tsarnaev, en Boston, el pasado 22 de abril, por alguna razón que oscilaría entre nuestra buena voluntad en entender la falta de personal y de recursos o en nuestra suspicacia en imputar la comisión del delito a la dejadez innata de algunos cuerpos policiales o en nuestra crítica manera de ver a las leyes como muy permisivas con estos tíos, dejaron de hacerlo y entonces ellos se vieron libres de atacar, abiertamente, de día, delante de un inmenso público.


La palabra terrorismo no sirve más que para designar una operación centrada en un tipo de acto criminal con sus especificidades.  Lo verdaderamente importante está en que no solo se atenta contra la vida, la seguridad o los bienes de las personas, sino que se persigue la máxima difusión posible de la acción perpetrada y generar terror social; un terror que busca presionar a gobiernos, instituciones o colectivos para que se plieguen a la voluntad y deseos de estos individuos, quienes confían además en que ante la inseguridad y la violencia, la sociedad presionará también para que se acceda a sus demandas.


Se puede hacer un esquema de lo antes dicho con lo acontecido en Woolwich, en el Londres Este, donde fue asesinado Rigby. Lo primero a tener en cuenta es el factor sorpresa como parte de la mecánica terrorista. Pretenden aparecer siempre de forma imprevista, inesperada, implacable, incontrolable y, sobre todo buscando la mayor publicidad.






No resulta extraño, por lo tanto, que uno de los asesinos se acercara "pacíficamente" a uno de los  treinta transeúntes presentes en la escena, al que vio grabar con su móvil un video sobre la desgarradora  muerte del joven, para "explicar" por qué lo hacía: Por Alá (el amor por el dios de los musulmanes pretende ser conmovedor), por sus hermanos musulmanes que mueren "todos los días", todo esto  sin olvidarse de lanzar la advertencia que tenía en mente desde el principio: ninguno estará a salvo. Ninguno. Y al que grababa, que debía estar nervioso por el impacto emocional de haber presenciado la salvajada, ni siquiera le tembló la mano para llevarse el testigo y rápidamente colgarlo en la red.



El asesino de Rigby explica "su posición" ante un atento
transeúnte.



Esta actitud responde también a otra de las conocidas estrategias terroristas: que las eventuales futuras víctimas perciban a las autoridades como responsables de lo ocurrido (en suma un asesinato a sangre fría) y mostrarles con el "ninguno estará a salvo" la incapacidad de los gobiernos e instituciones de defenderlos o de terminar de una vez por todas con la plaga terrorista.


El último atentado en Londres databa de junio del 2007, cuando dos radicales colocaron un par de coches bomba en el centro de la ciudad  y al ver que no estallaban decidieron empotrar su vehículo contra la puerta del aeropuerto en Glasgow, tal y como hicieron con el suyo los asesinos de Rigby, que fueron después tiroteados por la policía y conducidos al hospital. En la acción anterior mencionada, uno murió y el otro resultó detenido.


En los últimos tres años se han efectuado otros atentados en Europa. Dos en Estocolmo (Suecia) y en Toulousse (Francia) en 2010 y otro en Burgas, Bulgaria en 2012.


A mediados de la década de globalización del terrorismo islámico, en 2005, cuatro explosiones de bombas hicieron temblar Londres. Tres, en el Metro y la otra en un autobús. El resultado fue de 56 muertos (entre ellos los cuatro terroristas) y 700 heridos. Un año antes habían estallados varios vagones de tren en la terminal de Atocha, en Madrid, el 11 de marzo del 2004, considerado el mayor atentado en la historia de Europa, con saldo de 91 muertos y l858 heridos, que tendrán secuelas físicas y sicológicas permanentes.


Lo que había inaugurado esta era de ataques masivos a objetivos occidentales fue la destrucción por los yihadistas de Al Qaeda el 11-S (9/11) del World Trade Center en Nueva York con las cifras dramáticas de 3,000 muertos y el doble de heridos y los daños simultáneos al edificio del Pentágono, en Virginia, todo bajo el pretexto de la guerra en Afganistán.


Como nota al margen referiré que el único avión que había chocado contra un edificio en Nueva York antes del 11-S (9/11) lo hizo en 1945, contra el piso setenta y nueve del Empire State, por accidente, en un día brumoso y cuando no se disponía aún de instrumentos sofisticados de navegación.


Un acto terrorista, como el ejecutado contra las Torres Gemelas, habría requerido una planificación exhaustiva y un conocimiento exacto del espacio aéreo, vedado a todos los aviones en Nueva York.

Después de esto, el gobierno español aprobó la ley sobre Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo y la Asamblea General de l ONU, en 2006, la Estrategia Mundial de las Naciones Unidas contra el Terrorismo.




Trenes del atentado en Madrid




Hay varios estudiosos del tema que consideran que el terrorismo no es un síndrome de algún tipo de enfermedad social o sicológica sino que es un método -lamentablemente a veces muy efectivo- de influencia sociopolítica, como lo han venido demostrando algunos gobiernos que se han retirado de guerras como Afganistán e Irak para complacer las quejas árabes y que se siguen pensando- mientras los muertos se amontonan- en cómo "meterle mano" al sirio Bashir el-Assad. En este último caso, desde que el alargamiento de la guerra haya permitido entrar y copar posiciones a los yihadistas de Al-Qaeda.


Algunos de estos terroristas se moldean en organizaciones y otros llegan a estos movimientos por sus experiencias de socialización en el ámbito familiar, educativo, comunitario (aquí entran las mezquitas y los discursos de sus imanes) y la interrelación con otros de iguales ideas radicales, abandonando otras influencias. En realidad son unos inadaptados, la mayoría se sienten "agraviados" por vivir en países ajenos a su cultura y su religión (que no reconoce el derecho a profesar otra y se los pone aún más difícil). Pero nadie les obliga a emigrar.


Lo cierto es que todo su odio hacia Occidente proviene también en parte de la incapacidad demostrada hasta el momento por los gobiernos árabes de atender adecuadamente las necesidades de sus ciudadanos. Cuando llegan a otros países comprenden que han pasado a un mundo paralelo, en el que la influencia del islam, la identidad social de los musulmanes, resulta mínima y no pueden soportarlo, ya que tienen que compartirla con otras culturas y religiones, que en esta parte del mundo sí se reconocen por igual.


Los jerarcas de los movimientos terroristas utilizan estos factores para su campaña de ideologización, llevando a los inmaduros jóvenes, necesitados de otros alicientes y no solo de tener trabajo, una casa y una posibilidad de estudiar, como ocurrió con los hermanos Tsarnaev, a ver en la pertenencia a esas organizaciones la única vía que da sentido a sus vidas, de ahí que su actuación sea parcial y limitada, porque las razones estratégicas las tienen los de arriba.


El británico Rigby ha sido una víctima primaria, que ha sufrido directamente el atentado, como el caso de los 191 muertos de Atocha o los 3.000 de Nueva York. Las víctimas secundarias, las que quedan vivas, y sus familiares, suelen sentir que no se les ha hecho justicia. En el caso de Madrid, hubo pérdidas de pruebas, mal manejo de las que había y hasta contaminación intencionada y un juicio como mínimo de dudosa confección.


Al Qaeda y sus secuaces del Magreb y del Sahel, entre otros, siguen una metodología inequívoca para sus fines: atraen a sus víctimas (con ayuda de las mezquitas y los amigos), captan ( instrumentalizando la propia vulnerabilidad del individuo); los convierten al extremo de la religión a la que muchos de ellos, hasta ese momento, no habían visto como un movimiento político sino como algo meramente espiritual,  y los adoctrinan y entrenan. Y este esquema es harto conocido por todos los gobiernos, instituciones sociales y políticas, militares  y la propia Inteligencia sin que se conozca programa viable alguno para cercenar este círculo.


Todo esto ¿qué nos enseña? Lo primero: resulta una insensatez responder saliendo en manifestación por las calles con banderas que llaman al odio; lo segundo: las leyes sesgadas, que, en muchos aspectos los protegen por lo de la duda razonable y el tema de los derechos humanos, deberían agudizar la sensibilidad de la justicia penal y su reacción ante esta nueva forma de criminalidad llamada terrorismo; y, sobre todo, que nadie hable de que uno de los asesinos de Rigby era un hombre "pacífico" porque advirtió a quien le grababa que no le haría daño ya que "solo" deseaba enviar un mensaje a las redes sociales, cuando treinta personas vieron la ignominiosa muerte de un joven británico sin hacer nada por detener la matanza. ¿Treinta contra dos? Piensen un poco.

Enlazar con: http://lasnoticiasdemirta.blogspot.com.es/2013/04/estados-unidos-el-terror-vino-del.HTML
http://lasnoticiasdemirta.blogspot.com.es/2012/03/francia-golpe-la-convivencia.HTML
http://lasnoticiasdemirta.blogspot.com.es/2011/07/noruega-sangre-sobre-los-fiordos.html

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