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lunes, 5 de marzo de 2012

Rusia: el lobo estepario




Por Mirta Balea´
Vladimir Putin ha corrido siempre el riesgo de la propia vida: un riesgo que aumentaba cada día, como él quería y deseaba para sentir la emoción de aterrizar, de alcanzar la meta. Siempre ha estado ahí, intenso y vital, el peligro que le ha dado la confianza para seguir.


¿Podría ser como Harry Heller, un hombre en constante conflicto, que pasaba de humano a lobo o viceversa, negando a los clásicos griegos, quienes consideraban que la naturaleza humana está en perfecta armonía? No lo parece. Ha dejado muchas pistas y una clara invitación implícita en el patrón que ha elegido para vivir.


Correr el riesgo de morir no resulta una hazaña. El peligro a que se exponían los miembros del contraespionaje soviético durante la Guerra Fría, al que perteneció desde 1971, no podía compararse con aquel de los escaladores de cumbre o los acróbatas aéreos. Nunca necesitó tanto espacio, el viento sopló siempre en la dirección correcta.


Por eso se hizo indispensable de Boris Yeltsin, que fue el primer presidente de Rusia tras la caída del Muro de Berlín, y un gran manipulador de conciencias. Tumbó a Mijail Gorbachov, sin cuya perestroika y glasnot jamás habría salido de la alcaldía de Moscú.


Putin le siguió porque tiene el instinto del depredador, que busca siempre la presa fácil, y así fue como se hizo presente cuando Yeltsin cayó enfermo y muy a su pesar tuvo que cederle el cargo como delfin de la Corte. Luego optó a la presidencia y salió vencedor y desde entonces disfruta las mieles del poder.


Hace tiempo que cesó su temor vital de creer merecer algo distinto y mejor, algo más de lo que la vida depara a la gran mayoría: un período de tiempo sin importancia entre el nacimiento y la muerte.


Cuando se descolgó de la presidencia para darle ocasión de brillar a Dimitri Medvédev, lo que en realidad hizo fue constituirse en el cerebro tras el trono, y si alguna vez mostraron sus diferencias el balance siempre fluyó a su favor, a pesar de la lluvia de críticas por la corrupción rampante en toda Rusia.


Cuando Herman Hess escribió su novela El lobo estepario no pensaba en alguien como Putin. Este nunca ha tenido esa división existencial de Heller entre su humanidad y su apariencia de lobo: él es directamente un lobo, para quien la realidad carece de ensoñación, y que no ha conocido a una Armanda, que pueda servirle de alter ego, de conciencia, como el Pepito grillo del cuento.


En total lleva 12 años rigiendo los destinos del país, 8 como presidente y 4 como primer ministro, y si bien la corrupción ha actuado como un freno a sus prometidas reformas para modernizar el estado, los rusos le han votado aun a riesgo de que persista en su falta de transparencia en la toma de decisiones, tal y como lo haría un totalitario de una república bananera. De esta manera no se ha alejado de la convulsa época de Yeltsin, cuando los oligarcas se repartían los bienes. Pero se cuidó de eliminar a los incondicionales de éste cuando alcanzó el poder la primera vez.


Los rusos han necesitado, desde que cayera la URSS, seguir siendo una superpotencia, que se los tenga en cuenta en la toma de decisiones y no solo porque se encuentren sentados de forma permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Putin tenía que ganar frente a la carencia de una alternativa política mejor. Se ha sacado de la manga dos años más de mandato y dice que volverá a optar al cargo en 2018.


A las elecciones fueron otros cuatro candidatos: Guennadi Ziuganov, del Partido Comunista, que ha participado en las tres convocatorias presidenciales, alzándose con la plata; Sergei Mironov, presidente de la Cámara Alta y lider de la Socialdemocracia; Vladimir Zhirinovski, representante del espectro más extremo de la derecha, el  Partido Liberal Demócrata, para quien Estados Unidos es el peor enemigo de Rusia; y Mijail Projorov, multimillonario, dueño del New York Nets, que recolectó dos millones de firmas para presentarse.


El panorama político se vio desestabilizado desde el pasado diciembre cuando una parte importante de la población rusa se echó a las calles tras las elecciones al parlamento, tildadas de fraudulentas. El miembro del opositor Movimiento Solidarnest, Yuri Nabutovski, asegura que han vuelto a repetirse los acontecimientos en las presidenciales del pasado domingo.


Las comisiones electorales, según Nabutovski, están controladas por el Gobierno, que había mandado a instalar cámaras en los colegios. Estas ofrecieron un espectáculo insólito cuando grabaron a personas depositando varias papeletas a la vez en las urnas. Se había permitido participar en el acto a observadores internacionales en las grandes ciudades, pero esto ocurrió en una pequeña.


El presidente ruso ha sido siempre el favorito entre todos los candidatos y ha triunfado en la primera convocatoria. Los rusos, que en muchas etapas de su historia han pasado hambre y han sufrido la tiranía más cruel desde los zares, ha tenido en cuenta, a pesar de la corrupción, que, con Putin, el país alcanzó un crecimiento de un 6% del Producto Interno Bruto, lo que se ha traducido en un cierto grado de prosperidad.


Su grado de aceptación no hay que buscarlo en su anodino aspecto de cobrador de impuestos -que, además, no debe llamar a engaño-, sino en que ha dado al país ese grado de estabilidad y lo ha sacado del pozo político en que había parecido sumirse con la caída del Muro. En los últimos 12 meses, la economía se ha expandido en un 4.2% y los ingresos reales han aumentado un 5,9%. La tasa de paro es de un 6,6%, un balance que para sí querrían algunas economías occidentales.


Putin, en franca decadencia como figura política en Occidente, ha recibido un espaldarazo de la sociedad rusa contra todos los pronósticos, ciegos a lo que decían las encuestas. Y es que, desde este lado de la barrera, ignoramos que esa tierra que perdió a 20 millones de ciudadanos en la última Guerra Mundial y vio los tejemanejes de la Guerra Fría como una fortaleza sitiada, cree que su potencial nuclear le garantiza la supervivencia como en aquellos días. El programa de rearme es, sin dudas, enorme, pero tendría que serlo mucho más para alcanzar a la OTAN.


La oposición está convencida que Putin se olvidará de sus promesas de reforma y ha recordado sus antecedentes como pertinaz incumplidor. El presidente ruso es la encarnación viva de lo que tiene a sus espaldas: militares venales, políticos corruptos y mercado negro.


Pero él representa tambien a la Rodina, a la Madre Patria, batiendo al viento la bandera de que el descontento está fiscalizado por el exterior. No olvidemos que el mamó del KGB la paranoia de la diferencia y así han dado resultado sus soflamas de "hacer frente a los que intentan medrar la estabilidad rusa". A la clase media y a los jóvenes talentos, surgidos del estado pos-soviético, demasiado débiles para impulsar un cambio de mentalidad, ¡que les den! parece decir Putin desde su triunfal púlpito.

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