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viernes, 16 de octubre de 2015

 

Eleuterio, personaje de la obra "Crematorio" (foto de archivo)
Eleuterio, personaje obra "Crematorio"
 
Por Victor Manuel Domínguez


En un país donde la burla, el sarcasmo, la sátira, el choteo, en fin, algunos de los diferentes tipos de humor, son más cotidianos que los esmirriados, ácidos, peludos y verdosos panes nuestros de cada día, las autoridades se crispan y hacen la guerra a una broma mínima o colosal que desate la risa.
Al parecer, el control político y económico, las sobras para la ciudadanía y otros actos de una revolución en el poder, les impiden carcajear, reír, o siquiera esbozar una sonrisa que les permita semejarse a un ser humano, y no al mísero patán que teme a una trompetilla más que el Diablo a la cruz.
Según el artículo Una broma muy seria, publicado en el diario Granma por Sergio Alejandro Gómez, la Oficina de Transmisión para Cuba (OCB, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos, se apresta a financiar un acto de subversión en Cuba, en forma de programa satírico.
Choteadores choteados
Para información y sosiego del “des-riza-do” vocero, si “el humor es la gentileza de la desesperación”, como sentenciara Oscar Wilde, los cubanos somos los amables señores del choteo, los corteses caballeros de la burla, y los atentos comensales de la parodia, en un país donde se ríe para no llorar.
Y si ni el mismísimo Jorge Mañach, con su Indagación del choteo, no pudo impedir que los cubanos nos riéramos hasta de nosotros mismos, menos lo hará un amargado dictador, un perrito faldero con anemia en la sonrisa, o alguien que por miedo censura en público el humor, y se encierra para reír.
Además, nadie como las autoridades cubanas para incitar al choteo siempre que no sean ellos los choteados. Desde los inicios de la revolución, la revista Mella, y el suplemento El Sable, del Juventud Rebelde, comenzaron a satirizar al pueblo, gobierno y modos de vida norteamericanos.
Marcos Behmaras, en sus Salaciones del Reader´s Indigest y otros relatos, se burló de ellos con “un humor fresco y sugerente, a tono con nuestra idiosincrasia, pero suscitando siempre la reflexión por medio de la sátira certera, ingeniosa, a través de un humorismo que ataca siempre a fondo, sin quedarse en la superficie”, según la “bromóloga” Aleida Lliraldi Rodríguez.
Es decir que, cuando la sátira es contra el otro, el enemigo, es útil y refrescante. En caso contrario es subversiva. Si Marcos Behmaras hubiera enfilado sus cañones satíricos contra la pudibundez y pacatería verde olivo, las salaciones le habrían caído a él como un diluvio de carnés del partido.
Sus geniales artículos satíricos ¿Vale la pena tener dinero?, Esos felices muertos de hambre, por Miss Mona P. Chugga, El viaje de Eisenhower: ¿fracaso o triunfo?, por Mary Wannah, o, ¿Es usted un psicópata en potencia?, por el doctor John Toasted, lo hubieran condenado al choteicidio

A ese lo cuelgo yo
Para ilustrar aún más lo que cuesta un chiste, una sátira o cualquier tipo de humor contra un régimen totalitario, recordemos, de paso, que La broma (1961), novela del escritor checo Milan Kundera, fue calificada como “la Biblia de la contrarrevolución”. Otra de sus obras, El libro de la risa y el olvido, le valió que fuera despojado de su nacionalidad. Tolerantes ¿no?
Pero los gobernantes cubanos no se quedan atrás. Como émulos de cuanto sistema o religión consideran la risa un relajamiento de las buenas costumbres, falta de seriedad y de otras poses hieráticas que llevan a la muerte por aburrimiento, aportan su granito de hiel contra el humorismo.
En los años 60, el dúo humorístico Los Tadeos fue expulsado de la televisión cubana y condenado al ostracismo o al exilio por el simple delito de preguntar en un programa en vivo: ¿Cuál es el colmo de un presidente? Y responder: Matar a un pueblo de hambre y hacerles gratis el entierro.
Por la misma época, pero en el Teatro Martí, un comediante de altura como Leopoldo Fernández (Tres Patines), en una escena donde había que colgar varios cuadros de figuras célebres en la pared, al ver uno con la imagen de Fidel, lo apuntó con el dedo y expresó: “A ese lo cuelgo yo”. Fue el acabose.
Ese chiste bastó para que fuera cerrado el teatro y el humorista tuviera que partir al exilio o se moriría de hambre en el país de no vender mangos. Y aunque otros casos hasta la actualidad dan fe del temor de los gobernantes a la burla o la sátira, ninguna quedó en el imaginario popular como aquellas.
Todas, salvo una broma popular y premonitoria que se atribuyó a Cataneo, cantante del Trío Taicuba, quien al ver pasar la Caravana de la Libertad con los barbudos por el malecón habanero aquel lejano 8 de Enero de 1959, dicen que pronunció: “Sólo se salvarán los que sepan nadar”. Y así fue.
 

(Este comentario ha sido tomado de Cubanet)

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