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jueves, 29 de octubre de 2015

El hombre que le gustaba matar. El Ché Guevara

(foto tomada de internet)


Por Tania Díaz Castro


Es bien conocido que, con el fin de alimentar el mito de Ernesto Che Guevara, en numerosas ocasiones el gobierno cubano ha invertido mucho dinero. Muchas veces proveniente del pueblo cubano, uno de los más necesitados del mundo.
¿Cuánto habrá costado, por ejemplo, la investigación sobre la muerte del guerrillero en Bolivia? Un monumento a su figura, valorado en 180 mil euros, fue erigido en el pueblo natal de la antigua familia española de los Castro, además de muchas otras grandes sumas gastadas en propaganda.
Como si se tratara de un genio, de un gran descubridor o de un ser sobrenatural al que se le atribuyen poderes mágicos, se utiliza al Che Guevara, mediocre hasta los tuétanos, para engañar a los  tontos de este mundo.
En los remotos caseríos de Vallegrande, en Bolivia, lo tienen en altares que le rezan, le piden milagros y lo llaman San Ernesto, o San Che, convertido así en el nuevo Cristo para muchos de los pobres latinoamericanos.
En La Habana, el año pasado, cientos de colaboradores de Mariela Castro, hija del gobernante cubano, se manifestaron en las avenidas más importantes, portando una gran foto del Che muerto, rodeada de plumas, que coreaban a toda voz: “Socialismo si, homofobia no”.
Pero, ¿quiénes son los que conocen bien qué representa el mito del Che Guevara? ¿Los que lo consideran un santo o un Cristo, o aquellos que por el mes de mayo de 2009 le rompieron su nariz en bronce con un aparato eléctrico y le pusieron una placa que decía “Che terrorista” a su busto en la ciudad de Viena?
¿Lo conocen acaso los niños cubanos, obligados todos a decir cada mañana “Seremos como el Che”?
Ni siquiera sus hijos y su antigua esposa conocieron realmente al hombre al que le gustaba matar.
Para que su verdadera personalidad no se descubra, el gobierno cubano jamás ha editado su epistolario. Aun así, muchas de sus cartas, reveladoras de su ser más íntimo, han podido divulgarse fuera de Cuba.
En carta a su padre, se refiere a la ejecución del guía campesino Eutimio Guerra el 18 de febrero de 1957, acusado este de pasar información al enemigo. Cuando nadie se atrevía a matarlo, él lo mató: “Acabé el problema dándole un tiro en la sien. Boqueó un rato y quedó muerto. Ejecutar a un ser humano es algo feo, pero ejemplarizante. De ahora en adelante aquí nadie me va a decir  saca muelas de la guerrilla. Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí realmente que me gusta matar”.
También a su madre le había escrito algo parecido: “Soy todo lo contrario de un Cristo. Lucho por las cosas en las que creo (…) y trato de dejar muerto al otro para que no me claven en ninguna cruz”.
O a su primera esposa, Hilda Gadea, desde la Sierra Maestra, el 28 de enero de 1957: “Aquí en la selva cubana vivo sediento de matar, escribo estas ardientes líneas inspiradas en Martí”.
¿¡En nuestro José Martí!?
También reveló su sadismo en la ONU, en diciembre de 1964, ante un grupo de periodistas extranjeros, cuando le preguntaron si en Cuba se seguía fusilando: “Sí, estamos fusilando y seguiremos fusilando a todos los que se opongan a la Revolución”.
Mucho antes, en agosto de 1952, lo deja dicho todo por lo claro, en una carta a su primera novia, María del Carmen Chichina Ferreyra: “no puedo sacrificar mi libertad interior por vos; sería sacrificarme a mí y yo soy lo más importante que hay en el mundo, ya te lo he dicho”.
No había nacido para vivir en familia. Mucho menos un enamorado de su trabajo. El afán por la aventura lo atrapó hasta la muerte, como la droga al débil de carácter o al enfermo mental.


(Este trabajo ha sido tomado de Cubanet)

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