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jueves, 12 de diciembre de 2013

Economía: de bancos y de deudas





Lideres europeos en 2012




Por Mirta Balea


Thomas Wolfe no pretendió escribir una denuncia social cuando publicó en 1938 su novela Especulación.


Si la ficción sobre la burbuja inmobiliaria -que llevó a la gente a especular sobre la compra y venta de terrenos- trajo consigo el crack de 1929 en el sistema financiero de Estados Unidos no estuvo en el ánimo del escritor levantar polémicas políticas.


Su propósito era plasmar la condición humana, la deriva de los sueños, la fuerza del tiempo y todo aquello que nos resulta tan necesario para vivir o sentirnos vivos.


La reedición en España de Especulación recordará que la historia se repite una y otra vez, que cometemos errores constantemente y que no aprendemos la lección. Alguien dijo que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.


Leí la novela cuando tenía 14 años y la encontré aburridísima, pero no había vivido lo suficiente para apreciar la prosa profunda de un escritor que se zambullía en la oscuridad de lo que somos: una especie ávida de avistar tierras desconocidas y encallar en ellas.


De cualquier manera, si se prescinde de leerla, tenemos los diarios, con lecturas terroríficas sobre los índices económicos en nuestros propios países y lo que ha venido sucediendo en el mundo occidental desarrollado en los últimos 30 años.


Ahora la crisis no solo afecta a los pobres de solemnidad, sino que destruye, paso a paso, a la clase media y al propio sistema capitalista, endeble, frágil y quebradizo, pero para el que de momento no tenemos alternativa viable.


La capacidad de reacción nunca ha sido rápida para los humanos. Ni siquiera somos capaces de decidir el grado de desigualdad social tolerable -aun disponiendo del coeficiente Gini, que se queda corto ante cualquier predicción en la actualidad.


La sociedad europea tiene muchas dudas sobre si sus líderes están enterados de las investigaciones y estudios de los mejores economistas del mundo o solo siguen la voluntad política de los estados más fuertes.


Los objetivos del Fondo Monetario Internacional (FMI), de la Comisión Europea y de los países más importantes de la Unión Europea (UE), liderados por Alemania, han demostrado ser desacertados y, aún así, se pretende que las economías más vulnerables continúen con la llamada austeridad.


La pregunta que surge, sabiendo todo esto, es si hay otros objetivos NO declarados como degradar al máximo el status de la mayoría de los trabajadores, reducir las libertades y anular todas y cada una de las ventajas alcanzadas por estos, con mayor énfasis, tras la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX.


Los investigadores del FMI -en discretos informes solo para los ojos de unos pocos- dieron por seguro que la aplicación de la política de aumento de impuestos, reducciones salariales y recortes a los servicios públicos afectaría la posibilidad de inversiones en Europa, contraería la actividad económica y aumentaría el desempleo, ahogando el crecimiento.


La canciller alemana Angela Merkel ha hecho creer a todos que la austeridad expansionista debería calmar a los mercados financieros, estimular las inversiones, relanzar la economía y crear empleo, es decir, todo al revés.


En el trasfondo, permanece oculto el verdadero objetivo que es satisfacer a los mercados y desentenderse de las actividades del Estado, de las garantías que éste debe dar a sus ciudadanos.



Esto disciplina a la población activa porque ejerce una presión a la baja sobre los salarios, las prestaciones sociales y las pensiones por jubilación, prolonga la jornada laboral, reduce costes a las empresas (que no están ya en la ruina), aumenta insistentemente el paro e impone una régimen fiscal draconiano sobre el 80% de la sociedad, dejando intacto al resto.

Lo previsible, según algunos analistas, es que se llegue a perder el control de la situación con las consecuencias vistas a través de la historia o que todos terminarán por aceptar que es un destino manifiesto y nada puede hacerse. 


La crisis comenzó en 2007, alcanzó su intensidad en el sector bancario en 2008 y se extendió a la esfera de lo público y al Estado entre 2010 y 2011, puntos en los que coinciden todos los analistas.


Al parecer nadie lo vio venir, nadie pensó que los exorbitantes préstamos hipotecarios traerían el desplome del valor de la vivienda cuando la gente estuviera al límite de los pagos.


Los bancos, sin contrapeso ni control, realizaban préstamos cada vez más altos para vender títulos que, más tarde, se vieron depreciados en su valor.

Lo hicieron con nocturnidad y ensañamiento, valiéndose de balances apartes, fuera de la vista de sus propios accionistas y clientes, e incluso de los organismos reguladores, hasta que las operaciones alcanzaron un peso tan desproporcionado que llegaron a poner en riesgo a la economía mundial.


Hizo falta que el Estado interviniera para rescatar a las instituciones financieras, "demasiado grandes para dejarlas caer" o esa fue la justificación. Las cantidades prestadas para que el abismo no se tragara a los bancos- hasta donde hay conocimiento- no han sido devueltas.


Pero tampoco se pidió a los bancos alguna concesión o contribución por el dinero aportado a costa de los contribuyentes y en cambio, este año, los más importantes en España dicen que registran superávits, con lo que se vuelven a pagar salarios desorbitados y elevadas primas a los operadores y grandes dividendos a los accionistas.

En la otra esfera de lo público, la mayoría de la gente sigue en paro e intentando sobrevivir cada mes.


Si alguien tiene dudas, no tiene más que consultar la deuda soberana de su país y verá cómo los gobiernos piden prestado a los bancos para sus gastos corrientes, con lo cual se endeudan y no pueden permitirse hacer inversiones públicas ni siquiera a corto plazo. La solución entonces es recortar "privilegios" en educación, salud pública, jubilación, prestaciones por desempleo y otros acápites.


Nos enfrentamos al hecho de la "pescadilla que se muerde la cola". Los Estados piden dinero a quienes han salvado del abismo dándoles dinero. Así que ustedes verán si tenemos o no un problema y gordo. Y no se crean eso de que la deuda pública es como la de una "familia que ha vivido por encima de sus posibilidades" porque es un cuento de tomo y lomo.


No son asuntos equiparables y la letanía solo responde a que los gobiernos tienen que mantener el tema a un nivel intelectual digerible para la gente.


A pesar de la generosidad de los contribuyentes al asumir la deuda de los bancos, éstos han restringido el crédito a las familias y las empresas, obviando su función primordial. La deuda pública no deja de subir y ellos tienen ganancias.


Nadie con un mínimo de sensatez se atreverá en estos momentos a calcular el coste real de la crisis, en el que no solo habrá que incluir el desembolso de los contribuyentes, sino la destrucción de millones de puestos de trabajo, la desparición de miles de empresas, el embargo y desahucio de viviendas, la reducción de los servicios públicos y la frustración de padres e hijos por el futuro de los jóvenes.


Todo esto para salvar el edificio financiero privado. ¡Ah! ¡Otra cosa! Las consignas de liberté, égalité y fraternité no son los puntos fuertes de Bruselas, a pesar de que los valores de la Ilustración resultan muy atractivos todavía para millones de personas que vuelven la vista atrás con nostalgia.

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