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LA BIBLIA, EL MAYOR LIBRO DE CUENTOS JAMAS LEIDO

                   INTRODUCCIÓN


Este libro es muy personal, hay muchos libros, artículos y textos varios en los que se pueden encontrar semblanzas más competentes, lo que ocurre en mi caso es que deseaba dejar constancia escrita de todo lo que he aprendido durante medio siglo, bien por mis lecturas, investigaciones propias y ajenas, participación en seminarios y estudios de pos-grado sobre el tema, así como entrevistas a autoridades religiosas y laicas en viajes profesionales y privados. Quienes me conocen saben que soy escéptica, aunque respeto profundamente a los que tienen fe, cualquiera que ésta sea, incluso cuando reflexiono que ignoran -como hice yo por mucho tiempo- que su religión es vulnerable y admite críticas; tiene los pies de barro. Mi propósito es ordenar y presentar este material a mi manera, apelando a los libros aceptados por cristianos y judíos y a los que resultaron rechazados por sus máximos representantes en épocas pasadas y en la etapa moderna, echaré mano también a las leyendas y al folklore sin que por esto se pueda decir que he agotado los materiales a mi alcance: con seguridad quedarán muchos por explorar.


Nací en 1945 en La Habana, finalizada la II Guerra Mundial, de una familia de emigrados españoles con un catolicismo muy arraigado y que fue a dar con sus huesos a Cuba a principios del siglo XX para mi suerte. Esta es la mayor isla de las Antillas en el mar Caribe, ejemplo de sincretismo religioso; una fusión con ritmo caribeño del colonialismo español católico y la fe de los esclavos yorubas. A mi familia le ocurrió como a tantas otras, que sus hijos insulares salieron transgresores. He tenido ocasión de participar en actos sobre la fe traída por los esclavos africanos a Cuba y la de los judíos - por razones profesionales- como lo hice también desde niña en la religión de mis ancestros, pero siempre mantuve abierta la ventana al conocimiento por una sencilla razón: observé lo sobrenatural, característica de estas y otras creencias, y lo rechacé. Ese óculo me ha permitido ver lo que sucede a mi alrededor y prestar más apoyo a mi formación vital y profesional, lo que sería una manera esquemática de exponer una transformación y/o evolución personal más compleja, intrínseca a mi generación, con el telón de fondo de una revolución marxista-fidelista, que no resulta un elemento menor en cualquier cambio individual. Como se suele decir, lo que no te mata, te hace más fuerte. 

Mi memoria a estas alturas se ha vuelto más añeja que mi edad, por eso recuerdo siglos pasados como si los libros, las exégesis y las conversaciones con personas eruditas fueran parte de mí misma. Son conocimientos que he podido metabolizar, por así decirlo. Habrá aclaraciones que consignar en este texto como que la palabra hebrea tzion describe en los escritos conocidos el énfasis necesario para apuntar al impacto de Dios sobre determinado centro de la creación. Al principio sirvió para denominar la colina suroriental de la zona conocida, pasado el tiempo, como Jerusalén, antigua fortaleza jebusea tomada por el rey David. Se le usó también como nombre de la colina nororiental cuando Salomón  construyó el templo. Pero ha sido esencialmente un apodo para Jerusalén:"Mira a Sión, ciudad de nuestras fiestas, tus ojos verán a Jerusalén", cuenta el profeta Isaías. Luego la encontramos referida a Israel por el profeta Jeremías: "¡Vuélvame a mí, apóstatas, dijo el Señor, porque yo soy su esposo! De ustedes tomaré una de cada ciudad y dos de cada familia y los traeré a Sión". Isaías llamaría también Ariel a Jerusalén, tal vez para darle el sentido de ciudad humillada. Algunos historiadores la asocian a la viuda desolada de Sión del Libro de las Lamentaciones y otros con la Migdal-eder, citada por el profeta Miqueas como el resto abandonado del pueblo de Dios, la torre del rebaño, que recuperará su realeza. 

La necesidad de un hogar judío fue lo que impulsó en el siglo XIX el nacimiento del movimiento sionista, uno de los muchos nacionalismos de la época con tendencias socialistas. Su lucha, esencialmente laica, logró con gran esfuerzo la creación del moderno estado de Israel; los judíos habían sido incapaces hasta ese momento de asumir un papel político activo desde la pérdida de tierra santa y el éxodo derivado. Para producir efectos psíquicos duraderos no basta con decir que Dios ha elegido un pueblo para mantearlo con su gracia, habrá que probarlo de algún modo. Pesa mucho que las esperanzas puestas en un dios no se concreten. Para los judíos el éxodo fue la prueba de esa elección y la Pascua quedó instituida para celebrar el suceso, pero los signos posteriores fueron escasos y hasta mezquinos y, aún así, los israelitas no depusieron a su dios, como habían hecho tradicionalmente otros pueblos de su entorno. Crearon el sentimiento de culpa colectiva -heredado por los cristianos - por no estar ellos a la altura de las exigencias de su divinidad, con lo que la exculparon por su ineptitud.

Los descendientes de Jacob son los llamados judíos. Un judío de la era moderna no tiene necesidad de un ancestro israelita, estamos hablando de los conversos, un concepto desarrollado en textos legales judíos como el Talmud, el Shuljan Aruj y en la exégesis de la ortodoxia rabínica. Israelí es la manera apropiada de referirse a un habitante del moderno estado de Israel. Remitiéndonos a la explicación anterior, una persona residente en España, como en cualquier otro país, puede profesar el judaísmo y no por esto necesitar un ancestro israelita. El término semita va con los descendientes de Sem, hijo mayor del patriarca Noé en el contexto bíblico, del que forman parte también árabes y hebreos, estos últimos como ancestros de los israelitas y los judíos. Leon Pinsker acuñaría en 1882 el término judeofobia como más apropiado en vez de antisemitismo.


El judaísmo acepta que los hebreos son oriundos de Ur de Caldea por su asociación con el patriarca Abraham. Un judío sería todo el que profese esta religión, obviando hacer énfasis en el factor étnico y/o sociológico en cuanto a proceder de Oriente Próximo/Medio. La legislación del estado de Israel define judío no solo al converso sino a los hijos de una madre judía, una interpretación venida del Deuteronomio. El proceso de conversión tiene lugar bajo la supervisión de la halajá o ley judía de un reconocido tribunal rabínico o Beit-Din, integrado por tres jueces o dayanim.

Los judíos habían sido relegados socialmente en Etiopía hasta que los descubrió para el mundo el explorador británico James Bruce en el siglo XVIII. Los judeocristianos etíopes, conocidos por el término amárico de falashas, forma de llamar también a los extranjeros o exiliados, se habían considerado desde siempre una clase baja y marginada. El canon de la Iglesia etíope resulta ser más amplio que el común de las cristianas al incluir textos aceptados por los católicos y por los ortodoxos orientales, de ahí que celebren dos días de reposo: el sábado y el domingo. 

Los falashas han sido redefinidos en la era moderna como Beta Israel, a partir del plan de rescate de la ley de retorno de 1950, cuando fueron trasladados por propia voluntad a Israel entre los años 70 al 90 del siglo XX. Hasta ese momento, habían ignorado la destrucción del Templo de Salomón y no seguían las celebraciones tradicionales judías debido a su emigración tan primitiva, pero resultó que se inventaron una fiesta llamada siqd, en la que recuerdan la Ley de Moisés, oficializada por  el estado de Israel en 2008. Los emigrados siguieron utilizando la TaNaJ basada en la Septuaginta en la que se incluyen los libros de Judit y Enoc, vetados por el judaísmo conservador. Se dice que en Etiopía quedan aún unos 30.000 falashas, que reclaman ser judíos y desean emigrar.

El hecho de que esta comunidad coexistiera durante siglos con los cristianos ortodoxos tchawedo, en las zonas altas de Etiopía, aumentó la confusión sobre cuáles serían sus verdaderos orígenes, ya que esta rama del cristianismo es, con diferencia, la que más elementos judíos mantiene en su estructura teológica. Los Beta Israel habitaron una estrecha franja de tierra en el noroeste del macizo etíope, entre los estados de Amhara y Tigray, siendo diferentes a sus vecinos semitas cristianos. La inmensa mayoría habla algún dialecto y se expresan fluidamente en amárico y tigriña. A diferencia de otras comunidades judías del mundo, nunca usaron el hebreo en sus ritos o libros sagrados sino el ge-ez, la lengua del antiguo reino de Aksum, que integraba la región de Tigray, parte del norte de Etiopía, regiones fronterizas con Sudán, la mayor parte de Eritrea y zonas de la costa occidental de la península arábiga. Es la nebulosa que rodea sus orígenes lo que hizo que el estado de Israel los sometiera a una ceremonia de reconversión para darles la ciudadanía. Esto suponía el compromiso con la leyes bíblicas o DeOraita, explícitas en el Pentateuco; las leyes divinas o Halaja LeMoshe Misinai, otorgadas por Dios a Moises al subir a la montana, aunque no formen parte de la Biblia; son guías de la fe y la práctica religiosa en lo cotidiano y son difíciles de interpretar al estilo de la Torá;  y las normas rabínicas o DeRabanan, instituidas en el Talmud, decretos rabínicos posteriores a la entrega de la Torá.

A modo de explicación, cuando requiera hacer una datación anterior a nuestra era en cualquiera de las partes de mi libro utilizaré a. n. e., expresión aceptada por la comunidad científica como universal a todas las culturas y recogida por el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Los años de la era común se verán consignados cuando sea adecuado como siglos o en años, según el caso, a los que no seguirá de nuestra era porque quedará sobrentendido. Aplicaré las siglas A. T. y N. T. al referirme al Antiguo y al Nuevo Testamento y cuando no desee repetir la palabra Biblia emplearé la voz Libro, con letra inicial mayúscula. Cualquier observación ajena o importante dentro de un párrafo dado irá subrayada o consignada como nota de la escritora o n. e.


                     
La fabulosa épica del pueblo israelita.

Para una aprendiza de la historia sagrada, sería deseable que su libro fuera algo más que el codo sobre la mesa, examinando libros, notas y otros instrumentos del lenguaje, pretendiendo sobrepasar su mal cultivado ingenio. Como reza en un epígrafe del Don Quijote: non bene pro toto libertas venditur auro, traducido por el Arcipestre de Hita como libertad y soltura no se compran con oro. En lo que todos estaremos de acuerdo es que no hay libro que lo acote todo, así que un catálogo final de algunos de los autores consultados puede aportar a mi propio trabajo la autoridad de la que carezco y ampliar las posibilidades del lector. Este intento de ensayo ha requerido que me zambullera en la fábula épica del pueblo hebreo, en los aspectos - a mi modo de ver- más interesantes, sugestivos y/o determinantes en la vida de esta gente. Debo aclarar al lector que es libre de respetar o no lo escrito aquí, pero pondré en su conocimiento que he consumido mucho tiempo y esfuerzo para componerlo, haciéndolo de manera que resulte agradable la lectura y aporte más conocimientos sobre el tema hasta lograr que les apasione como a mí.

Los estudiosos de la Biblia asocian el término i'ibri o abar con el adjetivo hebreo "el que va más alla", expresión con la que era conocido Abram al salir de Ur,  primero de los patriarcas del judaísmo con el nombre hebreo de Abraham o padre del pueblo. Los historiadores hayan una equivalencia de i'ibri  en la palabra egipcia apiru y/o habiru, forma de identificar a los errantes o nómadas, tal y como podríamos referirnos hoy a los parias; se relaciona también con prisioneros de guerra de origen étnico diverso, condenados a trabajos forzados en ciudades egipcias como la mítica Pi-Ramsés.  Cuando Flinders Petrie, egiptólogo británico, pionero en el estudio sistemático de la arqueología, descubrió en 1896 en Tebas - a la que Homero llama Ciudad de las Cien Puertas- una piedra de granito gris del faraón Amenhotep III (conocido también como Amenofis o Memnon), dio con la primera mención conocida de una comunidad llamada Isr[a]r en el 1.208 a. n. e. en el sur de Canaán, lo que reconocemos en los mapas actuales como Israel, partes de Siria y los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania. Tebas fue capital de Egipto durante los imperios medio y nuevo (período que abarca del 2.000 al 1.070 a. n. e.). La celebración de la muerte fue lo que dio a Tebas el calificativo de Ciudad de los Muertos. Hoy hallaremos los templos y palacios de Karnak y Luxor y las necrópolis del Valle de los Reyes y del Valle de las Reinas. 

Acabo de citar un período en que se juntan -casi simultáneamente - tres invasiones /migraciones, que cambiarían la historia: los pueblos del mar, conocidos en general como fenicios, con sus pretensiones de dar al traste con el imperio egipcio; los arios, invasores del valle del Indo; y los asirios, con su dominio de Mesopotamia. Lo que en realidad interesa del monolito referido se encuentra en su reverso, aprovechado para mayor gloria del faraón Merenptah, hijo de Ramsés II. La estela -datada entre el 1208 y 1207 a. n. e.- es un himno de victoria de los egipcios sobre sus enemigos, inscrito en el costado de la roca, donde se consignan las conquistas de tierras extranjeras en Libi, Hatti, Canaán, Ascalón, Jazor o Gezer, Yanoam y Siria. Al insertar el nombre de Isr[a] r con la utilización del gentilicio determinado se pretende consignar que se trata de un grupo de personas y no de un país o nación como en los otros casos. Si se les menciona es porque la comunidad habita ese área cuando el rey arrasa con sus ejércitos y con esta cita entra a formar parte de la retahíla de zonas doblegadas.

Si consultamos un manual de psicología de grupo leeremos que la identidad se crea a partir de la comparación con otros, cuando aún no se es nada, en resumen, que para saber lo que eres necesitas conocer primero lo que no eres. Lo que falta siempre en los yacimientos arqueológicos de las zonas bíblicas exploradas hasta el momento son las grandes construcciones, la artesanía ornamentada, la pomposidad asociada a las élites, habitual en sitios donde han existido imperios o reinados. La simplicidad parece ser la marca de los pueblos reunidos en una nueva comunidad conocida en la historia como los israelitas. El sistema cananeo se había venido abajo tras un largo período de rebeliones y turbulencias en el 1.200 a. n. e. con resonancia en Mesopotamia, pueblos nuevos llenaron un espacio y reemplazaron a los que vivían allí antes. Los arqueólogos han encontrado señales de una sociedad neolítica igualitaria en contraposición a la forma de convivencia de las élites egipcia y cananea. Si bien los israelitas del éxodo fueron en su origen cananeos -como demuestra la estela de Menenptah- forjaron su propia historia para distanciarse del pasado. Muchos historiadores los identifican directamente con la plebe, que abandonó las ciudades-estados para mezclarse en las colinas con beduinos y autóctonos locales, en tanto otros habrían preferido asentarse y colonizar islas del Mediterráneo, los conocidos fenicios. A partir de aquí podemos decir que el éxodo y la conquista de la Tierra Prometida es lo que da inicio a la historia del pueblo israelita, acomodada al interés político de hacer pasar el monoteísmo como existente desde tiempos de Abraham, como integrado por una única etnia, cuando lo cierto es que costó mucho implantar al dios único en la mentalidad de cananeos y nómadas del desierto y crear el concepto de nación.


Los egipcios no estaban considerados particularmente beligerantes en tiempos del Imperio Antiguo (del 2686 al 2181 a. n. e.), período durante el cual se consolidó el sistema político pre-dinástico, que centralizó la administración y elevó a Faraón a la categoría de dios. La energía de esta sociedad se concentraba en la construcción de pirámides y monumentos más que en la conquista de territorios. Con la entrada del Imperio Nuevo, la política pasó a ser sistemáticamente agresiva  con Ramsés II y sus prolongadas guerras contra los hititas. Lo que se formó como Imperio Hatti o Hitita resultaría de los primeros asentamientos aparecidos en Oriente Próximo durante el neolítico, un pueblo inteligente e inventivo al que debemos el arado tirado por bueyes, la rueda, la escritura y los carros de combate, utilizados en sus guerras contra egipcios y babilonios. Durante 500 años fueron una fuerza en la zona, su civilización se perdió durante mucho tiempo hasta que la Arqueología le devolvió su lugar en la historia. 

Una visita al templo de Luxor, en el centro de Tebas, consagrado al dios Amon-Ra, nos informa de la batalla de Qadesh o Kadesh (en territorio sirio moderno) durante la cual combatieron egipcios e hititas. Ramsés II -según el relato en las paredes del santuario- habría quedado aislado y aún así ganaría la guerra al desplegar una fuerza y un valor sobrehumanos. Estamos ante la primera batalla documentada de fuentes antiguas y la primera zanjada con un tratado de paz, si bien los anales históricos no confirman que la ganaran los egipcios. La estela de Merentpath muestra los actos heroicos de este faraón en la guerra contra los libios. Para garantizar a sus súbditos la veracidad del número de muertos enemigos, Ramsés mandó cortar los genitales a los caídos. El filósofo alemán Klaus von Clausewitz definió bien el objetivo de la guerra, tanto en lo político como en lo militar, con estos elementos a considerar: imponer nuestra voluntad al enemigo y privarlo de su poder, ejerciendo sobre éste la máxima fuerza disponible. La guerra, por muy justificada que pueda parecernos, presenta siempre dos masas doblemente entrelazadas: la de los combatientes o guerreros vivos y la de los muertos potenciales o deseables, hablamos de lo mismo en todos los casos: poder y destrucción.


Cuando los israelitas estaban a punto de cruzar el río Jordán guiados por Josué, el Deuteronomio da cuenta de la existencia en Canaán de siete naciones: heteos, gegezeos, amorreos, cananeos, ferezeos, heveos y jebuseos.  Arqueólogos italianos descubrieron en 1975 unas 20.000 tablillas de arcilla de 4.500 años de antigüedad con las que se completó la visión científica moderna del mundo oriental a mediados del tercer milenio a. n. e. Esto permitió observar a Siria, patria de los amorreos, habitantes de Canaán, en plano de igualdad con los dos grandes centros de poder de entonces: Mesopotamia y Egipto y descartarlo como simple lugar de paso. Los amorreos fueron dominantes en partes de Mesopotamia antes de la llegada de los arameos. Los amorritas aparecen con frecuencia en la Biblia haciendo coincidir esta palabra como la definición para los cananeos pre-israelitas. Las planchas halladas en un tell (o montículo construido por los humanos) a 60 kilómetros al noroeste del territorio sirio identificaron el lugar como las ruinas de Ebla, arrasada por los acadios, una ciudad-estado conocida como tierra de los amorreos en los textos sumerios. La escritura empleada era cuneiforme y hacía referencia a sitios como Urusalima (Jerusalén) y a patriarcas hebreos, que - según los textos sagrados - vivirían cientos o miles de años después. No estamos ante una profecía o vaticinio de futuro, todo apunta a que los israelitas pudieron valerse de estos nombres para construir su propia historia. Son los casos de Ab-ra-mu o Abraham, E-sa-un o Esaú, Ish-ma-ilu o Ismael, Is-ra-ilu o Israel, Da-u-dum o David y Sa-u-dum o Salomón. 

Los amorreos, nómadas de origen semita, tienen una reconocible fisonomía a partir de monumentos de la época de Ramsés III: piel blanca, pelo claro, ojos azules, nariz aguileña y barba terminada en punta, se les ubica dentro de los territorios del norte de Canaán. Cuando el profeta Amos menciona a los amorreos, dice que son la raza expulsada por los israelitas a su llegada a Canaán, criterio que hallamos también en los Libros Génesis y de Josué. Esta podría ser una razón para que el gentilicio amorreo se utilice en la Biblia para identificar prácticamente a cualquier habitante de Canaán, territorio llamado después Judea y más adelante Palestina en el año 135. La leyenda añade que eran muy altos, montañeses y guerreros. Deuteronomio describe a su rey Og de Basán como "el remanente de los gigantes”, en referencia a la primera mención de tales criaturas en el Libro del Génesis, que desarrolla la historia de los nephilim, traducidos por lo común como gigantes; algunas tradiciones judías identifican a estos hijos de Dios como ángeles caídos, aunque ninguna de estas historias es anterior al exilio babilónico.Obras como el Libro de Daniel y el Libro de Tobías contienen relatos enigmáticos de los ángeles con nombres propios, apariencias específicas y jerarquías. Todo indica que se trata de importaciones extranjeras, probablemente de Persia. Esto explica por qué encontraremos semblanzas similares en el Mahabharata y en tradiciones egipcias, aztecas e irlandesas, entre otras, hablando de los primeros pobladores de la Tierra. 

Hagadá, asociado al verbo hebreo decir o instruir, es la narración de pasajes bíblicos que prescinde de los elementos legalistas del Talmud y la literatura rabínica. En las hagadot, encontramos  la afirmación de que los “descendientes de la alianza entre los ángeles y las mujeres cananeas fueron los gigantes conocidos por su fuerza y maldad”, a los que también se conoce como rafaim o rafaitas, tribu a la que pertenecía el legendario Goliat. La expresión ha-Ra-fah en el segundo libro de Samuel alude probablemente al nombre del padre de toda la raza de gigantes. Los moabitas, que dieron al traste con ellos, los llamaban emim, cuyo significado es "espantoso". 

Los judíos llegaron a Babilonia como cualquier  pueblo cautivo y conocieron relatos de todo tipo, entre otros, las  grandes inundaciones,  copiadas  para conformar su propia historia, con un movimiento previo de asimilación de los dioses cananeos antes de pasar a la unicidad, a la creencia en un solo Dios. Pienso que la épica no habría sido posible sin el exilio. La idea del dios único no se fraguó hasta los siglos IX y VIII a. n. e., derivando en una fusión de Yahwéh y El y la creación de la documentación necesaria para darle un curriculum y proporcionarle una infraestructura de culto y obligaciones, todo esto impulsado por el peligro de que la comunidad regresara a los viejos hábitos cananeos de adorar a otros dioses.

La Biblia confiere el rango de patriarca, del griego patrarjés, a aquellos personajes cabeza de familias dilatadas y numerosas (en hebreo rase haabot), en tanto en la Septuaginta el vocablo designa a los jefes de las familias mas importantes del tiempo de la monarquía. El uso común ha hecho que se aplique el concepto de patriarca a los 10 cabezas de familia desde Adam hasta Noé. Al yuxtaponerse la tradición yahveísta y la sacerdotal con otras listas se incluyen nombres similares o iguales, lo que para muchos prueba el carácter simbólico y artificial de tales identidades. La lista de los patriarcas bíblicos ante-diluvianos carece de datos históricos y geográficos y aunque el cronista tampoco tiene el conocimiento de la época pretende ofrecer una continuidad en la historia sagrada de Israel, demostrar que ningún eslabón falta en la cadena de unión de la creación del hombre por Dios y el castigo divino del diluvio. La conexión debía ser perfecta por lo que reduce a 10 el número de patriarcas, cifra que, entre otros valores, llama a la precisión. La longevidad está por esta razón en contradicción con lo que nos enseña la Paleontología, pero eso ya lo sabemos, lo que dicen la historia sagrada y la ciencia son caminos distintos y diferenciados.

El concepto de adorar a un solo Dios nada tenía de novedoso, afloró con brevedad en Mesopotamia, donde se sitúa Ur, lugar del que partió Abram, y en Egipto, donde se da por cierto que nació y vivió el legendario Moisés. Lo más importante a valorar en esto es que ningún pueblo de la antigüedad se aferró con tanta tenacidad a la idea de un solo dios como el israelita, ni había afirmado tampoco tener una relación tan directa con el Altísimo, ni un destino marcado por el Creador. Aparte de la promesa hecha a Abraham, el Todopoderoso reafirmó su compromiso con Moisés. "Anda, sube aquí, tú y el pueblo que has sacado de Egipto, a la tierra que con juramento prometí dar a la descendencia de Abraham, Isaac y Jacob […]".  Las referencias bíblicas a las constantes bajadas de Abraham y los hijos de Jacob al país del Nilo muestran una realidad: cuando la hambruna apretaba todos en el entorno se desplazaban en busca de mejores condiciones de vida, nada especial en relación con nuestra propia época. Los libros de Génesis y Éxodo afirman que los israelitas habitaron en Egipto entre 400 a 430 años y eran el grupo más numeroso. Algunos historiadores han echado cuentas y el resultado es que solo la mitad de ese tiempo correspondería con la esclavitud. José concedió a los israelitas la región egipcia fronteriza de Gosén, la mejor con diferencia, con más de dos mil kilómetros cuadrados de tierras fluviales, llanas y ricas. Moverse fuera de Egipto y compartir experiencia con vecinos rivales del imperio pudo hacer parecer a los hebreos como muy peligrosos a los ojos de sus anfitriones, transcurridos dos siglos y habiendo nacido más generaciones de este grupo étnico dentro de Egipto.


Hoy día resulta difícil valorar lo radical del monoteísmo para un entorno politeísta, pero aun reconociendo el contenido profundo de la elección, lo que en principio practicaron los israelitas cae en la definición de henoteísmo, escoger un dios entre muchos igualmente aceptados, algo común a muchas culturas. Los yahveístas procedentes del exilio babilónico consideraron intolerable la veneración de otros dioses aparte del revelado a Abraham y a Moisés, y si la lucha contra la proliferación de otras deidades aparece una y otra vez en la Biblia es porque durante muchísimo tiempo resultó una práctica habitual en la comunidad. Melquidesec, que aparece en los textos sagrados como sacerdote y rey de Salem, representante de El-Elijon o Dios más alto, fue el encargado de bendecir a Abram. Este Melquidesec, cuyo nombre anuncia la paz, nació sin padres y sin genealogía, sin principio ni fin de vida, sacerdote a perpetuidad, a quien Abram entrega el diezmo del botín de la matanza de reyes en la que ha participado, de donde se asumirá más tarde la costumbre de dar a los levitas el diezmo. Jesús recibe del Padre testimonio: “Tu eres sacerdote para siempre por la orden de Melquidesec”. Habría sido imposible, de conformidad con la ley judía, porque Jesús no desciende de Aaron, viene de la tribu de Judá, sin vínculo alguno con el sacerdocio; a su favor juega su vida indestructible a los efectos teológicos y el cambio de las reglas y la reforma del concepto de sacerdote durante su ministerio, a efectos de que el pacto con Dios resulte más útil a la nueva religión. En Hebreos, encontramos esta nueva forma de ver el pacto: “Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios (es decir, es su intermediario, una función sacerdotal n. e.), puesto que vive perpetuamente (como Melquidesec, sin principio ni fin n. e.) para interceder por ellos”.

Hay formas de redacción en el Libro que pueden inducir a pensar que los israelitas fueron monoteístas desde el principio, pero esto es una trampa de los escribas. Ellos hicieron pasar por singular los plurales de El o Elohim, de Baal o Baalim y de Adon o Adonai, para ocultar la adoración primitiva de varios dioses y confundir las voces con el enunciado de un solo dios. Los teólogos modernos quieren hacernos creer que solo se trata de plurales mayestáticos, pero en realidad son dioses cananeo-semíticos. Babilonios, caldeos, cartagineses, fenicios, filisteos y sidonios tenían como divinidad principal a Baal, hijo de El, dios principal, y de su consorte Aserá. Representado como un becerro, Baal llegaría a superar el culto a su propio padre, aunque las sagradas escrituras lo condenaron a ser superado por el "Dios verdadero", el tetragrámaton. La propia Biblia acepta su adoración durante la etapa de los jueces, su expansión peligrosa para los yahveístas durante el reinado de Acab y a juicio de la fuente J la razón que llevo a Judá al desastre

Baal había demostrado ser un dios adaptable, se dejaba querer de muchas maneras, haciendo hincapié, según el sitio de culto, en uno u otro de sus atributos. La humanidad primitiva pensaba que todos los aspectos de la vida diaria eran prácticos y simbólicos por igual, naturaleza y religión formaban un todo, de ahí la necesidad de crear tantas divinidades, y que los espíritus de los animales y antepasados estuvieran presentes en el día a día, como ocurre con El, padre de todos los dioses, que aparece como un toro con o sin alas, llamado también Eloáh, Eláh o Alláh. Estas representaciones zoomorfas o antropomorfas solían ser tan reales que producían reacciones físicas en quienes las contemplaban, unos ojos grandes adquirían una importancia vital porque el creyente estaba convencido que sus ídolos les miraban también. Cada faceta de la vida cotidiana tenía su propia deidad - elaborada con cualquier tipo de material disponible, en especial, madera y arcilla- a la que la mente dotaba de una trascendencia y un poder más allá de este mundo. Tal habría sido el propósito de Moisés al mandar a erigir la serpiente en bronce o nejustán para conjurar la continuada adoración del becerro de oro o Baal por la comunidad en el desierto. El proceso de idealización de una figura elaborada en cualquier material lleva a perfeccionar sus cualidades y su valor moralizante, que, a pesar de lo que nuestra mente pueda creer, nunca cambia su naturaleza. Los ídolos han representado desde muy antiguo los deseos y aspiraciones de los individuos en lo que Freud define como ideal del Yo.

La idolatría era un fenómeno común en la antigüedad y el rechazo suscitado entre los yahveístas les impulsó a buscar formas de diferenciarse del resto de vecinos, aunque no siempre la comunidad caminaba a la par con las visiones monoteístas. La idea a sembrar era que Dios existía más allá del universo y cuando lo abandonó para convertirse en la deidad única de los hebreos, dejó también el mundo natural. Los israelitas habían sido una unidad sagrada ante los ojos de Dios y el Señor les había otorgado la ley y exigido lealtad y obediencia incondicionales. El monoteísmo contribuyó a la larga a incrementar los conflictos religiosos al eliminar a un panteón de dioses locales o nacionales, que otorgaban espacio a la integración de cada creencia en la sociedad, sin detrimento de la convivencia y la armonía, y actuaban como inmunizadores del fanatismo. A mi modo de ver no estamos ante un avance humano, sino un giro de los acontecimientos que no daba respuesta espiritual a una realidad social mixta y pudo abrirse paso por imposición de unos pocos interesados en tener todo el poder. La religión ha sido siempre un medio para obtener obediencia y hacer que las masas se resignen más sencillamente a las muchas frustraciones del día a día.

Hay una vieja leyenda en la que el dios de los judíos sería un asno o tenía la cabeza de este animal, posiblemente en asociación con Set, el malo, malísimo, del panteón egipcio, considerado la deidad de los extranjeros. He dado con algunas referencias a Iao, cuyo significado es asno, y que varios investigadores lo toman como el antecedente de Yahwéh. Hugh Schonfield da cuenta de que la primera de las representaciones de la Crucifixión fue un graffiti con una cabeza de asno en el cuerpo de Jesús rascado en el revoque de la pared del aula de una escuela en la colina palatina de Roma. Para el erudito, esta representación demuestra una identificación posterior de los cristianos con el Set-Iao. Schonfield hace referencia también a otro dibujo de la antigua Cartago, una figura envuelta en una toga con orejas de asno y una pezuña llevando un libro en el que puede leerse: "El dios de los cristianos (es) un asno que se acuesta con sus adoradores". Iao es, a los efectos del gnosticismo, uno de los tantos sirvientes del Demiurgo, creador de Dios, interpuesto entre los humanos y el dios trascendente, que solo puede alcanzarse a través de la gnosis.  


El Génesis, primer libro de la Bibla, dice que Dios envió un gran diluvio para borrar el pecado y la corrupción de la humanidad. Este castigo tiene sus contrapartes en Dios juzgando a Sodoma y Gomorra, a Nínive y a Tiro, y en el juicio final, en que los impíos serán arrojados al lago de fuego. El mensaje queda claro: Dios juzga el pecado, ya sea por medio de un ejército invasor, con fuego y azufre o con un diluvio universal. Una de las grandes maldades de aquella humanidad ante-diluviana era la sexualidad en lo oculto en los nephilim. Cuando los humanos se dieron a la violencia y a la sexualidad sin freno con aquellos enviados de Dios, los niños sufrieron al igual que sus padres porque “Todo lo que el Señor quiere, lo hace y en los cielos y en la tierra, en los mares y en los abismos”, reza una sentencia del Salmo 135:6. Génesis es el libro que da entrada a la catástrofe: “...he aquí que traigo un diluvio de aguas sobre la tierra para destruir toda carne”. El Coran menciona el hecho: “Y a Noé cuanto antes invocó, le escuchamos. Y le salvamos a él y a los suyos de la gran calamidad”. Los episodios sobre un diluvio abundan en muchas culturas de la Antigüedad como las crónicas de Ziusudra, héroe sumerio del más antiguo cuento sobre este tema.

La humanidad tenía harta a los dioses, que decidieron enviar el diluvio. Enki, el creador, encargó a Ziusudra la construcción de una embarcación para refugiar a muchos seres, entre estos, a él mismo y a su esposa, a quienes concedió la inmortalidad. El poema de Gilgamesh, la obra literaria más antigua del mundo, mito sumerio pre-bíblico, es la base aceptada por los académicos como inspiración del episodio del Diluvio Universal. Narra cómo el rey Uruk fue en busca de la inmortalidad y regreso sin nada. Tras muchas peripecias, logró entrevistarse con Ziusudra, llamado Unapishtim en el relato, quien le dice que los dioses solo han concedido una sola vez la inmortalidad. Los sumerios creían que los hombres habían sido creados por los dioses para que les sirvieran, su religión tenía muchas divinidades, así como demonios y espíritus, en representación de todas las fuerzas y presencias en el mundo. Sus leyendas tienen como precedentes historias contadas desde mucho antes en Oriente Próximo.


El llamado por Dios a salvar a toda la humanidad fue Noé, cuyos tres hijos, Sem, Jafet o Japeto y Ham o Cam representan el renacer de la humanidad y sus razas. La historia sagrada atribuye a este último hijo de Noé el nacimiento de los pueblos de Canaán, Misraim ( Egipto), Cus o Kus ( Etiopía) y Phut, provincia de Phutiya, antigua Persia, o Phuta, en Babilonia, pero entre los egipcios el nombre va asociado a Libia o Hatti. Todos estos nombres aparecen en la tabla de las naciones del libro del Génesis. Egipto se conoce como tierra de Cam, cuyos descendientes habrían sido habitantes de África y partes adyacentes de Asia, según la interpretación bíblica y la de Flavio Josefo, entre otros. La visión es que de Sem descendieron los judíos y los árabes, de Cam, los negros, y de Jafet, los blancos. 

Textos del siglo XVII sugieren que la palabra cam sería el equivalente hebreo a quemado, negro o caliente, pero hay biblistas que afirman que el vocablo carece de etimología reconocida y no puede asociarse a la oscuridad o negritud. Abram habría venido de Ur u Orr,  nombre que significa horno de fuego por las altas temperaturas de esa zona, poblada por personas de tez oscura como era de esperar porque la melanina trabaja más duro para proporcionar más pigmento a la piel con el fin de protegerla. El profesor Rudolph Windsor escribió en su libro De Babilonia a Tumbuctu, que “los caldeos y demás pueblos de la región eran negro azabache en su complexión”. Podemos categorizar a partir de este y otros testimonios similares que los caldeos y hebreos eran semitas de piel negra, hablamos de personas cuya piel va del marrón claro al negro ébano. Debemos tener en cuenta, que los numerosos cautiverios a que fueron expuestos los hebreos les hicieron mezclarse con otras razas. 


Algunos historiadores han postulado que el clan Leví, al que pertenecían Moisés y Aaron, era en su origen un grupo invasor indo-ario, que llevó a los hebreos a Canaán para medrar. Varios otros afirman que la Casa Leví estaba considerada desde siempre como parte de los descendientes de Sem, primogénito de Noé.  Hay una tercera tendencia que cree que los levitas descienden de Jafet como resulta ser el caso aceptado de asirios, persas y babilonios, conocidos como kittim, forma genérica para identificar también a los arios. Para Sigmund Freud, los levitas eran la "gente de Moisés", y aunque se fusionaron con los pueblos entre los que vivían, mantuvieron su fidelidad a la figura del legislador, registraron su memoria y la tradición de sus enseñanzas. 

Génesis 9 cuenta que el padre de Canaán, es decir, Cam, vio desnudo a Noé, en tanto Jafet y Sem giraron la cabeza y lo cubrieron con mantas. El patriarca lanza una maldición al parecer por esta razón que recae sobre su nieto Canaán, pero de lo que se trata al parecer es que Cam realiza una acción vergonzosa aprovechando la borrachera de su padre, que es lo que realmente merece su desaprobación. Esto forma parte de una de las tantas confusiones por la redacción del Libro, que no deja claro si la burla es por la desnudez, aunque sabemos que una exhibición pública de los genitales constituía un problema de honor en las culturas antiguas. Parece injusto castigar al nieto por los errores del padre, lo que nos remonta a que Cam había sido bendecido por Dios y ningún ser humano habría tenido el poder de castigarlo o maldecirlo. Esta sería una manera también - al decir de algunos historiadores de lo sagrado- de introducir algo que ocurrirá en el futuro, el supuesto vasallaje cananeo, cuando los israelitas “conquistan” la Tierra Prometida.

Todo empezó con la cogorza que se pegó el patriarca para festejar la cosecha de la primera viña. Cuando Noé despierta dice: “¡Maldito sea Canaán! Que sea esclavo de sus hermanos!” y añade: ¡Bendito sea el Señor, Dios de Sem! ¡Que Canaán ensanche a Jafet, que la acojan las tiendas de Sem y Canaán sea su esclavo!”. La interpretación racista de lo que se ha dado en llamar la "maldición de Noé" coincide con la expansión marítima europea en el siglo XVI. El castigo a Canaán condenó a los negros a servir a los blancos y el colonialismo  difundió ampliamente esta creencia con las consecuencias conocidas por todos. La trata la habían iniciado los árabes en el siglo VII, algunos de cuyos escritores dijeron que la maldición de Noé incluía la piel negra, la esclavitud y la obligación de no llevar el pelo más allá de las orejas. El Corán nada refleja sobre esto porque para el libro sagrado de los musulmanes los patriarcas son infalibles y Noé no podría haber estado desnudo ni borracho. La cultura europea se rigió por el racismo a partir del siglo XIX al convertirla en filosofía de vida. Los esclavistas y negreros europeos, casi todos cristianos, hicieron lo posible para legitimar intelectual, biológica y bíblicamente la discriminación racial y la trata de esclavos en su afán de poder, explotación y saqueo.

Podemos toparnos con versiones absurdas como la del comerciante Richard Jobson quien aseguró que el tamaño enorme del miembro viril de los negros era la prueba infalible del linaje de Canaán por haber puesto al descubierto la desnudez de su padre y recibir la maldición en el color de su piel. Para el racista sin disimulo Edward Long, cuñado del gobernador inglés de Jamaica en el siglo XVIII, resultaba “evidente” la inferioridad de los negros, a los que consideraba animales sin cerebro. La deshumanización era la herramienta básica para la esclavitud. La idea prevaleciente durante toda la Edad Media era que los negros africanos habían ennegrecido por el hado de la maldición de Noé sobre Cam. Esta manera de ver el episodio bíblico logró afianzarse gradualmente hasta dar con el comercio de esclavos en los siglos XVII y XVIII, un negocio a gran escala, que arrancó del Golfo de Guinea a 12 millones de seres humanos para venderlos en América. El Libro del Mormón santifica esta interpretación ajena a las sagradas escrituras con la afirmación de que Noé maldijo a los africanos prohibiéndoles ejercer el sacerdocio y quienes intenten abolir la esclavitud luchan contra los decretos de Dios. A efectos prácticos es una más de la sandeces absorbidas por muchos como justificación al racismo y la esclavitud.

Un episodio como el diluvio pudo formar parte de un hecho muy antiguo de gran magnitud en la Baja Mesopotamia, donde eran frecuentes las riadas. Los teólogos suelen creer que el acto vengativo de Dios tuvo lugar hace 4.000 años. Hay referencia también al diluvio en la obra Babilonianka, del sacerdote caldeo Beroso, datada en el 275 a. n. e., un libro que sirvió de inspiración a Eusebio de Cesarea, padre de la historiografía cristiana. Esa super inundación, ese cataclismo, del que solo Noé y su familia se salvaron, debería haber alterado el curso de la vida e incluso provocar un cambio climático si en realidad hubiera ocurrido, así que la mayoría de estudiosos tiende a considerar el relato como una de las tantas fábulas del Libro. Una escuela de pensamiento del siglo XIX considera a la TaNaJ y el judaísmo derivados directos de la mitología mesopotámica/babilónica debido a los más de 70 años de exilio de los israelitas en ese territorio. La doctrina del pambabilonismo, que cobró mucho impulso en el siglo XX, argumenta sobre las similitudes entre los mitos bíblicos y los mesopotámicos, mucho más antiguos. Lo que identificamos como mitología mesopotámica es un conjunto integrador de las civilizaciones persa, sumeria, acadia, asiria y babilónica y hace imposible establecer una división entre divinidades sumerias y semitas. Noé, según la Biblia, descendía de Adám y nació circuncidado como demostración de la confianza depositada en él por Dios, lo que le convirtió en el exponente del nuevo progenitor de la humanidad a la que el Señor otorgaba una segunda oportunidad. Claro que esta segunda oportunidad habría sido innecesaria si el propio Dios no hubiese decidido exterminar a su creación. Lo de la destrucción del mundo por los dioses y diosas era moneda corriente en las leyendas antiguas. 

Cualquier estudiante de instituto de nuestro tiempo sabe que la biodiversidad de la Tierra impide la preservación de una única especie de las existentes, pesarían negativamente la consanguineidad y el cuello evolutivo, lo que ocurre es que la fe a veces nos hace perder estos conocimientos. Hasta los antiguos intuían esto, de ahí que existan normas bíblicas contra el incesto. El acto de procrear era inadecuado entre parientes debido a que el objetivo de generar vida nueva era conseguir un ser más fuerte. 
Otro elemento -y no el menor- lo constituiría el alimento del todo inviable para sostener a todas esas especies. Si nos guiamos por el texto sagrado ignoramos a dónde han ido a dar las plantas. La magnitud de la embarcación haría imposible su flotación o navegación, ni siquiera sobrepasaría una subida inicial de las aguas y, por descontado, el planeta carece de líquido suficiente para cubrirse a sí mismo tal y como pretenden los escribas de la magna inundación. Sabemos por Génesis 15:16 que el Arca tenía 300 codos de largo, una medida que suscita serios debates entre los eruditos. Algunos hablan de un barco de 135 metros de largo en un espacio igual a 20 canchas de baloncesto. Incluso si profundizamos en la lectura de la Biblia, hallaremos discrepancias en temas de un mismo tenor como la contabilidad de lo que debía ser transportado en el Arca de Noé. Hay un pasaje que habla de una pareja de cada especie y otro referido a siete animales entre los puros y solo dos entre los impuros, pero el quid de la interpretación para tales discrepancias estaría en las fuentes bíblicas de las que hablaré más adelante. En el caso de los números, debemos tener en cuenta la gematría o geometría sagrada o numerología para los griegos, donde el emblemático siete va referido a la creación y al reposo en el séptimo día y es símbolo de la sabiduría.

Un capítulo hace referencia a que el diluvio duró 40 días y 40 noches y otro habla de 150 días. La referencia al número 40 va asociada bíblicamente a los años pasados en el desierto por Moisés y su gente, al profeta Elías y el tiempo que empleó en estar en el Horeb, y a Jesús, según el N. T., cuando eludió las tentaciones del diablo. Este número aparece al menos cien veces en la Biblia, en cuanto al 150, es la forma de integrar números individuales, de manera que su mención podría verse como aleatoria. Noé suelta primero una paloma para saber si las aguas habían bajado y en otra parte leemos que se trata de un cuervo (en hebreo ôréb), la mayor de las aves paseriformes, cuya búsqueda continuada de alimentos le hace planear sobre zonas amplísimas. Los libros Levítico y Deuteronomio se refieren al cuervo como un animal inmundo, pero Dios lo utilizó para alimentar a Elías durante la hambruna en el libro Reyes I y es objeto del cuidado del Señor en los libros de Job y Salmos, así como en Lucas 12:24. La oposición entre cuervo y paloma proviene de escritos antiguos como el poema de Gilgamesh, en el que tiene un rol benefactor. Es innegable la predisposicion bíblica de dar especial relieve a la paloma ( que por cierto, es de las pocas aves que mata a sus crías y se las come) restando importancia al cuervo. Hay varios versículos bíblicos en los que se usa el cuervo como ejemplo de impureza y maldad, considerado presagio de malos augurios y símbolo de los herejes durante la Inquisición. Interpretaciones teológicas posteriores en cuanto a que se enviara a una paloma o a un cuervo tras el Diluvio, apuntan a que el cuervo no regresó al hallar abundante comida, en cambio si lo hizo la paloma, por lo que se la considera un símbolo de esperanza, pero en la Biblia no aparece nada de esta explicación.

Aceptaré, a los efectos de este libro, que el viaje de Noé tuvo lugar y los sobrevivientes desembarcaron en el monte Ararat, la cumbre más alta de Turquía y la de mayor volumen del mundo, a 5.200 metros sobre el nivel del mar, con una cima de nieves perpetuas de 40.000 metros cuadrados y 91 metros de alto, temperaturas de 40 grados centígrados bajo cero y vientos de 160 kilómetros por hora. Todos estos detalles los conocemos hoy, pero hablamos, sin dudas, de un entorno hostil, complicado y peligroso para una escalada, al margen de las serias dificultades para sobrevivir en un ecosistema destruido por la propia catástrofe fluvial, sin tiempo para una recuperación acelerada. Hacia el segundo milenio a. n. e., existía el reino de Ararat o Urartu, en un territorio de 483 kilómetros alrededor del monte del mismo nombre. "El día diecisiete del séptimo mes (trabajo concluido como valor del número en la gematría n. e.) quedó anclada el arca sobre las montañas de Ararat". Me permito hacer un paréntesis, hablamos de un monte, sin vínculo alguno con un macizo montañoso, así que el uso de la palabra montañas no parece apropiado en algunas traducciones. La mitología permite una disgresión para contar que en el 2.100 a. n. e. se fundó en los alrededores del Ararat el estado de Haik o Haikastán, en honor de su héroe local, vencedor de los asirios, Haik.Esta región montañosa había sido históricamente de Armenia hasta que en 1923 pasó a Turquía por el Tratado de Lausana como parte de las fronteras trazadas por las guerras u otras decisiones arbitrarias de los gobiernos como se sabe ha ocurrido a lo largo de la Historia.

El
Ararat fue la meta de los buscadores del Arca de Noé, en especial entre los siglos XIX y XX, cuando se registran hallazgos de restos de la embarcación por varios intrépidos exploradores, que nunca mostraron a nadie sus reliquias. Se ha hablado también de una "anomalía" sin identificar detectada en el monte y otras movidas impulsadas tanto por sentimientos religiosos como aventureros. 
Josefo es uno de los que da cuenta de peregrinaciones tempranas al Ararat. Hasta allí parece haber subido el propio apóstol Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo, patrón de España, que fundaría en la ladera un monasterio con su nombre, muy cerca de la aldea Aguri, en la que se dice que Noé llevó a cabo el primer sacrificio de animales a Dios tras desembarcar. La propia palabra armenia aguri significa "el que plantó la viña". El patriarca habría plantado su viña y bebido de su vino cuando se emborrachó y fue objeto de burla. La obra Viaje al Ararat de 1946 del naturalista y explorador Johann J. F. Wilhelm Parrot parece confirmar lo del monasterio de Santiago, cuyos monjes aseguraban haberlo construido con los restos del Arca. La mítica o real instalación pudo haber sucumbido a un terremoto en 1840. Las tres religiones monoteístas creen que existieron Noé y el Arca. El Corán, en consonancia con el Génesis, hace un relato pormenorizado de cómo Dios salvó a Noé y a los ocupantes del barco, que se posó en el monte Chudi y/o Judi, un macizo montañoso de 4.000 metros de altitud cerca de Mosul, zona kurda de Irak, considerada la tercera ciudad en importancia de la era moderna, cuna en la antigüedad de la ciudad de Nínive, destruida en el 612 a. n. e. por babilonios, medos y escitas. En el poema de Gilgamesh, el desembarco tiene lugar en el monte Nisir, parte de la antigua Babilonia, integrada también al Kurdistán iraquí. El vocablo proviene del término nisirtu utilizado para significar que una localidad es inaccesible.



Hay escritos científicos que sostienen la idea de que un gran diluvio golpeó Europa oriental hace varios millones de años y afectó a los poblados alrededor de lo que conocemos hoy como Mar Negro, causado por la colisión de un meteorito contra la superficie solar, lo que derivó en un aumento de la temperatura de la Tierra y la evaporación de inmensas cantidades de agua con el consiguiente incremento de las precipitaciones en 50 veces su tasa habitual. Frescas en mi memoria están las imágenes del terrible terremoto de 2011, que sumió a Japón en un tsunami, cuyo efecto fue la desviación del eje de rotación de la Tierra. La N. A. S. A. ha registrado asteroides impactando contra el sol y provocando llamaradas enormes. A esta teoría de cometas golpeando sin piedad al astro, se suma la de un gran diluvio en el Mar Negro cuando aún era un lago, en que inmensas cantidades de hielo se derritieron durante la última glaciación hace 5.000 años, ocasionando un ascenso del nivel de las aguas del Mediterráneo, sobre el que pasó el contenido del Bósforo a una velocidad comparable a 200 veces el flujo de las cataratas del Niágara. Esto habría supuesto una ampliación significativa de la costa del Mar Negro, al extremo de que el Instituto Oceanográfico de Bulgaria apunta a que la mega inundación golpeó, eliminó y engulló campamentos neolíticos, en contradicción directa con lo que sabemos hasta ahora de que la primera sociedad europea sería la minoica en Creta. Como deducirán, este tema se sale del propósito de este libro.




Del mayor libro de cuentos jamás leído y de sus fuentes creadoras.



La palabra Biblia toma su nombre de una de las ciudades fenicias con 5.500 años de antigüedad: Byblos. Aparece como vocablo por primera vez en el libro I Macabeos y la asociación con la ciudad tiene su razón en que era la sede de uno de los mas dinámicos y prósperos mercados de papiro, cedro y cobre, reducido hoy a unas ruinas a 30 kilómetros de Beirut, capital de Líbano. Del canon judío se conservan veinticuatro libros escritos entre el 900 a. n. e. y el 200, seleccionados por un grupo de rabinos reunidos en Jamnia, población conocida también como Yavne, entre las actuales Tel Aviv y Jerusalén, siguiendo a la destrucción del segundo templo en el año 70 y la subsecuente desorganización del judaísmo. Los romanos permitieron la creación en ese lugar de una escuela de derecho bíblico o halajá y esto sirvió a los rabinos para mantener vivo de alguna manera el judaísmo y su Ley. Estos textos forman lo que hoy conocemos como Biblia hebrea, bajo el acrónimo de TaNaJ, dividida en secciones: la T para torá o Pentateuco, que abarca Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio; la para los profetas
navim, desde los más antiguos, pasando por la conquista de Canaán y más adelante el exilio por culpa de asirios y babilonios, integrando oráculos, doctrinas sociales, condenas acerbas y expectativas mesiánicas, fechadas entre los siglos VIII y V a. n. e.; y por último, la para las profecías contenidas en los jetuvim o ketuvim, colecciones de homilías, poemas, canciones, proverbios y salmos de difícil filiación compuestos en su mayoría en los períodos persa y griego o siglos V y II a. n. e. La mayor parte de la Biblia hebrea se escribió en hebreo, salvo algunas páginas en arameo, lenguas originales de los judíos antes de la diáspora universal, y su primitivo nombre es micra o lo que se lee (del arameo). Se conocen como protocanónicos o primer canon, que rechazó otros conocidos a los que se ha clasificado como deuterocanónicos o segundo canon, admitidos por la Iglesia católica. 

Cuando la Biblia fue traducida al griego vulgar o koiné, adoptó el nombre de Septuaginta o Biblia de los Setenta (LXX) y le fueron incorporados los textos deuterocanónicos vetados por el judaísmo tradicional. Esto ha contribuido a mantener viva la controversia entre las distintas formas cristianas porque en tanto los calvinistas los excluyen, los luteranos los colocan al final como lectura vivificante. Hay un amplio consenso en que este proceso de canonización judía se llevó a cabo en un período de tres siglos y que no tuvo lugar antes del 400 a. n. e.


La halajá supervisó los inicios del judaísmo rabínico y la escritura de la mishná o tradición oral de la ley o torá y el texto fundacional del Talmud, que une a partir del siglo II a la mishná y los debates glosados en volúmenes de comentarios llamados guemará, conocidos también como tradición rabínica. La mishná fue escrita en hebreo, lengua de Israel y Judá,  marcada por un primitivo alfabeto derivado del fenicio. El hebreo carece de vocales, tiene 22 consonantes y como lengua semítica se escribe de derecha a izquierda. La ausencia de vocales ha llevado a algunos escritores a considerarla como un abjad, palabra del árabe antiguo para describir un sistema de símbolos en fonemas consonánticos cimentado en raíces muy anteriores al fenicio y el ugarítico. El abjad protocananeo o lineal, que no responde a la escritura cuneiforme, se ha datado en el 1.500 a. n. e. y es antepasado de la mayoría de alfabetos utilizados en la actualidad a través del sucesor fenicio. Los lingüistas son reacios a considerar el hebreo un abjad porque en las lenguas semíticas hay una estructura morfémica, que hace innecesario el uso de vocales. El morfema es la unidad más pequeña del lenguaje, indivisible y con significado propio.

Las partes del Talmud escritas en arameo las encontraremos en pasajes de los libros de Daniel, Esdras y Jeremías. Esta era la lengua de la administración del imperio persa entre los siglos V y IV a. n. e. y se hablaba en la época del mesías cristiano. La anécdota de que Pedro resulta apresado e identificado como discípulo de Jesús, a punto de ser crucificado, lo dice todo sobre este tema. "Realmente tú también eres uno de ellos, pues tu manera de hablar te delata". Mateo 26:73.

La Septuaginta fue usada como guía en las comunidades judías fuera de Judea y por los cristianos primitivos de habla griega hacia el año 150. La elaboración del texto tiene su origen en la solicitud atribuida al judío helenizado Aristeas a su hermano Filócrates en la que asegura que Ptolomeo Filadelfo pidió al sumo sacerdote Eleazar la incorporación de 72 sabios, seis por cada tribu de Israel, en la traducción al griego de la Biblia hebrea con el fin de enriquecer la biblioteca de Alejandría. Resultó incluido el Pentateuco Samaritano, integrado por los cinco primeros libros de la TaNaJ con las diferencias aportadas por una comunidad con identidad cultural y religiosa propias, a pesar de sus similitudes con el judaísmo. El compendio fue escrito en caracteres hebreos antiguos o ktav ibrit a diferencia del hebreo utilizado tras el cautiverio babilónico con la forma aramea o ktav ashurim. El texto presenta también aspectos ideológicos agregados como situar al Monte Gerizim como lugar tradicional de oración y a la ciudad de Siquén como centro principal de la nación judía, ubicada entre el mencionado monte y el de Ebal en la región destinada a la tribu de Efraín. Cuando prestamos más atención a la conocida anécdota del encuentro de Jesús con la samaritana observamos más de cerca las diferencias en el culto: "Nuestros padres adoraron en este monte (Gerizim) y ustedes dicen que el lugar donde se debe adorar es Jerusalén", por lo que resulta muy interesante la respuesta del mesías cristiano: desde este momento ni aquí ni allá, como restando importancia a la obligatoriedad difundida por los yahveístas de establecer en el Templo de Jerusalén un lugar único de adoración, oración y sacrificios. El texto hebreo dice que Dios terminó su obra al séptimo día, pero los samaritanos corrigen lo que entienden como falta de sentido común y señalan que terminó al sexto día y descansó al séptimo.

La Septuaginta incluye la traducción a finales del siglo I del hebreo al siríaco de la Biblia hebrea o A. T. conocida como Pershitta por la conversión al judaísmo de la dinastía sirio-helénica de Adiabene, cumpliendo el deseo de su reina Helena, que se mudó a Jerusalén y construyó palacios para ella y sus hijos y ayudó a los judíos en su guerra contra Roma. El Talmud afirma que ella y su hijo Monobaz dieron ingentes cantidades de dinero para la construcción del Templo, pero no se han hallado vestigios de una monarquía judía en Adiabene, hoy llamada Erbil, en territorio iraquí. Después de la Septuaginta, la Pershitta está catalogada como la más antigua traducción a otro idioma del A. T. 

La TaNaJ ha permanecido inalterable a pesar de los frecuentes debates y las exégesis rabínicas, cuyos contenidos se han registrado aparte tomando como modelo al Talmud. La Biblia hebrea fue utilizada por la Iglesia cristiana primitiva de habla y cultura griegas para partir, clasificar, ordenar y nominar los libros de lo que los cristianos llamarían el A. T., presente en las Biblias ortodoxas de Oriente y en las católicas y protestantes de Occidente. Jerónimo de Estridón fue el designado por el papa Dámaso I, a finales del siglo IV para elaborar una Biblia latina conocida como Vulgata, texto canónico católico. Tras el invento de la imprenta, la primera copia impresa surgió en Paris, pero no fue hasta los años 1969 y 1986 que se lanzó la Nueva Vulgata. Jerónimo no recurrió al contenido de la Septuaginta para realizar su tarea sino que se valió de los textos de los judíos masoretas, que trabajaron entre los siglos VI yX en las zonas de Tiberíades, Jerusalén y Babilonia como sucesores de los escribas o soferim, sabios y maestros anteriores al período tanaítico, cuando la clase sacerdotal o kohanim se mantuvo pasiva frente a la ocupación romana y el cargo de Kohen Gadol se ofrecía en licitación. Las traducciones e interpretaciones aportadas hasta ese momento por los soferim carecían de un juicio tradicional o clásico, lo que obligó a los masoretas a consignar tales anomalías en los márgenes superior e inferior de cada página del texto bíblico a modo de notas marginales. Los masoretas dividieron la Biblia hebrea en párrafos grandes y pequeños, que no deben ser confundidos con los capítulos y versículos utilizados por el A. T. de la Biblia cristiana.

Durante siglos, el hebreo había sido una lengua muerta, reemplazada por el arameo, y los masoretas inventaron un sistema de signos vocálicos para preservar una pronunciación con vistas al futuro. Copiaron las sagradas escrituras de manera fidedigna, de ahí el vocablo masoret, cuyo significado es tradición. Fieles a sus principios dejaron las cuatro consonantes hebreas para el nombre de Dios (YHWH), añadiendo las vocales de la palabra Adonai, y establecieron también cómo debían ser las copias de la Biblia hebrea, sin dejar espacio a los soferim para decidir, detallando incluso el color de la tinta a utilizar. El más antiguo texto masoreta conocido data del siglo X: el Código Aleppo; el más completo resultaría, sin embargo, el Código Leningradense. Bastaría decir para probar la fiabilidad del trabajo de estos eruditos que los rollos del Mar Muerto coinciden en mayor medida con sus similares masoréticas, en tanto solo lo hace un 20% con la Septuaginta u otras fuentes extra-bíblicas.

Los judíos han elaborado sus escrituras en pergaminos. Los amanuenses no solo copiaban la ley sino que la custodiaban e interpretaban. En la época de Jesús, los escritos de la Torá se confeccionaban en rollos de cuero de cabra, oveja u otro animal puro, la tinta era una solución de negro de humo y goma y la pluma podría ser una caña partida en un extremo para formar la punta; hasta el siglo IV se utilizaron plumas de aves como el ganso. La escuela de estudios superiores o beit midrash convertía a los amanuenses en profesionales. Una sala característica de ese tipo de centro en la antigüedad mostraría libros por todas partes, copias del Talmud y la Torá y de los sidurim o libros de oraciones para ser consultados. Las beit midrash se integran en la actualidad en las yeshivot o escuelas talmúdicas solo para varones. Los exiliados las crearon, lo que dio lugar a dos Talmud, el de Jerusalén y el de Babilonia. Tras finalizar la II Guerra Mundial, muchas yeshivot fueron trasladadas a Jerusalén, aunque se abrieron otras en Estados Unidos, Europa Occidental y países americanos de habla hispana o portuguesa.

Los cristianos fueron los primeros en utilizar los códices, páginas sueltas que les resultaban más cómodas que el rollo porque se podía poner la mano sobre un folio y regresar al anterior para comparar pasajes. Este fue el nacimiento probable de los copistas de las abadías. Los códices fueron sustituidos por la imprenta, pero hasta ese momento resultaban la única forma de re-editar el N. T. y ajustar la palabra de Dios a cada época. Los judíos mantienen aún hoy su forma ancestral de elaboración de la Torá para ser leida en las sinagogas, nacidas en el exilio como una forma de reunirse para leer la Torá y mantener las costumbres, su propósito original no era de culto religioso sino de lugar para un encuentro social o comunitario. Los ancianos (arcontes, presbiteroi y geresiarcas) tenían a su cargo los asuntos de la congregación propiamente dichos, lo que los distinguía de los funcionarios ocupados en temas más concretos como el archisinagogo, el presidente de la sinagoga, el limosnero y el ministro o hazán. En poblaciones de mayoría judía o judía por completo, el poder religioso de la institución abarcaba también los asuntos legales y cívicos, puesto que los judíos no diferenciaban lo religioso del resto de sus actividades. Aquel de la congregación que no se sometiera a este poder, quedaba excluido.  Sinagoga es nombre griego, en arameo se la conoce como bet kneset o sitio de reunión. 


La TaNaJ y el N. T. parten de una herencia intelectual común, que sobrepasa lo puramente hebreo o lo puramente cristiano. Las élites sacerdotales crearon los textos a partir de lo aprendido de las civilizaciones mesopotámica y egipcia, pasando por el entorno helenístico cristiano. Hay diferencias importantes con el Corán, otro relevante libro sagrado, surgido en mitad del desierto, alejado de las urbes, a partir del testimonio único e irrebatible de alguien más ejecutor que pensador, probablemente analfabeto, que empieza su prédica monoteísta y provoca la ira de la tribu Quraysi, que controlaba La Meca. Mahoma nació en el seno de uno de sus clanes, los Banu Hashim, y por sus ideas de un único dios debió huir en el 622 a la vecina Yatriba, ahora Medina, en compañía de una incipiente comunidad mahometana. Esto es lo que se conoce como año de la hégira o emigración y da comienzo al calendario musulmán. 

Tras vencer en batalla campal a las tribus árabes, el profeta de Alá destruyó los ídolos paganos instalados en la Piedra Negra o Kaaba, objeto que los musulmanes besan al finalizar las siete vueltas preceptivas a su alrededor en la peregrinación anual o hajj. Siete fueron también las vueltas de los sacerdotes hebreos alrededor de Jericó con el Arca de la Alianza sobre los hombros antes de que sonaran los cuernos de carnero y cayeran las murallas. Mahoma cabalgó a su vez siete veces alrededor de la Kaaba al grito de ¡Allahu Akbar!. Su leyenda cuenta que así se puso punto y final al politeísmo árabe: "Di: Ha llegado la verdad y se ha disipado el error. Cierto, el error se ha disipado". Corán 17:83. Hoy resulta poco plausible o siquiera creíble para muchos de nosotros que una religión tenga la exclusividad de la verdad respecto a otras a la luz de las investigaciones y descubrimientos. El judaísmo, el cristianismo y el Islam presentan imágenes distintas del Dios único a pesar de su parentesco histórico e ideológico y este concepto de fe única se muestra incompatible con la tolerancia y el respeto a los otros como ha desvelado el paso del tiempo.

Durante siglos la tradición fue atribuir a Moisés la autoría del Pentateuco o Torá, los cinco primeros libros de la Biblia hebrea. La hermenéutica y/o exégesis bíblica ha ido identificando con el paso del tiempo varias fuentes en la elaboración de la gran guía del judeocristianismo. A Julius Wellhausen se debe la formulación de la llamada hipótesis documental o crítica alta, que en la actualidad domina los estudios bíblicos y empezó como una idea en el siglo XVIII. Madurada por muchos eruditos, la clasificación más conveniente de la que dispongo es la siguiente: priesterkoder o sacerdotal, bajo la letra P; la yahveísta o jahveísta con la letra J; la elohista o letra E y la deuteronomista o D. La identificación de las fuentes supuso un paso de gigantes para el mejor conocimiento del Libro: se sabía ya con certeza que no había sido una sino varias personas por separado las que lo escribieron, en diferentes tiempos y con un ritmo interno consistente. Para los yahveístas y elohistas, Dios era justo y misericordioso, fiel, mantenía su gracia sobre mil generaciones, perdonaba la rebelión, la iniquidad y el pecado sin dejarlos impunes y castigaba a los padres en los hijos hasta la tercera o cuarta generación; para los sacerdotes, Dios no era justo ni misericordioso y establecía una serie de reglas a cumplir con la ayuda de un sacerdote para el perdón de los pecados, práctica novedosa provista de una liturgia y de la obligación de la ofrenda.

A los efectos de mostrarme rigurosa, diré que en las últimas décadas la comunidad académica ha variado las fechas y autorías de las fuentes, creyendo algunos que los textos fueron elaborados durante la monarquía unificada o entre los años 1.000-586 a. n. e.; otros, los atribuyen a las manos y la mente de sacerdotes y escribas del exilio y/o de la restauración de la fe o incluso a escuelas de pensamiento; hay quienes apuestan por el período griego (siglos IV al II a. n. e.).



Baruch Spinoza, en época tan temprana como 1670, puso en duda la autoría de Moisés en su Tractatus theologico-politicum, atribuyendo todo el trabajo a Esdras, escriba y sacerdote, quien introdujo la torá en Jerusalén tras el cautiverio babilónico, trayendo consigo dos importantes documentos bajo el brazo: la ley de Moises, al parecer desaparecida, pero que logró componer, y una carta del emperador persa (entonces Judá era provincia del imperio) facultándolo para enseñar y hacer cumplir la ley del Dios israelita y compartir autoridad política con el designado gobernador Nehemías. A este último se le atribuye la reconstrucción de las murallas del segundo templo conocido históricamente como de Zorobabel y sobre el que se erigiría el de Herodes. El templo de Salomón estuvo en pie 400 años, el segundo lo superó en siglo y medio, aunque con menos suntuosidad. Fue construido con subsidio persa por los regresados  a Jerusalén, amparados en la amnistía de Ciro el Grande, cuya política de estado era permitir a sus súbditos conservar y practicar sus costumbres religiosas si permanecían leales al imperio, similar a los que hacían los romanos porque parece la mejor manera de controlar un vasto territorio. Primero la lealtad al gobernante y luego que cada cual haga lo que quiere.

El Dios único asimilado en Yahwéh es un constructo traído a hombros a Jerusalén desde el cautiverio babilónico. La división territorial sobrevenida con la muerte de Salomón trajo por consecuencia que los del norte o reino de Israel comenzaron a venerar a los elohim y a los baalim, en tanto, el sur, territorio levítico de Judá, unificó la idolatría en el Dios único, pero dejo de hacerlo con el tiempo y cayó en desgracia, según la Biblia. Varios estudiosos comparten la idea de que fueron los judíos quienes implantaron el yahveismo y no los hebreos o israelitas. El nombre de Judá hace referencia a Yehuda o Yahwéh, dios único que ordenó la destrucción de los templos consagrados a otros dioses, muy en especial a la diosa Aserá.

La creación del segundo templo con ayuda de los persas no hizo más que reavivar tensiones entre el norte y el sur y establecer un cisma definitivo entre judíos y samaritanos. Los persas habían mantenido la división administrativa de babilonios y asirios y organizaron un territorio limítrofe con Judá en Samaria, donde fue erigido el templo de Gezirim, dentro de una población de extranjeros e israelitas no exiliados, aquellos que se habían quedado cultivando la tierra. Los samaritanos serían los herederos del reino del norte. Garizim se convirtió en una amenaza ideológica para Jerusalén. La historia sagrada precisa que uno de los dirigentes de los exiliados en Babilonia Sesbasar habría guiado a un primer grupo con "el tesoro del Templo destruido por Nabucodonosor"; después llegaron otros líderes como Zorobabel quienes construyeron un altar y celebraron la fiesta del Tabernáculo o Sucot, de las más importantes del judaísmo, junto a la Pesaj o Pascua y el Shavuot o Pentecostés, conmemorativas de las tres peregrinaciones.

La fiesta del Sucot celebra la creación de la Casa de Encuentro por Moisés en pleno éxodo, vigilada por Josué en ausencia del líder. Dios había ordenado a Moisés – según los aportes de Flavio Josefo- colocar 12 hogazas de pan, como símbolo de unión del cuerpo y la mente, un candelabro dividido en 70 partes, que trascienden el espacio y el tiempo, y 7 lámparas. Este último número es importantísimo en gematría al apuntar a la sabiduría. Cuando los israelitas marchaban por el desierto tenían como abrigo la tienda o suka, en su plural sukot, por lo que Yahwéh habría ordenado mantener viva la tradición en la fiesta anual de las Cabañas, según Levítico, Números y Deuteronomio, a realizarse a fines de septiembre y principios de octubre en el calendario gregoriano occidental. En tal fiesta, cada familia debe construir su cabaña con ramas y vivir en ella durante una semana para recordar la fidelidad a su Dios, protector y proveedor de su pueblo. Cuando Jesús dijo a los judíos : “Yo soy la luz del mundo” “Si alguien tiene sed venga a mí y beba” resulta probable que aludiera a las formas de esta celebración en que se portan antorchas y lámparas para alumbrar el camino. Hay un episodio en que el mesías cristiano escupe en la tierra y hace un emplasto, que coloca sobre los ojos de un ciego a quien ordena ir a lavarse al estanque de siloam, nombre dado al agua utilizada en la festividad. La utilización del líquido vital dentro de este rito -según algunos eruditos- podría no tener un origen hebreo sino greco-cristiano.  

La forma del ritual cambió al regreso del exilio, el personal religioso aumentó y se desarrolló un sistema jerárquico, aunque el sumo sacerdote o Kohen Gadol continuó en funciones y pasó a ser el jefe de los judíos regresados a Jerusalén. La religión de los hebreos, como ocurre con otras, nunca tuvo sacerdotes en un principio, eran los jefes de clanes quienes asumían tal función, por lo que no tenían necesidad de un sitio especial de culto. Durante la época del primero y segundo templos, los kohanim o sacerdotes asumieron tareas como los sacrificios en las festividades judías o korbanot y la bendición a los asistentes a la ceremonia de elevación de la manos o nievat kapayim, se dividieron en 24 grupos de siete o nueve sacerdotes, uno de los cuales oficiaba en cada Shabat, aunque en las festividades bíblicas estaban todos presentes.

En la Nueva Versión Internacional de la Biblia de 1999, podemos leer que el Señor le dijo a Aaron: "Todos los de la tribu de Leví se expondrán a sufrir las consecuencias de acercarse a las cosas sagradas, pero de entre ellos solo tú y tus hijos se expondrán a las consecuencias de ejercer el sacerdocio". Cuando el sacerdocio pasó a ser prerrogativa única de los aaronitas, los levitas asumieron tareas secundarias.Yahwéh era su herencia, de manera que a la llegada a Canaán no habían recibido tierras, lo que les convirtió en un clan diferenciado. Se les concedieron ciudades y el diezmo sobre cosechas y ganado y durante el éxodo se les permitió morar dispersos entre las tribus haciéndose con una manutención. Es probable también que Moisés confiara más en ellos para el mantenimiento y promoción de sus instituciones religiosas entre el pueblo elegido a juzgar por su discurso final en el Deuteronomio, legitimándolos como sacerdotes.

La fuente P, inclinada a dar relevancia a Aaron, a pesar de lo dicho por Moisés sobre los levitas, insiste en que deben ser los descendientes de este primer sumo sacerdote o Kohen Gadol los únicos legitimados, algo que sostiene también el profeta y sacerdote Ezequiel, que escribió durante el exilio babilónico. Los sacerdotes pasaron a ser un linaje aparte con los levitas, que empezaron a servirles como subalternos, asumiendo labores de los cantores e instrumentistas en los oficios, de los porteros, encargados de abrir y cerrar las puertas del Templo, de limpiadores y guardianes y de ayudantes para vestir a los sacerdotes, funciones muy parecidas a las de un sacristán.

Herodes ordenó desmantelar el segundo templo para construir en el año 20 a. n. e. otro a la altura de su propia grandeza, mayor y más lujoso, al decir de las crónicas. Fue este último el visitado por Jesús y su familia. Destruido después por Vespasiano, se conservó el muro oeste para recordar a los judíos que Roma había vencido, de ahí el nombre de Muro de las Lamentaciones, aunque si se habla con los devotos resulta ser la muestra del cumplimiento de la promesa de Dios de que siempre quedaría en pie un pedazo del santuario. Esto me ha hecho reflexionar que tal afirmación fue diseñada tras la derrota para que no resultara tan onerosa para los judíos. Ateniéndome a lo descubierto hasta ahora, el Templo de Salomón, primero y más famoso, solo podría haberse construido a partir de la existencia de un estado con ingentes recursos económicos, mucha mano de obra y gente diestra, algo impensable en la época del tercer rey israelita, quien gobernaba en realidad sobre una pequeña entidad política, sin recursos para emprender tan colosal tarea, de manera que atribuirle la construcción del santuario o la propia existencia de éste en la forma en que lo describe la leyenda solo tiene el propósito de glorificar a un personaje cuya existencia continúa siendo un enigma. Muchos creen que las fábulas tejidas a su alrededor toman como base historias plagiadas del reinado de Amenofis III.

Tanto Esdras como Nehemías cumplieron el Shabat, séptimo día para el reposo en la semana hebrea desde el ocaso del viernes al anochecer del sábado, y disolvieron los matrimonios con extranjeros. Hay libros que hablan de ocho shabats o aquelarres, pero esto tiene su explicación en el desarrollo muy activo de la creencia en brujas y demonios durante la Edad Media. Los judíos sufrirían en esa época muchas humillaciones y persecuciones por el clero cristiano, así que no resulta arriesgado suponer que lo de los aquelarres tenía como meta demonizarlos, tal y como los jerarcas de la cristiandad acostumbraban a hacer con aquellas creencias o rituales fuera de su control o competidoras. El Éxodo le otorga al Shabat su carácter legal. El tabernáculo estaba compuesto por el santuario y el atrio, que quedaba en el exterior para el acceso del público y la celebración de los sacrificios en un ara. El santuario se dividía en dos secciones por un velo, de un lado el sancta, accesible a todos los sacerdotes, y el sanctosantorum, en el que únicamente entraba el Kohen Gadol. Todo concuerda con el hilo de acontecimientos que leemos en la propia Biblia ya que para entonces debían haberse perdido las normas originales traídas desde el desierto a consecuencia, entre otros acontecimientos, de la invasión babilónica. Jerónimo le cambió el nombre a Esdras por Ezra en la Septuaginta, pero son el mismo personaje. El libro atribuido al legislador figura entre los ketuvim o jetuvim, última de las tres partes en que se divide la Biblia hebrea o TaNaJ. Forma parte también de los conocidos como libros históricos.

Los términos hebreos tora y torat moshe, usados en Deuteronomio para describir lo que luego se denominó simplemente Torá, nos permiten analizar por qué los cinco libros fueron considerados una unidad. La palabra misma, entendida con el significado de ley, resulta de las definiciones bíblicas más frecuentes porque implica también enseñanza: "Una sola ley (tora) habrá, para el nativo y para el forastero que mora en medio de vosotros". Éxodo 12:49. Esta ley contiene el Decálogo o Diez Mandamientos y una extensa colección de normas en Éxodo, Levítico y Deuteronomio, a lo que se suman otras distribuidas por los cinco textos como la de la circuncisión en la historia del Génesis sobre Abraham. Lo más curioso en toda esta historia es que ningún pasaje de la Torá dice literalmente que fuera compilada por Moisés, de facto rabinos y académicos coinciden en que cuando se percibe así va formulada más como una enseñanza que como compendio de leyes. Lo entenderemos mejor en esta frase del Deuteronomio: "Esta es la tora que Moisés puso delante de los hijos de Israel".


El documento P ha resultado el más extenso, comprendería todo el Levítico, la mayoría de Números, la mitad de Éxodo y parte del Génesis, en especial el capítulo primero de la creación; copia partes de las fuentes J y E, alternándolas, para introducir la relevancia del sacerdocio con instrucciones rituales muy detalladas. Los redactores de P le dieron a esta fuente su forma definitiva en el 400 a. n. e. al integrar la mayor parte de las leyes y normas de la Biblia y haciendo referencia a temas nunca antes tratados por el resto de textos. La fuente P recibe su redacción definitiva en el siglo V y desde entonces sus versículos permanecen en lo esencial.

La Biblia -con sus dos mil normas y preceptos- constituye un buen exponente de cómo vivía el mundo antiguo y las costumbres adquiridas por el pueblo elegido por Dios para diferenciarse del resto de sus vecinos. Cualquiera de sus mandatos podría parecernos extraño como el que dice: "Si dos hombres se pelean y la esposa de uno de ellos se acerca para defender a su marido del otro, que le está pegando, y agarra a este por los genitales, entonces se le cortará la mano. No debe haber piedad". Deuteronomio 25:11-12. ¿Qué sentido tendría para alguien de nuestro tiempo castigar con tal brutalidad a una esposa que acude en ayuda de su marido? La respuesta es que se trata de un atentado a la masculinidad, o lo que es lo mismo, al linaje familiar, y en este caso la mujer nada vale ante el enemigo varon de su marido. Abraham daba su palabra sujetándose los genitales para mostrar cuan sagrado era el compromiso adquirido. La ausencia de los atributos masculinos, como era el caso de los eunucos o los soldados mutilados en la guerra, separaba a ese varón de la sociedad. En tanto se exaltaban los genitales masculinos o sagrado lingam o falo, el yoni o vulva cargaba con la tremenda responsabilidad de mantener el honor masculino o familiar, que para este caso eran lo mismo. Tal desprecio hacia la identidad femenina habrá que verlo en el contexto de la misoginia patriarcal. Lo que se buscaba en última instancia era acabar con cualquier huella sobre los inicios de la humanidad, por eso se excluyó a Aserá, consorte de Yahwéh, como diosa a adorar. Se ignoró deliberadamente que en la Antigüedad se adoraba a la naturaleza en la figura de una mujer, elemento generador de vida, dentro de un panteón colmado de muchas divinidades con sus respectivos papeles en el desarrollo de las ideas judeocristianas. No hay más que prestar atención a una de las formas torticeras del Génesis para el nacimiento de Eva, nada menos que de una costilla de Adán, pervirtiendo el orden natural de la procreación.

Algunos biblistas creen que el culto a Aserá estaría vinculado a la política de relaciones de los cananeos con sus vecinos mediante la religión. El juicio en el monte Carmelo, cuando Elías manda a matar en el torrente a los servidores de Baal y de Aserá, ambos dioses muy populares de la fertilidad, es una página significativa de esta lucha por erigir el monoteísmo a capa y espada. Yahwéh dice: "Manda, pues, ahora a que todo Israel se congregue en el monte Carmelo con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y a los cuatrocientos profetas de Ashera, que comen de la mesa de Jezabel". Reyes II (parte de la Historia Deuteronomista). La reforma llevada a cabo más adelante por el rey Josías de Judá definirá el futuro de la religión y del propio Deuteronomio con sus nuevas exigencias. Este soberano envió al sumo sacerdote Jilquías, a los sacerdotes de segundo orden y a los guardianes de la puerta del Templo a sacar  todos los utensilios elaborados para Baal, Aserá y todo el ejército de los cielos, los quemó fuera de Jerusalén, en el campo de Cedrón, y llevó las cenizas a Bet-el, en la antigua región de Samaria, en el centro de Canaán, uno de los sitios que, durante un tiempo albergó el Arca de la Alianza y donde Abraham habría erigido un altar y el rey del norte Jeroboam hizo pecar a Israel. La caída de esta región se hace pasar en la Biblia como castigo de Yahwéh por el culto a Aserá. 

Josías dejó incluso huesos humanos en el lugar donde se habían derribado las estatuas de la diosa cananea. Cuando leemos los textos sobre esta purga gigantesca, no podemos dejar de preguntarnos a donde ha ido a dar la relación conocida por los antiguos entre Yahwéh y Aserá, heredada cuando este asumió las funciones de El. Los textos pre-bíblicos de Ugarit (región cananea del norte de Fenicia) no dejan lugar a dudas de que Aserá era la consorte de EL.  La visión sesgada de los yahveístas pretende hacernos creer que al Dios único le molestaba el culto a la diosa, su consorte. Los israelitas se aficionaron a adorar en montes y tierras altas al árbol simbólico de Aserá, le erigían santuarios, tal y como los paganos solían hacer con árboles como el abeto o el roble para garantizar el renuevo de la vida con una nueva salida del sol. Los fenicios creían que la pareja era la potencia engendradora por excelencia, el principio de todo lo que es, la Madre y el Padre.

Ilu o El se convirtió en Allah en árabe para significar simplemente Dios, soberano y juez de todo el panteón, en tanto Aserá habría engendrado a todos los dioses. A veces se la representaba como Athiratu o diosa del mar por su origen, reflejo de las aguas primordiales portadoras de la vida. En Babilonia y Mesopotamia, era conocida como Istar y entre los vecinos de Israel, Astarté, pero los cronistas bíblicos decidieron nombrarla deliberadamente como Astarot o Astoret para asemejar la pronunciación a la del vocablo hebreo vergüenza. Lo que había desatado la ira de los defensores del dios único en principio era que se adorara a la diosa en espacios abiertos de Jerusalén y Samaria prescindiendo de Yahwéh, al que intentaban con denuedo promover como dios célibe. Unas excavaciones sacaron a la luz una tinaja, dentro de un templo del siglo IX-VIII a. n. e., con la inscripción "a Jahwh de Samaria y a su Asherah". De igual período se halló otra que reza: "Jahweh bendiga a Uriyahu que su Asherah le ha salvado de sus enemigos". Las 70 deidades paridas por la diosa, según el rito cananeo, forman las ramas del frondoso árbol, número que en gematría tiene que ver con el esfuerzo humano. Los sacerdotes del Sanedrín eran 70,  este es el número de enviados por Jesús a predicar el evangelio, según Lucas, y en el mismo orden de cosas, los israelitas estuvieron 70 años cautivos en Babilonia y así podríamos seguir citando aportes bíblicos a esta cifra.

Los bosques o arboledas han formado siempre parte de la idolatría ancestral cananea, según los archivos de Ugarit. Un canto en tales textos dice: "Voy a invocar a los dioses apuestos, a los voraces ya de solo un día, que maman de los pezones de Athiratu, de los pezones de la Señora". Estos dioses apuestos, surgidos de la unión de la pareja, serían Sahru, del hebreo sahar, con el significado de aurora, y Salimu, del hebreo salem como ocaso, expresiones del día y la noche, del principio y el fin. El nombre de Aserá designa a un palo de madera o tronco de un árbol, tanto quemado como cortado, y su plural es asherim o arboleda.  No es casual que el Deuteronomio aparezca tras la reforma de Josías a finales del VII y principios del VI a. n. e., cuando comienza la imposición del culto a Yahwéh, único y sin imagen, sobre todo en los santuarios oficiales,en especial el Templo, donde de manera constante, los israelitas fueron colocando a otros dioses. La palabra Aserá alude tanto a una diosa, con imagen o santuario relacionado siempre con árboles y fuentes, como a figuras también de diosas-madres de grandes pechos, excavadas con frecuencia. Los yahveístas condenarían a la diosa de un modo práctico con textos como el pacto de conquista establecido por Yahwéh con el pueblo elegido o la promesa de la Tierra Prometida. El Dios único les promete la tierra a cambio de destruir el culto a Aserá en las páginas del Deuteronomio:  "Derribaréis sus altares, quebraréis sus estatuas y destruiréis sus imágenes de Asherah". 

Resultó muy significativo para mí como cubana leer en la mitología yoruba la utilización de la palabra ashé en relación con el poder divino. Sobre todo por aquello de la circularidad de la interconexión religiosa para establecer conexiones efectivas. El ashé es lo que permite al dios Olodumare crear el universo yoruba; todo se ha hecho con ashé y con ashé todo es posible, claro que la voz podría aludir simplemente a Dios. No quiero con esta observación establecer una confusión o vínculos con la Aserá cananea porque no hay similitud alguna, al menos que yo conozca, pero me llama la atención la frase referida a la consorte de El: "Jahweh bendiga a Uriyahu, que su Asherah le ha salvado de sus enemigos". Tampoco puedo decir si Uriyahu es una persona o es uno de los nombres del dios El, la traducción del hebreo es simplemente dios en la luz.

Cuando el Pentateuco fue elevado a la categoría de autoridad, no quedaba otra que atribuirlo a alguien y así fue desarrollándose la idea de responsabilizar a Moisés. Si prestamos atención podemos ver que el guía del éxodo, siendo el centro de la Torá, se halla ausente del Génesis y no se le conoce hasta el capítulo dos del Éxodo. Este quinteto de libros bíblicos se nos presenta como una historia que comienza con mucha amplitud en la creación del mundo y a medida que la humanidad se expande y diferencia restringe su narrativa para concentrarse única y exclusivamente en el grupo que saldrá de Egipto, lo que explica por qué el libro del Éxodo es el que mayor atención recibe de los creadores de la Biblia.  Relata las penurias y éxitos de la comunidad y su llegada a Canaán y con esto se concentra aún más al exponer las normas de YHWH, que convierte al conjunto en la Ley o Torá. Cuatro son las fuentes del Pentateuco, combinadas para dar continuidad a la historia, por eso hallamos en sus textos el testamento de Moisés en ocasión de entregar las leyes a una nueva audiencia, la de la generación siguiente a los salidos de Egipto. Hay al menos tres discursos atribuidos al legislador, todos en la margen oriental del río porque la otra orilla es la Tierra Prometida. Los términos geopolíticos, que son moneda corriente en la prensa para llamar a las riberas occidental y oriental del Jordán como cisjordania y transjordania surgen a mediados del siglo XX cuando cisjordania resulta ocupada entre 1948 a 1967 por Jordania, que pasó a ser conocida como transjordania para diferenciar al estado del territorio anexado. La generación a la que se dirige Moisés antes de traspasar el río hacia la Tierra Prometida no conoce las plagas ni la división de la aguas del Mar Rojo como tampoco la historia de redención y es la razón principal esgrimida por los rabinos por la que el guía espiritual desea hacer entender la ley a esta generación, que será la encargada de preservar y mantener la continuidad del vínculo con YHWH en la nueva etapa, la que les espera tras cruzar el Jordán. 

Varios autores ponen énfasis en la prueba de la autoría múltiple al comprobar que muchos pasajes del Pentateuco fueron incorporados siglos después a la fecha aceptada de la muerte de Moisés. El sacerdocio judío realizó una plasmación única de la figura del legislador pasados 800 años, en la época pos-exílica. Tampoco leeremos en las páginas de los cinco libros que el Profeta escriba en primera persona, sino que se hace uso de la tercera persona. La leyenda de que el héroe del éxodo fuera el autor de los textos ha venido desmoronándose desde entonces. Fuentes rabínicas han abusado del argumento de la fe al sugerir que, el último capítulo del Deuteronomio, donde se observa con claridad la muerte de Moisés como una incidental agregada, habría sido dictado por Dios mientras el Profeta lloraba. Los estudios realizados confirman precisamente que se trata de un agregado de última hora. De no haber hallado  los rabinos una explicación, por absurda que parezca, no habría habido manera de hacerlo pasar como palabra del Señor mediada por Moisés.

Esta creencia fue dominante hasta la Edad Media, pero el racionalismo asociado a figuras como Thomas Hobbes y Spinoza promovió su rechazo en el Renacimiento. Se dejó de pensar en el Pentateuco como una entidad única, escrita por el Profeta, siguiendo la ordenanza divina, y se comenzó a ver como la obra de muchos, la semilla de la cual evolucionó en la hipótesis documental, que encaja como un guante, desde cualquier punto de vista, con una visión evolutiva de la historia de las religiones. Su ordenamiento cronológico sería JEDP, aunque el orden exacto está lejos de resolverse. Me decanto por este al considerarlo coherente con la historia religiosa de los hebreos, que dependió cada vez más de los sacerdotes y fue creciendo con el tiempo. Eruditos cristianos y judíos han hecho frente común para oponerse a la crítica alta, pero nadie en su sano juicio piensa en los albores del siglo XXI que la Biblia es la obra de una sola persona o de una sola época. El Libro es resultado de un complejo proceso en el que las fuentes habrían sido combinadas y entrelazadas por varios redactores o escribas en un largo período hasta el exilio babilónico, varias manos podrían haber intervenido en la creación de una sola página. Los estudios bíblicos avanzados consideran a los cinco primeros libros como escritos en circunstancias históricas variadas para expresar puntos de vista político, sociales, religiosos y, hasta económicos, diferentes.

La Iglesia católica pretendió a principios del siglo XX zanjar el asunto con todo su peso publicando las conclusiones de una Comisión Bíblica, que admitía el margen de duda sobre la autoría de Moisés, pero insistía en se debía dar credibilidad a que escribió todo el contenido del Pentateuco. Una paradoja. El quid del razonamiento era que las diferencias provenían de los amanuenses al narrar mal lo descrito en el original. Cuando la Pontificia Comisión Bíblica declaró en 1902 que el Pentateuco era obra de Moisés, prohibió cualquier enseñanza contraria ante el avance de la crítica alta o hipótesis documental. Wellhausen vaticinó que vendría la aceptación con sutiles argumentos tras el rechazo inicial. El papa Pio XII publicó en 1943 la primera sutileza, la encíclica “Divino Afflante Spiritu”, en la que dio carta blanca a los biblistas católicos a utilizar todo lo que tuvieran a su alcance, incluso la ciencia, para dejar atrás el miedo a la investigación. La teoría de los cuatro documentos fue utilizada por primera vez en 1950 en una traducción francesa del Génesis. 

El Deuteronomio surgió muy tardíamente con el único propósito de apoyar la reforma religiosa del rey Josías, rigurosa y sin precedentes, que pretendía terminar de una vez por todas con la idolatría israelita de otros dioses. Su contenido carece de relación lingüística con el resto de textos y esta es la razón de que sea una fuente en sí mismo. Fue el biblista H. Riehm, en 1854, quien cayó en cuenta sobre las particularidades del texto, muchas de cuyas normas eran desconocidas para los judíos. El Deuteronomio amplía las leyes entregadas por el patriarca a su pueblo en las llanuras de Moab al final del viaje por el desierto, lo que en este caso nos sitúa ante normas establecidas para y por el Deuteronomio. El rollo del Templo, publicado en 1977, resulta similar en contenido. Los sacerdotes crearon no obstante a su alrededor la historia de que Moisés, a punto de morir, dio al pueblo las nuevas leyes a observar en la nueva etapa de la épica israelita y que se habían escrito durante el cautiverio en Babilonia, basándose en las fuentes yahveísta y elohista, pero integrando una liturgia, ritos y celebraciones conocida como documento sacerdotal o fuente P. Los libros bíblicos de Josué, Jueces, Samuel I y Reyes II tienen relación lingüística y teológica con el Deuteronomio, argumento suficiente para que desde 1940 pasaran a ser considerados en su conjunto Historia Deutoronomista, segunda gran obra literaria sobre la épica israelita dentro de la Biblia después del propio Deuteronomio. 

Friedman identifica a Jeremías – o en todo caso a su escriba Baruc- como productor de este conjunto, visto también como expresión ideológica de un movimiento religioso tradicionalista, cuyo servidor ferviente fue Josías. Baste decir que a este rey- que no fue de los más importantes- se le dedicaron dos capítulos enteros del Deuteronomio. Los escribas deuteronomistas observan la épica israelita en clave teológica: el éxito o fracaso del pueblo, su victoria o derrota, dependen enteramente de la fidelidad o infidelidad del pueblo a la voluntad de Dios. 

Lo que acepta una mayoría es que la fuente J se desarrolló en el reino de Judá en el 950 a. n. e., la E unos 100 años después en el reino de Israel, la D en Jerusalén, durante un período de reforma religiosa, probablemente la iniciada por el rey Josías alrededor del año 621 a. n. e. y, por último, la P, en el período de exilio babilónico por los sacerdotes. Fue K. D. Ilgen el que identificó la fuente sacerdotal intercalada en los textos en los que son mayoría los relatos litúrgicos y referentes al sacerdocio. La vida espiritual judía dio un vuelco a partir de la destrucción del Templo en el año 70, los sacrificios realizados hasta ese momento dieron paso al estudio de la Ley y el respeto a las normas bíblicas, que resultaron ampliadas y reinterpretadas por la fuente P, la más larga y enjundiosa de todas las contenidas en el Libro. La fuente yahveísta o J resulta ser la más antigua, compilada probablemente en Jerusalén, en el año 950 a. n. e., en época de Salomón, elaborada en lenguaje sencillo en el que Dios es una figura muy cercana. Cuando el territorio quedó dividido tras la muerte de Salomón, los del sur se quedaron con la historia yahveísta, que habla de la alianza de Dios con Abraham, en tanto la elohista la presentaba como establecida desde los tiempos de Moisés.

Un aporte importante en la historia de las fuentes bíblicas fue la del médico francés Jean Astruc en la corte del rey Luis XIV, quien puso de relieve lo que estaba a la vista de todos, que en Génesis 2 y 3 Dios era llamado Yahwéh, en tanto en Génesis 1, respondía al nombre plural de Elohim. Esta contradicción evidente le llevó a la conclusión de que si Elohim figuraba 35 veces en el texto y Yahwéh, 18 veces, es porque era la obra de dos personas. A una le llamó yahveista y a la otra elohista.Tras las huellas dejadas por el médico francés, otros estudiosos descubrieron que el relato de la creación del mundo tenía dos versiones, como ocurría con la genealogía de Adam, el diluvio universal, la alianza de Dios con Abraham, el origen del nombre de Israel, la vocación de Moisés y la lista de los mandamientos. Incluso algunos episodios pueden llegar a repetirse tres veces como ocurre con las leyes sobre el homicidio o cinco veces como las normas sobre el diezmo y las fiestas, hay incluso afirmaciones contradictorias como que el monte de la alianza se llama Sinaí y en otra parte leemos Horeb o que el suegro de Moisés se llama indistintamente Jetro o Reuel o el episodio en que Jacob compra la progenitura a Esau por un plato de lentejas y en otra escena nos encontramos con que engañó a su padre ciego haciéndose pasar por su hermano.


Nadie había tenido noticias ni publicado texto religioso alguno de gran calado hasta el siglo XX cuando se encontró toda una biblioteca en hebreo y arameo y algunos pocos fragmentos en griego en la cuevas de Khirbet Qumram, a orillas del Mar Muerto, en 1947 y 1956. Se trataba de textos preservados del paso del tiempo por envoltorios de lino guardados en el interior de altas jarras selladas. La documentación se ha datado entre los siglos II a. n. e. y el año 70, cuando Jerusalén y su templo fueron destruidos de nuevo. Hasta ese momento histórico, los textos hebreos más antiguos de que se disponía habían sufrido mutilaciones, añadidos y modificaciones importantes en frases y palabras. Cuando escribo este libro, han sido extraídos unos 2.000 escritos de 11 cuevas -algunos fragmentos no mayores a una uña-. Lo que hace únicos a estos documentos es que han resultado ser más arcaicos y probablemente más precisos que los dados a conocer por el A. T., piedra angular sobre la que se ha venido construyendo la civilización occidental. Hasta Qumram, los conocidos por la TaNaJ llegaron a través de traducciones como el Código Sinaítico, encontrado en el monasterio de Santa Catalina en el monte Sinaí, escritos en griego, tenido por el más antiguo hasta la aparición del Código Leningradense.


Lo que debemos saber de la Biblia es que al pasar por alto sus inexactitudes - no todas imputables a una mala traducción- y los agregados a que ha sido sometida durante muchos siglos, se la hace pasar por lo que no es: una referencia fiable. Los primeros arqueólogos y estudiosos bíblicos tenían una formación clerical y/o teológica intolerante ante cualquier otra interpretación y creían a pie juntillas en la promesa de Dios al pueblo de Abraham, asumida por el cristianismo. Roland de Vaux, un fraile dominico director de la École Biblique, de los teólogos cristianos supervisores de los Manuscritos del Mar Muerto, llegó a escribir antes de morir a mediados del siglo XX que "si la fe en la historia de Israel no está fundamentada en la propia historia será errónea y por lo tanto también lo será nuestra fé". El típico pensamiento circular de que si está en la Biblia hay que creerlo. Aquí no hay posibilidad de argumentar algo diferente ni de debatir se tengan las pruebas que se tengan. Este fraile conspiró para que la "rollería" demorara mucho en salir a la luz. Pero los no creyentes nos preguntamos si estas personas están en posesión de la verdad y a qué temen. William Foxwell Albright, arqueólogo de fama mundial, director de la American School of Oriental Research, utilizó su fama para defender que Abraham, Isaac y Jacob eran personajes históricos y las incursiones de Josué, conquistador de la Tierra Prometida, verdaderas. Albright, quien murió también en el siglo XX, llegó al extremo de descartar cualquier duda sobre los detalles biográficos del Génesis como que Eva había surgido de la costilla de Adan.




Abraham y su prole.


Tras el relato de los hijos de Noé sigue el toldot o relato escrito de... las generaciones de Sem como parte de las doce que podemos leer en el Génesis. La genealogía como género literario es ajena a  la forma que tenemos de pensar o concebir la identidad de un individuo o pueblo, en cambio tiene un sentido antropológico y teológico en la historiografía bíblica para poder presentar un linaje ante los demás. Estas tediosas listas pretenden demostrar que el pueblo elegido por Dios lo era desde los mismos comienzos de la humanidad. En los libros de Crónicas, encontramos como el sacerdocio, el culto y el cumplimiento de la alianza forman parte de un plan divino trazado desde muy antiguo. La genealogía de Sem pasó de la maldición de la Torre de Babel a la bendición de Dios, centrándose entonces en el desarrollo de la nación de Israel a través de cuatro hombres: Abraham, Isaac, Jacob y José. Genesis habla de que los hombres que compartían una lengua se dieron a la tarea de erigir una mole hasta el cielo, pero el Dios único se lo tomó a mal y decidió abortar  estos trabajos creando un simple problema de comunicación: no podían entenderse entre ellos porque hablaban diferentes lenguas. Yahwéh se vengó así del primer rey posdiluviano: Nemrod, quien no le respetaba y había ordenado la construcción de la torre para alcanzar el cielo, descrita en la mayoría de leyendas como un zigurat. Estos hombres tuvieron que agruparse según su lenguaje y se esparcieron por la tierra como había sido en un principio el deseo del dios de las cuatro letras. Esto es lo que reclama la leyenda, pero la primera torre de Babilonia apareció en el tercer milenio a. n. e. y fue destruida, junto con la ciudad, en el 689 a. n. e. por el rey asirio Sanherib y reconstruida por sus sucesores. Al final fue demolida en su totalidad por Jerjes en el 469 a.n. e., quien hizo sucumbir a la cultura sumeria, nacida en Mesopotamia miles de años antes. El territorio se convirtió en una provincia gobernada sucesivamente por los persas, los griegos y los romanos. Las escrituras cuneiformes señalan que no hubo interrupción en la construcción de la torre babilónica. Lo que afirma la Biblia responde al deseo israelita de ver destruida la mole y que fuera su Dios quien lo hiciera. Esta etemenanki o casa de unión del cielo y la tierra, construida para la eternidad, no cumplió su destino y Yahwéh nada tuvo que ver en su destrucción sino el cambiante destino de la zona. Varios estudiosos resaltan que la humanidad ha sido probada en tres ocasiones por Dios: con el Edén, el Diluvio y la Torre de Babel y la dispersión de las lenguas en la cuarta genealogía. La historia bíblica empieza a moverse de varias familias y tierras a una sola familia y una sola tierra y el hombre está listo para un nuevo comienzo. 

Dios llamó al comerciante Abraham para fundar un nuevo reino en la tierra del que manaría leche y miel, aunque no ha sido el caso. El Génesis dice que se puso en marcha un día desde Ur, en Caldea, para llegar a la Tierra Prometida porque Dios le había hablado y exigido: “Sale de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre y ve a la tierra que te mostraré. Yo haré de tí una gran nación y bendeciré y engrandeceré tu nombre...Serás bendecido”, tras lo cual atravesó cuatro crisis diseñadas para construir su fe: dejar patria y familia, separarse de su sobrino Lot, a quien quería mucho y que se marchó a Sodoma, realizar el sacrificio del primogénito y abandonar en el desierto a su hijo Ismael con su madre Agar. El Islam enseña que el primer musulmán en la Tierra no fue Mahoma sino Abram, para ellos Ibrahim, por haber nacido en territorio de la antigua Mesopotamia, hoy Irak, de esta manera queda descartado como judío o como árabe. Dicen que el nombre de Abraham se genera después de nacido su bisnieto Judá. Este comerciante elegido por Dios, no llegó de inmediato a Canaán sino que se estancó cinco años en Harán. Su esposa Sarai es la peor parada en esta historia en todo lo concerniente a los favores de Dios. Durante años obtuvo el más absoluto silencio por parte del Señor a sus lágrimas y súplicas para tener un hijo. Era estéril, el peor estigma con el que podría cargar una mujer de su época, y pobablemente lo fue hasta el fin de sus días porque nadie con dos dedos de frente puede tragarse que con 80 años Dios la premiara con la maternidad, sobre todo sabiendo por la narración bíblica que no era precisamente una de sus más fervientes admiradoras. Aun así partiré de la premisa de creer en parte la narración bíblica y la propia existencia de los personajes.

Ur era un centro de idolatría a la luna o dios Sin. Abram, nacido y criado en esas tierras, estaría familiarizado con las fiestas y la idolatría pagana y aquí podría ver una información plausible para que los escribas coloquen como mandato divino para el nuevo siervo la necesidad de que abandone tierra y parentela. El nombre de Sarai deriva de sharratu, suyo significado es reina, expresión acadia para la esposa de Sin, uno de los siete grandes dioses del panteón mesopotámico, padre de Ishtar (diosa del amor y la guerra) y de Shamash (representación del sol y la justicia) y puede que en esto vislumbremos cierto desapego de Dios por esta mujer y la razón de su reticencia a escucharla. Cuando el padre de Abram murió, el patriarca obedeció entonces la llamada del Señor y decidió marcharse de Harán a la Tierra Prometida, donde habitó en tiendas de campaña como Jacob e Isaac, herederos también de la promesa divina. Dios no había hablado con él durante los cinco años pasados en Harán. Génesis 11:31-32 refiere: "Taré comó a Abram su hijo, y a Lot, hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai, su nuera, mujer de su hijo Abram, y salió con ellos de Ur de los Caldeos para ir a la tierra de Canaán. Pero cuando llegaron a Harán, se quedaron allí...y murió Taré en Harán" (ciudad donde se rendía también culto a la Luna). El nombre de Taré significa "el que se retrasa". Josué 24:2 proporciona la respuesta necesaria al creyente para entender por qué el padre de Abram salió, pero no llegó. "...vuestros padres antiguamente habitaron al otro lado del río, esto es Taré, padre de Abraham, y Nacor...y servían a dioses extraños".    

Abram con 75 años atravesó todo el territorio poblado por los cananeos y sus dioses hasta Siquén, donde halló la encina sagrada de Mamré. La leyenda apunta que había tres presencias en el lugar a las que Abraham rogó que no siguieran de largo. Los rabinos enseñan que se trataba de tres ángeles, pero la cristología los considera símbolos de la Trinidad, el misterio desvelado por Jesús, que podría ser una de ellas pre-encarnado. La expresión de que Abram se postró a tierra responde a la palabra hebrea adoración o shakjá y se utiliza en las escrituras por primera vez en este episodio, con un sentido de urgencia, según los biblistas. "¡Señor mío! Si he hallado gracia ante tus ojos, te ruego no pases de largo junto a tu siervo". Génesis 18:3. Ellos fueron objeto de la hospitalidad del patriarca, quien le dijo a Sarai que elaborara tortas con tres medidas de flor de harina, dando así comienzo a la tradición de la comunión. Los judíos las preparan sin levadura. El Señor prometió entonces a Abram que con el tiempo vendría a él y Sarai tendría un hijo. Para entonces, la esposa del patriarca, estéril desde muy joven, había puesto su vida en pausa, entre la fe y la desesperación, y no se creyó la promesa del Señor. La encina se menciona en la Biblia muchas veces como lugar para impartir justicia, para que Yahwéh se haga presente, pero fue en Babilonia cuando comenzó a considerarse este árbol como sagrado. Vemos en este episodio que la costumbre pagana de invocar a los dioses y consultarlos mediante un árbol seguía presente en Abram en la nueva tierra, incluso plantó un tamarisco en un lugar desértico como Berseeba e invocó a Yahweh, el dios eterno, según el Génesis, a pesar de que ese nombre le fue revelado a Moisés por primera vez. Hay escritores que apuntan a que la invocación se hizo a Shamash, que sería el que ciertamente le ofrecería tener descendencia en la nueva tierra a poblar. Lo cierto es que a su muerte, según su leyenda, tenía como única posesión el campo de Efron en Macpela, cerca de Mamré, donde ubican los creyentes las tumbas de los patriarcas y matriarcas del judaísmo: Abraham y Sara, Isaac y Rebeca y Jacob y Lea.

Un centenar de años más tarde, forzados por la sequía y el hambre, los descendientes de Abraham emigraron a Egipto guiados por su nieto Jacob, hijo de Isaac, nacido de Sarai, evocación para muchos autores de la diosa de los nabateos, un pueblo arameo identificado por la mayoría de historiadores como la tribu nebayot. La capital de este reino era Petra, excavada y esculpida en tierra rojas e importante enclave arqueológico en Jordania, que figura en la lista de Patrimonio de la Humanidad desde 1985. Sarai pasó a llamarse Sara en el siglo VI a. n. e. por voluntad de los sacerdotesa pesar de que todo el que lee la Biblia sabe de la desconfianza de esta mujer en las promesas de Dios. Algunos escritores dicen que Israel significa en su origen la “la tribu de Sara”. Su hijo Isaac vino al mundo 12 años después del nacimiento de Ismael, hijo también de Abraham con la esclava Agar, como un milagro divino muy tardío, de ahí que su nombre de Dios me escucha. La esposa del patriarca había decidido perpetuar el linaje a efectos prácticos aceptando que su esposo yaciera con la esclava Agar. Perpetuar el linaje familiar era un tema harto importante para los antiguos. Allí donde existe una propiedad, que debe ser conservada y heredada, fetichizada y emancipada, la categoría de propiedad fija y transferible pasa a ser un mandamiento moral, dando entrada a un elemento secundario: el afán de crecer y multiplicarse para procurar herederos y Dios le había dicho que entregaría aquella tierra a los descendientes de Abraham. 

Resulta difícil de creer que Sarai pudiera tener un hijo a los 90 años y su marido engendrarlo con más de 100 años, la razón nos haría sospechar y nos encaminaría por otros derroteros, como que Agar podría haber estado embarazada de Ismael antes de que el patriarca asumiera la paternidad a fin de dejar un heredero. Hago esta salvedad con todo respeto porque lo que se es que un judío tradicional sí que lo cree, como un cristiano devoto cree también lo de la virginidad de MaríaTranscurrido un tiempo, la esclava estaría decidida a reclamar los favores de la progenitura, creando con esta exigencia tensiones con Sarai, quien persuadiría entonces a su esposo de echarla a ella y a su vástago a la desesperanza del desierto, pero no sin antes tener un nuevo heredero. Así que muy oportunamente el cronista nos dice que Dios le concede la gracia de otro hijo con su senil y menopáusica mujer. Sarai da a luz a Isaac, cuyo nombre es el hijo de la promesa, cuando Ismael contaría con 12 o 13 años. Podríamos aquí dejarnos llevar también por la lógica y pensar que se utilizaría a otra madre sustituta, como antes lo fuera Agar, a fin de que pariera un hijo cuya paternidad sería atribuida al patriarca para eliminar del tinglado a Ismael y a su madre, poniendo el énfasis de que en esta ocasión era un retoño con su esposa sobre todo para probar que Dios cumple sus promesas. Lo primero en esta historia sería creer en la veracidad de los hechos y de los personajes tal y como nos lo muestra la Biblia, que nos informa de paso que Abram cambia su nombre por Abraham cuando Dios concede a su mujer la fertilidad a edad avanzada. Lo que no hallaremos en el texto bíblico es la noción de familia tal como la entendemos hoy.  Los expertos no han podido determinar todavía como tenía lugar la boda entre los judíos de la antigüedad porque existen solo referencias dispersas y fragmentadas, lo que parece seguro es que el pretendiente acudía a la casa de la novia con una gran suma de dinero, regateaba el precio para desposarla, cuando se alcanzaba un acuerdo  brindaba con el padre y otros varones de la familia y la prometida entraba después de realizada la transacción de venta. El casamiento judío representa en la era moderna el enlace entre Dios y su pueblo, celebrado en el Sinaí con la entrega a Moisés de la Ley. Los futuros esposos deberán ser judíos y solteros, los hijos no pueden proceder del adulterio. Una mujer casada, que tuvo hijos con otro hombre, aunque obtenga la separación por lo civil, debe recibir el guet o placet del rabino. La novia realizará siete vueltas alrededor del novio, lo que representaría los días de la Creación, una muralla alrededor del esposo y/o el derrumbe de los muros de Jericó y carga a la mujer con la responsabilidad de proteger al hogar y a la familia. 

Casi parece un chiste que sea el bastardo Ismael el auténtico heredero de los bienes en tanto primogénito ante la ley judía. Los musulmanes creen que Mahoma desciende de Ismael, razón por la cual a esa comunidad se la conoce como ismaelita o agarena, relacionada con Abraham o Ibrahim. Lo curioso de todo esto es que los judíos ven a Isaac como el primogénito -aceptado también por el cristianismo- a punto de morir en una colina a manos de su padre. Los musulmanes se decantan por Ismael, nacido doce años antes. En el original hebreo de la Biblia, se habla de un primogénito a punto de morir a manos del padre, lo que induce a pensar en Ismael, pero las traducciones posteriores empiezan a introducir el nombre de Isaac. Tanto Ibrahim como Ismael son personajes relevantes en el Islam. Ismael logrará sobrevivir contra todo pronóstico por voluntad de Dios, creará su propia familia y la sangre semita seguirá fluyendo en otra rama. La leyenda cuenta que Agar encontró agua en el pozo Zamzam, cerca de la Kaaba, abierto por el ángel Gabriel para salvar a esta mujer y a su hijo, y los peregrinos a la Kaaba beben de su agua considerada milagrosa. Si hablas con los residentes en la Meca, muchos dirán que la ciudad ha prosperado por la existencia del pozo, pero en realidad son las peregrinaciones anuales las que sustentan su economía. Fueron los árabes politeístas quienes crearon el santuario hacia el año 90 a. n. e., con el fin de depositar a sus ídolos, que llegaron a sumar 300. Así que la peregrinación anual o hajj de los musulmanes tiene un origen politeísta. Los judíos se giraban en un principio hacia el Templo de Jerusalén y antes de la hégira, la alquibla o dirección hacia la que se giraban los orantes no estaba establecida en la Kaaba, por lo que algunos estudiosos postulan que se realizaban en un principio hacia Jerusalén. Mahoma hacía en Medina tres plegarias, matutina, del mediodía y vespertina tal y como los judíos las oraciones de chaharit, minha y ma'rib. El día del reposo viernes tomó como ejemplo al shabat.  El Islam no nace como religión inequívocamente nueva sino como combinación fluida de judaísmo, cristianismo y paganismo árabe. Las tres religiones monoteístas del mundo son una síntesis cultural de elementos prexistentes y por esta razón no pueden ser consideradas como reveladas por ningún ser celestial.  



Éxodo dice que Dios exigió al pueblo elegido la entrega a su servicio de los primogénitos a modo de pago por extender su manto protector y aquí se puede poner de ejemplo la fidelidad absoluta de Abraham al llevar al suyo a una colina para darle muerte como muestra de su obediencia. El sacrificio de Isaac para el judeocristianismo es una de las escenas del A. T. más comunes en el arte medieval, donde el tono dramático del suceso adquirió una popularidad morbosa, en buena medida influida por la exégesis tipológica de la literatura patrística, que vio en este holocausto veterotestamentario una prefiguración del martirio de Cristo. Melitón de Sardes establecía el paralelismo no con el hijo sino con el carnero sacrificado en su lugar, en tanto Orígenes, Agustín de Hipona, y otros destacados teólogos del cristianismo primitivo veían en el episodio la aparición de las dos naturalezas de Jesús, la divina, en el carnero, y la humana en el hijo. Hacia la primera mitad del siglo III aparecen los ejemplos más antiguos conservados de pinturas como las de la sinagoga de Dura Europas y las de las catacumbas de Calixto en Roma. Su representación suele ajustarse a lo escrito en el Génesis 22. “Entonces llamó el ángel de Yahvé desde el cielo diciendo: “¡Abraham, Abraham!”. Él dijo: “¡Aquí estoy!”. Continuó el ángel: “No alargues tu mano contra el niño ni le hagas nada, que ahora ya sé que eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único”. Al levantar la vista, el padre vio un carnero enredado en un zarzal por los cuernos, animal que sacrificó entonces en lugar de a su hijo. La Epístola a los Hebreos y la Epístola de Santiago del N. T. citan a Abraham como ejemplo de fe y obediencia y relacionan el sacrificio con la expiación. Como rito de expiación se le menciona también en el año nuevo judío o Rosh Hashanah. Los estudios rabínicos han buscado comprender también las razones de la exclamación de Isaac ¡Aquedah, Aquedah!,¡Átame, átame!. Podría verse como un no sacrificio, el intento de un hijo de que el padre no incumpla sus votos, razón por la que muchos teólogos consideren esta palabra como una forma de condena de Dios a los holocaustos humanos, sopesando el hecho de que apareciera el ángel para impedirlo, y que se repetiría en Levítico 18:21 respecto a los cananeos y sus ofrendas de niños al dios Moloc.  


Podemos imaginar el desasosiego de un padre con una espada y los utensilios necesarios para el sacrificio, a pesar de todo el dolor que le causaba tan deleznable objetivo. El patriarca no vacila en levantar el arma y justo en ese momento el ángel del Señor se lo impide: la prueba suprema de fidelidad exigida se ha pasado con nota alta y el propio Dios le brinda la oportunidad de cambiar a su primogénito por un carnero. Especulemos un poco sobre este pasaje desde el punto de vista de un incrédulo, que, sin embargo,  intenta no descartar totalmente su autenticidad. Pongamos que Abraham nunca vio un carnero colgado de un árbol ni un ángel le impidió asesinar a su hijo porque desde el principio había llevado al animal para el sacrificio en lugar de a su vástago. La historia carecería de la carga dramática exigida por el misticismo y no tendría por qué contarse en el Libro. El relato es el que es y supone una de las guías de conducta y salvación de judíos y cristianos e incluso se la da por cierta en el Corán, se la podría considerar un punto de reflexión en el camino de abandono de los israelitas de la práctica de hacer ofrendas humanas a Yahwéh: "No permitirás el sacrificio de tus niños a Moloch". Levítico 18:21. Este era un dios del inframundo adorado en todo Oriente Próximo, donde la inmolación de los infantes formaba parte esencial de los cultos a los dioses para obtener favores. Los antiguos creían que cuanto más joven la sangre más se apaciguaban las deidades, puede que pesaran también razones tales como deshacerse de un bebé o niño no deseado. Cerca de la antigua Cartago, territorio tunecino moderno, se hallaron cientos de urnas con huesos de niños muy pequeños, incluso bebés, como una confirmación de esta práctica o de que no eran deseados. Si había solo una oportunidad de que la comunidad tuviera alimentos y protección divina aquellas sociedades estaban dispuestas a darlo todo. No deberíamos asombrarnos de este rito brutal porque era habitual en muchas culturas. Los aztecas inmolaban a sus vástagos porque en su mente primitiva esto era lo que la deidad quería. El paripé escenificado por Abraham no impide a los escribas citar al rey de Moab venciendo a los israelitas tras sacrificar a su hijo a los dioses. El libro sagrado es obra de muchas manos como se ha encargado de probar la alta crítica, la cita sobre el moabita desea reafirmar que la inmolación de un inocente resulta el modo más expedito de alcanzar una ventaja militar porque así lo creía el amanuense encargado de la cita. Algunas regiones del África actual expresan esa superchería, subyacente en el salvajismo que tanto nos conmueve en las guerras tribales, en las que los vencedores pueden hasta comerse el corazón o beber la sangre del enemigo en la creencia de que serán más fuertes, evocando en el espacio de la era moderna a las edades más remotas del hombre.

La historia del nacimiento de Abraham guarda gran parecido con otras fantasías bíblicas en las que un gobernante, llámese Faraón o Herodes, se siente amenazado por el nacimiento de un niño, que los oráculos vaticinan hará peligrar su poder. El rey Nemrod, hijo de Canaán, pidió opinión al Consejo gobernante y este le dijo que debía construir una gran casa para albergar a todas las embarazadas y parteras del reino, cuidándolas con guardias a la entrada, y al término de la gestación las parteras debían asesinar a los recién nacidos varones. En ese tiempo se casó Tera con la madre de Abram y cuando el parto se acercaba, la mujer dejó la ciudad y huyó al desierto hasta llegar a una cueva donde dio a luz  al día siguiente. El lugar se iluminó con el rostro del pequeño y la madre se regocijó, aunque se lamentó por la muerte de setenta mil inocentes. Le envolvió en ropas y le dejó en la cueva diciendo: "Que el Señor sea contigo, que no te olvide ni te descuide" porque resulta que prefería que muriera allí y no a manos de Nemrod. Dios mandó a Gabriel para que le alimentara y este hizo salir leche del meñique de la criatura, quien a los diez días de edad resulta que se levantó y abandonó la cueva para buscar al Dios que los pone a todos en movimiento. Cuando murió siendo ya Abraham, vio a la Muerte acercarse con gran gloria y belleza, ella misma le hizo saber que no siempre se presentaba así ante el pecador porque era portadora de una gran corrupción. El patriarca se negó a ir con ella, pero la conminó a mostrar su corrupción, que consistía en dos cabezas: una de serpiente y la otra una espada y todos los sirvientes murieron al mirar su faz terrible. El Señor les resucitó por petición  de Abraham y como los rostros de la Muerte no consiguieron llevarse el alma del patriarca, Dios la tomó como en un sueño y ordenó a Miguel llevarla al cielo. Se escuchó la voz de Dios decir: "LLeva a mi amigo Abraham al Paraíso, donde están los tabernáculos de los justos, y las mansiones de mi santo Isaac y Jacob en su regazo, donde no hay dificultades, ni congojas, ni suspiros, sino paz y regocijo y vida eterna".

Gabriel y Miguel son parte de la trilogía de arcángeles en la que se incluye a Rafael. Como podemos percatarnos, sus nombres terminan en El, el nombre de Dios. Dentro de su labor de ser mensajeros, Miguel, mencionado en los libros de Daniel, el Apocalipsis y en la epístola de San Judas Tadeo, es el principal defensor de la unicidad divina contra la serpiente perversa mencionada por el evangelista Juan. La serpiente se presenta en partes de las escrituras como la interesada en hacer desaparecer a Dios y convencer a la gente de que dispondrían de más libertad sin El. Esta es la razón de que se considere también a Miguel como el protector del pueblo de Dios. Gabriel es quien anuncia a María su embarazo divino porque a él le compete ser el mensajero de la encarnación de Dios, que debe prolongarse hasta el final de los tiempos; es el portador de la llamada de Dios a los hombres. Rafael sería el cuidador, el sanador, que aparece en el Libro de Tobías, donde se narran dos de sus curaciones emblemáticas: la comunión entre el hombre y la mujer, expulsando de ellos los demonios, que pueden turbar su amor, y la curación de la ceguera respecto a la luz emanada del Señor. Son enseñanzas de los escribas a los creyentes, solo eso, pero se santifican con la exaltación de estas tres figuras. Gabriel salva la vida de Abraham y Miguel, su alma, en los acontecimientos de vida y muerte del sublime patriarca.



De Jacob proceden las doce tribus míticas, a partir de sus hijos Ruben, Simeón, Leví, Judá (cuyo nombre nada tiene que ver con el de la ciudad bíblica), Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad, Aser y José ( este último representado en ocasiones por sus hijos Efraín y Manases) y entre las que Josué repartió la Tierra Prometida. Los descendientes de Jacob son conocidos como los hijos de Israel. Israelitas serían también los pobladores de Judá e Israel, durante la llamada monarquía unificada entre los años 1030 y 930 a. n. e. Tras el regreso del exilio en el siglo V a. n. e., el remanente de los clanes formaron dos grupos separados: Judea, por un lado, y Galilea y Samaria, por otro. Jacob se denomina en hebreo Yaakov o sostenido por el talón porque de esa guisa salió aferrado a su gemelo Esaú a quien después compró la progenitura por un plato de lentejas o disfrazándose ante su padre, según el fragmento bíblico que más nos guste. El derecho de progenitura incluía en ese tiempo el rito de los primogénitos, que les garantizaba un rango superior en la familia y una doble porción de la herencia. Yaakov se interpreta también como quien pelea junto al dios El. Algunos historiadores afirman que fue a Isaac a quien Dios otorgó el título de Israel, pero en la historia sagrada Jacob se conoce como el padre de los israelitas. 


La Biblia precisa que los israelitas pasaron a ser esclavos de los egipcios a la muerte de José, hijo de Jacob y padre de Efraín y Manases, que alcanzó gran ascendencia sobre Faraón y hasta podría haber llegado a ocupar cargos de autoridad, si nos atenemos a lo excavado hasta el momento. El A. T. define a este personaje como hombre entendido y sabio, casto y de gran integridad personal, famoso por saber interpretar los sueños, cualidades que levantaron los celos de sus hermanos, quienes, primero conspiraron para matarlo, y luego decidieron venderlo a unos mercaderes en viaje a Egipto. Puede que esto contribuyera a abrir sus horizontes. Una vez en tierras del Nilo y tras algunos contratiempos, su habilidad onírica le favoreció ante el monarca. La historia sagrada resulta interesante en este momento de su vida en que la credulidad del rey jugó a su favor y él supo aprovechar la ocasión. Se le pidió que interpretara un sueño de Faraón y él se atreve, no sin cierto desenfado: "El sueño es uno solo. Dios ha dado a conocer...lo que va a hacer. Las siete vacas hermosas son siete años y las siete espigas hermosas son siete años de riqueza y abundancia (recordemos el año sabático en que tras siete años de cosechas se deja descansar la tierra n. e.). Las siete vacas flacas y malas, que subían detrás de las otros, son otros siete años y las siete espigas secas y quemadas por el viento solano, son siete años de hambre. Es lo que ha dicho...Vendrán siete años de gran abundancia...y detrás de ellos siete años de escasez...el hambre consumirá la tierra. [...] Ahora pues, busque el Faraón intendentes, que visiten la tierra y recojan el quinto de la cosecha...en los años de abundancia...hagan acopio de trigo...consevándolo para que sirva a la tierra de reserva para los siete años de hambre... y no perezca de hambre la tierra". Esto bastó para que el soberano le nombrara gobernador. Cuando los hermanos y sus familias emigraron a Egipto, huyendo una vez más de la sequía y el hambre en la Tierra Prometida, él era famoso y se identificó ante ellos y los acogió, otorgándoles buenas tierras en el paraje de Gosén.

Excavaciones arqueológicas de los años 70 del pasado siglo han probado la existencia del faraón Ramsés al descubrirse casas, templos y palacios. Ahora de lo que se trata es de confirmar que podría tratarse de la ubicación de la mítica Pi-Ramsés, que la Biblia afirma fue erigida por los esclavos israelitas.  La construcción de un sitio tan monumental exigiría disponer de una fuerza de trabajo constante de al menos 20.000 personas. Entre los descubrimientos arqueológicos, figura un sello de autoridad y la referencia a un israelita ascendido a las altas esferas, lo que a ojos de la comunidad académica confirmaría el relato sobre la existencia de José. Entre los nueve sellos hallados del funcionariado en la corte de Ramsés II, uno es el que despierta el mayor interés por haberse inscrito el nombre hebreo de Yosef (José). El faraón abandonó Tebas y trasladó temporalmente la corte a Menfís hasta finalizar la gran capital de sus dominios a orillas del Nilo en el norte, con canales y lujos a la altura de su poder. La capital legendaria vivió un siglo de esplendor y después desapareció, pero los arqueólogos han hallado sus restos entre los campos de cultivo alrededor de la ciudad de Qantir. Muchos dan por cierto que este fue el faraón con el que se enfrentó Moisés, pero la identidad de aquel soberano se resiste a su revelación definitiva.


La promesa de Dios de una tierra de leche y miel para toda la progenie y familiares de Abraham y generaciones posteriores constituye la base de la posterior alianza mutua, sellada al someterse a sí mismo y a todos los varones de la comunidad a la circuncisión para diferenciarse de sus vecinos y enemigos, adoradores de otros dioses. Esto es lo que se conoce como primer mandamiento para ser perfecto y está escrito en la Torá, en la que se menciona al menos 13 veces la palabra hebrea berit o pacto, uno de los términos fundamentales de la teología judía. La palabra griega di-a-thé-ke utilizada en Hebreos 7:17-19 tiene el mismo significado porque la Ley de Moisés en comparación con su antitipo, el nuevo pacto de la cristiandad del que habla Pablo, debe morir para que la nueva alianza tenga lugar. Cuando Moisés dio a los israelitas las tablas de la ley y los mandamientos otorgados por Dios derramó sangre de animales para legalizar la unión. En el caso de Jesucristo, mediador de Dios, el mensajero dio su propia sangre para legalizarlo. La palabra berit, de etimología incierta, podría derivar de la raíz acadia de poner grilletes o encadenar y encuentra un significado paralelo en las lenguas hitita, egipcia, asiria y aramea. Como rito o contrato formal entre dos personas involucradas en un mismo acto aparece unas 280 veces en las escrituras sagradas del judaísmo, de las que mas de 80 corresponden al Pentateuco. Unas tablillas cuneiformes halladas en 1927 en Qatna, una relevante metrópolis comercial en el II milenio a. n. e. y antigua ciudad cananea, permiten corroborar que el significado primario del término en hebreo es comparable al vocablo legal moderno de contrato. La mayor parte de los pactos bíblicos aparecen entre Dios y los hombres, con quienes se comunica mediante promesas, que no podía quebrantar dado el carácter puro e infinito del Señor ante sus seguidores. La Biblia y el A. T. y el N. T. son pactos porque la palabra latina testamentum tiene esta connotación. En el libro sagrado del judeocristianismo, encontramos la lista de obligaciones entre las partes contratantes, seguida de las recompensas y castigos en cuanto a guardar o romper el pacto. En esta dirección podrían citarse los pactos entre Dios y Adam con la señal del Árbol de la Vida concediendo vida eterna en la obediencia del Señor. Luego encontramos el pacto entre Dios y Noé mediante el arco iris como promesa de no destruir de nuevo la tierra con un diluvio. Está también el que Dios realiza con los hebreos a través de Moisés, cuando les anuncia que serán un reino de sacerdotes, dándoles como señal las tablas la ley y los mandamientos. El nuevo pacto entre Cristo y su Iglesia o asamblea de creyentes consiste en obtener la vida eterna con la señal del bautismo y su práctica contínua para simular el abandono de una vida anterior para asumir una nueva. La Iglesia difunde que Jesús lo instituyó antes de ascender a los cielos. Juan el Bautista lo practicó como forma de arrepentimiento, la diferencia con el cristiano es que éste se hace en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, según los preceptos doctrinales, teniendo en cuenta la muerte, sepultura y resurrección de Jesús.


La circuncición resulta obligatoria en el judaísmo, a realizarse por un mohei, cumpliendo con la legislación judía. Una mayoría de musulmanes se somete a lo que conocen como al-jitan (del árabe), integrada al tahara o acto de purificación, sin que esto suponga su incorporación como mandato dentro del Islam, es decir, no hay obligación explícita de practicarla como en el judaísmo. Los musulmanes circuncisos, que son mayoría,  pretenden tan solo acogerse a la exigencia del Corán de seguir la religión de Ibrahim. El primer circuncidado habría sido Ismael, de quien los árabes, y por extensión los mahometanos, se consideran descendientes. La práctica de la circuncisión era habitual en la península arábiga y en todo Oriente Próximo antes del Islam y después se ha solapado entre preceptos religiosos. El diccionario de Mitología Universal da cuenta de ritos de iniciación en los que los sacerdotes egipcios, con las uñas impregnadas en oro, circuncidaban a niños de entre 6 y 12 años. Algunos jeroglíficos recogen las enfermedades del pene, identificadas hoy como hematuria, fimosis y cálculo vesical. La gente de la antigüedad solía bañarse en aguas contaminadas, así que las infecciones estarían en el orden del día. La práctica de la circuncisión se ha rastreado hasta el neolítico y forma parte de las cirugías más antiguas, junto a la trepanación. Es notorio que las tropas británicas de ocupación en Egipto solían utilizar preservativos para bañarse en el Nilo. En cuanto a los cristianos, mantienen un criterio abierto. En muchos países occidentales, los recien nacidos son sometidos a esta operación por razones de higiene y salud. La Iglesia etíope es la única entre las cristianas en mantener esta práctica como obligatoria, los judíos etíopes son en esencia judeocristianos y dependían en principio del patriarca de Alejandría, pero luego se las agenciaron para tener uno propio a partir de 1959.

Las tradiciones más antiguas sobre Abraham -escritas en tiempos de Salomón- lo sitúan en realidad como henoteísta, no sería hasta las reformas religiosas alentadas por profetas de Yahwéh y reyes de Judá que se interpretaría el monoteísmo a partir del patriarca, punto de partida del judaísmo. Encontramos que todos los personajes bíblicos se refieren a Dios como el de Abraham, lo hace el propio Yahwéh en una aparición a Isaac, cuando habla de sí mismo como el Dios de Abraham y para Jacob, es el Dios de mi padre Abraham. Y por si alguien alberga dudas de que la religión israelita nace con el patriarca tenemos el episodio en que Dios dice a Moisés "Yo soy el Dios de tus padres. El Dios de Abraham...". La supuesta fe profesada a Yahwéh se había introducido ya cuando deja Harán para ir a Canaán. La crítica erudita moderna sostiene que la vida del patriarca está compuesta por tres fuentes: yahveista, eloista y sacerdotal (J, E y P). Hay un principio del que me valgo al escribir este libro y es que los relatos de las épocas más antiguas y del tiempo de los patriarcas tienen su origen en la gente, de como unos a otros se trasmiten historias, de ahí que no todas tuvieran un origen israelita, las había también babilónicas y egipcias, con un nacimiento étnico, etimológico, geológico e incluso etiológico. Tengamos esto en cuenta cuando repasemos la vida y obra, no solo de Abraham, sino de cualquiera de las figuras mencionadas en la Biblia.  .






El hombre que luchó y luchó y nunca llegó.

Moisés nace en la época en que Faraón dicta sentencia de muerte contra los varones recién nacidos entre los hebreos, acción que será remedada en la Biblia en otras ocasiones como con la maldición de las plagas, la última de las cuales va contra los primogénitos, o cuando Herodes el Grande ordena la muerte de los menores de dos años -aunque en los rastreos históricos esto no figura en ningún anal romano. El arameo era la lengua hablada en el imperio, probablemente la que usarían Jesús y sus seguidores, el hebreo moderno comenzó como variante de este idioma y, según la tradición judía, la escritura se crearía con Moisés, aun cuando se reconoce el papel de Esdras en la elaboración de un moderno alefato a partir del arameo y la escritura cuadrada de los regresados del exilio babilónico. El arameo es también el lenguaje del Talmud, que recoge discusiones rabínicas sobre leyes judías, tradiciones, costumbres, leyendas e historias diversas. La madre de Moisés dejó en manos de Dios el destino de su pequeño al depositarlo en una cesta de espadaña para que navegara por el Nilo a la deriva. El Corán recoge el pasaje y asegura, al igual que la Biblia, que sería rescatado por la reina y/o princesa egipcia. Esta forma de abandono físico la hemos visto muchas veces a las puertas de las iglesias y estaba muy difundida en la antigüedad. Hoy conocemos por los manuales de psicología o artículos periodísticos que el maltrato o abandono de menores afecta a su crecimiento, les hace incapaces de establecer relaciones con los demás o desarrollar la autoestima, les crea un bloqueo en su funcionamiento académico y psicológico que afecta al lenguaje, en el que se puede presentar el tartamudeo, padecido por Moisés, según su leyenda. Introducir un elemento así en la biografía del legislador nos permite intuir que era un fenómeno de la época observado en niños con iguales antecedentes de abandono y se usa por el relator para dar un rasgo humano al personaje.


Freud cree que si Moisés existió tuvo que vivir en el siglo XVIII a. n. e. o quizás en el XIV a. n. e. y  probablemente sería egipcio de noble cuna, convertido en judío por efecto de su propia leyenda. En esta se afirma que dejó atrás el lujo de palacio un día en que por curiosidad fue a ver cómo se hacían los ladrillos y mató a un capataz cuando azotaba sin piedad a un esclavo. Huyó a la aldea de Madián, entonces con una población mayoritaria de comerciantes semitas, antes nómadas, peleados siempre con los israelitas, a quienes sometieron por voluntad de Dios durante siete años hasta que el propio Dios envió al rescate al caudillo Gedeón, vencedor en el ataque coaligado de madianitas y moabitas, y dio muerte a sus respectivos soberanos. El nombre de Madián recuerda al hijo de Abraham con su concubina Quetura, que le dio en total seis hijos, cuya invisibilidad es ostensible en la Biblia. A los investigadores les ha resultado difícil encuadrar los territorios de los madianitas, pero algunos se han aventurado a afirmar que ocuparon un espacio de 280 kilómetros en la época en que transcurre el éxodo hebreo. El escriba del libro de Jueces se refiere a la gente de Madián como ismaelitas y resulta ser el mismo grupo mencionado en Génesis, donde aparecen dos versiones de la venta de José por sus hermanos a unos mercaderes en viaje a Egipto. Génesis 37:28: “Y cuando pasaban los madianitas mercaderes, sacaron ellos a José de la csterna, y le trajeron arriba, y le vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de plata”. Leemos en Génesis 39:1 que llevado a Egipto, Potifar, oficial de Faraón, capitan de su guardia real, “lo compró a los ismaelitas” que lo habían traído hasta ese territorio. “El término madianita identificaba probablemente a una confederación de tribus que recorrían la tierra, más allá de su lugar de origen, una costumbre que explica las referencias bíblicas a los madianitas en Sinaí, Canaán, el Valle del Jordán, Moab y el desierto central de transjordania”, según Paul J. Achtemeier. 

Moisés se convirtió en mediador entre Dios y el pueblo al recibir sus enseñanzas de su suegro, el sacerdote Jetro, en Cadés, de ubicación incierta, pero que no debe confundirse con Kadesh, donde Ramsés libró una importante batalla contra los hititas. Varios escritores, entre ello Erich Fromm, dicen que fue en Cadés donde nació el culto al tetragrámaton y no en el Sinaí. Esto vincula a nuestro héroe, de manera indisolublemente, con Madián y sus sacerdotes, siendo el caso que podría haber sido uno de ellos. Vemos entonces  que Moisés ha pasado de egipcio de alta cuna a pastor de rebaños cuando Dios se revela como "¡ Yo soy! O lo que es lo mismo, YHWH" y de paso le convierte también en taumaturgo con poderes mágicos. Este Dios es el que escoge a su propia comunidad y no al revés como había sido la tradición en cuanto a que las sociedades adoptaban a sus dioses. Aunque siguiendo otra línea de pensamiento, el pueblo elegido podría haber optado sin más por seguir a un líder en su aventura.


Moisés vivió 60 años entre los madianitas y se casó con Séfora o Zefora, una de las siete hijas de Jetro, con la que tuvo a Guersom y Eliezer, a los que no circuncidó, a pesar del pacto alcanzado por Abraham con Dios, según la Biblia, que había reconducido la circuncisión a la época de los padres primordiales para alejar a su religión de toda posibilidad de vincular la costumbre con Egipto, descubierta en el año 450 a. n. e. por Heródoto. El filósofo visitó el territorio y llamó su atención la religiosidad extrema de sus moradores, separados de sus vecinos en costumbres en las que la circuncisión ocupaba un lugar. Lo de no comer cerdo viene al parecer de una leyenda en la que Set hiere a Horus con la figura de un cerdo negro y la veneración de la vaca es una muestra de respeto a Isis, la de los cuernos de vaca. Heródoto asegura que los fenicios y los sirios aprendieron de los egipcios la antigua costumbre de la circuncisión. Esta es la explicación para el pasaje bíblico en que Dios se enfada y envía a un ángel para amenazar a Moisés y a su hijo por no practicar la circuncisión. Y aquí vemos como Sefora, cuyo nombre alude a la voz ave, sin connotación religiosa, sin parentesco alguno con Abraham,  viene al rescate, circuncidando a su hijo y arrojando su prepucio a los pies del enviado del Señor como expresión de obediencia, o es lo que interpretan los judíos. El registro bíblico se presta a confusión, razón por la cual algunos eruditos evitan interpretarlo como lo haré yo aquí. Se puede sacar en claro - o al menos yo lo hago- que la acción de Sefora no es producto de la devoción a Dios sino un modo de salvar a su esposo e hijo in extremis y su expresión parece confirmarlo. “...tú me eres un esposo de sangre. Por poco te pierdo por la muerte; ahora estas convaleciente. Yo te he arrancado de las garras de la muerte. Eres mi esposo por segunda vez. Y esta vez por medio de la sangre de mi hijo”. 



Sefora había sido rescatada de un naufragio, junto con su madre, por Jetro. Moisés la conoció cerca de un pozo cuando abrevaba el rebaño del padre. La palabra pozo se traduce al hebreo como beer o beerah de tratarse de uno artificial, a la que acompaña el simbolismo bíblico del lugar de espera de la mujer amada, aunque en ocasiones puede denotar también el abismo profundo. Algunas localidades bíblicas reciben su nombre de la existencia de un pozo: Beer-elim, Beer-seba, entre otras. El libro del Éxodo nos proporciona un dato sobre el pasado egipcio del legislador al mencionar a una tal Tharbis, princesa kusita, que habría contraído matrimonio con Moisés antes de Sefora. Josefo resulta ser la referencia para Tharbis al evocar una campaña de Moisés contra los etíopes en la que supuestamente se casaron y luego él la abandonó para regresar a su país. Algunos biblistas se remiten para aceptar lo dicho por Josefo a la frase en Números en que “Aaron y Miriam hablan con Moisés para reprocharle haberse casado con una mujer kusita”. La mayoría de las fuentes consultadas desestiman el valor del episodio. Sefora acompañó con sus hijos a Moisés al desierto y al parecer hubo un momento en que regresó a ver a su padre y al retornar al campamento se hizo mucho de notar y provocó los celos de Miriam, quien junto a Aaron, se quejaron a Moisés, pero el guía de los israelitas nunca la repudió. Después de todas estas referencia a la esposa de Moisés, el nombre desaparece de la Biblia.

Josefo asegura que Moisés fue príncipe y comandante de los ejércitos reales. Resulta increíble que un bastardo hebreo pudiera recibir siquiera algún tipo de educación en la corte de Faraón, no digamos ya formar parte de ella, pero los descubrimientos sobre partes de la historia de Egipto permiten saber de la existencia de una institución dedicada a la formación de los hijos de la realeza en la que eran admitidos también descendientes de reyes extranjeros y algunos protegidos, entre los que podría haber figurado Moisés. Si nos atenemos al relato bíblico el propio nombre parece derivar del sufijo egipcio el que ha nacido o niño, anteponiendo el patronímico de un dios. Son los casos de los reyes egipcios como Ramsés o Ra-moses, hijo de Ra, o Tot-moses o Tutmosis, hijo de Tot. Esto apunta a que impusieron el nombre de un dios al niño hebreo cuando fue acogido en la Corte y optó por abandonarlo al huir como adulto del territorio de acogida. Hay investigadores que proponen otra fórmula como la unión de vocablos egipcios : mo=agua y ese=salvado (la letra S sería un agregado griego) para dar lugar a otro significado, el de salvado de las aguas, que fue lo que aprendí de niña en las clases de catecismo. Cualquiera de estas teorías resulta aceptable y podría estar en el origen de la creación del personaje.

Sigmund Freud planteó una linea argumental muy diferente a la que damos por cierta hasta el momento sobre Moisés. Debemos tener en cuenta que el psicoanalista era discípulo de la Haskalá, un movimiento de la ilustración judía en Alemania que luchaba por emancipar a los suyos y secularizar la religión, apelando a la manera científica a las fuentes del judaísmo. Teniendo esto sabido podremos entender que considere a Moisés egipcio y no judío, aunque no fue el único en considerarlo así, lo había planteado antes el poeta Schiller. El padre del psicoanálisis abunda en que el guía del éxodo había nacido en el seno de una familia noble y dado en adopción a la princesa y que era un admirador o seguidor de los atisbos de monoteísmo del faraón conocido como Akenatón. En Moisés y el origen del monoteísmo, recuerda que la primera tentativa a adorar a un solo dios procedía del breve reinado de Amenhotep IV, quien intentó imponer el culto solar de Atón y pasó a llamarse Akenatón. Lo que hizo este faraón fue aportar a su dios la exclusividad con lo que se enfrentó a siglos de costumbres y tradiciones representados en los sacerdotes de Amón y aunque a su muerte todo lo relacionado con el culto y el propio soberano desapareció, Moisés  podría haber sido uno de sus seguidores incluso aunque su época fuese posterior porque una creencia no se borra de un plumazo, suele sobrevivir durante un tiempo más o menos largo. Este es un resumen interesado de mi parte para fijar la atención en la posibilidad de que Moisés fuese un constructo judío para explicar en la figura del legislador la gesta -no exenta de incidentes y vueltas a las creencias paganas- con la que se impuso el monoteísmo allende las fronteras de Egipto, donde se había asentado mucho antes de la aparición en escena de Akenatón -que representaba a su dios sin figura, tan solo como un disco del salían rayos y era sostenido por unas manos. El nuevo culto excluía todo ensalmo o manifestación mística, la creencia en el más allá y la adoración al dios de la muerte Osiris. 

Los egipcios desmentían la muerte una y otra vez, y proveían a los cadáveres de provisiones suficientes para subsistir en el viaje a ultratumba, razón por la que Osiris, entre todos los dioses, era el más popular e indiscutido. El judaísmo es un sistema de creencias que, como las de Akenatón, nunca menciona la posibilidad de una vida tras la muerte, para esta religión no existe la inmortalidad. El monoteísmo egipcio puede rastrearse incluso en vida del padre de Akenatón, Amenhotep III y en la escuela de On, en Heliópolis, donde se han investigado tendencias a desarrollar la representación de un Dios universal y destacar el aspecto ético de Ma'at, diosa de la verdad, el orden y la justicia , hija de Ra, dios del Sol. Akenatón asumió con su iniciativa un movimiento pre-existente, desempolvando el antiquísimo nombre del dios solar Aton o Atum y erigió una nueva residencia al dejar Tebas llamada Aketaton u Horizonte de Aton, cuyas ruinas hoy responden al nombre de Tell-el-Amarna, donde en 1887 salió a la luz la correspondencia de reyes egipcios y sus amigos y vasallos determinante para el mejor entendimiento de la Historia. Ra era para los egipcios la fuerza primordial, manifestación de Atum, la combinación de sus nombres en Atum-Ra representaba la fuerza creadora. 


A los 80 años, cuando pastaba su rebaño, Moisés se topó con la legendaria zarza ardiente de la que salía una voz conminándolo a regresar a Egipto y liberar a su pueblo, viaje al que Sefora no le acompañó. Para convencerlo de que era Dios quien le hablaba, la voz le ordenó tirar su cayado al suelo - que de inmediato se convirtió en una serpiente-, luego le retó a recogerlo y, ante el sombro del patriarca y de todo el que lea el episodio, volvió a su forma original. La serpiente estaba considerada en la antigüedad pagana símbolo de la sabiduría divina. La fuente E pudo introducir la transformación de la vara para significar que Dios confería este don a Moisés. La exégesis y la hermenéutica bíblicas interpretan como una teofanía el episodio de la zarza ardiente, al estilo semita. Zarza responde a la forma fonética hebrea de sen-eh con la que se identifica un arbusto espinoso con propiedades alucinógenas como otros de la misma familia. Yahwéh se presenta también en forma de nube sobre la montaña en los relatos bíblicos cuando llama a Moisés al séptimo día de ser vista, el guía sube y la nube le envuelve. Esta masa, dice la Biblia, cubría al tabernáculo en tierra y podía ser vista de día, lo que puede llevar a pensar que es la forma simbólica de mostrar de manera velada a Dios. El relato de la fuente J en el Éxodo señala que Yahweh les guiaba de día en forma de nube y de noche se tornaba una columna de fuego. El evangelista Mateo habla también de una nube como representación de Dios que cubre a Jesús y dice: "Este es mi Hijo bien amado; en quien tengo complacencia; a él, oíd", expresión evaluada por un creyente como la presencia de Dios y la gloria de su hijo transfigurado.

La TaNaJ afirma que Moisés y Aaron fueron juntos a plantar cara a Faraón, momento en que gritaron las famosas palabras de "¡Libera a mi pueblo!". El tartamudeo del patriarca obligó a Aaron a servirle en la palabra. El escriba de este pasaje juega con el inferido conocimiento de Moisés sobre la magia y el misticismo egipcios. Sabemos que el hombre necesita pensar y juzgar y esto es óbice en ocasiones para cualquier espiritualidad, a menos que el sujeto posea una tendencia innata a una desconexión emocional del mundo físico. Es lo que sienten los iniciados en los misterios al creer que están fuera del cuerpo material, aunque todo transcurra en la mente. Moisés habría sido un iniciado en los misterios egipcios, los llevó consigo cuando la zarza ardiente habla y dice la frase "¡Yo soy!". Este simple hecho traslada al mundo hebreo la mística egipcia al corresponderse con las frases empleadas para  Isis en sus santuarios. Al negarse Faraón a liberar a los esclavos, Moisés lanza la maldición de las diez plagas por orden del dios de las cuatro letras. La condena a muerte de los primogénitos, que es la última, pudo ser, si cabe, la más decisiva para que el rey depusiera su actitud.

La Biblia hebrea deja claro que fue Aaron el que arrojó ante los pies del soberano la vara que se convertiría en cocodrilo, una razón para que los escribas yahveístas/monoteístas no escatimen detalles en el episodio. La vara de Aaron se comería a dos dioses de un bocado: Apep o serpiente y Edjo o Delta. Haría después otro tanto con Sobek, así como con Khnum, el dios cornudo o carnero protector de las fuentes del río, y con Hapi, el de las inundaciones. Aquella conversión de la vara en el habitante de las aguas del Nilo, considerado por los propios egipcios como un dios con los mismos poderes de los representantes de la fertilidad y del sol, debió asustar a Faraón, que ordenó a sus sacerdotes arrojar sus respectivas varas para empezar una batalla bestial. Esto se interpretaría como el combate entre el dios único y los dioses egipcios, representados por Sobek, el de la cabeza de cocodrilo. El propósito de introducir esta escena está claro como el agua, simboliza la batalla entre el monoteísmo y el politeísmo y se defiende claramente por la fuente J, menos proclive que la fuente E a sublimar la figura de Moisés, razón por la que los protagonistas en este episodio son Aaron y su báculo. Los ofidios llevan entre nosotros más de 240 millones de años y su relevancia para los egipcios surgió al ver que descansaban muchas horas al sol y su piel brillaba con destellos dorados, algo sobrenatural a sus ojos. Las hembras parecían saber además cuándo habría crecida del río y depositaban a buen recaudo sus huevos. Los templos dedicados a Sobek disponían de una piscina para que nadara el animal, momificado al morir, momento en que los devotos colocaban en el interior del cuerpo papiros con peticiones diversas, que iban de un consejo a la familia o al propio creyente hasta si era propicio realizar un determinado viaje. Los arqueólogos han recuperado miles de estos fósiles de 2.300 años de antigüedad con los escritos en el interior. La dinastía ptolemaica construyó en el siglo II a. n. e. a orillas del Nilo el templo de Kom Ombo, dedicado a dos deidades: Horus y Sobek, y que se ha convertido en uno de los principales dedicados al dios cocodrilo. La tradición egipcia apunta que el río es el sudor de estas deidades, aunque lo dudo, porque siendo un río alóctono, -como dice la hidrografía- recibe sus aguas de muchas regiones, algunas con climas lluviosos por lo que el flujo de agua es contínuo y tendrían que llorar mucho estos animales para mantener un caudal que recorre más de 6 mil kilómetros de longitud. A pocos pasos de Kom Ombo, se encuentra el Museo del Cocodrilo, con ejemplares momificados de estos animales objeto de culto.


Las plagas fueron una catástrofe, según el relato bíblico, el Nilo se tiñó con sangre, lo que dañó las aguas otorgadas a los egipcios como bendición de los dioses. Podría pensarse que a partir de esto habrían dejado de creer en ellos y adorarían al dios único, pero esto no ocurrió porque ni siquiera un escriba bíblico puede alterar la historia. Las plagas, como constructo doctrinal y teológico, servirían para dar fuerza al monoteísmo, sin arraigo real en la población. La maldición de Dios ejecutada por Moisés ha quedado asociada -por algunos expertos- a la erupción comprobada del volcán Tera, de la isla griega de Santorini, en el Egeo, durante la Edad del Bronce. El volumen de expulsión de roca densa alcanzó los 100 kilómetros cuadrados en cuatro fases, de las cuales, la última podría haber dejado muchos depósitos de cenizas en las costas orientales del Mediterráneo, pero las excavaciones realizadas en el delta del Nilo han descartado la existencia de tales restos en la zona. Se puede deducir que el hecho serviría de referencia a los escribas para describir los posibles efectos de las plagas con cierta fiabilidad. Tendremos en cuenta en este texto, en la medida de lo posible, el desarrollo de teorías sobre la posibilidad de confirmar lo narrado en la Biblia como la explosión del Tera. Santorini dista apenas unas 500 millas náuticas del territorio egipcio y se podría considerar que las primeras erupciones pudieran haber traido una gran polución, matando a los peces y obligando a las ranas a salir a tierra, donde luego morirían por falta de humedad. Esto podría haber provocado la llegada de piojos y moscas de diversos tipos, que, primero afectarían al ganado y a los caballos, y, más tarde, a los humanos. Como parte de lo antes dicho, el granizo y las tinieblas podrían haber acumulado en exceso cenizas en la atmósfera, lo que convirtió el día en noche, como relata la Biblia. Al posarse en la tierra, los cultivos diezmaron por el efecto tóxico, los cereales contaminados proliferaron y fueron a parar a los silos subterráneos de almacenaje, un escenario propicio para los hongos latentes en la primera capa. La costumbre era entonces que el hijo mayor comiera primero y si seguimos el curso de los acontecimientos recibiría las dosis letales del cereal enmohecido, uno de estos fallecidos sería el mismo hijo del faraón, según la leyenda. La Biblia fue compendiada mucho tiempo después, proporcionando a los amanuenses una oportunidad de oro para referirse a episodios conocidos desde muy antiguo como la erupción del Tera, que trajo un cambio climático en el área del Mediterráneo oriental y consta como de las mayores catástrofes acontecidas en miles de años. 

La llamada tradición y las crónicas de Josefo, Filón de Alejandría y el célebre Manetón, sacerdote y cronista greco-egipcio, sirvieron de prueba de vida a las referencias de alguien llamado Moisés. Hasta el siglo XVIII nadie habría puesto en cuestión el contenido del Libro o que el Pentateuco no fuera íntegramente el legado del legislador, quien resulta ser el personaje más importante de la gesta del sacrificio y la fe relatados en el Libro del Éxodo. Moisés, actuando como mediador de Dios, impone las doce plagas a los egipcios, abre las aguas del Mar Rojo para que pasen los israelitas en su huida, golpea una roca para proporcionar agua a su gente, entre otros milagros, pero muere en el exilio, fuera de la Tierra Prometida, enterrado en una tumba que nadie puede visitar. Resulta difícil discernir en qué podría aquel hombre haber ofendido a Dios para recibir tamaño castigo.

Habrá que convenir que la mayor parte del contenido bíblico carece de constatación en fuentes independientes ni halla aval en descubrimientos arqueológicos o de otra disciplina. A esta carencia de pruebas, se suma la propia displicencia de los cronistas, nada interesados en las fechas ni en la veracidad o dimensión de la historia. Su único propósito era la recopilación en un único marco de todas las leyendas orales, tanto si atañían o no a los israelitas, para trasladar el mensaje divino del milagro de la alianza de Dios con Israel, utilizando a Moisés como su representante. YHWH pretendía hacer de Israel una nación santa de sacerdotes con el latiguillo de que era el pueblo elegido. Ser un reino de sacerdotes significaba que los hebreos debían presentar sacrificios y adorarlo únicamente a él.

Oseas, primero entre los doce profetas menores del A. T., ofrece indicios de que Moisés halló violento final en una de las tantas rebeliones israelitas durante la travesía del desierto, cuando la comunidad o una parte de ella se empeñaba en seguir adorando a otros dioses. Goethe, en un escrito publicado en 1888, se hace eco de esta posibilidad convirtiéndolo en un asesinato político a manos de Josué. Leyendas posteriores al exilio desarrollan la esperanza de que volvería de entre los muertos y esta podría ser la razón de su supuesta muerte prematura en el viaje. Los textos bíblicos de cada profeta repiten, como en el Éxodo, que el pueblo sumido en la crisis y el desconcierto se aleja de Dios, renuncia a la espiritualidad y cae en el paganismo por lo que de cierto modo parece preparar al lector sobre la posibilidad de tal asesinato. Cualquiera de los episodios narrados podrían llevar a un final distinto al establecido de que no llega a pisar la Tierra Prometida porque muere antes. Cuando nos encontramos ante cualquier texto del que podamos tener pistas de que pudiera haber modificado el relato original siempre encontraremos rastro de lo que se ha pretendido borrar y este bien pudiera ser el caso. Al ser obra de amanuenses con diferentes tendencias, el relato podría haberse cambiado y derivado en que no muere hasta estar ante la Tierra Prometida.


El Deuteronomio formó parte durante siglos de los libros atribuidos a Moisés como parte del Pentateuco. Hay en el texto un capítulo en el que se habla de una ofensa a Dios por este personaje ocurrida muy al principio del éxodo por el desierto cuando el líder envía a doce  de los suyos a ver cómo era la Tierra Prometida y estos regresan pregonando sus maravillas, al tiempo que manifiestan dudas sobre la viabilidad de la empresa. Había allí pueblos establecidos, bajo la protección de los egipcios (algo que la Biblia omite, a pesar de la importancia del dato). Las quejas de que mejor habrían hecho en quedarse en Egipto habían irritado a Dios, a lo que se sumaría la duda expresada por los espías sobre el cumplimiento de la promesa hecha al pueblo elegido de entregarle un territorio en modo alguno deshabitado. Tal vez un creyente debería ver en el castigo de pasar 40 años en el desierto la explicación a que no entraran en Canaán estando tan cerca, en cambio podría considerar también que esperarían a una mejor ocasión dada la protección de Faraón sobre sus propiedades. La oportunidad la tuvieron cuando algunas de aquellas regiones quedaron deshabitadas a posteriori como apuntan descubrimientos arqueológicos. El número 40 nos dice en gematría que se trata de una prueba de fe, de una enseñanza, lo que viene muy a propósito en el relato. El libro Números-parte también del Pentateuco y que antecede al Deuteronomio- nos da una versión sutilmente diferente del mismo drama. Dios castiga a los hebreos del éxodo y promete a Moisés recompensarlo por su fidelidad, lo que resulta reconfortante para los amanuences de la fuente E, pero los de la fuente J introducen un cambio ampliando el castigo al propio guía para ponerlo en entredicho. El no había acatado a pie juntillas el mandato del Señor cuando enfadado con su pueblo promete agua y la irritación le lleva a golpear la roca de la que manaría el líquido vital, lo que contradecía a lo exigido por Dios de reunir a la comunidad, coger el báculo y hablar a la piedra. Un rabino observó muy sensatamente que “nuestro padre Moisés cometió solo un pecado, pero los exégetas han hallado más de diez, cada uno le ha servido para inventar otro distinto”. 

Los diez mandamientos o ley mosaica, como se los conoce en el judaísmo, son simples normas de convivencia política, económica, social y religiosa entre clanes, que a pesar de 40 años de vagabundeo por la arena siguen sin ser un grupo integrado. Así que lo que se elabora son garantías de mando y propiedad para cada patriarca dentro del conjunto. Ciertas expresiones de conducta suelen indicar pautas de vida. Es la sociedad o la comunidad la que establece las prohibiciones, bien por interés de un grupo dominante o por impedir que la satisfacción de un impulso individual perjudique al propio grupo. Algunos estudiosos ven en los tres primeros "Amaras a Dios sobre todas las cosas", "No tomarás el nombre de Dios en vano" y "Santificarás las fiestas" un solo contenido y propósito, el de simbolizar la unión de las tribus en un momento en el que no existía estado o nación y cada cual tiraba para sí. He encontrado a lo largo de mis investigaciones muchas y diversas explicaciones al significado de los mandamientos, utilizaré aquí una que me ha parecido más cercana a mi modo de pensar. Para garantizar que los jóvenes guerreros obedecieran a los viejos patriarcas se creó el cuarto mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre, que apunta directamente al orden de las cosas y al respeto a las leyes pre-establecidas. Cuando a continuación se dice “No matarás”, ¿ a quien o a quienes creemos que va dirigida la sentencia? A los miembros de una misma tribu o de la tribus entre sí, nada que ver con pueblos considerados enemigos porque cuando los israelitas hablan de prójimo se refieren a ellos mismos y a nadie más. Si en el sexto vemos la frase: No fornicarás ni cometerás actos impuros debemos pensar en el matrimonio como vínculo legítimo, previo pago al padre por su hija. El séptimo y octavo mandamientos habrían sido uno solo: No matarás. No mentirás. Una sociedad basada en el trueque requería de un mínimo de ética comercial y si Dios decía que debías ser sincero en tus relaciones y no actuar de manera brutal contra otro, pues mucho mejor. Los dos últimos: No desearás la mujer de tu prójimo. No codiciarás los bienes ajenos, son la garantía para evitar que jóvenes intrépidos, que carecían de recursos, se llevaran mujeres y rebaños de los hombres más viejos de la comunidad para formar clanes independientes.

El Talmud hizo del prólogo bíblico el primer mandamiento: "Yo soy Yahwéh, tu Dios". Agustin obispo de Hipona lo tomó como ejemplo para componer el decálogo cristiano, pero omitió el prólogo como mandamiento en sí mismo y esto es lo más destacable entre uno y otro texto. Hay autores que ven en el conjunto de normas hebreas un remedo del tratado de vasallaje de los reyes hititas, un imperio que existió entre los siglos XVII al XII a. n. e., de origen desconocido y cuya desaparición sigue siendo un enigma. A los hititas debemos descubrimientos como el arado de bueyes, la rueda y la escritura, llegaron a dominar el hierro y utilizaron por primera vez carros de combate en su lucha contra los egipcios. Su lengua es indo-europea, de las más antiguas registradas (a la par del sánscrito védico), integrada al sistema cuneiforme de escritura mesopotámico. Hay similitudes también en los mandamientos con las normas éticas y morales presentes en la diosa egipcia Ma'at, personificación del equilibrio cósmico, el orden y la justicia, alter ego femenino del legislador Tot, ambos creados por la boca de Ptah. Como ocurre en Génesis, la palabra de Dios es suficiente para crearlo todo. Los principios de Ma'at fueron la base de la justicia en el antiguo Egipto. Es una diosa que reconoceremos en paredes de templos y tumbas egipcias pesando en el plato de la balanza los corazones de los difuntos con una pluma de avestruz para saber si están libres de pecado. Cualquiera que sea el origen de las leyes entregadas a Moisés, es muy posterior a los acontecimientos narrados en Éxodo. Tales normas se apoyan en códigos mucho más antiguos, con la intención de otorgar literalidad a referencias asimiladas, sin que el patriarca o Dios, como se creyó durante siglos, intervinieran en su redacción. El sacerdocio judío hizo una plasmación única de la figura de Moisés ochocientos años después, en el período posexílico Las diferencias que podríamos notar entre las leyes presentadas a la comunidad por el legislador y las de su entorno tienen en su nacimiento la consideración de que ellos eran el pueblo elegido, lo que impulsó inquietudes sociales diferentes a las de otras comunidades. Esto explicaría la carencia de imágenes de adoración, tan frecuentes entre otros pueblos, como los conceptos morales de no matarás, no robarás o no serás adúltero, ausentes en otras creencias de la época.

La Tierra Prometida queda identificada bíblicamente cuando Moisés, en cumplimiento del castigo divino, no puede acceder a ella y debe quedarse en las llanuras de Moab, frente al río Jordán, una población hermana de los amonitas y pariente de los israelitas por la vía de Lot, sobrino de Abraham. Los israelitas están a punto de alcanzar su destino tras 40 años cuando en el tramo final de Cadés-Barnea se ven obligados a detenerse ante un monte o montaña tras el aviso divino de la inminente muerte de Aaron a los 123 años. La localización de la colina es incierta, la Biblia apunta tan solo el dato de que era un sitio fronterizo con Edom o Idumea, donde nacería Herodes y debe su nombre a Esau, el peludo, hermano de Jacob. Leyendas posteriores lo ubican en la doble montaña conocida en la actualidad como Jabal Jarun (Monte de Aaron), cerca de Petras. Aaron como Moisés será sometido al destino de morir sin pisar la Tierra Prometida, el castigo impuesto por Dios a la generación huída de Egipto. Puede que a un creyente le parezca un castigo justo para responsabilizar a todos ellos por igual de su pecado de adorar a otros dioses y no creer en la promesa hecha por el Uno, pero si tomamos en cuenta tésis como la de Freud estaríamos ante un rechazo tácito al grupo que había seguido a Moisés y que en su mayoría podía haber nacido en Egipto.

Moisés nombró sacerdotes dedicados en exclusiva a Dios y escogió para esto a su propia tribu, los Levi, y otorgó a Aaron el rango de Kohen Gadol o Sumo Sacerdote. Todo esto tiene lugar después de bajar de la montaña con las leyes y comprobar que la comunidad se hallaba sumida en la adoración del becerro de oro, representación de Baal. El propio Aaron - en un pasaje atribuible a la fuente E- invita a fundir el oro disponible de todos los clanes para elaborar la figura. Ser ungido Sumo Sacerdote por Moisés obligaba a la purificación de los escogidos y a su santificación, al igual que los objetos relaciones con el culto. "Y Moisés tomó el aceite de la unción y ungió el tabernáculo...lo roció sobre el altar siete veces, ungió el altar y sus utensilios, la fuente y su base.. Y derramó el aceite de la unción sobre la cabeza de Aaron...para santificarlo. Después hizo acercarse a los hijos de Aaron y les vistió las túnicas, les ciño con cintos y les ajustó las tiaras, como Jehová había mandado a Moisés". La unción de un sacerdote o un rey siempre resulta ser un acto solemne, en este caso, los sacerdotes están a las puertas de limpiar sus propios pecados para consagrarse a Dios. Moisés les dejó a ellos la realización del holocausto, pero hizo personalmente la ofrenda por el pecado como líder espiritual, preparó los panes ácimos y las tortas y los colocó en las manos de Aaron como ofrenda. 

De todo lo que el pueblo traía al tabernáculo para sacrificio se separaba una parte para la alimentación de los sacerdotes. Del sacrificio se encargaba un grupo de sacerdotes, según los anales sobre el Templo, que podría seguir una norma prestablecida. Se echaba a suertes el rol de cada cual, desde el degollador, el que vertía sobre el altar la sangre, el que recogería las cenizas y así sucesivamente, lo único que hacía el oferente era colocar su mano sobre la ofrenda y anunciar el propósito del sacrificio. Aunque muchas religiones del mundo tienen en común el sacrificio de animales, solo los israelitas, cananeos y griegos quemaban las ofrendas en el altar. Robertson Smith señala que el sacrificio en el altar es una pieza esencial en todo ritual de las religiones en sus inicios al representar la comunión sagrada del individuo con su dios, la sangre debía embadurnar por esta razón la mayoría de objetos del ara y en dependencia del tipo de ofrenda se arrojaba a los lados o a la base; la piel del animal sacrificado era propiedad de los sacerdotes. La comunión es una reanimación del más antiguo banquete totémico en que los hombres comparten la sangre y la carne con su zoomorfo dios.  Durante el Sabat no se hacían sacrificios privados, el sacerdote ofrecía tan solo dos corderos adicionales en nombre de la comunidad. 

Dios ordenó a Aaron realizar la primera bendición a los hijos de Israel como Sumo Sacerdote. “Jehová te bendiga y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre tí, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro y ponga en ti la paz... […]Y pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré”. La bendición papal, que se realiza dos veces al año, conocida como Urbi et orbi reza en una de sus partes: "El Señor omnipotente y caritativo os concede legado, distribución y perdón de todos vuestros pecados (es decir, te bendiga y te guarde y alce sobre ti su rostro y ponga en ti paz n. e.), un período de arrepentimiento auténtico y fértil, un corazón siempre penitente, y mejora de la vida, la piedad y el consuelo del Espíritu Santo, y la perseverancia final en buenas obras" (es decir, haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia n. e.)."Y la bendición de Dios omnipotente descienda sobre vosotros y permanezca para siempre" (es decir, pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré n. e.). Después de llevar a cabo lo que le fue dicho por el Señor, Moisés edificó un altar con doce columnas correspondientes a las doce tribus y que resultan una representación simbólica de aquello que sostiene algo con firmeza, ofreció también holocaustos y sacrificó novillos como ofrendas de paz. La mitad de la sangre fue rociada sobre el ara y la otra mitad se lanzó a la comunidad, no sin que antes prometiera obediencia a Dios.


Hay expertos que insisten en buscar explicaciones plausibles para un relato como el Éxodo, el mas largo y más importante en la Biblia sobre la épica israelita. Como hemos visto ya, las pruebas han mostrado que en la más remota antigüedad existió una comunidad llamada Isr[a]r y se han excavado los restos de posbilemente bíblica ciudad de Ramsés, hoy conocida como Tanis (del griego), edificada para controlar mejor a los vasallos orientales y cuyas ruinas nos muestran el perfil de uno de los faraones más pagados de sí mismo. Existe entre estos hechos una concordancia entre el relato bíblico y lo que la arqueología y otras ciencias pueden probar. La partida masiva de Egipto por las áridas y calientes arenas del desierto durante 40 años sería aceptable solo como mito o alegoría. El creyente es el único obligado a un acto fe, a pesar de lo difícil que resulta imaginar a 600.000 hombres, según la Biblia, que no contempla al resto de la familia y sus pertenencias, entre ellas los animales, movilizándose de la noche a la mañana para emprender un camino incierto. Si tenemos en cuenta que estos núcleos los constituyen varias personas estaríamos casi en la cifra de dos a tres millones. No hay registros en las bien detalladas crónicas egipcias sobre un hecho tan monumental, ni tampoco pruebas arqueológicas. Cuando Israel ocupó en 1967 la península del Sinaí, devuelta a Egipto en 1982, los arqueólogos se afanaron para probar la veracidad del relato y nada encontraron. Rescataron objetos en el desierto datados en el neolítico, pero ninguno apuntaba a una movida de tal magnitud, ni tenían relación directa con los israelitas. Los historiadores se han adentrado en el laberinto de echar cuentas sobre cuándo tuvo lugar la espectacular huida, los que la dan por cierta han concluido que no pudo ser antes de la coronación de Ramsés en el 1.275 a. n. e, ni después del 1.208 a. n. e., basándose en datos aportados, entre otras fuentes, por la propia Estela de Merenptah.

Relegados a los sótanos del Museo del Cairo se hallan también dos elementos importantes con alusiones a la negativa faraónica de liberar a los hebreos y que podría haber lamentado después. Tenemos por un lado la Estela de la Tempestad, una de las descripciones del clima más antigua de tiempos de Amosis III, con referencias a tormentas y relámpagos acaecidos cuando Dios (en singular n. e.) manifestó su poder y que podría aludir a la erupción del Tera. Muy próxima, la caja funeraria en vidrio de la esposa del rey, Nefertari, en la que una inscripción revela que se negó a dejar libres a los esclavos y […] enfrentó a Moisés y no abrió su corazón a la palabra de Dios. Cuando tiene lugar el éxodo por el desierto en el 1.050 a. n.e, que según escritos de Clemente de Alejandría, uno de los padres de la Iglesia, no existía nación más poderosa, ni más abundante en riquezas que Egipto y los recién huidos -como apuntan algunos episodios bíblicos- tuvieron dudas en si podrían asumir condiciones tan adversas. La pregunta sería si deberíamos hallar en tales sentencias sobre el marco temporal del éxodo la confirmación de una realidad. La Estela de Amosis y la erupción del Tera resultan elementos reales, que habrían podido servir de punto de partida para determinados relatos, acompañados de las florituras y exageraciones a las que eran propensos los escribas. Haber avanzado hasta aquí permite ver al menos que una narración como la del Libro del Éxodo contiene elementos diferentes y separados a veces por cientos de años y confirma la variedad de historias utilizadas por los cronistas, quienes no pasan por alto el punto de vista egipcio de que los hebreos podrían resultar una amenaza para el futuro del país del Nilo como parte de la línea argumental bíblica de dar a conocer al pueblo elegido por Yahwéh como un peligroso contestario. "[…] Y los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron y fueron aumentando y fortaleciendo en extremo. [...] he aquí el pueblo de los hijos de Israel, es mayor y más fuerte que nosotros. Ahora pues, seamos sabios [...] para que no se multiplique y acontezca que viniendo [...] se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros. [...]impusieron sobre ellos comisarios de tributos que les molestasen con sus cargas, edificaron para Faraón las ciudades del almacenaje de Pithom y Ramoses".

Las quejas y rebeliones durante la larga marcha han dejado claro el desaliento en que se sumiría aquella gente y que dio paso al retorno a credos anteriores al de YHWH, nunca desalojados totalmente de sus mentes. Aquellos hombres conocían los cultos o doctrinas teológicas de Heliópolis, centradas en la adoración del Sol, y de Menfis, en la que se elaboraba la creación del mundo. Dios permitió a Moisés a lo largo del viaje realizar milagros para que el grupo pudiera comer y beber y hasta refugiarse, pero la mayoría murmuraba a sus espaldas hasta llegar a una protesta abierta: "¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del faraón de Egipto donde nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. [...] nos habéis traído a este desierto para morir de hambre...". Éxodo 16:3. Aaron temió la furia de la comunidad ante la ausencia de Moisés, que él juzgó podría no ser temporal, y pidió fundir todo el oro disponible para elaborar la estatua del becerro o Baal, a pesar de que el líder había prohibido tal idolatría so pena de muerte. A su regreso, Moisés montó en cólera contra su pueblo y en un gesto de ira rompió las tablas de la ley de Dios, aunque luego pidió perdón y las reconstruyó. Ordenó degollar a 3.000 idólatras y redujo todo aquel oro a polvo, vertiéndolo en el agua de beber. La Biblia, como no podía ser de otra manera, culpa a las mujeres moabitas y madanitas, que acompañaban a sus parientes en la travesía, de que los pobres hombres se dejaran seducir por Baal, como si todos ellos no hubieran participado antes en Egipto de la adoración a otros dioses y continuaran haciéndolo. Moisés diría a los suyos que "el pueblo elegido no debe atenerse a una imagen sino a la Palabra de Dios". Es así que en Éxodo 30:4-5 leemos: "No harás para ti un ídolo, no te inclinarás ante ellos ni los adorarás porque yo, el Señor, soy un Dios celoso". ¿Como podría ser que el creador de todo tuviera celos, un sentimiento humano, que responde a la propia inseguridad? La respuesta me parece simple: estaba obligado a competir con dioses preexistentes de otras culturas, por eso no dice: “No adorarás a falsos dioses” sino que señala: “No adorarás a otros dioses”. Eran deidades que como él habían convencido a sus seguidores de su potencial para ayudarlos en sus necesidades y justificaban el incumplimiento de sus promesas con la falta de fe de sus fieles. La realidad apunta a que eran los creadores del nuevo Dios los que estarían amenazados por esas otras deidades y temían que les robaran a sus prosélitos. Si alguien se pasaba al bando contrario suponía también para ellos la pérdida de privilegios, por esta razón, en varios pasajes, encontramos el llamado a destruirlos y/o destruir a sus adoradores, como hizo Moisés con casi 3.000 idólatras de Baal o como hizo Elías en el monte Carmelo al degollar personalmente a 450 sacerdotes baalistas.

Ningún acontecimiento -hay que remarcarlo- ha recibido más atención en el texto sagrado del judeocristianismo que el éxodo israelita. y los pasajes más arcaicos de la TaNaJ o del A. T. cristiano corresponderían a episodios del Libro del Éxodo, según exámenes caligráficos y de vocabulario: "Arrojó a los carros y al ejército del faraón al mar. Sus oficiales se ahogaron en el mar Rojo". Es la traducción moderna del verso conocido como canción del mar, colofón de la épica bíblica. Los arqueólogos, en un siglo de búsquedas, siguen sin encontrar huellas de la masiva emigración hacia un territorio formado en esa época por ciudades-estados, bien protegidas por Faraón, al que debían servidumbre, porque cuando hablamos de Egipto en estas páginas no debemos pensar en las actuales fronteras sino en unas mucho más amplias. La lejanía de una meta como la Tierra Prometida les obligaría a avanzar con tenacidad bajo un sol abrasador, amenazados por la deshidratación, debiendo permanecer juntos en la evasión de obstáculos hasta convertirse en una marcha cohesionada. La historia plantada por los escribas sobre este peregrinaje es la de la fe pura y dura y la de un guía forzado a usar poderes mágicos para salvar las situaciones extremas de hambre y pobreza, que se irrita y les arenga cuando flaquean y se quejan, porque la desintegración del grupo no es una opción. A los cronistas del Libro, les parece importante convertir en longevos a las principales figuras del relato por imposible que pueda parecer porque de lo que se trata es de dar continuidad al mensaje hasta que, personajes como Moisés y Aaron, salgan de escena tras cumplir su función y se pase a dar relevancia a otros, mencionados o no con anterioridad. El peregrinaje o hajj anual de los musulmanes a la Meca resulta un buen ejemplo de esa masa lenta hacia un objetivo, venida de zonas remotas, todos sus integrantes marchando en una misma dirección, encontrándose en el camino y acrecentando el grupo hasta parecer un poderoso río que desemboca en la ciudad santa del Islam.

Hallar agua en el desierto bajo una roca, solo con golpearla, como hizo Moisés, tiene su explicación -si decidimos dar veracidad al hecho- en las tormentas de arena, habituales en esos parajes, durante las cuales el viento desarrolla una velocidad muy elevada y la arena se fragmenta, creando una costra bajo las piedras con agua en su interior. Tampoco se debe exagerar la magnitud de ese agua para extrapolarlo en la supervivencia de miles de personas como se hace en la Biblia. Parece sensato suponer que si Moisés - como dice su leyenda- había huido de joven a Madián atravesaría posiblemente si no todo el territorio al menos parte de la ruta por la que conduciría a los israelitas tiempo después, la conocería, sabría de las vicisitudes a las que estarían sometidos y lo que él mismo podría hacer para ayudarlos. Lo del arbusto en llamas cuando Moisés recibe la palabra de Dios tendría otra respuesta aceptable si hablamos de una alternativa al Sinaí, en la que hubiera chimeneas volcánicas y varios tipos de acacias, un arbusto conocido en el desierto Arábigo, propenso a convertirse en carbón al quemarse. Lo de la ruta alternativa parece estar en la mente de aquellos expertos que recuerdan que el Sinaí carece de volcanes y en la Biblia leemos que los hebreos marchan guiados por una columna de humo durante el día y de noche, por un fulgor de fuego.
Hay docenas de volcanes en la península Arábiga y al menos tres activos: Raqua, Isqua y Bedr. Informes fechados en el 1.250 a. n. e. registran una erupción en la probable también ruta del éxodo cuyo humo se vio a 800 kilómetros, en Siria. El Bedr tendría un índice de explosividad de dos y es el mayor de los tres citados, su humo puede alcanzar hasta 150 metros sobre una meseta de 1.500 metros sobre el nivel del mar. El explorador checo Alois Musil reflejó en sus crónicas la existencia de una gran vegetación y plantas espectaculares a su llegada a Bedr y la única razón para que esto sea posible es la existencia de agua. Musil nació en Moravia en 1888 y pronto se convirtió en experto de Oriente Próximo, sus diarios han dado pistas a los expertos sobre una ruta alternativa del éxodo. Todo indica que en el Sinaí no habría habido espacio suficiente para una emigración tan monumental y de tantos años, en cambio, en el desierto Arábigo, sí. Y aquí tenemos una de las tantas tesis para afirmar que tal emigración tuvo lugar, incluso de forma masiva, pero no por donde se cree.

La primera parada se registra en Succoth, apenas a 40 kilómetros de la ciudad de Ramsés, de donde se supone salieron los hebreos, y la siguiente en Etham, un sitio solo mencionado en la Biblia. Ninguno de estos emplazamientos requiere el paso por el Sinaí, ni atravesar el Mar Rojo, cuyas aguas abrió Moisés con su vara para facilitar el paso a los suyos y luego cerró tras de sí provocando la muerte de una parte de los perseguidores egipcios. La TaNaJ habla de atravesar un mar de juncos, lo que nos sitúa ante una interpretación libre o una mala traducción del hipotético suceso.Varios eruditos han aventurado que podrían haberse dirigido en realidad al Golfo de Aqaba y aunque aquí tropezamos también con la ausencia de juncos en aguas saladas, los exploradores en la zona han constatado vegetación apenas a 180 metros del mar. Lo primero a saber es que el agua del mar pasa a ser dulce al filtrarse por la montaña, lo que permite el crecimiento de plantas junto a la orilla. En este escenario, que no deja de ser hipotético y se acepta por muy pocos, tendría más sentido lo de abrir las aguas. Tenemos un viento llamado marejada ciclónica, capaz de levantar con mucha fuerza el agua. Cuando la marea baja con el viento de repulsa, las aguas regresan a su cauce con la movida conocida como macareo, fenómeno natural y no producto de una vara mágica. Ustedes pensarán que no son más que especulaciones, pero como mínimo cuestiona la rotundidad con la que durante tanto tiempo se ha aceptado el Sinaí como vía de esta huida de dimensiones épicas y única zona en la que se han buscado las pruebas del acontecimiento.

El relato bíblico continúa durante tres días después de atravesar el mar de juncos antes de hallar agua en el manantial Mârâ, amarga en hebreo, donde los israelitas acamparon tres días tras cruzar el Mar Rojo. Moisés volvió dulces sus aguas amargas y desagradables. Musil habla en sus crónicas que se quedó sin agua y demoró tres días en hallar el manantial Mala, amarga en árabe, y no lo hallaremos en el Sinaí sino en el desierto Arábigo. Miles de peregrinos visitan cada año el monasterio de Santa Catalina, a los pies del monte Sinaí, edificado entre el 527 al 565 en el lugar en el que un puñado de monjes, mil años después de elaborarse la Biblia, convencieron a todos que Moisés vio en ese lugar la zarza ardiente y Dios le entregó los mandamientos. El convento ha pasado a ser un lugar sagrado para las tres religiones monoteístas, declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 2002. A veces me he preguntado la conmoción que supondría para un creyente saber que los israelitas podrían haber utilizado otra ruta y no el Sinaí para su gran hazaña, si es que llegara en alguna ocasión a probarse. La leyenda de devoción se quedaría sin asidero. No hay que preocuparse, sin embargo, porque tanto si hablamos de uno u otro desierto la gesta no parece haber tenido lugar o al menos no hay pruebas para afirmarlo.

La ciudad de Birmingham, segunda en importancia en el Reino Unido, étnica y culturalmente diversa, tiene un museo en el que se exhibe una vara en la sala egipcia hallada en una cueva cercana al Wadi Musa o Valle de Moisés, afueras de Petra. La leyenda afirma que fue en este valle en el que Moisés golpeó con su báculo mágico la roca de la que manó abundante agua para satisfacer la sed de los hebreos del éxodo. El objeto mide 135 centímetros de largo y 2 centímetros de ancho pintado en negro con jeroglíficos blancos. Algunos historiadores de lo sagrado consideran que están en presencia del báculo de Moisés ateniéndose a la leyenda sobre el lugar del hallazgo. Las excavaciones, durante las cuales fue desenterrado el objeto, no ofrecen dato alguno sobre quién pudo ser su dueño, sobre todo porque no se encontraron restos humanos a su alrededor. La traducción de los jeroglíficos nos remite a un mayordomo criado por la hija de Faraón en posesión del muy común nombre de Totmoses. Hay indicios en otras investigaciones de que en el 1.360 a. n. e. existió alguien con esa profesión y nombre. El arqueólogo italiano Giovanni Belzoni se topó con una tumba vacía dispuesta para albergar la momia de un tal Totmoses, mayordomo del rey. Este sepulcro habría formado parte del complejo funerario de Amenhotep IV,  operativo durante los primeros cuatro años de su reinado hasta que cambiara su nombre por el de Akenatón y decidiera el traslado de su complejo funerario a Amarna, en la que pretendía anclar la capital egipcia. Todos creen que Moisés fue enterrado a los pies del monte Nebo, territorio jordano, desde donde contempló con desesperanza la Tierra Prometida a la que no entraría por decisión de Dios. La Biblia del canon alejandrino o libro macabeo señala que el profeta Jeremías escondió el Arca de la Alianza en una de las cuevas de es-e monte. "[...] y murió allí Moisés siervo del Señor, en la tierra de Moab, conforme al dicho del Señor. Y lo enterró en el valle, en la tierra, en la tierra de Moab, enfrente del Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy". Deuteronomio 34:1-6. En hebreo la palabra bet significa casa, tienda, o algo similar a una abertura, es la segunda letra del alefato y el dos en numerología. Betel, segunda ciudad más mencionada en la Biblia, significa Casa de Dios (Bet-El), llamada así por Jacob tras tener el sueño de la escalera y haber visto la entrada al cielo. En Números 31:16 y Josué 22:17, encontramos varias veces el vocablo peor como contracción del dios Baal-Peor, adorado por los hebreos antes de alcanzar Canaán, así que el término bien podría hacer referencia a la hornacina  (por abertura) de Baal o Casa de Baal. Si tomamos en cuenta las imprecisiones características de la Biblia y sin sepulcro o restos humanos fiables para confirmar la muerte y enterramiento de Moisés, habrá que creer por la fe lo que la arqueología y otras ciencias no han logrado confirmar.

Moisés anunció a un mes de la salida de Egipto que caería del cielo una comida llamada maná, cuando al parecer comenzaban a escasear las provisiones, y todos podrían recogerla sin almacenarla por aquello de que Dios proveerá. La ración diaria consistía en 1.300 gramos u Omer. La palabra maná se ha rastreado por algunos investigadores hasta el sánscrito, donde significa mente. Las Upanishas, un par de centenares de textos hindúes en sánscrito, la describen como una sustancia sutil, que sería una de las capas con las que estaría cubierta el alma, un concepto tan impreciso como confuso. Hablar con imprecisión es algo habitual en las religiones para apelar a los grandes misterios, que, desde el mundo inmaterial, parecen guiar el orden del cosmos. El médico Duncan MacDougall se propuso probar la existencia del alma con un experimento en el que registró el peso del cuerpo de un moribundo horas antes de morir y después de hacerlo y esto arrojó una diferencia de 21 gramos. Al margen de que fallos metodológicos impiden que nos tomemos en serio este tipo de ensayos, lo que hay de interés en este es el objetivo hacia el que apunta: probar que tenemos alma, aunque algunos hablaríamos mejor de conciencia, el conocimiento reflexivo de las cosas, concerniente también a la ética en cuanto concepto moral y filosófico. Los hebreos -que recibieron el maná para subsistir- piensan en una simple pregunta, que es la que aporta todo el significado al vocablo:"¿Qué es esto?". La Biblia lo describe como una "cosa granulada, menuda, fina, como escarcha sobre la tierra" con la posibilidad de ser recogida, pero Moisés advierte que no debe guardarse. Los que lo hicieron la primera vez, vieron que al día siguiente estaba llena de gusanos. Durante un tiempo se guardó en el Arca de la Alianza una jarra de oro con el maná, según la historia sagrada. De lo que se puede estar seguro es que este alimento no era nada del otro mundo, los hebreos siguieron añorando sus manjares de la esclavitud en Egipto. Las muchas penalidades por las que tuvieron que pasar hasta llegar a la Tierra Prometida pusieron en cuestión muchas veces su propia fortaleza y la confianza depositada en un solo Dios para alcanzar su destino.


Final del trayecto: la Tierra Prometida.

Fue Josué (o Jesús), nombre latinizado del hebreo Yehoshua o Yeshua del arameo, quien condujo a los suyos a la Tierra Prometida. La Septuaginta precisa que el término Ieosúa es una aproximación griega a Yehoshua o Yeshua, utilizado por primera vez tras la Crucifixión. ¿Por qué hago énfasis en la cuestión del nombre?. El uso del nombre Yehoshua  se perdió con el tiempo en las biblias occidentales para transformarse en Josué. Fue Moisés quien le cambio su nombre original de Oseas o Salvador por el de Yehoshua, cuyo significado remite a la raíz del verbo hebreo yah, traducido al español y por salvar y enuncia por lo tanto al que ha de ser salvado no a un salvador. El nombre resume siempre en el judaísmo la misión en vida de un individuo, tal sería el caso de Sansón cuya voz puede venir de tres vocablos hebreos: diminutivo de sol y los verbos fuerza y destrucción y es esta la historia del penúltimo juez de Israel, una fuerza de Dios para destruir a los filisteos. Leemos en Génesis que cada día de la creación Dios pronunció el nombre del objetivo a crear y Adam hizo otro tanto con los animales. La hagadá o tradición oral hebrea dice que Josué tuvo la misión de llevar a los hijos de Israel a la verdadera fe y recibió de Moisés el espíritu de la profecía. La importancia del nombre viene dada en suma por la misión del individuo, que en este caso tuvo primero un papel decisivo en persuadir a los israelitas de seguir hacia Canaán a pesar del desánimo tras la primera exploración ordenada por Moisés. Dios lo eximió, junto a Caleb, del castigo de no pisar la Tierra Prometida a pesar de que ambos formaban parte de los huidos de Egipto. Ellos habían estado entre los doce hombres destinados a la incursión para conocer cómo era aquella tierra y mostraron confianza en las promesas de Yahwéh. Josué había sido un colaborador cercano de Moisés, le acompañó a la montaña y confió siempre en las promesas del Señor, que le nombró para recibir el mando de la comunidad. Moisés - por orden de Dios- entró en el tabernáculo o Mishkán en su compañía y le invistió para esta nueva tarea con un rito especial y solemne, que encontramos en Números. La Mishná, tradiciones de la Ley y la sabiduría de los ancestros, dice que Moisés recibió la Torá en el Sinaí y la trasmitió a Josué, testigo de los últimos momentos del gran legislador, que se quedó sus vestiduras y guió a la comunidad después por las estepas de Moab hasta Jericó. “Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos. A él obedecieron los israelitas como había ordenado Moisés”. Deuteronomio 34:9. El rito de imponer las manos, presente en todos los credos, significa bendición. 

Como antes hiciera su mentor, Josué quiso echar un vistazo antes de entrar y envió espías a Jericó, primera ciudad a conquistar. Estos dieron con la prostituta Rajab, dispuesta a ayudarlos con la invasión, y trazaron con ella los planes para poder entrar. Hay un interesante rito de aproximación al río cuando los sacerdotes, con el Arca de la Alianza a hombros, apenas rozan el agua con los pies, el torrente se detiene cuando se paran en la mitad del trayecto y conminan al resto de la comunidad a atravesar el río, finalmente ponen los pies en la tierra de Canaán y el Jordán continúa su paso regular. Este río nace al pie del monte Hermón, donde tenía su ubicación la ciudad Cesarea de Filippo, sobre una meseta del valle del Alto Jordán, donde hoy encontraremos la ciudad de Banias. El recorrido es de 325 kilómetros desde Galilea al Mar Muerto y sus aguas raras veces son apacibles. En Cesarea de Filippo, se localizó una de las principales fuentes dentro de una tranquila cueva, sitio natural de adoración, en la que se rindió culto a algunas antiguas deidades semíticas antes de que los griegos erigieran un santuario a Pan, dios de la naturaleza, y a las Ninfas. El río rebasa sus ondulantes márgenes e inunda la amplia franja aluvial precisamente en primavera, alimentado por el aflujo de las lluvias invernales y el deshielo de las cimas del norte, ciertos lugares sufren incluso cambios tras la terminación de las crecidas. Parece difícil de creer que se detuvieran las aguas en plena primavera tras el deshielo y el aumento consecuente del caudal. En este suceso inexplicable en apariencia hay que ver una clara intención de los amanuenses de remedar lo ocurrido en el Mar Rojo. El río yace además sobre una placa tectónica, que comienza en el mar y se extiende hasta África, falla sobre la que reposa todo Oriente Medio, de manera que si la corteza terrestre se rompe y da paso a un terremoto, como en 1927, puede secar el río durante 20 horas. ¿Es esta la base del pasaje bíblico en el cruce del Jordán tomada como referencia por los escribas si tuviesen conocimiento de algo así ocurrido con anterioridad? Que toda la estrategia de Josué dependa de un fenómeno sísmico no cuadra con la necesidad del ataque, pero recuerdo aquí que la Biblia toma siempre historias pasadas para componer las suyas y haciéndome eco de muchos biblistas recomiendo no creer en los sucesos relatados en el Libro si hayamos una explicación racional a lo acontecido. Introducir lo del milagro del cruce del Jordán sirve para mostrar la hazaña de conquista de Josué, que expertos militares se han creído a pie juntillas hasta destacar a nuestro héroe como uno de los mayores estrategas de la Antigüedad. Si nos remitimos a hazañas similares como las de Josué, sin tantos milagros de por medio, un dato comprensible para cruzar sin peligro el caudal bravío sería colocar obstáculos para suavizar su paso, algo que la Biblia sustituye por el milagro de andar sin pisar las aguas hasta llegar a tierra. Cuando hace algunos años participé en un seminario sobre el Pentateuco y la historia deutoronimista, al examinar a Josué entendí que sus hazañas pretendían elevar la entrada a la Tierra Prometida por encima del éxodo, para lo cual los escribas debieron sacar los datos más interesantes de historias conocidas y divulgadas oralmente, porque los acontecimientos narrados en la épica de la guerra -como ocurre con el éxodo- solo pueden juzgarse por la fe y la reflexión religiosa. 

Lo más importante a tener en cuenta cuando leemos el Libro de Josué es que pretende demostrar que Dios cumple sus promesas a pesar de nosotros mismos, de ahí la frase "Si Israel no hubiera pecado le habrían sido dados los cinco libros de la Torá y el libro de Josué". Esto hace referencia a la muy difundida creencia judía de que lo relatado en este libro no es la Torá dada por Moisés en los cinco primeros libros, se le considera por tanto un complemento parcial y efímero, aunque nunca se haya dudado del valor y autoridad de lo narrado. Algunos biblistas han postulado con importantes argumentos de que se podría haber ampliado la  épica israelita  y alcanzar este texto, en cuyo caso estaríamos hablando de un Hexateuco, frente a los que siguen pensando en el Pentateuco como toda la historia narrada por Moisés. Un elemento muy importante de fe en el libro de Josué - porque se repite en otras ocasiones en la Biblia -sería el episodio que precede a la “conquista”: la llegada del ejército del Señor. Cuando el guía de los israelitas planeaba cómo rendir Jericó tiene lugar la inesperada y dramática aparición de un misterioso personaje con una espada desenvainada en plan de combate a quien le pregunta: “¿Eres un enemigo o de los nuestros?. El extraño le responde NO, pero enseguida añade: “...más como príncipe del ejército de Jehová he venido ahora”. A los efectos de la Biblia la mención del ejército de Dios nada tiene que ver con el ojo humano, como racionalmente tiene que ser ante la imposibilidad de verlo combatir, así que se habla siempre de una hueste angelical invisible, como cuando Cristo dice que tiene doce legiones de ángeles dispuestos a defenderlo. El tono religioso del pasaje indica una presencia sobrehumana en representación de Dios, así que el comandante del ejército de Josué es Dios mismo y si tenemos dudas podemos observar cuando el enviado le indica que se descalce porque está pisando suelo sagrado. Es el capitán del pacto, que ha venido a hacer creer a los hijos de Israel que Dios está al mando. En el N. T., el capitán del pacto es Jesucristo. Esta encarnación divina de ejército la vamos a encontrar en muchos pasajes bíblicos; nadie puede verla, solo el elegido.


Doce hombres en representación de las tribus legendarias toma cada uno una piedra para erigir más adelante un monumento o algo parecido. El lugar de la primera asamblea fue llamado Gilgal (en hebreo círculo de piedras), que Josué aprovecha para restablecer el rito de la circuncisión acabados de llegar a la Tierra Prometida, en un territorio identificado bíblicamente como colado de Aralot o de los Prepucios. La Septuaginta nos alerta que: “Junto a él, en la tumba donde lo sepultaron, depositaron los cuchillos de silex con que había circundidado a los israelitas en Guilgal...; todavía están allí”.  Durante la peregrinación por el desierto, el ritual del pacto con Dios no se había cumplido en las nuevas generaciones y hubo que hacerlo entonces.  A este propósito leemos lo dicho por Yahwéh : "Y los hijos de Israel acamparon en Gilgal y celebraron la pascua a los catorce días del mes, por la tarde, en los llanos de Jericó. Al otro día...comieron del fruto de la tierra, los panes sin levadura, y en el mismo día espigas nuevas tostadas" y el maná cesó después de esto. Completar la historia en cuestión incluía circuncidar a todo hombre en la comunidad para  celebrar la Pascua entre marzo y abril (mes de Nisán), fecha aceptada de la llegada de los israelitas a Canaán. La palabra española pascua tiene como referencia la latina pascuum, que alude al fin del ayuno, y esta a su vez se enraiza con la hebrea pesaj. Esta es una celebración muy antigua pagana cuando se agradecía a la naturaleza el paso del invierno al buen tiempo para la cosecha, pero al constituirse también en celebración de la huida de Egipto, nos remite al propio significado de pesaj, que puede interpretarse como pasar de largo, lo que hizo el ángel de la muerte del Señor al pasar de largo por las casas de los hebreos durante las plagas en Egipto. Saúl, primer rey de Israel, fue investido en Gilgal, pero hay al menos dos aldeas nombradas así en la Biblia aparte del primer campamento israelita: una ciudad cananea en la llanura de Saron, que en la Septuaginta se llama Galilea, y el lugar del que parten los profetas Elías y Eliseo tras la traslación del primero. La existencia de un ángel de la muerte está presente en varias religiones descrito como un ente que la causa o simplemente la observa para luego llevar a los muertos a la morada final. La Biblia no habla específicamente del personaje, pero la creencia popular es que dio muerte a los primogénitos egipcios y a los asirios invasores de Israel en nombre de Dios. La tradición judeocristiano lo asocia a los arcángeles Miguel, Gabriel, Samael y Sariel; los musulmanes lo reconocen en Azrael; y en la antigua Babilonia tomó el nombre de Mot. La palabra recibe una definición clara en el Talmud en la temible figura de Mal'akt ha-mavet. Toda alusión bíblica a Mot simbolizará la destrucción de los enemigos de Israel, según el libro de Duncan Heaster “El verdadero diablo”. La idea cananea de la victoria del dios del cielo sobre las fuerzas de la muerte -según Heaster- se transforma entre los israelitas en el triunfo sobre el mal del Dios único, fuente última del Absoluto. 



Josué colocó las doce piedras en el peto sacerdotal a su llegada a Canaán en representación de las doce tribus, aunque cada de uno de estos clanes adoraría a su propio dios, tendría su totem particular y sus propios atavíos religiosos como sabemos por diversas leyendas. Los israelitas llegados a la Tierra Prometida nunca convivieron, siempre estuvieron de uñas unos con otros y con sus vecinos. Levítico 8:8 registra el momento en que Moisés coloca el Urim y el Tumim sobre el pectoral llevado por Aaron. Estos dos elementos parecen ser algo diferente dentro del ritual del peto, el libro del Éxodo se encargó de refutar que se tratara incluso de los ónices sobre las hombreras del efod o vestido sacerdotal. El Urim y el Tumim tendrían su lugar sobre el corazón del Kohen Gadol cuando se situara ante el velo de acceso al sanctosantorum con el fin de hacer preguntas a la deidad, como hacían desde mucho tiempo atrás los servidores de los oráculos. A partir de este conocimiento, habrá que suponer que se trataría de las piezas portadoras del Sí y el No para recibir la respuesta de Dios. Tras alzar el altar en el monte Ebal, en cumplimiento de lo indicado por Moisés antes de morir de que “...levantaréis estas piedras sobre el monte Ebal (las que habían recogido los doce hombres n. e.)...Alzará allí al Señor, tu Dios, un altar de piedras que no hayan sido labradas”, todo indica que se entra a saco en la conquista.

El libro de Josué sirve a la introducción de la épica de la conquistas mediante una serie de guerras sucesivas de carácter muy singular, nos narra con lujo de detalles la caída de Jericó, desde la preparación hasta el ataque y la destrucción. Excavaciones arqueológicas han probado la existencia de esta ciudad, de las más antiguas habitadas del mundo, a 22 kilómetros de Jerusalén y a 10 kilómetros de las margen occidental del Jordán. El quid del debate académico se centra en que sobre la original fueron edificadas otras, lo que hace muy difícil precisar cual de ellas pudo ser la conquistada por los israelitas. La cronología bíblica afirma que cayó en el 1.406 a. n. e. con lo que los arqueólogos deberían haber hallado pruebas de tal destrucción a finales de la Edad del Bronce. El británico John Galstaad descubrió una serie de muros caídos y analizó la cerámica cananea del lugar dando por sentado que pertenecían al Bronce Final. Esto le llevó a afirmar que la ciudad fue destruida en el 1.400 a. n. e. aproximándola a la narrativa bíblica. La creación del estado de Israel trajo consigo nuevos trabajos de exploración y en 1950, la arqueóloga inglesa Kathleen Kanyon - colaboradora de Gaalstad-, contradijo categóricamente las afirmaciones de su predecesor. Kanyon precisó que no había nadie viviendo allí en la época de la supuesta conquista israelita. Aclaró que la cerámica encontrada era propia del Bronce Medio, es decir, de 1.550 a. n. e.. Tal afirmación puso en solfa la cacareada destrucción de Jericó por Josué y sus huestes, apuntando a que los israelitas llegaron a un sitio deshabitado y se plantaron allí sin más. De haber sido así, los 40 años de vagabundeo por el desierto - si es que esto fue real e incluso si la cifra no está inflada para hacerla coincidir con el significado numerológico- tendría como motivación aguardar el momento en que el territorio tuviera mejores condiciones para ser ocupado. Las excavaciones han demostrado que los muros de Jericó cayeron muchas veces antes por la falla del Jordán, con actividad sísmica frecuente. Tras siglos de pensar que Jericó, ciudad con 10.000 años de antigüedad, fue conquistada por los israelitas, todo se convierte en ficción en el siglo XX. Muchos teólogos e historiadores religiosos siguen hasta hoy dando por cierto lo dicho por Gaalstad y cuestionando en consecuencia los hallazgos de Kanyon.


En el libro de Josué se cuenta que una procesión de siete sacerdotes con siete trompetas o cuernos de carnero (sopherim), otros sacerdotes llevando el Arca de la Alianza y el “ejército de Israel” tienen orden de dar cada día seis vueltas en silencio en torno a las murallas. En el séptimo día, el estruendo de las trompetas haría que todos se detuvieran y el pueblo comenzaría a dar fuertes gritos, las murallas caerían y tendría lugar la destrucción total de Jericó. Los sacerdotes enseñan a los niños que fueron siete las vueltas alrededor de Jericó, pero no explican que eso fue una secuencia de días. "Una vuelta diaria por seis días y siete vueltas el séptimo para un total de 13 vueltas y los muros de Jericó cayeron...". Josué 6:1-7. Aprovecho aquí para especular sobre el objetivo de los espías enviados antes de la invasión, que bien podrían haber pactado con la prostituta Rajab dejar una cinta roja en su casa como aviso para indicar el momento idóneo para el ataque, algunos de sus compinches eliminarían a los guardias y abrirían las puertas. La Biblia dice que todos los hombres corrieron hacia las puertas y las incendiaron. El simbolismo teológico de lo acontecido en esa ciudad habrá buscarlo en las vueltas, el resonar de los sopherim y el clamor del pueblo y no en la caída de sus murallas, muy en consonancia con la creación del mundo por Dios con el estruendo de su voz, tal y como hace Ptah en la mitología egipcia. Al margen de estas reflexiones lo importante de la conquista de Jericó es que marca el contexto del establecimiento del Israel histórico. Lo ocurrido allí abrió las puertas a otros ataques sucesivos, según la Biblia. 
El Libro de Josué habla de una guerra relámpago en la que se conquistarán de un tirón Jericó, Jerusalén, Megido y Jazor y si crees todo esto ya dejas de cuestionarte el resto del relato de la conquista.

C
aen los muros de Jericó, el sol se detiene en Gabaón por orden de Dios y Jazor es incendiada hasta los cimientos y los perdedores resultan expoliados y muertos, me lo tomo verdaderamente como un milagro si tengo en cuenta que los recién llegado del desierto no eran propiamente un ejército, sino una muchedumbre de hombres, mujeres, niños y animales en busca de un lugar donde quedarse tras las vicisitudes sufridas durante tanto tiempo, a lo que se suma que Jericó había sido atacada en varias ocasiones anteriores y habrá que suponer que los habitantes corregirían sus defensas en prevención de nuevos intentos. Es probable que razonar esto provocara a los escribas para introducir al capitán de los ejércitos de Dios, la ayuda imprescindible para dar veracidad a la historia de la conquista y la destrucción de la ciudad si eres creyente. La verdad es que la mayoría de las ciudades referidas a la conquista han sido localizadas y excavadas y toda la historia se ha vuelto insostenible. Tomando como referencia las cartas de el-Amarna Canaán era una provincia egipcia, controlada por fortalezas, carros de combate y unidades de militares preparados con su capital provincial en Gaza y guarniciones claves al sur de Galilea y en el puerto y la ciudad de Jaffa, de los más antiguos del mundo en funcionamiento, a 48 kilómetros de Cesarea, antiguamente conocido como Joppe. Los príncipes regentes cananeos se limitaban a administrar el patrimonio de Faraón en la zona y no contaban con fuerzas propias. A la llegada de los israelitas, las murallas resultarían probablemente innecesarias, para entonces no se podía hablar del próspero territorio de antaño, muchas poblaciones habían quedado abandonadas, el tamaño de algunas se redujo y la población no pasaba de 100.000 habitantes. Jericó era leyenda cuando los hechos descritos en la Biblia la sitúan como cabeza de puente para la invasión y si hubo una caída de las murallas fue el efecto de un movimiento telúrico, harto frecuente en la zona, el resto forma parte del empeño bíblico en atribuir a los israelitas un pasado de conquistadores. Los eruditos Finkelstein y Silberman llaman a esto “espejismo romántico”.

Josué destacó como estratega militar en Ay, identificada hoy como Khirbet, según el relato bíblico, donde las excavaciones realizadas expusieron la ausencia de población en el Bronce Reciente, y respecto a Gabaón, identificada como Tell el-Jib, donde el sol se puso para facilitar el exterminio de la población, lo hallado data de la Edad del Bronce Medio y de la Edad de Hierro, nada del Bronce Reciente. La destrucción de las ciudades de Betel, Laquis, Jazor y otras pudo no haber sido la obra de los israelitas, las investigaciones apuntan mucho más allá y postulan una transformación del mundo antiguo en los últimos años del siglo XIII a. n. e. y comienzos del siguiente durante la cual desaparecieron enclaves de la Edad del Bronce y aparecieron fuerzas de ocupación sobre los antiguos reinos. En cuanto a la crueldad en la conquista reflejada en la Biblia, nos habla de una guerra santa, combinación de la exaltación teológica con un determinado desarrollo militar y las matanzas quedan justificadas para mayor gloria del Señor, tal y como se venía haciendo desde muy antiguo por otros dioses antes de la llegada de YHWH. Leemos en el Libro de Isaías 45 :Yo soy Yhwh, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se sepa desde el nacimiento del sol y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Yhwh y ninguno más que yo, que formé la luz y creé las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Yhwh soy el que hago todo esto". Tanto si creemos o no los hechos narrados de la conquista, lo que puede darse por seguro es que los pueblos allí asentados eran oriundos de la zona y se vieron afectados en lengua y etnia con la llegada de los filisteos en el 1.100 a. n. e. como prueban investigaciones históricas. Los mencionados en Josué fueron el efecto dominó de la dominación babilónica sobre sus súbditos, que les obligó a moverse a unos y a reacomodarse a otros y generó con esto una enorme ola migratoria en el corredor sirio-fenicio conocido como Canaán. Una mayoría de judíos, cristianos y musulmanes creen que la guerra santa no remite a las escrituras, en los evangelios no la mencionan y el Corán la percibe como una acción de purga contra pecadores individuales. La radicalización de la violencia en el judeocristianismo y el Islam responde a una pesada herencia venida de pugnas muy antiguas. Resulta duro para los creyentes judeocristianos aceptar que las religiones monoteístas se impusieron con el derramamiento de la sangre de los "infieles" en distintos momentos de la historia de la humanidad. A Yahwéh se le conoce como Adonai YHWH Tsebaoth o Señor Yahwéh de los ejércitos en libros del Éxodo, Salmos, Isaías, Jeremías y Amós, términos que sirven para mostrar su faceta belicosa. En Salmos leemos: "Bendecid al Señor, vosotros todos sus ejércitos, que le servís haciendo su voluntad". Estos ejércitos o enviados armados de Adonai aparecen no solo en Salmos, lo hacen también en Reyes I y II, en Crónicas I y II y en los textos bíblicos atribuidos a Nehemías, Isaías, Jeremías, Sofonías y Daniel. Cuando en el Evangelio de Lucas se anuncia el nacimiento de Jesús a los pastores, estos en principio muestran su temor por aquel ángel enviado del Señor por si fuera un mensajero de sus ejércitos.

 
Martin Noth llamó la atención de los biblistas en 1946 sobre indicios en el canon hebreo de una gran obra de recopilación, cuya redacción definitiva -desde un punto de vista literario- podría ubicarse como historiografía deuteronomista, empezando por el Libro de Josué y culminando en el de Reyes II.  A los efectos oficiales, Josué marca el inicio de los considerados libros históricos, si leemos las palabras iniciales, cuando declara a los israelitas que Vuestro territorio abarcará desde el desierto y el Líbano hasta el gran río, el Éufrates, y por el oeste, hasta el mar Mediterráneo” nos desconcierta cuando más adelante, en vísperas de morir a los 110 años, se contradice con la frase  La tierra que queda por conquistar es mucha”. Es imposible pasar por alto que se trata de un fracaso estruendoso, del incumplimiento de la promesa realizada por Dios mediante el líder de los israelitas. Josué fue sepultado en Timnat Séraj, en las colinas de Efraín, reclamado por el caudillo como heredad dentro del territorio asignado por él mismo a la tribu a la que pertenecía. El lugar se conoce también como Timnat Jeres, en la actualidad territorio cisjordano, llamado Kifl Hares, a 8 kilómetros de Nablus, la bíblica Siquén. "Y murió también toda esa generación, y se reunió con sus antepasados. Después de ellos vino otra generación que no conocía al Señor, ni sabía lo que el Señor había hecho por Israel". Jueces 2:9-11. Así llegaron los jueces, en el marco de la apostasía israelita y la adoración de los baales. Los palestinos ocuparon el lugar, se dieron a la tarea de saquear el mausoleo en el que se cree descansan los restos, no solo de Josué, sino de su padre Nun y de Caleb, y objeto de peregrinaje desde el año 1.258. Las Fuerzas de Defensa israelíes llegaron a un acuerdo con la Autoridad Nacional Palestina y los saqueos se interrumpieron por un tiempo, pero en 2018 se retomaron. 

El libro Sirácida, elaborado por Jesús, hijo de Sirac, probablemente un sabio de Jerusalén del año 190 a. n. e., texto conocido también como Sirácides o Libro de la Iglesia, dedica a Josué un largo pasaje para resaltar su espíritu guerrero, su misión profética como sucesor de Moisés, elegido para tomar venganza de los enemigos de Israel y dar posesión a sus hijos de su heredad. Esta especialísima mención del caudillo israelita, integrada a la llamada literatura sapiencial deuterocanónica del A. T., nos muestra la admiración de la época posterior al exilio babilónico por esta figura bíblica y explica por que los levitas prohibieron un ritual en el que se le veneraba como a un dios de la salvación. Hemos visto antes que Moisés cambió precisamente su nombre por el que debe ser salvado. De lo que trata el libro de Josué es, ante todo, de la autoridad de un jefe que recibe órdenes directamente de Dios y las comunica al pueblo para incentivarlo a atravesar el Jordán, de un hombre que construye una nación a partir del legado de un mecenas superior: Moisés. 



Llegamos al momento en que Josué se hace viejo y da al pueblo sus últimas recomendaciones, en una gran asamblea de todas las tribus, en la que remeda a Moisés en su final póstumo y repite todos los puntos importantes de la historia del pueblo, desde Abraham hasta la conquista, y renueva la alianza con Dios en el valle de Siquén. La escuela deutoronomista de las antiguas tradiciones recoge el mensaje del retorno a la antigua religión por los regresados del exilio y de la profunda fe de los padres en el Dios de la alianza. El Libro de Josué apuntala las etapas principales marcadas por las intervenciones divinas en torno a grandes acontecimientos: la Pascua, la circuncisión como sello de la alianza, la relectura de la ley en el monte Ebal y la renovación explícita de la alianza en Siquén. Los hebreos creían desde la antigüedad en un guerrero del Señor que les salvaría de sus opresores, que sería portador de la dinastía davídica con el ideal de una mayor justicia social. El sionismo moderno vislumbra algo así en la creación de un estado en Palestina. La Tierra Prometida y su conquista adquieran así una perspectiva mesiánica con el paso del Jordán y sus similitudes con la hazaña del Mar Rojo,  el maná, que empieza a conservarse en una jarra dentro del Arca de la Alianza, Dios les ha dado tierras a los hijos de Israel, combate hombro con hombro de su lado y les guía en los pasos a dar y éstos en reciprocidad le juran lealtad. Es cierto que desde la Antigüedad hubo textos oraculares que anunciaban un futuro de esperanza tras situaciones traumáticas, pero en los israelitas el mesianismo es el resultado de la elección, concretada en la alianza, apoyada en gestas salvadoras para crear una teocracia colectiva. Las promesas de Dios parecen haberse cumplido, los israelitas son dueños de su tierra, pero creen también que Yahwéh tiene designios de futuro para su pueblo preferido como sería gobernar sobre otras naciones. Josué es ese jefe guerrero nacional, que funda una nación tomando como herencia el legado de Moisés, repite los milagros de su mentor y la Biblia ni siquiera hace su biografía como hombre, no sabemos si tiene esposa porque su cometido es el que es: el héroe que lleva a su pueblo a la victoria y coloca los cimientos de la expansión. 


Cuanto más, mejor.


Las doce tribus se expandieron por la Tierra Prometida durante los siguientes cien años tras la muerte de Josué y aún tenían enemigos hostiles, mejor armados y formados: los filisteos, instalados en la franja costera de Canaán, como parte de la emigración de los llamados pueblos del mar. Los filisteos eran conocidos por su innovador uso del hierro en las armas y otros utensilios, muy superior al bronce de los israelitas y, según el Libro Samuel I, frustraron reiteradamente el desarrollo de Israel como nación durante dos siglos. La Biblia afirma que primero Samuel y después David les derrotaron con la ayuda de Dios. La decadencia filistea estuvo marcada, según la historia sagrada, por el enfrentamiento de David y el gigante filisteo Goliat, pero lo cierto es que dejaron de enfrentarse a los israelitas al tener enemigos más importantes como babilonios, asirios y persas, que les harían desaparecer con el tiempo. Los egipcios llamaban palusata (transcrito como peleset) a los filisteos. La tabla de la naciones del Génesis dice que eran oriundos de Mizraim (Egipto), aunque hay indicios modernos de que se instalaron en el país del Nilo procedentes de Creta, desde un lugar llamado Kaphtor. El nombre de Palestina, del griego palaistinei, proviene precisamente de la voz filisteos o peleset, sin vínculo alguno con los palestinos de la era moderna. La ignorancia sobre la vida y declive de los filisteos hace que adquiera una importancia trascendental el descubrimiento en julio de 2016 de un cementerio datado entre los siglos XI y VIII a. n. e. en Tel-Azkalon, una de las cinco primeras ubicaciones de ciudades saqueadas y conquistadas en lo que hoy conocemos como Gaza. Se establecieron en áreas desérticas y también en llanuras fértiles y bosques, donde la agricultura y la tala de madera incrementaron el comercio. Todo lo encontrado en 2016 compromete la visión -trasmitida por sus enemigos- de que se trataba de un pueblo rudo e inculto. Las cámaras funerarias abiertas muestran que cremaban a sus muertos. Se excavó un conjunto de 145 esqueletos, acompañados de perfumes, alimentos, joyas y armas, destinados a su viaje al más allá, tal y como hacían también los egipcios, de quienes es posible hayan adquirido la costumbre.

La situación política entre 1.230 y 1.220 a. n. e. dejó muchas ciudades abandonadas, luego ocupadas por los recién llegados, que en principio confiaron el gobierno a líderes locales conocidos como jueces con alternancia en el ejercicio del mando. Entre ellos descolló el legendario Sansón, del hebreo shemez o luz y del árabe saham'un. De los 14 jueces citados en la Biblia, Sansón figura como el decimotercero, descrito con una fuerza sobrehumana, capaz de matar con sus propias manos a un león o de acabar con todo un ejército con una mandíbula de burro, historias que nos recuerdan los trabajos de Hércules en la mitología griega. Cuando se describen las hazañas de Sansón, se antepone siempre la coletilla de que "el espíritu de Yahwéh le invadió" y "el espíritu de Yahwéh vino sobre él". Un mensajero del Señor hizo saber a su padre Manoa que tendría un hijo cuyo destino sería "liberar a los israelitas de los filisteos". El poeta y ensayista inglés John Milton prestó mucha atención al personaje de Sansón, con quien parecía identificarse, tal vez por una ceguera compartida, que en el héroe israelita surge al final de su vida antes de destruir el palacio del rey filisteo con todos dentro, incluido él mismo. Con Sansón agonista, más tarde unido a El paraíso encontrado para formar un solo volumen, los expertos en Milton creen que pretendió trazar un sutil juego de contrastes de significado político y religioso. Estas obras designan modelos de virtud diferentes extraídos de las sagradas escrituras, en el caso del juez una regeneración moral, que le abre el camino a la redención; en el caso de Jesús las tentaciones del Diablo evadidas en el desierto. El propósito del escritor -al decir de estos especialistas- es dar a conocer que Sansón obedeció a sus impulsos, en tanto Jesús asumió a conveniencia el papel de siervo y se sometió a la cruz.

La historia de este mítico juez -quien como el resto de sus iguales carecía de ejército para rechazar a los enemigos porque su única tarea era solventar los problemas de la comunidad, a la que juzgó durante veinte años- está plagada de vicisitudes, de dolor, de acciones para él inexplicables, que lo sumen en la angustia. Tuvo la osadía de tomar por esposa a una filistea y mezclar las razas, así que en venganza le quemaron la casa y mataron a su mujer. La confusión le hizo su presa con más intensidad. De ahí la pregunta a su madre: "¿Qué es lo que quiere Dios de mí?", a lo que la pobre mujer respondió: "¡No lo sé! Los caminos del Señor son inescrutables". La verdadera desgracia sobrevino con Dalila, sobornada por los filisteos para averiguar de dónde venía la fuerza sobrenatural de su amante. Ella le conquistó y se enteró que era en su pelo donde radicaba su fuerza por voluntad de Dios; un sirviente se lo cortó mientras dormía y ella lo entregó a sus enemigos. Nazareo desde su nacimiento, no bebía ni tomaba alimento fermentado alguno, ni cortaba su pelo. Una vez apresado por sus enemigos, le llevaron al templo del dios Dagon para mostrarlo como una atracción de feria a la muchedumbre, sus cabellos habían vuelto a crecer, el héroe israelita conocía el edificio por lo que la ceguera no era impedimento, pidió a su lazarillo que le permitiera apoyarse en las columnas, que sostenían el edificio ocupado en ese momento por 3.000 filisteos, oró entonces al dios de Israel, que le dotó de nuevo de fuerza para hacer caer toda la mole sobre él y todos los que estaban allí. Este episodio tiene propósito de que la infidelidad a Dios es la causante de todos los males y que si se le vuelve a acoger en el corazón él responderá y defenderá a sus seguidores. Jueces es el texto por excelencia de la apostasía, aparece en la Biblia para mostrar al temeroso de Dios hasta donde puede llevarlo renunciar a él y preferir a otros dioses o caer en el desenfreno y la lujuria. El colofón es por esta razón demostrar que solo la fuerza concedida por Dios es capaz de vencer a los filisteos.

El Libro de los Jueces figura en la TaNaJ y el A. T. después del de Josué, de manera que en él leemos todo lo ocurrido a los israelitas hasta el establecimiento de la monarquía, que trae la unificación definitiva. La generación surgida tras Josué no conoce a Jehová ni la obra que él ha hecho por Israel”. Jueces 2:10. El pueblo ha establecido alianzas matrimoniales con los cananeos y sirve a sus dioses y por esta razón Yahwéh lo entrega a sus enemigos. Cuando la opresión se recrudece y los israelitas claman al Dios verdadero en busca de ayuda, se propicia el clima religioso, político y social para el surgimiento de los jueces. Cuando los medianitas fueron derrotados por el caudillo Gedeón y sus hombres, Yahwéh no quiso que creyeran que lo había logrado por sí mismos, de ahí que les dijera que 32.000 eran innecesarios frente a un ejército de 135.000 porque ellos vencerían de cualquier manera al estar apoyados y en la gracia de Dios. El escenario desarrollado en este libro es el de la apostasía, la decadencia y el pecado, cuando los hombres se alejan de Yahwéh, una época descrita en la Biblia como tortuosa, en la que se registra la primera guerra civil cuando un levita llegó con su concubina al territorio de Benjamín y allí, durante la noche, violaron a la mujer y quisieron matarlos. "Vamos a tomar de entre todas las tribus de Israel diez hombres de cada cien, cien hombres de cada mil y mil hombres de cada diez mil para que consigan alimentos para el ejército. Luego el ejército irá a Guibeá, en territorio de Benjamín, para castigar a esa gente por esta ofensa...contra Israel". Jueces 20. Al cabo de varios días preguntaron a Dios si debían seguir haciendo la guerra a sus hermanos benjamitas y el Señor les dijo que sí, que les ayudaría a vencerlos. "Ese día el ejército de Israel mató a veinticinco mil guerreros de Benjamín. […]Destruyeron todo lo que encontraron, mataron los animales y quemaron todas las ciudades a su paso". Jueces 20. Las cifras resultan exageradas, pero suelen serlo en la Biblia.


La conciencia nacional judía fructificó con la humillación del cautiverio en Babilonia, donde los israelitas cerraron filas en la observancia de la ley y crearon una hierocracia de siglos de duración, cuya fuente de relatos la encontramos en P. La historia, evolución religiosa y puesta en marcha del monoteísmo recayó sobre ellos y los profetas o navim y hay que decir que si el monoteísmo se impuso en territorios dominados por muchos dioses antiguos fue debido a las leyes, prohibiciones y censuras promovidas por los yahveístas para evitar la idolatría de otros dioses. Las creencias posexílicas cambiaron en lo referente a las profecías, que no eran patrimonio único de los profetas, sino que su veracidad radicaba en los textos. Los navim funcionaron como ayudantes de los sacerdotes en el ritual o como escritores, que nada escribieron por si mismos, pero cuyos testimonios y profecías inundan el A. T. a partir de fuentes orales. Todos prometían al pueblo elegido por Dios buenos tiempos y la derrota de sus enemigos en momentos de la mayor humillación y esclavitud a que fuera sometida la comunidad, adaptando el deseo a la voluntad de conseguir un mejor futuro. 

El primer centro religioso y capital de los israelitas durante 369 años fue Shiloh o Silo, administrado por el clan de Efraín, al que pertenecía Josué. La existencia de esta localidad ha quedado probada con las excavaciones realizadas en el Tell Shiloh, en el sur de Samaria, en el centro de Cisjordania. La arqueología ha demostrado que existió desde el asentamiento israelita en Canaán hasta el establecimiento del reino de Israel, desapareciendo tras la subida al trono de Saúl, el primer rey. Jeremías atribuye su destrucción a la maldad del pueblo, aunque la realidad es que las tribus fueron incapaces de mantenerse unidas, como he mencionado antes, tenían sus propios rituales y totems religiosos de manera que no consideraban a Dios como su rey y, sin embargo, el elemento cohesionador era la religión y su culto, primero practicado en Siquén, actual Tell Balata, en territorio cisjordano, que abarcó hasta el período de los jueces, y luego Shiloh, que aparece mencionado por primera vez en Génesis por la bendición de Jacob a Judá: "No será quitado el cetro de Judá ni el legislador de entre sus pies hasta que venga Shiloh y a él se congregarán los pueblos". Los investigadores no se ponen de acuerdo con la etimología de la palabra, que en la versión aramea del Tárgum de Onkelos remite al vocablo moshlo, gobernador o compositor de parábolas. Un tárgum es la traducción del griego al arameo, en ocasiones defectuosa,  de la compilación realizada desde el Israel más antiguo hasta el cautiverio babilónico. 

Los especialistas coinciden en datar las bendiciones de Jacob en el tiempo anárquico de los jueces, cuando no existía una conciencia nacional. Estas bendiciones fueron dirigidas en especial a Judá y Efraín, al resto de tribus se les dedican reproches o reflexiones sobre el entorno geográfico y social y es en ellas donde Judá recibe precisamente la preeminencia entre los otros clanes por Jacob "hasta que venga aquél a quien pertenece (el cetro)". Son versículos escritos en el momento en que Judá- que había formado parte del reino de Israel con la monarquía unificada- , tras la muerte de Salomón volvió a llamarse reino de Israel, con mucho menos territorio. Lo de que los pueblos le darán obediencia alude a la época davídica, a las conquistas sobre los amonitas, moabitas y la parte meridional de Siria. La importancia de esta zona se perdió  con la destrucción de Jerusalén en el 586 a. n. e. frente a la invasión de los babilonios y solo se recuperó con el regreso de los exiliados de Zorobabel, que se dedicaron a reconstruir la ciudad y erigir un nuevo templo. El profeta Ezequiel anunció su destrucción tres siglos después como si no hubiese tenido lugar para señalar que permanecerá así "hasta que venga aquel  a quien de derecho le pertenece  y a él se la daré". La referencia alude a un futuro rey y Mesías de la dinastía davídica. Zacarias señala a Zorobabel, alma de los repatriados, como un futuro Mesías al emprender la restauración. El Targum de Onkelos expresa también la llegada del Mesías a quien pertenece el reino.


Siquén no fue conquistada sino asimilada por la tribu de Manases, quien reutilizó un templo de la Edad de Bronce, que figura en la Biblia como El-Berit o Dios de la Alianza - excavado en el siglo XX- para reforzar los votos del pueblo de Dios. La ciudad respiraba desde hacía 4.000 años. En Hechos 7:15-16 leemos que Esteban, primer mártir cristiano, afirmó que “Jacob bajó a Egipto donde murió él y también nuestros padres, y fueron trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que había comprado Abraham a precio de plata a los hijos de Jamor, padre de Siquem”. Flanqueada por los montes Gerizim y Elbal, su vegetación es exuberante y con abundante agua, aún en la actualidad, y en tiempos de las sagradas escrituras estaba considerada como el único lugar hermoso desde Dan a Beerseba. Los israelitas la escogieron como santuario para agradecer y fortalecer el pacto con YHWH y por esta razón Josué no derribó el susodicho templo. Como importante enclave estratégico y comercial de aquellos tiempos, había sido fortificada desde época temprana con muros de piedras enormes, que durarían sin cambios significativos hasta el Bronce Tardío, según ha demostrado la Arqueología. Por un texto de execración egipcio (son los escritos sobre figurillas de cerámica con el nombre de los enemigos, destruidas mediante la cremación) sabemos que fue un lugar de incursión de los egipcios. Tras haber sido destruida por el rey asirio Salmanasar V, Siquén recobró importancia cuando se convirtió en capital de Samaria en la época griega. Los samaritanos practican allí sus festividades y culto y se cree que el Sumo Sacerdote de la sinagoga está para proteger el Pentateuco samaritano, que ellos consideran el original y afirman data de la muerte de Moisés, lo que puede apoyarse en que Esdras, a su regreso del cautiverio, trajo consigo las leyes reconstruidas por él mismo. Cuando Jesús aparece en el Evangelio de Juan hablando con la samaritana lo hace cerca del pozo de Siquén, ahora en el interior de una iglesia ortodoxa oriental en forma de cruz del siglo XIV. El Génesis afirma que Jacob situó dioses extraños en Siquén, aunque se deshizo de ellos antes de su salida a Betel. La ciudad figura como lugar de refugio en Números, Deuteronomio y Josué y tras la partición del territorio en norte y sur fue considerada capital norteña por el rey Jeroboam. Siquén en hebreo significa hombro o sierra, pero podría transcribirse también como contorno. 

El profeta, sacerdote y último de los jueces Samuel ocupa el segundo lugar en importancia política tras Moisés al marcar la transición del tribalismo a la monarquía. Si la tensión había tenido un matiz religioso entre el paganismo cananeo y el nomadismo yahveista, en ese momento se trasladará a la teocracia y la monarquía. Se daban las condiciones socio-económicas para pasar de un modo de producción igualitario o tribal a la primera sociedad estratificada o monarquía y esto ocurría en la última parte del siglo XI a. n. e. La datación no pretende ser una camisa fuerza porque pasar de un régimen a otro es un proceso largo, pero habrá que darle un punto de referencia en la historia. Lo que contribuye a acelerar el proceso es que los filisteos habían masacrado a los israelitas y Samuel iniciaba un movimiento para su expulsión. Este hombre justo, uncidor de los dos primeros reyes, Saúl y David, fue educado en Shiloh y su tiempo inicia el de la tradición profética bíblica.  El profeta -en su acepción más utilizada- remite a aquel que lleva la palabra de Dios o de los dioses, recibida por revelación, al común de los mortales, llamado en otro tiempo oráculo. El profeta solo habla, anuncia, dice, la tradición profética es un proceso por el que se elaboran los textos basados en estos oráculos sin correspondencia con el momento en que se data su recopilación, aunque resulta una manera legal de adivinación para no menoscabar la figura de Dios. Nada otorga a la Biblia el rango de profética solo por reflejar la palabra de los profetas anteriores y posteriores, o incluso de los mayores, como Isaías, Jeremías y Ezequiel, porque estamos tan solo ante la constatación de hechos acaecidos.

Los israelitas corrían peligro de extinción ante el desgaste por las numerosas guerras, en especial contra los filisteos, y es probable que empezaran a pensar en disponer, como otros pueblos, de un liderazgo fuerte y carismático. Algunos escritores desarrollan la idea de que el reinado de Saúl podría ser considerado el eslabón perdido entre la transición del tribalismo a la monarquía tributarista en un proceso para nada sencillo como ocurre siempre que se pasa de una forma de gobierno a otra. La insatisfacción por el nuevo régimen prevaleció durante toda la monarquía y esto hizo emerger a los más críticos del estado: los profetas. Todavía convivían dentro del naciente modo de producción la última sociedad sin clases, los campesinos, con un aparato estatal y esto es lo que provoca la oposición por la interferencia clara del grupo dominante sobre la producción. Tanto si argumentamos una defensa militar dadas las circunstancias como hablamos de tener un rey al igual que los vecinos, la monarquía traerá desigualdad social, política y económica en una dimensión hasta ese momento desconocida. Es lo que hace a Samuel arrepentirse a la hora de su muerte de la implantación del nuevo régimen.

La destrucción del templo y la capital israelita por 369 años en Shiloh coincide en la narrativa bíblica con el momento en que el rey Abimalec, hijo de Gedeón, mata a sus 70 hermanos y se corona a sí mismo. Habría que considerarlo el primer monarca de Israel, pero su manera de llegar al trono carecía de los requisitos aceptados por Dios y su reinado solo duró dos años. Los israelitas habían pedido antes a Gedeón que reinara, fue tal vez el primero a quien el pueblo ofreció el mandato, y lo rechazó, recordando a la comunidad que Dios era el que debía reinar sobre todos ellos. A este personaje se le menciona en el capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos del N. T., junto a otros héroes de la fe, y ocupa el quinto lugar en la lista de Jueces. Al conocer que su padre había sido propuesto como rey, Abimalec se creyó con derecho a serlo y Dios le juzgó - como también a quienes le apoyaron- enviando un mal espíritu ( un ángel de muerte), que le hizo caer de una herida mortal de la manera más estúpida en Tebes al lanzar una mujer una rueda de molino desde una torre. El rey creyó que resultaría más viril la muerte a manos de su escudero y pidió a este que le rematara para borrar la imagen de haber sido aplastado por la rueda, pero el Libro Samuel II da crédito a la primera versión. El amanuense del Libro de los Jueces utilizó la palabra dominado para referirse a la tiranía de Abimalec sobre Israel, un término que apunta a ser único en la Biblia, al parecer introducido para dejar ver toda la infamia del gobernante y aportar razones para que no figure como primer rey de los israelitas..Los restos de cenizas encontrados en las excavaciones en Tell-El-Balata o Shiloh dan fe de un incendio devastador, que destruyó el santuario y la ciudad, lo que confirma el relato de Samuel sobre el destino de aquel sitio sagrado durante siglos.
 
Ana, madre de Samuel, lo consagró a Dios apenas nacido como agradecimiento por concederle la maternidad. Varias mujeres estériles y/o muy ancianas en la Biblia paren por la gracia de Dios, un recurso al que echan mano constantemente los escribas. El canto Magnificat, atribuido a la Virgen María por el Evangelio de Lucas, es en realidad la alabanza por el nacimiento de Samuel. El plagio aparece cuando se relata que María llega a casa de Zacarías y saluda a Isabel, quien lleva en su seno a Juan el Bautista. La criatura se revuelve y he aquí que Isabel dice: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!", lo que se convierte en un canto de loa a Jesús no nato identificado como Magnificat. En Samuel I, encontramos que es su madre Ana quien entona el himno, tras ofrecer a Dios a su pequeño, que será profeta de Israel. Florentino Diez, en su obra Guía de Tierra Santa., afirma que el pasaje ha sido objeto de numerosos análisis de biblistas y exégetas y centro de algunos comentarios autorizados de la Iglesia católica y sirve a las Vísperas en la liturgia de las Horas, siendo el más conocido en relación a la Virgen María, en detrimento de Ana, cuyo hijo Samuel tuvo a su cargo neutralizar el regreso de los israelitas a los viejos cultos a Baal y Asera, invitándolos a seguir depositando su fe en Yahwéh, que les había ayudado a ganar batallas. La pintoresca leyenda tejida alrededor del profeta y juez apunta a que mantuvo a raya a los enemigos de Israel mientras vivió, pero la Biblia atribuye siempre y únicamente la victoria frente a los filisteos a David, sobre el que Dios había tendido su manto protector.



La monarquía unificada.

El concepto de reino en la época israelita era la noción de estado, con un jefe, patriarca de una numerosa familia de tribus a las que debía proporcionar buena vida y librarlas de sus enemigos, de manera que no se trata solo de un tipo de gobierno sino de una ideología. Los babilonios consideraban a la monarquía un don posdiluviano de la divinidad, el rey era reconocido como el elegido de Dios, que le otorgaba inteligencia y sabiduría, formando con él una unidad. La entronización era un acto simbólico, que, en el caso de Israel, radicaba en la unción. Los reyes eran los ungidos de Yahwéh, que hacía descender sobre ellos el rúaj o espíritu vivificante. Algunos jueces con una figura regia entre los judíos recibieron también la rúaj, según relata el libro de Jueces. .En la Biblia aparecen tres palabras, que pueden ser traducidas como alma o espíritu: la néfesh, la rúaj y la neshama. Todas las creencias sobre el alma van asociadas a la resurrección de los muertos, fue creada al principio de los tiempos y metida en un recipiente llamado cuerpo o gueuiyá. La Septuaginta tradujo al griego el término basar o carne por soma, sin que esto lleve aparejada la caducidad humana, ni una diferencia entre carne y huesos, cuerpo y alma aparecen así en el judaísmo como dos principios cuyas funciones serían equivalentes. Lo vivido durante el exilio babilónico condicionó un giro importante respecto al cuerpo, origen y sede de la pasión. Se representa al hombre compuesto de alma y cuerpo, aún cuando este último es corruptible y el anterior inmortal. Para el judaísmo tradicional, la sangre es la portadora de la néfesh, sobre ella descansa el espíritu o la rúaj, referida a las emociones y sentimientos de que somos portadores, y el alma o la neshama, compendio de deseos, sabiduría y entendimiento; ni más ni menos, una trinidad en un mismo cuerpo.  


Saúl, primer rey o melej de los judíos, estaba destinado por Yahwéh a librar al pueblo de los filisteos. Antes de ser ungido como tal, se le conocía como caudillo o na-ghidh, título conferido también a otros dos reyes, David y Ezequías. El rey de reyes sería el Melej Maljel Hamelajim. En Apocalipsis 19. 11-16 se exalta a Jesucristo como rey de reyes. El A. T. confiere el título de monarca a quien debe nacer de la estirpe de Jacob; constituido por el Padre como tal en el monte santo de Sión, que recibirá al pueblo como herencia y en posesión, los confines de la tierra. Predice también que su reino no tendrá límites y estará enriquecido por la justicia y la paz. El modelo de monarquía en Israel imitaba a los de Moam, Edom, Amom y Aram. La presidida por Saúl se asentó en medio del vale del Jordán, con Galaad al este y la montaña de Efraín al oeste.


Las investigaciones de las últimas décadas y los descubrimientos arqueológicos y de otros campos académicos descartan el retrato idílico construido por la Biblia sobre la "época dorada" de Israel durante los reinados de David y Salomón, sus historias forman parte de siglos de vendernos una imagen de independencia y de unidad nacional con el trasfondo de una religión basada en la adoración sin fisuras de un único Dios, que otorgó a los israelitas el rango de pueblo elegido. El sentido de la realeza durante el reino unificado de David y Salomón fraguó en la literatura sapiencial, una nueva forma de entender la vida con Dios, con el prójimo y con uno mismo, profundamente vinculada al pueblo de Israel. Los textos en hebreo o protocanónicos como Proverbios, Job y Qóhelet (Eclesiastés) y otros identificados como deuterocanónicos, escritos inicialmente en griego, como la Sirácida (Eclesiástico) y la Sabiduría forman el conjunto de libros sapienciales. Algunos autores incluyen el Cantar de los Cantares, Salmos y Lamentaciones y otros prefieren considerarlos poéticos, como es mi caso. Estos libros, junto al Eclesiastés y la Sabiduría, fueron descartados por la TaNaJ, aunque acogidos en el canon católico del A. T. Cuando se habla de sabiduría en este contexto, el concepto va asociado a Dios, lo que apunta a que en la ley divina se concentra todo lo que el ser humano necesita saber. La literatura sapiencial pertenece a la experiencia humana, teniendo como forma básica de expresión la parábola o proverbio (mashal en hebreo n. e.) y constituye un género y una tradición especiales y diferentes a lo que hallaremos en la Torá y en los Nevim. Los datos dispuestos hasta el momento impiden establecer con claridad cuándo comenzó la actividad sapiencial en Israel, pero se sabe que fueron los centros de culto los espacios apropiados para difundirla. La apocalíptica, nacida en la cultura hebrea, y luego asimilada por el cristianismo durante los períodos griego y romano, hunde sus raíces en la literatura sapiencial. Se ha constatado una fuerte actividad sapiencial durante el reinado de Salomón, lo que explica que se le hayan atribuido, entre otros textos, los Proverbios, el Qóhelet y la Sabiduría, escritos además en primera persona.

L
os sabios tuvieron tanto peso como los sacerdotes y profetas en la toma de decisiones en la comunidad en la época de la monarquía unificada. La Septuaginta se encargó después de plasmar las ideas helenísticas sobre este régimen y confirió a David y Salomón unas cualidades nobles y divinas. En el 932 a. n. e. se separaron los reinos de Israel, en el norte, y Judá, en el sur un proceso que finalizó para los norteños en el 721 a. n. e. con la invasión asiria y para lo sureños en el 586 a. n. e. tras la invasión y destrucción de Jerusalén por los babilonios..  Tras esta división sobrevenida poco después de la muerte de Salomón, Dios sigue diciendo al pueblo elegido que preservará el legado eterno de una promesa de supervivencia y redención final para la descendencia de David y esta es la esperanza que sostuvo siempre las expectativas mesiánicas en el judaísmo durante siglos.



El compendio de las tradiciones de los diferentes clanes, traídas desde distintas épocas, creó la teología del pueblo de Dios como si formara un tronco común desde Abraham, cuya razón de ser se apoyaría en Yahwéh. O al menos es lo que entendemos al leer la Biblia, en especial los Libros de Samuel y de Reyes, integrantes de la Historia Deuteronomista. Los cristianos re-interpretaron el contenido de ciertas profecías bíblicas y de los salmos hasta convertirlos en una referencia explícita a Jesús en el papel de heredero de la promesa de Dios. El Cantar de los Cantares se ha visto siempre por la cristiandad como la expresión del amor de Dios hacia la Iglesia en vez de como un verso erótico, inspirado por una mujer "negra, pero bonita". Agustín de Hipona escribe en La ciudad de Dios sobre "las promesas hechas a David en su hijo, que no se cumplieron de modo alguno en Salomón sino en Cristo, y con la máxima plenitud". Los cristianos asumieron las expectativas mesiánicas judías en torno a la dinastía davídica, vigente 425 años, y las hicieron fundamento de su fe, viendo a David y a Salomón y a otros reyes de la dinastía como  anunciadores del que vendría, que sería crucificado en Jerusalén para resucitar al tercer día, todo lo cual tendría lugar en cumplimiento de la añeja historia bíblica.


Lo que ha llevado a los eruditos a descartar la existencia de un reino propiamente dicho en la época de Saúl es que la administración se hallaba muy descentralizada, ni siquiera puede darse por sentado que hubiera un sentimiento de identidad nacional compartida. Gabaón era el centro de poder y del interés expansionista israelita, sabemos de las campañas contra los filisteos por el rey guerrero, su incursión contra los amalecitas del desierto y de su última batalla en el valle de Jezrael. El texto bíblico menciona también a otros enemigos como los moabitas, los amonitas, los edomitas, las huestes del rey Zobah, además de los amalacitas, pero son datos carentes de historicidad, las crónicas masoretas ni siquiera reflejan el tiempo en que pudo reinar Saúl. Samuel I parece apuntar a dos años en un párrafo en apariencias inacabado, lo que dio espacio a los amanuenses para convertirlos en 21 años. La administración y el gobierno de Saúl debió tener un carácter familiar: el jefe del ejército era su primo Abner. El reino abarcaba las tribus de Efraín y Benjamín, con cierta influencia en partes de Judá y el valle de Jezrael, por lo que puede decirse sobre el mapa que era pequeño, con su capital en Gabaa (identificada como la moderna Tell el-Full), lugar de su nacimiento y su residencia tras alcanzar el trono, pero en modo alguno puede considerarse que reinó sobre todo Israel, su régimen fue más bien de tipo patriarcal.


Nunca se habla de los egipcios como una amenaza real y poderosa, en todo caso figuran como enemigos externos de los filisteos, con historias de conflictos regionales de violencia, traición y dominación entre egipcios, filisteos y clanes de las tierras altas. La arqueología y la historia no aportan referencias a los hechos narrados en la Biblia para responder a por qué los filisteos dispusieran de un ejército de intervención en zonas tan distantes de sus asentamientos costeros cuando en realidad eran una fuerza mercenaria al servicio de Egipto en Canaán. Cuando la potencia faraónica declinó, los filisteos lograron sobrevivir y reforzarse y pasaron a formar parte de la historia bíblica como personajes claves a pesar de que la Biblia menciona únicamente aquellas batallas y alianzas entre egipcios y filisteos ocurridas mucho antes del momento en que se escribe la historia sagrada. Los filisteos figuran no solo en los relatos bíblicos sino en otros extra-bíblicos como los anales egipcios, en los que se les identifica como parte de los pueblos del mar, que, según las investigaciones más recientes, podrían haber venido del Egeo o del sur de Anatolia, llegando a asentarse en la zona costera de Gaza y Hafa, en la aún egipcia Canaán, lo que les llevó a estar más cerca de los israelitas. Los filisteos obtuvieron su primera victoria en Ebenezer y se instalaron en los territorios de Efraín y Benjamín. Durante esta batalla, se apoderaron del Arca de la Alianza, que estuvo en sus manos varios meses, y esta catástrofe nacional hace que los ancianos vayan a Ramá a ver a Samuel y pedirle un rey.

Cuando Samuel nació, Elí era el Sumo Sacerdote, de la familia de Aaron, pero no descendiente de Eleazar, el primogénito. Este Kohen Gadol tenía un corazón débil y permitió a sus hijos degradar el culto a Yahwéh, así que le condenó a no expiar jamás la iniquidad de su Casa y en menos de un día da muerte a sus hijos e instala en su lugar, de manera excepcional, a su sacerdote favorito: Samuel, que era levita y no aaronita. Los profetas eran un poder en sí mismos, con frecuencia más importantes que el propio rey y los sacerdotes. Había varias maneras en las que el pueblo podía conocer la voluntad de Dios aparte de la ley escrita: mediante el oráculo en el Arca de la Alianza para que fuese contestado al propio sacerdote utilizando el efod y el Urim y el Tumim; por la voz de los profetas; o por un sacrificio para recibir las señales. Con el reinado de Salomón, vuelve a ocupar un aaronita el puesto de sumo sacerdote, en la persona de Zadoc, que sí era descendiente del primogénito Eleazar.

A pesar de las reservas mostradas por Samuel hacia la nueva forma de gobierno, Yahwéh le ordena consagrar a Saúl, que había mostrado valentía, dotes de caudillo y la ira norteña por salvar a los suyos.“¡El Señor te unge como jefe de su heredad! Reinarás sobre el pueblo del Señor y le salvarás del poder de los enemigos que le rodean”. El sacerdote y profeta sería el encargado de preparar al rey para su función antes del ungimiento, lo arregló todo para que la comunidad le aceptara y luego renunció en consecuencia a su cargo de juez, quedando como el último de los jueces en la lista. Con el nuevo rango, Saúl recibe también el título de mesías en el sentido literal del término hebreo mashiah o el ungido y se convierte así en el guerrero que llevará a Israel a ganar muchas batallas frente a amonitas, amalecitas y filisteos. Al principio Saúl se mostró reticente, incluso se escondió un tiempo para evitar recibir la honra real. La capacidad de profetizar le vino por su asistencia a las escuelas de profetas creadas por Samuel. Este rey no cayó hasta que Dios le hizo su enemigo por haber entrado en excesos y desconocer los mandatos de Yahwéh


El nuevo sistema resultaría un cambio drástico en las estructuras políticas y sociales conocidas por la comunidad. Este es un período para el que solo disponemos de la Biblia como fuente, carecemos en consecuencia de la seguridad que proporcionarían otros textos. La opción de nombrar a un rey parece la más certera en principio, aunque Samuel advierte que será un régimen opresor. Lo que prima en esta urgencia en realidad es la incapacidad de la comunidad de confiar su destino a Dios y depender de éste para defenderse de sus enemigos. La Historia Deuteronomista se encarga de dejar claro que la instauración de la monarquía no fue la mejor opción. Samuel se presenta como su firme opositor, lo que no fue óbice para que, llegado el momento, ungiera a los reyes Saúl y David, en este último caso a la chita callando porque Saúl seguía en el cargo, a pesar de no contar ya con el favor de Dios. La elección de Saúl podría achacarse al menos a tres tradiciones diferentes, una de las cuales sería la votación, aunque la más aceptada es que su ascenso estuvo dictado por su victoria en la batalla contra los amonitas en Jabes de Galaad. Los ancianos del lugar se vieron en un serio aprieto por el rey amonita Nahas, quien les exigió rendición y que extrajeran a cada habitante el ojo derecho como escarnio para Israel. Los ancianos entonces pidieron siete días para encontrar a alguien que los defendiera. El rey amonita estaba tan seguro que fallarían en la tarea de unir a los clanes en el propósito, que accedió a la solicitud. Llegaron unos mensajeros a la aldea en la que vivía Saúl, quien regresaba del campo con el ganado de su padre, y al escuchar el reclamo de Nahas el “espíritu de Dios vino a él”, cortó en trozos a dos bueyes y envió mensajeros por todo Israel con la amenaza de que tal cosa ocurriría a quienes no se sumaran a su cruzada contra los amonitas, logrando así una fuerza de trescientos mil israelitas y treinta mil de Judá, según la Biblia. Las acciones de Saúl permitieron la derrota de los amonitas y liberaron a la ciudad, a lo que el pueblo dijo “¿Quienes se oponian a que Saul fuera nuestro rey? A estos los mataremos” a lo que el victorioso guerrero respondió: “No morirá hoy ninguno, porque hoy Jehová ha dado salvación en Israel”. El pueblo proclamó su adhesión al monarca en Gilgal, ungido por Samuel, quien pudo haber sopesado de alguna manera en su elección la propia procedencia del monarca: la tribu de Benjamin, la más pequeña y menos relevante, lo que evitaría la controversia o los celos en el resto de clanes, a lo que habría que sumar su gran talla física y sus dotes guerreras.

Contra los filisteos se combatía casi a diario en un tipo de guerra de guerrillas, una batalla a campo abierto habría resultado una derrota estrepitosa, como la de Guilboa, en el valle de Jezrael, que costó la vida a tres de los hijos de Saúl, llevándolo al suicidio. La leyenda lo presenta gallardo y hermoso, este último vocablo utilizado para exaltarlo como el candidato lógico. La Biblia revela también que era honrado, digno de confianza, considerado con sus padres y promisorio ante la gran tarea que tenía por delante. Al inicio de su reinado Saúl mostró gran respeto por la ley mosaica y hacia el Dios único, pero “la conciencia de su propio poder, aparejada con la energía de su carácter, lo desvió hacia un desinterés incauto de los mandamientos... su celo en la prosecución de sus planes lo llevó a adoptar medidas violentas y desastrosas. El éxito en las cosas que emprendía le hizo creer en su ambición desmedida, llevándolo a una orgullosa rebelión contra el Señor, Dios de Israel”. El Libro Samuel I centra casi toda su atención en Saúl, David aparece solo cuando leemos de la locura y ambición del rey israelita, que persuaden al Señor a ceder el mandato a un hombre del sur, de la tribu de Judá, mandatada a dirigir a la comunidad desde mucho antes por las bendiciones de Jacob. Era difícil de aceptar esto por el resto de tribus, por eso en principio rigió solo en Judá para después hacerlo también en Israel, unificando en la práctica a las tribus.

Saúl murió porque no guardó la palabra del Señor, según las enseñanzas bíblicas. Cuando los filisteos se concentraron y fueron a Sunen, el rey no consultó al Dios de Israel y prefirió a una medium, a pesar de que él mismo había expulsado a los adivinos y hechiceros del reino. Para entonces, Samuel había muerto y el rey se sintió atemorizado ante el tamaño del ejército filisteo. Es cierto que su leyenda afirma que se dirigió al Señor, pero este no le respondió ni en sueños, tampoco mediante los profetas o el Urim y el Tumim, así que disfrazado llegó a Endor para que la vidente evocara a Samuel, que se sintió molesto por haber sido convocado y le dijo al rey: “El Señor se ha alejado de ti y se ha vuelto tu enemigo”. […] tu no cumpliste con él en la batalla contra los amalecitas”. En la batalla de marras, Saúl cumplió solo en parte lo ordenado por Dios a través de Samuel de aniquilar sin piedad a todo ser viviente y perdonó la vida al rey y además de quedó con los animales a los que Yahwéh había ordenado exterminar también. “El Señor te entregará a tí y a Israel en manos de los filisteos”, le dijo el espectro de Samuel.  

La muerte de Saúl se narra así en Samuel 31: “Los filisteos fueron a la guerra contra Israel, y los israelitas huyeron ante ellos. Muchos cayeron muertos en el monte Guilboa. Entonces los filisteos se fueron en persecución de Saúl, y lograron matar a sus hijos Jonatán, Abinadab y Malquisúa. La batalla se intensificó contra Saúl, y los arqueros lo alcanzaron con sus flechas. Al verse gravemente herido, Saúl le dijo a su escudero: «Saca la espada y mátame, no sea que lo hagan esos incircuncisos cuando lleguen, y se diviertan a costa mía». El escudero se negó a llevar a cabo tan terrible encomienda y el rey hubo de hacerlo por sí mismo dejándose caer sobre su espada. Cuando los filisteos llegaron a Guilboa, decapitaron el cadáver de Saúl, le quitaron las armas y enviaron mensajeros para proclamar la noticia de su derrota. Las armas fueron depositadas en el santuario de la diosa Astarté y el cuerpo fue colgado en el muro de Betsán. Los habitantes de Jabes Galaad decidieron hacer una incursión para recuperar los restos del rey y sus tres hijos y los incineraron al regreso al pueblo. Los huesos fueron enterrados a la sombra del tamarisco de Jabés y se guardaron siete días de ayuno.


El rey Aquis conminó a David y a los suyos a participar en aquella guerra, a lo que respondió el futuro rey de Israel, que le servía como mercenario : "Ya verá su Majestad de lo que es capaz este caudillo suyo". Los comandantes filisteos desconfiaban del hebreo, así que al monarca no le quedó otra que enviarlo de regreso a Siclag, zona que le había asignado para que viviera con su familia y sus banda. Encontró que la ciudad había sido arrasada por los amalecitas y sus habitantes llevados como cautivos, entre ellos sus dos esposas y familiares de sus hombres, así que el naghidh pidió ayuda a Dios para garantizar su triunfo y el rescate de los suyos. La Biblia dice que recuperó lo robado y compartió el botín con los moradores de aquellas aldeas en las que había vivido con sus hombres mientras Saúl le daba caza. Fueron estos grupos los que le proclamaron rey en Hebron, que le veían como un caudillo capaz de defender y proteger a la comunidad. Su historia de bandolerismo en las tierras altas de Judá sufrió un proceso de maquillaje con su ascenso al poder y sus cualidades fueron plasmadas en el rito conocido como apología, muy difundido en Oriente Medio entre los usurpadores para legitimar su estatuto. Que David fuera escogido por Dios como sustituto de Saúl obedece al interés de colocar al sur por encima del norte en la fuente J. Los sureños vivían en una zona aislada del resto del territorio y carecían de valor estratégico, político u económico que tentara a sus vecinos. Finkelstein y Herzog, basándose en encuestas para la localización y los cambios en los patrones de asentamientos poblacionales, muestran que entre los siglos XVI al VIII a. n. e. -período que integra los reinados de David y Salomón- la región montañosa de Judá apenas estaba habitada, se calcula que no tenía más de 5.000 pobladores, y en cuanto a las áreas urbanizadas no pasaban de  una veintena de aldeas. 


El relato bíblico se abstiene de presentar a David como un traidor o un asesino peligroso y en cambio habla de un audaz combatiente, admirado por aquellos a quienes defendía, un salvador y protector, un líder, lo que en el futuro le dará réditos una vez alcanzado el poder, cuando necesitaría el apoyo de la gente y la interacción social de los clanes. Lo primero a tener en cuenta es que la historia del caudillo se escribió 200 años después de su reinado, como ha ocurrido con otras sagas, incluida la del propio Saúl, a partir de historias trasmitidas orales sobre circunstancias o sucesos del siglo X a. n. e., cuando se disponía de escritura y las tierras altas experimentaban un período de crecimiento demográfico en algunas de las antiguas ciudades cananeas de los valles fértiles. Algunos estudios apuntan a que la crónica sobre el ascenso de David abre las puertas a la categoría de entidad nacional alcanzada por Israel, al menos nominalmente. La historia de este monarca está muy detallada en los libros de Samuel y Reyes. De los 40 años del reinado de David, siete transcurrieron en Hebrón y 33 en Jerusalén.

No puedo dejar pasar la oportunidad para remarcar el lado paradójico de la subida al trono de David: era de Judá, fue un poderoso rival para Saúl, a quien sirvió de escudero y arpista, y estaba empleado como mercenario, junto a sus hombres, del mayor enemigo de los israelitas: los filisteos, en el momento en que Samuel, a espaldas de Saúl, le unge como rey. Cuentos populares tempranos sobre un jefe de bandoleros, que asume el gobierno de Judá, y las acciones filisteas en la zona se hacen pasar por hazañas de David, según Finkelstein y Silberman, quienes creen que su ascenso en Samuel I tiene "paralelismo distintivo con la actividad de un típico cabecilla apiru y su banda de rebeldes. […] dictan sus propias reglas y establecen desvergonzadamente alianzas políticas cambiantes, cuyo único interés es la supervivencia". Samuel dice que "devastaba el país, sin dejar vivo ni hombre ni mujer, agarraba ovejas, vacas, burros, camellos y ropa y se volvía al país de Aquis", rey filisteo de Gat, poderoso y agresivo, que le cedió la zona de Sicelag desde donde David salía a saquear a otras tribus. 


El territorio sobre el que gobernaba Saúl tendría unos 40.000 habitantes, frente a 5.000 de Judá, aislada y remota, lo que incidió en el desarrollo económico diferente de estas regiones, según los registros arqueológicos. En tanto el norte gozaba de prosperidad, el sur era lo contrario. En Galaad, una meseta fértil, de gran capacidad agrícola, se han sacado a la luz los mayores asentamientos de la época, con un denso sistema de asentamientos destruidos o abandonados al principio de la Edad del Hierro correspondiente al núcleo del reinado de Saúl en las tierras del norte de Jerusalén. El abandono de tales poblaciones se ha fechado en el siglo X a. n. e., cuando la Biblia afirma que había paz y prosperidad bajo el reinado de Salomón. Los estudios científicos no han logrado encontrar pruebas de la existencia de una administración monárquica en Jerusalén, así que el compendio de historias muestra el conflicto entre las tradiciones orales locales y las integradas después en el libro más leído del mundo. La Jerusalén del siglo X a. n. e. era una pequeña y pobre aldea de las tierras altas, escasamente poblada y sin grandes fortificaciones.  Un siglo de excavaciones en la Ciudad de David en territorio israelí arrojan restos muy escasos de los siglos XVI y mediados del VIII a. n. e. con detritos de erosión y ninguna construcción regional imponente. De haber sido la capital de un reino, debería haber contado con recursos para disponer de un ejército de mercenarios, recaudar tributos y mantener una guarnición militar, tal y como afirma la Biblia, pero esto no se ha logrado probar. La destrucción de la ciudad, atribuida en principio a la expansión de la monarquía unificada, tuvo lugar un siglo más tarde de lo descrito en la Biblia. Los ejércitos profesionales, la conquista de nuevos territorios y las grandes construcciones, según la arqueología, son del siglo IX a. n. e., lo que en realidad coincide con la dinastía Omrí, del reino de Israel.


Omrí obtuvo el poder mediante un golpe de estado militar, estableció una nueva dinastía  en el norte con su capital en la colina de Samaria, comercial y militarmente estratégica y más importante que Jerusalén y gobernó desde allí, como después lo haría su hijo Acab, como puede leerse en el único libro bíblico en el que se da cuenta de este reinado. Si bien el texto sagrado pretende minimizar la relevancia de esta nueva dinastía, tuvo tal repercusión entre los vecinos que en la documentación asiria se designa a los reyes de Israel como la Casa de Omrí  hasta mucho tiempo después de su caída. Israel parece haber llegado a ser en esa época de los estados más poderosos de la zona con la llegada de esta Casa, que gobernó en el norte y el sur durante tres generaciones y se la conoce como politeísta. La Biblia hace énfasis, por esta razón en que su decadencia y exterminio se debió a la mano del Dios de Israel como castigo a su idolatría por otros dioses. La reina Jezabel, esposa de Acab, recuperó el culto a Baal y Astarté, como se hacía en su natal Tiro, y su esposo ordenó erigir santuarios a estos dioses, lo que consiguió un sincretismo religioso, intolerable para los profetas, a pesar de que Yahwéh nunca había dejado de ser el dios nacional de Israel. El profeta Elías encarna la más estricta tradición yahveísta, el cronista bíblico introduce el personaje en el momento en que el culto a Yahwéh se hallaba amenazado por el sincretismo religioso. "Acab hizo el mal a los ojos de Yahvé, más que todos cuantos le habían precedido", dice el profeta, quien cumpliendo la voluntad de Dios se presenta ante Acab y le recrimina su adoración por Baal. Convoca entonces a toda la comunidad en el monte Carmelo y a 450 sacerdotes baalistas, protegidos por  Jezabel. Pregunta al pueblo a qué dios siguen y este no responde, entones reta a los baalistas a que invoquen a su dios para que encienda un holocausto, pero estos no dan importancia a un acto religioso así, entonces Elías - único profeta de Yahwéh -porque Jezabel había ordenado matar a los otros, según la Biblia- invoca al dios de Israel para realizar el sacrificio y despues apresa a los 450 sacerdotes de Baal y los degüella con sus propias manos. Huye tras esta matanza en la creencia de que Jezabel tomará represalias y Yahwéh le dice que unza a Eliseo como su sucesor. 

Durante los dos siglos de existencia del reino de Israel, sucedieron con rapidez nueve dinastías, algunas de ejercicio muy breve, y otras más prolongadas como las de Omrí y Jehú. Israel era al principio un reino más grande, próspero y económicamente fuerte, pero debido al pecado de idolatría de Jeroboam, primer rey norteño tras la diarquía sobrevenida con la muerte de Salomón, la inestabilidad política pasó de un gobierno a otro, según pretende la Biblia que creamos, eliminando las circunstancias geopolíticas y sociales que llevaron a su desaparición como la invasión asiria para hacer pasar la desgracia como el castigo de Dios. La decadencia había comenzado en tiempos de Salomón por el desafecto y descontento del reino hacia su gestión y la depravación moral que le rodeaba.

La leyenda dice que David nunca imitó a los reyes de su entorno disponiendo de una cohorte de esclavos, sino que afirmó los ideales tribales de una sociedad igualitaria y ejerció su autoridad como administrador de justicia. Al trasladar a Jerusalén el Arca de la Alianza, símbolo secular de las tribus del norte, logró una cierta unidad nacional, sostenida por el control ejercido desde la propia monarquía. La unificación de las tribus, como sostiene su leyenda, creó un reino de Egipto a Mesopotamia, convirtió a Jerusalén en su capital y forjó la nueva alianza con Yahwéh. La alianza de Dios con David -según narra Samuel- es una recompensa, que le permite reinar para siempre a él y a sus descendientes. "Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme eternamente". El gesto conciliador del monarca de trasladar el Arca de la Alianza a un santuario cercano a Jerusalén se vio reforzado con el nombramiento de dos sacerdotes: Abiatar y Zadoc. David ambicionaba ser el constructor del gran templo de Dios para depositar la reliquia, pero el Señor decidió conceder el honor a Salomón. La centralización política lograda por David y su búsqueda de nuevos horizontes de grandeza, que se respira en la Biblia, encuentra apoyo en los profetas, proclives a la expansión territorial como forma de difundir el monoteísmo a otras naciones mediante el sometimiento. El destino de Israel y la dinastía davídica se funden así en una sola entidad, que da paso al mesianismo. El oráculo de Balaam, que aparece en Números, referido a un mago de Mesopotamia que se hace llamar así y predice el triunfo de los hijos de Jacob, es también una exaltación a la figura de David, a quien Yahwéh nombra su siervo, titulo solo conferido a aquellos elegidos para una misión divina. A Saúl nunca se le otorgó. Cualquier conducta inadecuada de la descendencia de David podía obtener un castigo divino, más nunca la aniquilación de la dinastía como había ocurrido con Saúl. 

Al decantarse por la monarquía como sistema de gobierno, Israel había entrado en el ideal del centralismo y el absolutismo imperantes en las monarquías orientales. Todo indica en los textos bíblicos que cuando se pretende centralizar el poder surge la necesidad a su vez de disponer de un Templo único.  Los cronistas hacen hincapié en la importancia de la dinastía davídica, pero destacan también la imposibilidad de que fuera David el ejecutor de esta necesidad al atribuírsele la carga pecaminosa de haber participado en demasiadas guerras y derramado mucha sangre. El profeta Natán es uno de los que ve mal que Yahwéh permanezca en una unidad móvil - aunque hasta entonces se le había considerado con un nomadismo similar al de las tribus que protegía-, luego vemos que este mismo sacerdote se retracta más adelante al entender que establecer un santuario permanente es contrario a la tradición israelita. David buscaba estatificar la religión en un centro religioso único y en un lugar donde nunca había sido adorado el Dios de Israel: en Jerusalén, conquistada por él a los jebuseos. La construcción del Templo la lleva a cabo Salomón y declararlo el centro nacional en Jerusalén es obra de la aparición tardía del Deuteronomio como uno de los textos atribuidos a Moisés. Tanta es la importancia del santuario y de ubicarlo en Jerusalén, que la primera tarea de los regresados del exilio babilónico fue la de construir otro como hemos visto en párrafos anteriores.  

Reyes I cuenta la grandeza de los reinos de Judá e Israel y en particular la de Salomón. La tribu de Judá perdió su preminencia con la destrucción de Jerusalén en el 586 a. n. e. ante los babilonios. Crónicas II, primera de las historia posexílicas en tomar forma, omite todo lo negativo de los reinados de Salomón y Ezequías y ha quedado establecido por los biblistas que fue compilada y redactada por un levita entre los siglos V y IV a. n. e.  para mostrar a los israelitas que todos juntos, repatriados y asentados, sacerdotes y laicos, podían llegar a constituirse en una teocracia. En la TaNaJ aparece con su título más antiguo, Hechos de los Dias o Dibre hayamim, en un solo volumen. Como indica este nombre se trata de anales, diarios y/o crónicas de momentos importantes para la comunidad. La Biblia griega o Septuaginta la tituló Paralipómenos o historia de las cosas omitidas, y así aparece también en la Vulgata latina. Fue Martin Lutero el que las empezó a llamar Crónicas y ese el nombre con el que se conoce en el cristianismo.  El Tabernáculo, relacionado con Moisés y sus casas de encuentro en pleno desierto, fue llevado al Templo por Salomón, junto con el Arca de la Alianza. En tiempos de Samuel, Templo y Tabernáculo eran lo mismo. La fuente P habla de ceremonias y sacrificios a la entrada y lo coloca en el centro de la vida religiosa de Israel. Esto no es fortuito porque la fuente sacerdotal, la más extensa de la Biblia y A. T. cristiano, tiene por cometido registrar la religiosidad extrema. Crónicas I y II fueron en principio un solo texto temático, que resultó dividido en dos partes tras la traducción al griego o Septuaginta, con una primera parte dedicada a David y, la segunda, a Salomón. Es en las Crónicas donde encontraremos el papel unificador de David entre las tribus. La fuente sacerdotal pone énfasis en la centralización del culto y la formalización de la división entre sacerdotes aaronitas y levitas.

Ezequías, descendiente de Acab y decimotercer rey de Judá, carecía del favor de Dios debido a las tropelías de su padre. Acab había despojado al templo y el palacio real del oro y la plata para sobornar al rey de Asiria, e hizo pedazos los útiles sagrados del culto, cerró las puertas del santuario e erigió altares en todo los rincones de Jerusalén, con la inclusión del sacrificio a los dioses. Durante su reinado se alió con los asirios y se convirtió en protegido del imperio más importante de la época. Su hijo Ezequias procedió a destruir los santuarios construidos por Salomón y la figura de bronce en forma de serpiente o nejustán de la época de Moisés, a la que los israelitas seguían llevando ofrendas como representación de Baal. Baste saber que la Biblia recuerda a este rey como el que "hizo lo que el Señor aprueba, igual que su antepasado David". Reyes II 18:3. Su devota labor religiosa incluyó la desaparición de los santuarios rurales a fin de debilitar el liderazgo regional de los clanes y reforzar la unidad del estado. El rey convocó a todo Judá y también al reino de Israel para celebrar la Pascua, en fecha tardía, cuando Israel se hallaba bajo la amenaza asiria y había entrado en decadencia económica y política. El reino teocrático y de la adoración verdadera se vió aislado y rodeado de enemigos cuando los asirios tomaron Samaria y deportaron a los habitantes del reino de las diez tribus y repoblaron la zona con otros grupos. Cuando años después los asirios rodearon Judá, Yahwéh envió a su angel para que en una sola noche matara a 185.000 soldados asirios y provocar su retirada y el pueblo de Israel gozó por un tiempo de paz. Las fuentes J y E, escritas por personas residentes en Judá, en la primera, y en Israel, la segunda, se fundieron tras dos siglos de división territorial al dejar de tener presencia las tribus. Fue durante Ezequías que se elaboró el primer borrador del relato unificador de la historia del pueblo elegido, ampliada y editada en siglos posteriores.

El registro bíblico no dice de manera explícita que Salomón concediera el rango de sumo sacerdote a Zadoc, cuya importancia deriva de ser vidente y/o profeta, pero había que cubrir la vacante y el rey ignoró deliberadamente a Abietar porque le desafió. Este era un sacerdote levita, que vivió durante los reinados de Saúl, David y Salomón y fue testigo de la masacre de los sacerdotes de Nob ordenada por Saúl, la ciudad sagrada desde la que huyó para unirse a David. El que sería segundo rey de Israel le dijo:"Bien sabía yo aquel día, porque allí estaba Doeg el edomita, que sin falta él lo informaría a Saúl (de que David se escondía en ese lugar n. e.). Yo personalmente le he hecho mal a toda alma de la casa de tu padre. Mora, pues, conmigo. No tengas miedo, porque quien busca mi alma busca tu alma, porque tú eres uno que necesita protección conmigo". Al subir al trono, David restituyó a Abietar su rango, aunque para evitar conflictos con el resto de tribus mantuvo a Zadoc, de lo que no puede inferirse la existencia de dos sumos sacerdotes oficiando como uno solo, en sustitución de Ahimec, asesinado en Nob. Lo que vino después es que Zadoc estuvo ocupando un lugar secundario y ascendió cuando Salomón lo nombró para el ejercicio y desterró a Abiatar, que había servido a David durante décadas y disfrutaba de su amistad y confianza, pero en la batalla por la sucesión del trono se decantó por Adonías.


Salomón fue fruto de la relación adúltera de David con la esposa de su lugarteniente Urías. Los detalles lo podemos leer en Samuel II, donde se precisa que tuvo lugar en primavera, época en que el rey permanecía en palacio, alejado del campo de batalla. El monarca sorprendió a Betsabé bañándose desnuda y dijo a su guardia que la trajera a su presencia para fornicar con ella. La esposa de Urías se negó en principio, respondiendo al rey que era fiel a su marido, pero la voz del soberano tuvo más peso al decirle “¡También a tu rey!”. De ese primer encuentro, quedó embarazada de una niña, que murió durante el parto, según la Biblia,“por castigo de Dios”. El profeta Natán advirtió al rey que Dios desaprobaba su conducta, sobre todo porque David jugó al despiste con Urías trayéndolo del frente de combate tras haber mancillado su honor y sugiriéndole -para solapar la preñez de Betsabé, que acusaba el adulterio- que yaciera con su mujer. Le dijo que se “lavara los pies” en su casa, a lo que el hitita se negó alegando el código de honor de los combatientes de abstenerse de yacer con sus mujeres hasta terminar la batalla. La Biblia está llena de expresiones como lavarse los pies, yacer a los pies de, conocer a, para evitar decir fornicación, recordamos que Abraham "conoció" también a su nonagenaria esposa Sarai y de este "conocimiento" nació Isaac. David ordenó entonces a sus hombres que posibilitaran la muerte de Urías, quitándole todo apoyo en el campo de batalla, dejándolo solo a merced de los enemigos, en el momento en que la lucha fuese más cruenta. Betsabé guardó el luto debido a su esposo y luego pasó a formar parte de las mujeres de palacio; el rey la dejó embarazada de un varón, al que pusieron por nombre Salomón, de la raíz hebrea shalom o shalomo, que significa paz o pacífico.


Cada sociedad arrojará prácticas sexuales con la persona equivocada al estudiarlas. A los humanos nos cuesta mucho resistir la tentación, si exceptuamos a los ascetas, y hasta ellos debieron de recurrir a medidas extremas como la castración o el retiro a lugares lejanos y solitarios para huir del deseo. Estamos entre las escasas especies que se aparean cuando la hembra no está ovulando, lo hacen también el chimpancé y el delfín. Los humanos practicamos sexo durante el embarazo, cuando la mujer amamanta al bebé, en la pos-menopausia y en la menstruación. El adulterio había quedado definido en el A. T. cuando en Oriente Medio existía la poligamia y los hombres podían tener cuantas mujeres desearan siempre que no pertenecieran a otro. El castigo para hombres y mujeres dependía del lugar del acto: de tener como marco la ciudad, ambos serían ejecutados al inferirse el consentimiento; de realizarse en zona rural o aislada se ejecutaba solo al hombre porque se partía del supuesto de que la mujer se habría resistido sin que la oyeran. Puede que la medida nos parezca extrema, pero hablamos de comunidades tribales, en las que la sangre y los lazos familiares pesaban mucho. Si una mujer daba a luz a un hijo de otro hombre ponía en peligro a los legítimos herederos de la tierra, violaba el linaje varonil, ¡tan importante! como seguimos comprobando hoy día en una sociedad con un basamento machista. El adulterio resultaría por tanto un enorme riesgo. Baste decir que César Augusto promulgó en Roma una serie de leyes para regular las relaciones fuera del matrimonio, castigando a los culpables a ser lapidados hasta la muerte y de forma pública en el Anfiteatro. Este castigo cumplía la doble finalidad de que la sociedad participara y que aquellos tentados de yacer con la mujer ajena se abstuvieran ante el temor de morir.


La rivalidad entre los hijos de David muestra un momento harto complicado con la violación de su hija Tamar por otro de sus vástagos, el primogénito Ammon. El rey David se enfureció al enterarse, aunque se abstuvo de castigar a su hijo preferido, por lo que Absalón, hermano de sangre de Tamar, lo asesinó en un acceso de furia y huyó al norte, donde pasó exiliado varios años entre los arameos. David y sus oficiales lloraron amargamente, el rey lo hacía todos los días, el dolor de la pérdida se había vuelto insostenible para el monarca y lo llevaba a una ostensible desesperación. El rey lamenta la muerte del heredero legítimo al trono debido a algo tan trivial como la violación de su hija. Las mujeres entonces no eran objeto de respeto o consideración por parte de los varones, no importa el estatuto que tuvieran. Cuando cesó el dolor y enfado del rey por la muerte de Amnón, quiso ver de nuevo a Absalón, quien a su regreso conspiró contra su propio padre, viejo y cansado, y le obligó a huir a Jerusalén. Una vez que esta rebelión fue sofocada, David regresó a la capital del reino y se encontró con que sus hombres habían dado caza y matado a su hijo a pesar de sus órdenes de no tocarlo. David lloró mucho al enterarse y exclamó: "¡Quien me diera que muriera yo en tu lugar, hijo mío, Absalón!". 

David reinaba, pero estaba muy viejo y cansado, así que Adonías, el último heredero legítimo, decidió también disputarle el trono y se coronó rey y ofreció sacrificios. Confabuló con Abiatar y con Joab en el intento de llegar al poder. Este último había sido el artífice de la muerte de Absalón, había capitaneado a las huestes de David contra Isbaal, hijo de Saúl, y en la Biblia figura como un hombre de confianza del monarca. Había tramado también sacar del medio a Urías, y aunque de cierto modo parece inclinarse por Absalón en su disputa por el poder, luego le da muerte para recuperar el favor de David. Si damos crédito a todo esto podemos llegar a la conclusión de que ninguno de los principales del reino pensaba en Salomón como sustituto. Este es el momento de que David recuerde su promesa de elevar a Salomón al trono y he aquí que los amanuenses traen a escena a Betsabé, quien le recuerda al rey su compromiso. “¿Acaso no había jurado su Majestad a esta servidora que mi hijo Salomón lo sucedería en el trono? ¿Como es que ahora el rey es Adonías?”. El profeta Natán, que tanto había abominado de la relación de David con Betsabé (claro que esto estaba referido a cuando tuvo la niña, que nació muerta, no cuando integró su harén tras la muerte de Urías), interviene en este diálogo para poner de relieve la falta de confianza de David en él al no haberle confiado que Adonías sería a su muerte el rey, le dijo que su hijo había sacrificado toros, terneros y ovejas e invitado a comer y beber a los comandantes del ejército y al sacerdote Abietar, que gritaban : “¡Viva el rey Adonías!...¿Será posible que su Majestad haya hecho esto sin dignarse comunicar a sus servidores quien lo sucedería en el trono?”. David ordenó entonces al sacerdote Zadoc que montara a Salomón en la mula real y junto a funcionarios de la corte le llevaran a la fuente de Gihon, que abastecía de agua a Jerusalén, para ungirlo como heredero al trono. “Después regresen con él para que ocupe el trono en mi lugar y me suceda como rey, pues he dispuesto que sea él quien gobierne a Israel y a Judá”.

Dentro de la teología judía, Salomón debería haber sido considerado un bastardo sin derechos de herencia, pero en su unción concurren los siguientes factores: había sido designado desde mucho antes como el sucesor por el propio David, según recuerda Betsabé, y había mostrado mucha valentía al arrebatar el poder a Adonías, que a tales efectos sería el usurpador. Estos elementos tienen peso suficiente para hacerlo pasar como legítimo vástago de la Casa de David con pleno derecho. El nuevo rey se abstuvo de tomar represalias contra su hermano, pero cuando comprendió que él y sus secuaces seguían conspirando ordenó darle muerte y también a Joab, conformándose con desterrar a Abiatar diciendo: "¡Vete a Anatot, a tus campos! Pues mereces la muerte, pero en este día no te daré muerte porque llevaste el Arca del Señor Soberano Jehová delante de David mi padre y porque sufriste aflicción durante todo el tiempo que mi padre sufrió aflicción". Zadoc, cuyo nombre significa justicia y/o rectitud, tuvo entonces su gran oportunidad, Salomón lo designó como la máxima autoridad del Templo. Era descendiente de Eleazar, primogénito de Aaron, ayudó a David durante la revuelta protagonizada por su hijo para arrebatarle el trono y apoyó a Salomón, como hizo también el profeta Natán, que no apoyaba una usurpación del trono por la fuerza. Los datos de que dispongo indican que el sumo sacerdocio estuvo a partir de entonces en manos de los sadoquitas hasta las revueltas macabeas del año 167 a. n. e. Josefo definió a los saduceos como belicosos, en cuyas filas se integraban ricos y poderosos.

Los descendientes de Zadoc se establecieron como unidad política cuando el sumo sacerdocio fue vendido por el rey seléucida Antíoco IV Epífanes a Jasón, hermano de Onías III, Sumo Sacerdote hasta el año 175 a. n. e., según el libro Macabeos II. Luego pasó a Menelao, hermano del administrador del templo. Estos cambios habían traído a Jerusalén costumbres griegas, se impuso el culto a dioses como Zeus y se persiguió a los judíos fieles a la Ley. Al sacerdote Matatías y a su hijo Judas Macabeo, entre otros, se debe la rebelión que logró la purificación del Templo en el año 164 a. n. e. Onías III y sus seguidores se negaron a reconocer la nueva situación y establecieron otro templo en Leontópolis, Egipto, nombre dado por los griegos a dos ciudades en el Delta del Nilo, que tenían como dioses principales del nomo al dios y diosa en forma de león conocidos como Mithos y Shu, descubierto accidentalmente por arqueólogos británicos en el siglo XX, pero del que se tenía conocimiento por fuentes y escritos antiguos. Hubo otro gran centro en Egipto dedicado a Yahwéh, el de Elefantina, y ambos se mencionan en el Talmud. Este último en una isla que sirvió de primer asentamiento judío durante la conquista de Alejandro el Magno y puesto de avanzada a las tropas que combatieron a sus órdenes. Los saduceos auparon a Juan Hircano como Sumo Sacerdote y Rey, precursor de un nacionalismo expansivo y agresivo con el que conquistó pueblos vecinos, obligándolos a judaizarse. Se crucificó a 3.000 fariseos durante las diferencias religiosas entre estos y los saduceos, agudizadas en los reinados de Hircano y sus descendientes. La viuda de Janeo, Alejandra Salomé, que reinó entre el 76-67 a. n. e., rehabilitó a los sacerdotes fariseos y rechazó la hegemonía saducea, de manera que a la llegada de los romanos eran los fariseos los que cortaban el bacalao. Estos se habían formado como entidad política en el siglo II a. n. e., al igual que los saduceos, pero lograron sobrevivir a través del judaísmo rabínico, palabra derivada del hebreo rabbi o maestro. Vemos entonces que los rabinos son en sus orígenes farisaicos y con el tiempo se constituyeron en la máxima representación del judaísmo dirigiendo las sinagogas. 


Lo que sabemos por la Biblia sobre Salomón y David carece de valor histórico al entrar en discrepancia con la realidad de un territorio serrano, pequeño y aislado, que desconocía la escritura, carecía de la administración compleja asociada a los imperios y a la prosperidad comercial como ha demostrado la ciencia. La historia de David y Salomon se sostiene en los cambios registrados por la caída de Israel ante los asirios y al hecho de que si Judá logró mantenerse en pie un siglo más fue por la pobreza de su territorio, nada atractivo para los potenciales invasores o saqueadores. La ocupación de Samaria no había supuesto el destierro para todos, muchos permanecieron en sus aldeas y siguieron cultivando la tierra, es la gente que entraría en la leyenda de las "tribus perdidas de Israel", referidas a las diez radicadas en el norte, un mito presente en Reyes II 17:6 donde leemos: "en el año nueve de Oseas, el rey de Asiria tomó Samaria, y llevó a Israel cautivo a Asiria y los puso en Halah, en Habor, junto al río Gozan, y en las ciudades de los medos". En el siglo X a. n. e., existían pobres aldeas y duras condiciones de vida en Jerusalén, según todo lo encontrado hasta ahora y el reino de Judá desconocería la organización o centralización propias de un estado hasta el siglo VII a. n. e., coincidiendo con el reinado de Manasés, hijo de Ezequías, quien trajo una economía de supervivencia a fin de que el territorio saliera del hueco en que había caído tras el paso de los asirios. Friedman afirma que la organización monárquica de Manasés es la que sirve de modelo para la leyenda de Salomón. La arqueología ha probado que las puertas halladas en Jasor, Meggido y Guezer, relevantes centros administrativos, junto a la capital del norte Samaria, datan de los siglos IX y VIII a. n. e., por lo que no pueden asociarse a las supuestas construcciones salomónicas como se creyó durante largo tiempo. La tradición ha atribuido al hijo de David historias muy relevantes del momento cumbre del reino del norte, con el fin de brindar a su imagen la autoridad sobre Judá e Israel cuando fue Ezequías quien integró a los refugiados del norte en un nuevo reino/nación, obra continuada por su hijo Manasés, según Friedman.


La leyenda de Salomón, la llegada de David al trono y la sucesión dinástica reflejada en la Historia Deuteronómica forman parte del mensaje de que no se puede desobedecer a Dios sin llevarse su merecido, presente en la compilación de la reforma religiosa del rey Josías, cuando emerge el Deuteronomio como por arte de magia. Si hacemos una recapitulación veremos a Saúl perder el apoyo de Dios por sus delitos, a David sufrir desgracia tras desgracia por sus debilidades y a Salomón dar la espalda al dios único introduciendo en su reino el nuevo paganismo, que conduce a la división territorial, por la asfixia económica que representó para la población el exceso de impuestos para construir el suntuoso templo y pagar la vida de lujos del monarca. Josías dice a los suyos: "El Señor estará enfurecido contra todos nosotros porque nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro (refiriéndose al Libro de la Ley n. e.), incumpliendo lo prescrito en él". El gobierno de Salomón elevó entre la gente la mística de la fé mesiánica. Hasta la compilación deuteronómica a finales del siglo VII a. n. e., la centralidad del culto en el Templo y en Jerusalén no había sido codificada.

Con la muerte de Salomón y la diarquía sobrevenida, Joroboam, erigido rey del norte, abre en Betel un santuario, apenas a 26 kilómetros de Jerusalén, para detener el peregrinaje de su gente. Josías destruyó después este centro religioso como parte de su cruzada contra la idolatría a otros dioses. Finkelstein y Silberman afirman que con este Josías "nació la tradición judeocristiana de la escatología y el mesianismo davídico". La denominación de Mesías surge en textos salmódicos en los que se exalta al lugarteniente de Yahwéh como Meshiah o Ungido, aplicado bíblicamente a reyes y sacerdotes. En el libro de los Salmos de Salomón,  creado en el año 60 a. n. e., el Mesías es rey-sacerdote, encargado de expulsar a los romanos de Jerusalén, después de lo cual estará en condiciones de administrar justicia y establecer un imperio sobre todas las naciones. Todo esto tendrá lugar en el valle Josafat, lugar de enterramiento tradicional, como preludio de los tiempos mesiánicos y el sueño de restaurar la dinastía davídica. El mesianismo tuvo un resurgimiento durante las guerras macabeas asociado al espíritu de revancha, cuando se pretendía rememorar los tiempos de Melquisedec, rey/sacerdote de Salem en tiempos de Abram. El Meshiah podría juzgar a los pueblos. Los profetas del siglo VIII a. n. e. perfilan el Dia de Yahwéh, de purificación de la sociedad, de la que se salvará un resto, núcleo de la restauración. 


La figura de Salomón queda perfilada de la peor manera posible en la fuente D, donde se afirma que permitió el regreso del paganismo con la adoración de Astarté ( de Sidón), de Kemos (de Moab) y de Milkom (el amonita) para los que construyó altares. Esta leyenda negra dice que pudo adorarse a Astarté en el propio Templo de Jerusalén, probablemente en forma de árbol. El templo y la capital del reino habían sido destruidos por las huestes de Nabucodonosor. Los samaritanos desearon colaborar en su reconstrucción al regreso de los exiliados de Babilonia, pero la facción judía se lo impidió, sentía que era la única autoridad para preservar el culto a Yahwéh. Algunos resentidos escribieron al rey de Persia -quien decretó el regreso a su tierra de los exiliados- para advertirle del peligro que corría su poder si continuaba la reconstrucción. Las obras quedaron temporalmente paradas, al menos oficialmente, porque los israelitas siguieron construyendo, hasta la llegada de un nuevo rey, quien no solo apoyó la idea sino que costeó las obras con dinero del estado. La repatriación bajo el liderazgo de Esdras, la construcción de un segundo templo, donde antes había estado el de Salomón, la reconstrucción de las murallas de Jerusalén y el establecimiento de la Kneset Haguedolá o Gran Asamblea (el Sanedrín le sucedería) como entidad religiosa y jurídica de la comunidad marcaron el inicio del período conocido como del segundo templo en la Judea persa. La dirección estuvo a cargo del Sumo Sacerdote y del Consejo de Ancianos de Jerusalén. La religión judía se había fraguado en el exilio babilónico. Cuando se prohibió a los judíos ejercer su culto y se les impuso la helenización, ocurrió una nueva rebelión dirigida por los asmoneos, una dinastía con poder durante 80 años, hasta que Judea se convirtió en provincia romana en el año 63 a. n. e. La literatura nunca reflejó ciertos cambios desarrollados dentro de las tradiciones genuinamente judías por el influjo externo de la religión persa y la filosofía griega, a la vez que los judíos mantuvieron sus ideas tradicionales de monoteísmo, ley mosaica y la soberanía de un Dios cada vez más trascendente sobre el mundo y la historia, fueron desarrollándose conceptos teológicos como la resurrección, el Reino de Dios o la creciente expectativa mesiánica, que derivaron después en nuevos grupos sectarios convertidos a la postre al cristianismo.



BIBLIOGRAFIA BASICA.


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Tov, E. The Status of the Masoretic Texts in Modern Texts Editions. Editorial McDonald y Saunders. 2002.

1 comentario:

  1. Nos queda creer en lo que sea, elegir cualquier religión y ser espiritual, o ser un agnostico creyente, porque existen dioses invisibles, asi como existe la señal de internet, television, radio, señales controles remotos, sensores, luces que se encienden cuando nos acercamos, radios y celulares que nos comunican a distancia; existe pero son invisibles.

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